Las parábolas del Evangelio
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Las parábolas del Evangelio

  1. 210 páginas
  2. Spanish
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Las parábolas del Evangelio

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Información del libro

La colección Neblí considera uno de sus mayores tesoros los escritos de los Santos Padres. Después de la Sagrada Escritura, y junto a los documentos del Magisterio de la Iglesia, constituyen la fuente más pura y rica de las enseñanzas cristianas.Este libro pertenece a ese valioso patrimonio, y recoge los comentarios del autor a doce parábolas de Jesús, dirigidas en su mayor parte a los cristianos corrientes de su época, pero válidas plenamente para los cristianos de nuestros días.

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Información

Año
2022
ISBN
9788432160622
Edición
1
Categoría
Cristianismo
PARÁBOLAS DE LA OVEJA Y LA DRACMA PERDIDAS
Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Este recibe a los pecadores y come con ellos. Entonces les propuso esta parábola: ¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se perdió hasta encontrarla? Y, cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y, al llegar a casa, convoca a los amigos y vecinos y les dice: Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me perdió. Os digo que, del mismo modo, habrá en el Cielo mayor alegría por un pecador que hace penitencia que por noventa y nueve justos que no la necesitan.
O ¿qué mujer, si tiene diez dracmas y pierde una, no enciende una luz barre la casa y busca cuidadosamente hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas diciéndoles: Alegraos conmigo, porque he encontrado la dracma que se me perdió. Así, os digo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente (Lc 15, 1-10).
Habéis oído, carísimos hermanos, por la lectura del Evangelio, que los pecadores y publicanos se acercaron a nuestro Redentor y fueron recibidos, no solo para que hablasen, sino también para que comiesen con él. Viéndolo los fariseos, se indignaron. De este hecho, hermanos míos, deduciréis que la justicia verdadera tiene compasión, e indignación la falsa, aunque los justos también suelen algunas veces indignarse con razón contra los pecadores. Mas una cosa es lo que se hace movidos por la soberbia, y otra lo que se verifica por celo del bien: se indignan, sin indignarse; desesperan, sin desesperarse; mueven persecución, pero amando, porque, aunque exteriormente parecen extremar la reprensión para corregir, interiormente conservan la dulzura en virtud de la caridad. En su corazón prefieren las más veces a aquellos mismos a quienes corrigen, y tienen como mejores a aquellos a quienes juzgan. Y haciendo esto mantienen a los súbditos en disciplina, y por la caridad se guardan a sí mismos. Pero, por el contrario, los que suelen engreírse por una falsa justicia, desprecian a todos los demás, y no tienen compasión alguna de los débiles; y cuanto más libres de pecado se consideran ellos, tanto peor tratan a los pecadores. De este número, pues, eran los fariseos, los cuales, juzgando mal al Señor porque había recibido a los pecadores, reprendían en su árido corazón a la fuente misma de toda misericordia.
Pero como estos estuviesen enfermos sin que ellos lo conociesen, el médico celestial los cura, para que lo conocieran, con suaves remedios: les presenta un ejemplo benigno y comprime el tumor que tenían en su corazón. Así dice: «¿Quién de vosotros que tenga cien ovejas, si pierde una de ellas no abandonará las noventa y nueve en el desierto e irá por aquella que se le había extraviado?». Observad cómo Jesucristo dio con esto un ejemplo de maravillosa piedad, que el hombre reconociera en sí mismo, y, sin embargo, perteneciese especialmente al mismo autor de los hombres. Pero se extravió una de estas ovejas cuando, pecando el hombre, abandonó el prado de la vida. Mas Dios abandonó en el desierto a las noventa y nueve restantes, porque dejó en el cielo aquellos excelsos coros de ángeles. Se llama, pues, desierto al cielo, porque desierto significa abandono. Abandonó el hombre el cielo cuando pecó. Pero permanecieron en el desierto las noventa y nueve ovejas, mientras el Señor buscaba en la tierra a la única que se le había extraviado, porque el número de las criaturas racionales, es decir, el de los ángeles y el de los hombres, que fueron creados para ver a Dios, había disminuido con la pérdida del hombre, y a fin de que la suma perfecta de ovejas se completase en el cielo, se buscaba en la tierra al hombre que se había perdido. Mas donde dice san Lucas «en el desierto», el Evangelio de san Mateo, hablando sobre el mismo asunto, dice en «los montes», para significar que las noventa y nueve ovejas que no perecieron habían quedado abandonadas en las alturas, es decir, permanecían en los cielos. «Y habiendo encontrado la oveja, la coloca gozoso encima de sus hombros». Puso la oveja sobre sus hombros, porque tomando la naturaleza humana echó sobre sí nuestros pecados: «Y llegando a casa, reúne a sus amigos y vecinos y les dice: Alegraos conmigo, porque hallé mi oveja que había perdido». Hallada la oveja, vuelve a casa, porque nuestro Pastor, una vez redimido el hombre, vuelve al reino celestial. Allí encuentra a sus amigos y vecinos, es decir, a los coros de ángeles, los cuales son sus amigos, porque en su constancia cumplen continuamente su voluntad. Son también sus vecinos porque con su asiduidad gozan de la claridad de su visión. Es de advertir que no dice: Congratulaos con la oveja hallada, sino que dice: regocijaos conmigo; por cuanto su gozo es nuestra vida, y cuando seamos llevados al cielo, colmaremos la solemnidad de su alegría.
«Os digo que habrá en el cielo más alegría por un pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de penitencia». Debemos considerar, hermanos míos, por qué dice el Señor que hay en el cielo mayor gozo en la conversión de los pecadores que en la constancia de los justos; y es por lo mismo que estamos viendo todos los días, es decir, porque muchas veces aquellos que saben que no están contaminados por los pecadores, se encuentran, sí, en el camino de la justicia, no cometen ninguna cosa ilícita; pero, sin embargo, no desean con ansia ir a la patria celestial, y se permiten usar de las cosas lícitas, en cuanto que recuerdan no haber cometido nada ilícito. Y muchas veces son débiles para practicar las principales virtudes, porque están muy seguros de que no han cometido ninguna falta grave. Pero, por el contrario, algunas veces aquellos que saben que hicieron alguna cosa ilícita, agobiados por su mismo dolor, se encienden en el amor de Dios, se ejercitan en las más grandes virtudes; acometen con santo valor todo lo más difícil; huyen de los honores; se alegran con las afrentas que se les infieren; arden en santos deseos y anhelan ir a la patria celestial, y considerando que se han apartado de Dios, recompensan los daños precedentes con las ganancias que consiguen después. Por lo tanto, hay mayor alegría en el cielo por la conversión del pecador que por la constancia del justo, porque un capitán ama más en una batalla a aquel soldado que, vuelto al combate después de haber huido, acomete con coraje al enemigo, que al otro que, si bien es cierto que nunca volvió la espalda, en cambio tampoco hizo nunca nada con valor. Así también el labrador más estima aquella tierra que, después de haber tenido maleza, da pingües frutos, que a la que nunca tuvo espinas, pero tampoco produce mieses en abundancia.
A pesar de todo lo dicho, debemos considerar también que hay muchos justos en cuya vida hay tanta alegría, que de ninguna manera será pospuesta a la que se experimenta con cualquier penitencia de los pecadores. Pues muchos justos saben perfectamente que no tienen pecado alguno y, sin embargo, se afligen de tal manera como si estuvieran manchados con todos los pecados del mundo. Se privan de todas las cosas, aun de las lícitas, se someten con abnegación al desprecio del mundo, no quieren permitirse ni lo más mínimo, se abstienen de los bienes, aun de aquellos que se les han concedido; gozan con sus sufrimientos y se humillan en todas las cosas; y como algunos lloran los pecados de obra, ellos lamentan los pecados de pensamiento. ¿Cómo he de llamar a estos, sino justos y penitentes, que se humillan en el pecado de pensamiento y perseveran siempre rectos en las obras? De aquí hemos de colegir cuán grande será el gozo del Señor cuando humildemente llora el justo, siendo así que hay alegría en el cielo cuando el injusto condena por la penitencia el mal que hizo.
Continúa el Evangelio: «O ¿qué mujer que tenga diez dracmas, si perdiese una dracma, no enciende la lámpara, trastorna la casa y busca diligentemente hasta encontrar la dracma que perdió?». El mismo que se designa por el pastor, se significa también por la mujer; pues el mismo es Dios y la sabiduría de Dios. Y puesto que la dracma representa la imagen, perdió la mujer la dracma, cuando el hombre, creado a imagen de Dios, se separó por el pecado de la semejanza de su Creador. Pero la mujer enciende la lámpara porque la sabiduría de Dios apareció en la humanidad. Una lámpara no es más que una luz puesta en un cacharro; pero la luz en un cacharro es la divinidad puesta en la carne. Hablando la Verdad del cacharro de su cuerpo, dice: «Se secó como cacharro mi vigor»[1]. Pues que el barro se solidifica con el fuego, su vigor se secó como barro, porque robusteció con el dolor de su pasión para la gloria de la resurrección, la carne que había tomado. Mas encendida la lámpara, trastorna la casa, porque tan pronto como su divinidad apareció en la carne, toda nuestra conciencia humana se perturba con la consideración del reato de su pecado. La palabra «trastorna» que se lee en el presente códice, no discrepa de la voz «limpia» que se lee en otros códices, por la sencilla razón de que, si el entendimiento depravado no se ilumina primero por el temor, no será limpio de los vicios ordinarios. Trastornada, pues, la casa, se encuentra la dracma, porque cuando se perturba la conciencia del hombre, este vuelve a recobrar la semejanza de su Creador: «Y, encontrándola, llama a sus amigas y vecinas, y dice: «Alegraos conmigo, porque hallé la dracma que había perdido». ¿A quién representan las amigas y vecinas, sino a aquellas potestades celestes de quienes hemos hablado anteriormente? Las que están tanto más próximas a la sabiduría divina, cuanto que se le acercan por la gracia de la visión continua. Pero no debemos perder de vista la razón por la que esta mujer, que significa la sabiduría de Dios, se nos presenta como teniendo diez dracmas, de las cuales perdió una, la que encontró cuando la buscó. Dios, pues, formó a los ángeles y a los hombres para que le conociesen, y al querer que fuesen eternos, indudablemente los creó a su semejanza. Pero la mujer tuvo diez dracmas, porque nueve son las órdenes de los ángeles. Mas para que se completase el número de los elegidos, fue creado el hombre en el décimo lugar, el cual no pereció para su Creador, ni aun después del pecado, porque la eterna sabiduría, resplandeciente de milagros en la carne, le reparó con la luz del cacharro.
Pero hemos dicho que los órdenes de los ángeles son nueve, porque, por las Sagradas Escrituras, sabemos que hay ángeles, arcángeles, Virtudes, Potestades, Principados, Dominaciones, Tronos, Querubines y Serafines. Que haya ángeles y arcángeles lo atestiguan casi todas las páginas de los libros sagrados. Sabido es de todos que los libros de los profetas nos hablan de los Querubines y Serafines. Y el apóstol san Pablo, dirigiéndose a los de Éfeso, cita los nombres de cuatro órdenes, pues dice: «Sobre todo principado, y potestad, y virtudes y dominación»[2]; y escribiendo a los colosenses, dice: «Ya sean tronos, ya potestades, ya principados, ya dominaciones»[3]. Cuando escribió san Pablo a los de Éfeso, les describió las Dominaciones, los Principados y las Potestades; pero al hablar a los colosenses acerca de estos mismos, añade los Tronos, de los cuales nada dice a los de Éfeso. Por lo tanto, si a los cuatro órdenes de que hablo el apóstol a los de Éfeso, esto es, a los Principados, Potestades, Virtudes y Dominaciones, agregamos el de los Tronos, tendremos cinco órdenes que se citan de un modo especial en la Sagrada Escritura. Y unidos estos cinco órdenes a los ángeles y arcángeles, Querubines y Serafines, indudablemente resultarán nueve órdenes de ángeles. De aquí que diga el profeta al mismo ángel que es el primero que fue creado: «Tú, sello de la semejanza, lleno de sabiduría y perfecto por la gracia, estuviste en las delicias del paraíso de Dios»[4]. En este pasaje hemos de advertir que no se llama al ángel hecho a semejanza de Dios, sino signo de semejanza; para indicar que, siendo su naturaleza mucho más sutil, se encuentra en él mejor impresa la imagen de Dios. Y concluye el profeta...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. ÍNDICE
  5. PRESENTACIÓN
  6. PARÁBOLA DEL TESORO ESCONDIDO
  7. PARÁBOLA DE LOS JORNALEROS ENVIADOS A LA VIÑA
  8. PARÁBOLA DE LOS CONVIDADOS A LAS BODAS
  9. PARÁBOLA DE LAS DIEZ VÍRGENES
  10. PARÁBOLA DE LOS TALENTOS
  11. PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
  12. «LA MIES ES MUCHA...»
  13. PARÁBOLA DE LA HIGUERA INFRUCTUOSA
  14. PARÁBOLA DE LOS CONVIDADOS A LA CENA
  15. PARÁBOLAS DE LA OVEJA Y LA DRACMA PERDIDAS
  16. PARÁBOLA DE LÁZARO Y EL RICO EPULÓN
  17. PARÁBOLA DEL BUEN PASTOR
  18. AUTOR