El cielo alegre
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El cielo alegre

  1. 282 páginas
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El cielo alegre

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Índice
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Información del libro

Colección de relatos del autor Salvador Rueda que presentan un cuadro de costumbres de la vida cotidiana andaluza de su época. Pequeñas historias del pueblo llano que no por ello renuncian a la cuidada prosa del autor y a sus tendencias modernistas.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2022
ISBN
9788726660357
Categoría
Law

SEMANA SANTA EN SEVILLA

A mi noble amigo el Sr. D. Leopoldo Estevas Suares

I

la calle de las sierpes
El tren corría formando sus ondulaciones de culebra, ya horadando peñascos y atravesando lóbregas cavernas, ya produciendo ruido de cicópleos martillos sobre el alto puente, ya cruzando llanuras y llanuras con voracidad insaciable, y arrojando á los aires su fantástico penacho de vapores, que el viento recogía para formar con sus pliegues la ondulante bandera del progreso.
Una estacion, otra despues, luego otra, gritos de los conductores anunciando con borroso pregon pueblos y paradas, chispas surgidas del horno en brillantes explosiones, repeler de fuerzas centrífugas en los recodos, ruidos de cristales y de linternas, paisajes, caseríos, arboledas, todo un furioso torbellino que rueda al mismo compas del tren, envolvía la série de enlazados vagones, á través de cuyas ventanas veíase pasar un empinado palo del telégrafo abriendo sus brazos de alambre, despues otro, tambien con los brazos abiertos, enseguida otro, y siempre el mismo desfile de fantasmas siguiéndose en la carrera, é igual estrepitosa música resonando en el cerebro y en los oidos.
Amenguó, por última vez, su fuerza el imponente mónstruo; sonaron como á modo de caer de rastrillos de puentes levadizos; vibró un rumor de timbres y de campanas, y la encantadora Sevilla apareció á los ojos como un realizado sueño de la fantasía, como la ansiada Jerusalem anunciada al viajero en su largo y pesaroso camino.
Allí surgió á los ojos con su estrépito de gentes y carruajes, con su traje esplendoroso de los dias de fiesta, con su manto de vivos reflejos, y en aquel momento parecióme oir en sus calles los terribles y sigilosos pasos del rey don Pedro, los golpes de espada de sus galanes riñendo en amorosos desafios, la alegre risa del loco D. Juan colocado por Byron en el escenario del españolismo y la poesía, los diálogos de amor cambiados al través del primoroso calado de sus rejas, y el alegre bullicio de sus verbenas y serenatas, juntamente con el airoso galopar de sus caballos, el estruendo de la graciosa zambra de gitanos allá en los barrios pintorescos, y las dulces y melancólicas lamentaciones de su rio, recitador de las mágicas leyendas de sus poetas.
Expuesto á que estallara mi corazon de felicidad, atravesé por calles y plazas dudando aún si pisaba la famosa ciudad de Andalucía. Risueños oleajes de oro se alzaban dentro de mi cerebro y caian en alegres rompientes sobre mi corazon; aquel sol que me alumbraba era el hermoso sol de la pátria, aquellas gentes que oia, desfiguraban graciosamente las palabras al hablarse; me hallaba, pues, entre afectuosos compatriotas, me encontraba en la hermosa region andaluza.
Acogido por la espléndida galantería de sus hijos, que constituye una de sus notas características, llegué, trás de ligero caminar, al centro donde refluye la gente como sangre al vigoroso corazon; al cristal mágico tras del cual resbalan cuadros y tipos de todos géneros, embelesando el ánimo y la mente, á la alegre y bulliciosa calle de las Sierpes, que mostraba sus lujosos establecimientos, sus casas de pequeña alzada entre las que rueda la luz como una inundacion de vida y de color, y sus cafés y círculos aristocráticos, donde la juventud esparce su afan decidor retrepada en indolentes asientos colocados sobre la acera misma de la calle, en tanto que arroja al paso á las mozuelas chistes oportunos y felices ocurrencias, requiebros amorosos y sátiras jocosas, motes apropiados á las figuras y palabras de cariño á las de más dulces semblantes.
Colocado en cómodo asiento, pude ver la encantadora cigarrera de enagua crugiente y almidonada, que hacia arrastrar con garbo sobre el suelo, de ojos maliciosos y dispuestos á encantadores guiños, y de un mar de brillantes flores en el peinado. Allí cruzó ante mis ojos, contoneando su apergaminada figura, el chalan empatillado nacido en la jitanesca Cava, con su cháchara dispuesta á rodar de los lábios, su traje de escasas medidas, y su labor, llena de paciencia, en la pechera; tambien cruzaron ante mí, pilluelos de Murillo alegres y desenfadados, con el vestido deshecho en incomprensibles trizas, el rostro cubierto de súcias pinceladas y una inteligente hoguera de chispas en los ojos; el pueblo y la galanteadora aristocracia, el cantador puesto á la sazon de moda; el extranjero que arriba á la ciudad; todo pasaba en brillante y animado desfile, en tanto que en las calles inmediatas veíanse cruzar devotos y nazarenos componiendo alguna característica procesion.
Esta fué la Sevilla que al poner el pié en su suelo pasó delante de mis ojos; todo fundíase en ella en particular y alegre conjunto; y bajo un cielo de un azul intensísimo, ya empezado á cuajarse de trémulas estrellas, lo mismo cautivaba la mente la graciosa mujer sevillana ocultando el rostro tras la calada mantilla, que llamaba la atencion el célebre torero, de paso por la capital, atravesando el artístico fondo de la calle, con su afelpado y recogido sombrero y su gruesa cadena dando mecidas á modo do columpio, mientras le seguia larga y bulliciosa turba de rapaces, encantados del abolengo y donaire de su figura...

II

despues del miserere
No sé como fué, pero ello es que me hallé en una de las capillas de la catedral, donde pronto debia dar comienzo el celebrado Miserere de Eslava.
Las luces opacas que de columna en columna tendian sus rayos hácia los altares, penetraban como espadas temblorosas á través de la cancela de la capilla, y se perdian lamiendo los muros, en las tinieblas, dejando, vagorosos reflejos en los aires.
Una série de figuras humanas, á manera de fantasmas, oia entre la sombra con religioso silencio, al lado mio, los cantos de la ceremonia, y bajo las naves del templo resbalaba una apiñada muchedumbre, levantando, al rozar los piés sobre el pavimento, un rumor parecido al crugir y restregar de la seda.
Habia ya resonado el Incipit Lamentatio de Jeremías, y aún temblaban bajo los arcos las vibraciones de las voces; el salmo salvum me fac Deus, habia igualmente espirado en aquel ambiente de religiosidad y recojimiento; tambien pasaron las lamentaciones, á cuyo final repiten los acentos Jerusalen, Jerusalen, conviértete á tu Dios, frase que rueda de uno en otro muro, en jigantesca onda sonora, que llena de armonías el templo; lanzadas por los salmistas y cantores, habian sonado despues las sagradas antífonas al principio y al final de cada salmo, y así mismo habia sido entonado por las voces el cántico de Zacarías ó benedictus; todo parecia haber dejado en el ambiente un sublime rastro de divina poesía, y todo incitaba á preparar el ánimo para el grandioso Miserere, en cuya solemne instrumentacion parece que toman parte vírgenes y ángeles; estruendo de formidables cataratas y arrullos de claros manantiales; ensordecedor estampido de tempestades terribles, y susurros de abejas y de palomas cuando vagan por las florestas y los rosales.
A punto de las nueve, cuando ya acostumbrado el oido á las voces del canto llano, mi vista volaba del órgano inmenso á la alta nave que llega hasta los cielos, el Miserere dió comienzo con toda majestad, y llegó dulcemente por los oidos al corazon, sacudiendo sus fibras de la abstraccion en que se hallaban.
Misérere mei Deus secundum magnam misericordiam tuam, resonó poco á poco en la catedral acompañado de la voz cantante que se perdia entre el estruendo de la música y el laberinto de palmeras que el arte habia sabido formar de la informe y endurecida piedra y lanzar á los cielos, doblando débilmente los arcos en el centro, con el afiligranado y suntuoso ojival florido.
Mientras corria la voz por las escalas, ya sonaba la orquesta grave y profunda, como misa de requiem que entonaran en sus criptas los severos reyes muertos; ya vibraba con las voces de las altas octavas, llenando de claridad la armonía como si cayese una inundacion de luz sobre las notas; ya entremezclaba sones graves y agudos donde á la vez parecian oirse idilios de pastores y estruendoso correr de caballos; ya, por último, quedaba la armonía suspensa de una nota, como de un hilo de oro, y moria en un afilado sonido cada vez más lejano, como cáliz de aérea flor que se cierra.
La gente entretanto, resbalaba rumorosa é inquieta por el lado de los altares y por el centro de las naves, buscando puesto donde refugiarse; entre el clamor de los violines, percibíase el silbado rumor de los pasos sobre las losas, como un chicheo dulce y misterioso de cosas que se llamaban para contarse historias y secretos.
El oscuro calado de las mantillas proyectando su sombra sobre los rostros, las rojas colgaduras suspensas de las columnas y de los muros como grandes cortinas de fuego y oro, el rutilar de los reflejos sobre la pedrería de las arañas y sobre los cristales de las lámparas, la danza de claridad y de tinieblas en los ángulos y bajo las bóvedas, la noche imponente suspensa en las alturas como fúnebre crespon tejido de alas negras, los rezos, las plegarias, el golpe dado no se sabe dónde que llena sonoramente las naves y se pierde á lo léjos como eco de un mundo desconocido, todo hacia mayor el misterio de la ceremonia, y todo contribuia á la severa magestad de la iglesia.
El segundo versículo rodó desde las alturas del coro como una imponente catarata, y la orquesta agitó sus arcos y sonó sus instrumentos lo mismo que si fuese llegada la hora del dia del juicio. No era ilusion; entre el diluvio de sonidos, se derrumbaba con terrible estrépito el inflamado Sinaí que desgajaba su corona de tempestades, en tanto que tras las últimas vibraciones atravesaba como una bandada de ángeles por los aires, agitando sus alas de oro, que tropezaban en las bruñidas lámparas de plata y en las trompetas de los órganos.
El versículo espiraba; espiraba entre una sucesion de vibraciones, cuyas notas se abrian como rosas y se plegaban como desfallecidas alas, hasta extinguirse en los débiles pliegues del aire.
Despues era entonado otro versículo, luego otro en el que parecia palpitar todo el dolor humano, y por último acabó el miserere con una altísima nota, llena y vibrante, que durante un minuto estuvo rodando por las naves imponentes.
La gente abandonó luego el recinto lenta y espaciosamente; los sacerdotes cruzaron sobre las losas en direcciones distintas, la iglesia quedó completamente desierta, y so naron las pesadas llaves en las cerraduras, cerrándose á poco las puertas gigantescas.
Las severas imágenes colocadas en sus nichos, los santos de piedra tendidos sobre los sepulcros, y las brillantes figuras pintadas en los vidrios de colores ¿qué harian en medio de aquella profunda soledad y á qué ceremonia se entregarian una vez que hubo sido cerrado el solitario templo?

III

la noche del jueves santo
Imposibl...

Índice

  1. El cielo alegre
  2. Copyright
  3. EL BAÑO DE LOS CHIQUILLOS
  4. LA SOMBRA
  5. EL CASORIO
  6. TARDE DE JUNIO
  7. LA FUENTE
  8. LA LLUVIA
  9. CUADRO CAMPESTRE
  10. LA FAENA DE NARANJAS
  11. LA CASA DE CAMPO
  12. BUSCANDO NIDOS
  13. EL PALETO DE VISITA
  14. LA PESETA Y EL SOL
  15. LA PRIMERA SALIDA
  16. LA GRANIZADA
  17. EL RIEGO EN LA HUERTA
  18. LA CAJA DE PASAS
  19. EL RECODO DEL CAMINO
  20. EL MOVIMIENTO DE LAS HOJAS
  21. EL DOCTOR CENTURIAS
  22. EL PALO DEL TELÉGRAFO
  23. EL MONTON DÉ BASURA
  24. LA TRILLA
  25. PAISAJE DE SETIEMBRE
  26. SEMANA SANTA EN SEVILLA
  27. Sobre El cielo alegre