Traducción de Alberto Gordo Moral
www.armaeniaeditorial.com
Título original: Metropol (Rowohlt Verlag, Berlin, 2019)
Primera edición ebook: Enero 2022
The translation of this work was supported by a grant from the Goethe-Institut.
Copyright © 2019 by Eugen Ruge © 2019 by Rowohlt Verlag GmbH, Hamburg.
Copyright de la traducción © Alberto Gordo Moral, 2021
Imagen de cubierta: Copyright © Lotte Laserstein, Russisches Mädchen mit Puderdose. 1928, Städel Museum.
Copyright de la presente edición en español © Armaenia Editorial, S.L., 2022.
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ISBN: 978-84-18994-32-6
Prólogo
El Archivo Estatal Ruso de Historia Sociopolítica es un edificio macizo construido en los años veinte que recuerda mucho a aquel sarcófago que le pusieron encima a la tristemente célebre central nuclear de Chernóbil. Lo que está enterrado aquí, en medio de Moscú, no son, sin embargo, residuos radiactivos, sino un pedazo de historia de la Unión Soviética.
Por lo demás, se trata del antiguo Instituto de Marxismo-Leninismo. Marx, Engels y Lenin cuelgan sobre la entrada en forma de grandes relieves, haciendo que el portal parezca más grande. Pero las puertas reales dan la impresión de ser demasiado pequeñas para el edificio.
Por supuesto, solo está abierta una de las tres puertas: la hura de ratón por la que uno se cuela en el interior del edificio. Se entra primero a un amplio vestíbulo cuyas dimensiones probablemente pretenden expresar la importancia del sitio, pero que impresiona sobre todo por lo vacío que está. Más adelante, en el rellano de una pequeña escalera, se ha instalado a posteriori una caseta de vigilancia de plástico y cristal en la que se sienta un policía. Delante de la escalera, un detector de metales con forma de caja (que es preferible evitar). A la derecha, un amplio ropero con una mujer sentada haciendo crucigramas. Si vigila o no las prendas que los visitantes deben colgar de una en una en las perchas, es algo que no está claro.
Esta mujer le señala al recién llegado un teléfono que hay junto al ropero. Después sigue resolviendo crucigramas.
¿Un teléfono? ¿Hay que llamar? ¿A quién?
En la mesita del teléfono hay un número moscovita de siete dígitos. Después de marcarlo, se pone al habla una voz que parece pertenecer a una señora entrada en años. Esta pregunta al visitante si ya tiene el própusk, el pase. Dado que la respuesta es negativa, la voz, en un tono de impaciencia que apenas puede reprimir, indica al visitante que haga una señal al policía del puesto de vigilancia, pero que no lo haga hasta que ella, la voz, llame a ese policía para solicitarle la emisión de un própusk. Y esa misma voz —ya irritada en extremo por el cerrilismo del recién llegado— le repite varias veces que no cuelgue bajo ningún concepto.
Poco después se ve al policía descolgar el teléfono en su caseta y, a través del auricular, se escucha cómo la voz solicita la emisión de un própusk para la persona que está llamando.
El policía se vuelve hacia esa persona y esa persona, como le habían indicado, hace una señal al policía; digamos que levanta la mano. Ahora puede colgar y, previa presentación de su pasaporte, se le expide un própusk con el que podrá llegar hasta la quinta planta, donde está la sala de lectura.
Allí el visitante se da cuenta de que la voz no pertenece a una mujer mayor, sino a un hombre de entre treinta y sesenta años, el cual, pese a estar en una sala de lectura, usa el mismo tono estridente —siempre al límite de soltar un gallo— para darle nuevas instrucciones.
En primer lugar, hay que rellenar dos formularios, en los cuales, junto a la dirección de origen y el número de teléfono, se pregunta concretamente por la razón, el objetivo y el periodo de tiempo de la investigación. Después hay que redactar, por supuesto en ruso, una solicitud cuyo contenido es de libre elección; no obstante, existe un modelo para cada caso que puede copiarse literalmente. Si procede, han de introducirse también los motivos personales.
Al visitante se le entrega luego una llave cuyo recibo ha de acusar. En el llavero figura el número de la taquilla donde ya están listos los archivos (que, por supuesto, deben haberse pedido con antelación). Si esta petición (hecha, por un caso, desde Alemania) ha funcionado de verdad, los archivos estarán ya en una de las taquillas blindadas de una sala penumbrosa que, aunque está situada en la quinta planta del edificio, más bien parece un sótano.
Para abrir esa sala de documentos se necesita, sin embargo, otra llave más y esta se coge de un recipiente de plástico que hay sobre el escritorio del hombre con voz femenina. Con ayuda de la llave, se abre la taquilla y se cogen los archivos. Al abandonar la sala se procura no dejar encerrado a nadie accidentalmente. Después se devuelven las llaves de la sala de documentos al recipiente de plástico destinado a su custodia y se cuelga la llave de la taquilla —a partir de ahora disponible para cualquier otra persona— en un cajetín para llaves.
Obviamente, no está permitido fotografiar sin más con un smartphone los valiosos documentos, ni mucho menos escanearlos. Para copiarlos, se rellena un formulario de solicitud y se va con él a la copistería. Allí, tras revisar los documentos que se van a copiar, se calcula un cociente que resulta del estado del material y de la urgencia del pedido y que a su vez se traduce en el precio de las copias, una cuantía que, sin embargo, no se da a conocer hasta el momento de recoger esas copias dos o tres meses más tarde. Se obtiene entonces, en la sala de lectura, un número de tramitación con el que se va al Departamento de Contabilidad....