Cuadros de costumbres populares andaluzas
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Cuadros de costumbres populares andaluzas

  1. 255 páginas
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Cuadros de costumbres populares andaluzas

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Información del libro

Cecilia Böhl de Faber es la maestra del relato costumbrista andaluz.Gracias a su gran interés y respeto por la cultura popular española, en especial, la andaluza, esta escritora española del siglo XIX dedicó buena parte de su obra literaria, etnográfica y ensayística a retratar y documentar el folclore de esta tierra tan rica. En esta recopilación podemos encontrar novelas de costumbres breves como «Simón Verde», «Más honor que honores», «El último consuelo», «Dicha y suerte» o «Lucas García».-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2022
ISBN
9788726875584
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

LUCAS GARCIA.

A une époque ou toutes les empreintes s’ éffacent sous le double marteau de la civilisation et de l’incredulité, il est touchant et beau de voir une nation se conserver son caractrée stable et des opinions inmuables.
Vicomte d arlincourt.
En una época en que todas las huellas de lo pasado van desapareciendo bajo los golpes del doble martillo de la civilizacion y de la incredulidad, admira y enternece ver á un pueblo conservar un carácter estable y opiniones inmutables.
Saliendo de Jerez en direccion á los montes de Ronda, que se van escalonando gradualmente, como para formarle un adecuado pedestal al bien denominado San Cristóbal, se atraviesa una estensa llanura, que lleva el nombre de Llanos de Caulina. El uniforme y desnudo camino, despues de arrastrarse dos leguas por entre palmitos, hace alto al pié de la primera elevacion de terreno, donde se tiende al sol un perezoso arroyo, que en verano se estanca y trueca sus aguas en fango.
Vése á la derecha del castillo de Melgarejo, que es de las pocas construcciones moriscas, que no han llegado á destruir el tiempo y la impericia, su fiel ausiliadora en la destruccion. El tiempo hace ruinas, las agrupa, las corona de guirnaldas y adorna con follaje como si de ellas hiciese su recreo y su lugar de descanso. Pero la impericia aun á las ruinas hostiliza, como el bárbaro que no dá cuartel al vencido; porque su recreo es el polvo, su descanso el yermo, su fin la nada.
Flanquean los ángulos del castillo cuatro torres cuadradas, las cuales así como las murallas de todo el recinto, están coronadas de bien formadas almenas, que se alinean uniformes, firmes y sin mella, como los dientes de una hermosa boca.
Este castillo fué denominado de Melgarejo, por haber sido conquistado qor un caballero jerezano de este nombre. La manera como llevó á cabo esta hazaña es tan cariosa, que no resistimos al deseo de referirla, para aquellos que no esten al cabo de las hazañas parciales de que abundan los anales de Jerez.
Ocupaban este castillo, por los años de mil trescientos y tantos, ciento y cincuenta moros con sus familias. Vestian de blanco, al uso de su nacion, y montaban caballos tordos.
Encerrados como se hallaban, procurábanse el sustento, haciendo de noche correrías, y trayéndose todo el botin que podian recoger.
Melgarejo se propuso conquistar el fuerte castillo, que rodeaba un ancho foso, que á la sazon ha dejado de existir, y que fué la zanja que los mismos moros abrieron para servirles despues de sepultura.
Prometió el caballero cristiano la libertad á un esclavo que tenia, si se consagraba á secundarlo en la empresa que meditaba. Convenidos amo y criado, encargó el primero al segundo, muy buen ginete, que enseñase á saltar fosos á una yegua, singularmente lijera que poseia, ensanchando el foso gradualmente, hasta que llegase á tener la anchura del que cercaba el castillo sarraceno.
Conseguido esto, reunió Melgarejo sus parciales, los disfrazó de moros, haciéndoles cubrir sus caballos con mantas blancas, y una noche que habian salido los defensores del castillo, se dirigió con los suyos hácia él. Los que estaban esperando á los moros, vieron acercarse esta hueste sin recelo, tomándola por la que aguardaban. Cuando la cristiana estuvo cerca reconocieron su error, y quisieron levantar el puente; mas ya el esclavo de Melgarejo, montado en su lijera yegua, habia saltado el foso y cortado las cuerdas de la compuerta; por lo que no pudieron alzarla, y los jerezanos se hicieron dueños de la fortaleza.
Este fuerte castillo,—por el que ha pasado el tiempo destrozador sin dejar mas huella que la que dejaria la pisada de un pájaro,— traspone á uno con tal fuerza de ilusion á lo pasado, que se estraña no ver tremolarse en sus torres el pendon de la media luna, y se echa de menos detrás de cada almena un blanco turbante. ¡Qué sitio tan á propósito es este para la representacion de un simulacro ó de un torneo entre moros y cristianos!
Para ir á Arcos se dejan á la izquierda el dormido arroyo y el muerto castillo, en cuyo recinto se mueven, como en un esqueleto hormigas, los trabajadores, con los aperos de un pacífico cortijo. Tomando la vuelta de este primer escalon de la sierra, se atraviesan otros llanos, cubiertos, en cuanto alcanza la vista, de ricas mieses; y sin hallar otra venta ni lugar de descanso, se sestea en el cortijo de la Peñuela, que fué propiedad de los Padres Cartujos, aquella órden religiosa tan severa, tan respetable y respetada, que aun se preguntan los campesinos: ¡Y hubo poder que pudiese, y hubo mano que osase tocar á tales hombres y á tales cosas!
Al elevarse el terreno, se cubre de olivares, como si quisiera abrazar á la anciana y blanca Arcos, que conserva con orgullo su título de ciudad, sus caducos privilegios y sus rancios pergaminos, á pesar de su decadencia ( 63 ), ó mejor dicho, de su vida estadiza en medio de los adelantos propios de la marcha del tiempo, que son suaves, paulatinos y espontáneos.
Arcos se presenta y se retira alternativamente á los ojos del viajero, cansado de su ascension, como si le hubiesen quedado desde el tiempo de los moros sus fundadores, tretas de guerrillera; hasta que, pasando entre dos altas peñas, se entra de repente en el pueblo, cuya situacion sorprende y admira aun á los menos sensibles á las bellezas de la naturaleza y á los encantos de lo pintoresco.
Veíase una tarde del año mil ochocientos cuarenta y tantos, en una de las calles del barrio de San Francisco, afluir muchas gentes á una casa de pobre apariencia, de la cual se habian llevado la tarde anterior el cadáver de la que habia sido su dueña. Reuníanse estas para el duelo, con la rigurosa etiqueta observada en el pueblo, que prueba los instintos de dignidad y de cortesanía que le distinguen; puesto que toda etiqueta y todo ceremonial estriba en estas bases, que no son una cosa ridicula y superficial en la vida pública y en la privada, como las han querido hacer el espíritu de trastorno que conmueve al siglo, y el ánsia de sacudir todo freno material y moral, que revoluciona las ideas.—El ceremonial y la etiqueta, en la rigurosa acepcion de la palabra, son una accion ó acto esterior dispuesto para dar culto á las cosas divinas, reverencia y honor á las profanas.
Entrando en la casa, se hallaba una sala, en que se reunian las mugeres; á la derecha se encontraba otra, que una vecina habia prestado, para la reunion de los hombres.
En la primera, primorosamente enjalbegada ( 64 ) y cuidadosamente aseada al efecto, segun costumbre constantemente seguida, se veia en medio de ella, estendido sobre la estera, un pañuelo, en el que todas las que iban entrando echaban una ó dos monedas de cobre, que eran destinadas para la misa de San Bernardino. Esta costumbre se observa, no solamente entre los pobres, sino tambien entre los bien acomodados, pues esa misa tiene que ser debida á la limosna.
Espliquen esto, como gusten, los escépticos, y como les parezca, los positivos Nosotros vemos en ello un acto de humildad, unido al deseo de juntar muchos sufragios. Pues si bien son honras terrenas, que respetamos, un brillante entierro, un lucido catafalco y un soberbio mausoléo, son mejores sufragios para el cielo el cuarto de la limosna, el ferviente brote del corazon, las oraciones parciales y las de la iglesia.
En un ángulo de la sala, sobre una silla baja, estaba sentada la doliente. Era esta una niña de ocho años, la que, cansada de llorar á su madre, así como de su larga inmovilidad en el sitio que ocupaba, habia dejado caer su cabeza en el espaldar de la silla, y se habia dormido; pues el sueño, que ama á los niños, se apresura á venir en su ausilio siempre que los vé sufrir en su alma ó en su cuerpo.
—¡Pobre Lucía!—dijo mirándola una de las dolientes, parienta de la difunta;—¡cuánta falta le vá á hacer su madre!
—Esa fué la espina que llevó clavada en su corazon la pobre Ana, observó una vecina.
—Pero.... ¿de qué ha muerto? preguntó otra de las presentes.
—Su mal lo sabrá la tierra que la cubre,—respondió la parienta;— porque Ana no se quejaba. Si no hubiese estado tan delgada que se la podia beber, tan amarilla como la flor de la cera, y tan endeble que la habria hecho caer una sombra, no se habria sabido que caminaba para el campo santo.
—Se murió,—dijo con vehemencia una muger jóven y de fisonomía enérgica,—se murió de que se la pudrió la sangre en las venas; esto lo sabe todo el mundo. ¡Y que no haya en el pueblo un alcalde, que se sepa atacar los calzones, y eche con la honda del demonio á esas forasteras, rufianas sin vergonzonas, que se nos vienen aquí á poner puestos de bebida y á engatusar á los hombres casados, para su perdicion y la de sus casas!
—Sí, sí, á estas cosas hacen los alcaldes ojo de pez,—dijo la parienta de la difunta,—así como para otras cosas tienen ojos de chucho. Pero no tengas cuidado, muger: su merecido han de llevar, porque Dios consiente, pero no para siempre.
—Sí, repuso la primera; consiente que se mueran las buenas, y se queden galloreando las malas. Dios se reservó la justicia del cielo para sí; pero la vara de la justicia de la tierra la puso en manos de los hombres. ¡Y á fé que buena cuenta tendrán que dar del uso que han hecho de ella! ¡Sobre sus costillas.... le habia yo de romper al alcalde la que en la mano tiene!
—Muger,—dijo una anciana,—eres mas súpita que una chispa de carbon de fragua, y partes, como los toros, con los ojos cerrados. Mira de quién hablas, y ten presente que la mala llaga sana y mata la mala fama. La pobre Ana no quedó buena desde su último parto; y muerte no viene que achaque no tiene; el verano la hundió, y Setiembre la remató; pues de fraile á fraile, Dios nos guarde ( 65 ).
—¡Ya, tia María! como V. es tia de Juan García, y prima del alcalde, repuso la interpelada, dice V. eso, por aquello de «con razon ó sin ella, ayúdenos Dios y á los nuestros.» Lo que yo puedo decir á V., es que mi José no ha de pisar la casa de bebida de la Leona; eso queda de m...

Índice

  1. Cuadros de costumbres populares andaluzas
  2. Cuadros de costumbres populares andaluzas
  3. Copyright
  4. EL AUTOR Á SUS LECTORES.
  5. SIMON VERDE.
  6. MAS HONOR QUE HONORES.
  7. EL ÚLTIMO CONSUELO.
  8. DICHA Y SUERTE.
  9. LUCAS GARCIA.
  10. Sobre Cuadros de costumbres populares andaluzas
  11. Notes