Calais
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Calais

Emmanuel Carrére, Laura Salas

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  1. 88 páginas
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Calais

Emmanuel Carrére, Laura Salas

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La incisiva mirada de Carrère se posa sobre Calais y retrata no la llamada Jungla sino la ciudad, indagando en cómo les ha cambiado la vida a sus habitantes la llegada masiva de inmigración.

Hasta finales de 2016, Calais fue un topónimo recurrente a causa de la Jungla, un campamento de emigrantes. Carrère llegaba allí para escribir un reportaje con una pregunta: ¿cómo vive la ciudad la aparición del mayor barrio de chabolas de Europa? El hotel de lujo está en la ruina, pero los baratos hacen su agosto alojando a policías, los cafés se llenan de cooperantes de aire cool, de periodistas y famosos que acuden a filmar y denunciar la situación de la Jungla (Cantet, Haneke)... «Calais se ha convertido en un zoo», dice una lugareña.

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Información

Año
2017
ISBN
9788433938374

1

Por sorprendente que parezca, el hotel Meurice de Calais es la empresa matriz del célebre palacio homónimo parisino, y no al revés. Esta antigua casa de postas es incluso el ancestro de la hotelería de lujo en Europa (un lujo hoy algo decadente, pero que durante mucho tiempo sedujo a los turistas ingleses por un precio razonable). El problema es que los turistas ingleses, como les dirá cualquier comerciante calesiense, han puesto pies en polvorosa por miedo a los migrantes y, en general, al caos que se ha apoderado de la ciudad. Al señor Cossard, el propietario, le gustaría vender el negocio; pero, por desgracia, en Calais no se vende nada. Tampoco le importaría hacerse con la clientela de la Compañía Republicana de Seguridad, fuerzas especiales de la policía, que ha desplegado a al menos mil ochocientos agentes por los alrededores del túnel y del puerto; es un chollo para los encargados del Ibis, del Novotel o del Formule 1, pero la gente que tenía que decidir la cuestión en el ministerio debió de considerar que la decrepitud burguesa del Meurice, su papel pintado descolorido, sus divanes chirriantes y sus oropeles polvorientos no casaban bien con la ruda misión de las fuerzas del orden. Pese a todo, han aparecido nuevos clientes desde hace unos meses: la mitad son periodistas, la otra mitad cineastas y artistas llegados de toda Europa para dar testimonio del infortunio de los migrantes. A ratos, parece que uno estuviera en el legendario Holiday Inn de Sarajevo, donde en lo más duro del asedio se alojaban todos los corresponsales de guerra. Cada uno, después de desayunar, se planta un anorak cálido encima del chaleco con bolsillos, coge la cámara y se monta en el coche alquilado en el Avis de la plaza de Armes para ir a la Jungla como quien marcha al frente.

2

Yo, por mi parte, no voy a la Jungla; todavía no. Me quedo en la ciudad. Y esta mañana, antes de salir, me han dejado en recepción una carta cuyas primeras líneas rezan:
No, ¡usted no!
Esta tarde era Laurent Cantet, la semana pasada Michael Haneke, también se ha visto por aquí a Charlie Winston, así que no, señor Carrère, ¡usted no! Es lo que decimos aquí: estamos hartos de los famosillos, perdone la expresión, que vienen a hacer el agosto a Calais y nos toman a los que estamos encerrados entre sus murallas por ratas de laboratorio. ¿Qué viene a hacer aquí usted? ¿Quince días entre El Reino y su próxima obra para dormir en el Meurice, escribir unas cuantas páginas en la revista XXI y contar su versión sobre nuestra ciudad? Ya ve usted que digo «nuestra ciudad» como si me sintiera ya calesiense. ¿Sabe usted, señor Carrère, que en los tres años que llevo en este agujero no he recibido menos de una petición por semana por parte de gente del exterior que, como usted, quería escribir, grabar, contar desde un micrófono lo que habían visto, creyendo que lo haría mejor que los demás, quizá queriendo saciar seguramente la imperiosa necesidad del Comentario Personal? Calais se ha convertido en un zoo y yo en una de sus guardianas. Ya me conozco el circuito, así que me pregunto: ¿en qué trampas caerá usted? ¿Qué aire irá a olisquear? ¿El del Channel (lo he visto por allí)? ¿El de La Betterave (también lo he visto por allí)? ¿El del Minck (donde, por supuesto, lo han llevado a estrechar unas cuantas manos)? No lo sé, no consigo aclararme las ideas, pero de lo que estoy segura es de que su empresa será un fracaso de cualquier modo.
Y así ocho páginas, más tristes que crueles, muy bien escritas y firmadas por un nombre que tiene pinta de seudónimo: Marguerite Bonnefille. Tras haberlas leído, me dirijo con paso forzosamente pensativo hacia el café Minck. A pie, lo cual no es demasiado corriente en un departamento tan pobre que sus principales ingresos fiscales provienen de la matriculación de automóviles. Subo por la calle Royale, arteria principal de Calais-Norte (Calais-Norte, que es prácticamente una isla, aunque hasta el s. XIX era simplemente Calais). A la calle Royale la llaman «la calle de la Sed» por la cantidad de bares que la jalonan, bares en los que se forman unas peloteras tremendas los sábados por la noche. Por la mañana, los bares están cerrados y una parte de las tiendas también, aunque estas últimas no tienen perspectiva de volver a abrir, para empezar porque cada vez hay menos gente en Calais para comprar nada, y luego porque las compras, pero también las salidas de ocio, el cine cuando da para ir y todas esas cosas se hacen en la Cité Europe, el gran centro comercial que se halla cerca de la entrada del túnel, en la localidad vecina de Coquelles. La Cité Europe, el túnel: todo parece conspirar para que el Calais de intramuros no sirva ya para nada. Bueno, siempre queda el puerto, en el que desemboca uno tras cruzar la plaza de Armes.
Esta explanada ventosa, igual que el resto de la ciudad, la reconstruyó después de la guerra un arquitecto que, tras hacerse famoso en Toulon y Casablanca, le confirió un toque mediterráneo en bastante poca consonancia con el clima; está adornada con dos estatuas que representan al general De Gaulle y a su mujer Yvonne (que, según me dicen, era de Calais). Sobre estas estatuas, unos días después de mi partida, aparecerá la pintada Nik la France («Que le den a Francia»), atribuida a los misteriosos No Borders, activistas sin nacionalidad, sin estructura y sin jerarquía, muy presentes en la Jungla, idealistas y entregados a su manera, pero que aquí tienen un poco la reputación de ser unos trolls malvados que aprovechan cualquier oportunidad para liarla. En fin. El puerto de Calais es el primero de Francia y el segundo de Europa, después del de Dover, en cuanto a t...

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