Historia de la hechicería y de las brujas
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Historia de la hechicería y de las brujas

Prólogo de Alejandra Guzmán Almagro

Luis Bonilla García

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Historia de la hechicería y de las brujas

Prólogo de Alejandra Guzmán Almagro

Luis Bonilla García

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El mundo sobrenatural forma parte de lo cotidiano por muy racionales y escépticos que pretendamos ser, puesto que no sólo siguen activas creencias y prácticas, sino que forman parte de nuestra cultura y de nuestra historia. "Historia de la hechicería y de las brujas" nos presenta a hechiceros y brujas de todas las latitudes y épocas, pero también de su impacto en las sociedades donde se han manifestado. Aborda el tema desde una doble perspectiva: histórica y psicológica, y lo apuntala con una lúcida reflexión sobre su potencial para condicionar todas las tramas políticas. El libro de Luis Bonilla debe de insertarse en ese contexto.

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Información

Año
2022
ISBN
9788418236679
HECHICERÍAS EN EL AMBIENTE POPULAR Y EN LA LITERATURA CLÁSICA

1
LA MAGIA EN LA ÉPOCA VISIGODA

Las tradiciones mágicas romanas de origen oriental, importadas de las antiguas provincias del Imperio, pierden relieve, parecen esfumarse poco a poco desde la invasión de los pueblos bárbaros, que aportan su mitología germánica. Pero ambas tendencias mitológicas, la de oriente y la del norte, resisten tenazmente la dura batalla que entabla el cristianismo en su intento de desterrar los mitos, las supersticiones y las prácticas mágicas, tan fuertemente arraigadas. Más tarde, la expansión del islamismo producirá un renacimiento de la magia por la nueva incorporación de mitos y «ciencias» procedentes de Oriente.
Pero, antes de que la invasión musulmana diera lugar a la incorporación de la magia oriental, persistían, en tiempos de los visigodos, las prácticas mágicas y supersticiosas, pues nuestro Fuero Juzgo ya trata en sus leyes de reprimir a magos y encantadores y se ocupa de prohibir los auspicios y vaticinios. Gracias a san Isidoro poseemos una detallada relación de las ciencias ocultas de su época en la siguiente clasificación:
Magos o maléficos. Conturban los elementos, trastornan las mentes humanas, y sin veneno, por la sola fuerza de los conjuros, causan la muerte. Usan también de sangre y de víctimas.
Nigromantes. Aparentan resucitar los muertos e interrogarlos. Animan los cadáveres con la transfusión de sangre, mezclada de agua, porque los demonios aman mucho la sangre.
Hidromantes. Evocan en el agua las sombras, imágenes o fantasmas de los demonios y de los muertos. Varrón dice que este género de adivinanza procede de los persas. A la misma clase se refiere la adivinación por la tierra (geomantia), o por el aire (aeromantia), o por el fuego (piromancia).
Adivinos (Divini). LIamados así porque se fingen poseídos de la divinidad (pleni a Deo).
Encantadores. Los que se valen de palabras y conjuros.
Ariolos. Los que pronuncian nefandas preces ante las aras de los ídolos, o hacen funestos sacrificios y aguardan la respuestas de los demonios.
Arúspices. Así llamados, quasi horarum inspectores, porque señalan los días y las horas en que ha de hacerse cada cosa. También examinan las entrañas de las víctimas.
Augures, y también Auspices. Los que entienden el canto y el vuelo de las aves. Se apellidan estas observaciones auspicia (quasi avium auspicia) y auguria (quasi avium garria).
Pythones. Llamados así del Pitio Apolo, inventor de la adivinación.
Astrólogos. Los que presagian por los astros (in astris augurantur).
Genetlíacos. Porque consideran el día natal y someten a los doce signos el destino del hombre. El vulgo los llama matemáticos; antiguamente, magos. Esta ciencia fue permitida antes del Evangelio.
Horóscopos. Los que especulan la hora del nacimiento del hombre.
Sortilegios. Los que, con falsa apariencia de religión, echan suertes, invocando a los santos o abriendo cualquier libro de la Escritura.
Salisatores. Los que anuncian sucesos prósperos o tristes por la observación de cualquier miembro saliente o del movimiento de las arterias.1
Fue tal la extensión de las artes mágicas en los tiempos visigodos que no faltaron reyes que se abandonasen a sus prácticas, ni jueces que no dudasen a veces en recurrir a los vaticinadores y adivinos para esclarecer la verdad, y hasta hubo clérigos magos, por lo que el XVII Concilio de Toledo, en su canon V, «manda deponer al sacerdote que, para causar la muerte de otro, diga misa de difuntos».2 En todos los aspectos de la vida y en todas las clases sociales tuvo la magia visigoda un lugar destacado. Aparte de todo esto, los adoradores de ídolos, agrupados en sectas, y los propagadores de la hechicería dieron al cristianismo una cavilación tan grande que ni los concilios ni las leyes pudieren desterrar de la mente popular las creencias en la magia y hechicería; consiguieron dejarlas fuera de lo legal, lograron su prohibición, el castigo de los infractores, pero la magia, en sus diversas manifestaciones, siguió dueña de las conciencias hasta la caída del Imperio visigodo.
Precisamente la caída del Imperio visigodo está envuelta en una leyenda de magia que no es sino uno de los numerosos relatos con que la leyenda justificó lo inexplicablemente fácil que fue a los musulmanes la invasión. Dicha leyenda persiste en las crónicas y documentos más antiguos, y tiene para nosotros cierto valor informativo sobre la credulidad de aquellos tiempos en vaticinios y sucesos mágicos.
Dice esta leyenda que existía en Toledo una torre cerrada (otros la llaman cueva) que estaba «encantada» y respecto a la cual existía la creencia de que aquellos que osaran abrirla acarrearían la desgracia de España. Cada rey visigodo que subía al trono le ponía un candado a la puerta, de tal forma que, en tiempos del último rey, don Rodrigo, la puerta estaba llena de candados. Pero don Rodrigo no le puso otro más, como era de esperar, sino que, suponiendo que aquella puerta guardaba misteriosos tesoros acumulados desde lejanos tiempos, decidió aprovecharse de ellos para subvenir a los gastos ocasionados en frenar las sublevaciones internas. Y aunque los nobles que lo acompañaban trataban de disuadirlo, llenos de temor supersticioso, él con altivez serena los tranquilizó con estas palabras:
En esta casa non yace sinon aver o encantamentos;
e si es aver, tomarlo he, e si son encantamentos,
yo seguro so que me non pueden empecer, pues non
he i que temer.3
Asegura la leyenda que al entrar en la casa quedaron pasmados de su aspecto interior. El techo era de una sola pieza, sin arco alguno; una habitación era blanquísima, otra verde, otra negra, y la de enfrente muy clara. En medio de estas cuatro habitaciones había una columna cilíndrica no muy gruesa, de la altura de un hombre, como si hubiera servido de pedestal a alguna figura. En la columna había una puertecilla disimulada, dentro de la cual se leía:
ESTA CASA ES
UNA DE LAS MARAVILLAS
QUE FIZO HÉRCOLES.
Y en el interior hallaron una arqueta de plata que contenía tan solo un lienzo blanco en el que estaban pintados unos guerreros con trajes desconocidos en la zona y montados en caballos de cuyos arzones pendían las ballestas. Estos jinetes llevaban la cabeza cubierta por las telas listadas que más tarde habían de reconocer los visigodos en los musulmanes, y llevaban en las manos lanzas o espadas. Encima de estos dibujos se leía, en caracteres latinos o griegos, que «gentes de tal manera como en aquel paño estaban pintadas entrarían en España, la conquistarían y serían dueños de ella».4
Los cortesanos quedaron llenos de terror supersticioso, y el rey mandó cerrar de nuevo la casa encantada. Pero a los pocos días se cumplía la mágica amenaza, pues llegaban noticias del gobernador de la Bética por medio de un emisario portador de una carta en que se daba angustioso aviso de la invasión de España por unos guerreros cuya indumentaria se reproducía en un dibujo para mejor informe, y que coincidía en todo detalle, según vieron los nobles visigodos asombrados, con aquellos otros dibujos que observaran en la tela de la casa encantada.
De ser cierta la leyenda del hallazgo, aquella arqueta bien pudiera ser de origen griego y contuviese algún manuscrito dando cuenta de la fundación y dedicación de un templo a Herakles. Sea lo que fuere, aunque las crónicas dicen que los visigodos no habían visto nunca a los moros en su época, debían por fuerza ser los visigodos de la Corte, pues es de suponer que los gobernadores visigodos de la Bética sí sabían de su existencia, al menos a través de los navegantes, y con mayor motivo en los pueblos de la costa y el gobernador de Ceuta. Pero los cortesanos es probable que no conocieran las vestiduras de los moros, que siglos antes, cuando debió construirse la torre encantada, sí conocían ya los griegos bajo el nombre de maurousioi y los romanos con el de mauri.
Bien pudiera no ser todo tan fabuloso como parece y responder a un hecho real deformado por la leyenda, si es que existió el famoso lienzo, que quizá no supieron traducirlo en su verdadero significado. Todo ello atestigua una vez más el fondo de mitología griega y romana de que quedó impregnada España y la persistencia de las creencias mágicas en tiempo de los visigodos.
1 Transcripción de san Isidoro por Menéndez Pelayo en Historia de los Heterodoxos, tomo I, p. 423.
2 Citado por Menéndez Pelayo, op. cit., tomo I, p. 426.
3 De la Crónica General de 1344. Para ampliar sobre esta leyenda, véase Menéndez Pidal: Don Rodrigo, 3 tomos, Madrid, Espasa Calpe.
4 De la Primera Crónica General de Alfonso X, el Sabio.

2
LA MAGIA Y EL ISLAM

Con la invasión árabe, Europa se encontró al borde de la islamización. En España, tras el primer envite, llegó una fuerte reacción del mundo cristiano; como un arrepentimiento general de los antiguos errores, el peligro agrupó y unificó material y espiritualmente a los refugiados en las montañas de Asturias y de los Pirineos; en Francia, Carlos Martel frenó la oleada islámica en Poitiers. Y al iniciar su reconquista, los nacientes reinos españoles se aferran al cristianismo como bandera; las creencias y prácticas mágicas pierden terreno en la psicología del pueblo, y solo el recuerdo de los prodigios de las brujas, atesorados en la leyenda, perduraron inquebrantables en la mente popular, así como algunas supersticiones, de cuyo verdadero origen se fue perdiendo la pista.
La magia parece quedar entonces prácticamente arrinconada, pero subsiste latente en el temor y la curiosidad de las gentes; desde entonces pertenece ya, en territorio cristiano, al campo de lo prohibido, pero no deja de hallarse enraizada en las supersticiones popularmente admitidas y en las leyendas. Más tarde, conforme avanza la Reconquista y se van incorporando territorios transitoriamente dominados por los musulmanes, empieza la magia a recuperar su vitalidad gracias a la influencia de mozárabes y mudéjares, que incorporan a las recias e intransigentes conciencias de los cristianos conquistadores las sutilezas de la literatura musulmana, los mitos, las leyendas y los conocimientos de alquimistas, astrólogos y magos árabes y hebreos. En el resto de la Europa feudal, el contacto de los cruzados en los países de Oriente aporta las leyendas y el recuerdo de mitos y prácticas ya olvidadas.
Permanecía, por ejemplo, el recuerdo de los poderes misteriosos encarnados en las leyendas de las xanas nórdicas. Y así tenemos, entre las leyendas diversas que rodean la tradición del «Tributo de las Cien Doncellas», una que expresa el supuesto poder mágico de aquellas xanas de los mitos populares cántabros en el relato de la metamorfosis de los guerreros musulmanes en corderos por obra de una patriótica muchacha, una xana asturiana, dotada de poderes mágicos, que salva a su pueblo del oneroso tributo.
La leyenda no puede ser más fantástica y poética. Según su relato, todos los años recorría las aldeas un representante del rey Mauregato,1 acompañado de un pequeño ejército, con el encargo de recoger las doncellas que habían de formar parte del tributo para el caudillo musulmán. Pero, al llegar a Avilés los emisarios, una bella muchacha los atrajo hasta una fuente donde ella era la xana, y allí los transformó en corderos; lo mismo ocurrió con una segunda embajada, hasta que el rey Mauregato en persona marchó con su escolta para indagar el destino de aquellos guerreros desaparecidos. Así llegó a la famosa fuente, donde vio a la bella asturiana, que hilaba plácidamente mientras un lucido rebaño pacía por los alrededores. El rey le preguntó por sus guerreros desaparecidos; pero ella le aseguró que no eran guerreros, sino corderos. Encolerizado, Mauregato volvió a insistir diciendo que se trataba de guerreros como aquellos que venían en su séquito. A lo que ella contestó: «Pues esos que os acompañan también son corderos». Y el rey, al mirar a su alrededor, vio, asombrado, que su séquito de guerreros se había convertido en otro rebaño de corderos. Esto dicen fue lo que obligó al rey a prometer a la xana la anulación del tributo, y a lo que ella respondió obrando el prodigio de que los corderos pasasen nuevamente a ser guerreros.
Como esta leyenda podrían citarse infinidad de ellas que atestiguan la permanencia en la mente popular de la creencia en meigas, xanas, brujas, y la fantástica inclinación a hacer perdurables los prodigios inculcados anteriormente por las mitologías griega, romana y nórdica.
Pero el islam incorpora a los mitos de épocas precedentes el desbordamiento de su psicología oriental. Sus intentos por obtener «prodigios» tienen un fondo que nos traslada la imaginación a las maravillas de Las mil y una noches. Son aquellos sabios magos de las leyendas andaluzas que tan bien supieron recoger siglos después Fernández y González o Washington Irving. Son los misteriosos conocedores de mágicos secretos que sacan de apuros a reyes y walíes con sus maravillosos recursos, como aquel viejo astrólogo y mago prodigioso que hacía ver al príncipe en el palacio de Granada lo que ocurría en tierras cristianas, según dice la leyenda, y cuya habitación de trabajo se describió así:
Unas paredes negras y lustrosas cubiertas de pinturas y extraños animales y de caracteres desconocidos, rojos los unos, blancos, verdes o azules los otros; en tablas a lo largo de los muros se veían redomas, cráneos y osamentas de hom...

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