B. B. y G. G., la ciencia en escena
Jean Marc Lévy-Leblond
¿Dónde están Brecht y su sed de ciencia?
Su curiosidad lo ha llevado a la perdición.
Bertolt Brecht, Poèmes, tomo 3 (1965)
C, M y P acaban de asistir a una representación de La vida de Galileo, de Bertolt Brecht. Los interlocutores de este diálogo, que no es totalmente imaginario, habían leído, además de la obra de Brecht, la “Lecture de Galilée” de Bernard Dort (en Les Voies de la création théâtrale, cnrs, 1972); ciertos fragmentos del libro de E. Schumacher, Bertolt Brechts “Leben des Galilei” (Henschel Verlag, 1965); la crítica de M. Cournot de una representación de La vida de Galileo en Le Monde del 29 de noviembre de 1973; así como Pour la science, de J. Metzger (Éditions Sociales, 1974) y (Auto)critique de la science, textos compilados por A. Jaubert y J. M. Lévy-Leblond (Seuil, 1973). Bernard Dort muy amablemente me prestó varios documentos y J. B. Grasset amistosamente me tradujo varios textos del alemán.
Como este diálogo se remonta a los años setenta, los interlocutores no habían tenido oportunidad de asistir a la magistral e insuperable puesta en escena de la obra de Antoine Vitez en el teatro de la Comédie Française en 1990. Por fortuna, hay una hermosa grabación de Hugo Santiago disponible en dvd (ina, 2017).
C: ¡Esta obra está muy sobrevalorada! Brecht no se encontraba en su mejor forma cuando la escribió. Sobresimplificó un tema hermoso, conservando únicamente la imagen estereotipada del descubridor en conflicto con sacerdotes interesados sobre todo en mantener el orden establecido. Y eso que, en 1938, cuando escribió la primera versión de su obra, podría haberse procurado, si hubiera querido, una documentación suficiente para convencerse de que el tema era menos simple.
M: No se precipite, C, el problema me parece más grave de lo que usted cree, tanto para Brecht como para nosotros. Si La vida de Galileo es resultado de una falta de condición física, esta falta duró de 1938 a 1955, fecha de la tercera versión de la obra, que es la que acabamos de ver. Ninguna otra obra de Brecht sufrió tantas modificaciones. En cuanto a la documentación, Brecht no era ningún novato en materia de historia de las ciencias, ni de ciencia a secas. Como usted sabe, hizo estudios científicos en algún momento de su juventud. Su interés por la ciencia y los científicos se mantuvo constante y se aprecia a lo largo de toda su obra: cita a Copérnico desde su obra de juventud Un hombre es un hombre, así como en un poema; dedica cuentos a Giordano Bruno y a Francis Bacon (en sus Historias de almanaque). Visita personalmente a los científicos de su época: en 1930 asiste a una conferencia de Einstein, en 1938 consulta, precisamente acerca de Galileo, al físico Möller. En su exilio en California, Brecht va a las conferencias del filósofo Reichenbach sobre el determinismo y la teoría cuántica, y lee tratados de historia de la ciencia. Más aún, en 1955, en Varsovia, irá a discutir con Leopold Infeld, especialista en relatividad y excolaborador de Einstein. De hecho, en Me-Ti hay cantidad de reflexiones sobre la ciencia moderna, entre ellas ciertas observaciones epistemológicas muy pertinentes. Y no olvide que uno de los interlocutores de los Diálogos de fugitivos es físico, igual que uno de los personajes principales de Los días de la Comuna, ¡cuyo otro protagonista se llama Langevin! Como puede usted ver, para Brecht la ciencia no es ninguna preocupación secundaria ni esporádica.
P: Sea como sea, la intención de Brecht no era hacer de historiador de las ciencias y su Galileo tiene evidentemente algo de Niels Bohr y de Einstein. La bomba de Hiroshima estalló en 1945 mientras Brecht, en California, preparaba con Charles Laughton la segunda versión de la obra. Sus Notas sobre un papel y su Diario de trabajo revelan el impacto del acontecimiento. En cuanto a la tercera versión, la escribió hacia el final de la Guerra Fría, al poco tiempo del juicio de Oppenheimer, cuando estaba dedicando mucho esfuerzo militante a defender la paz. Por tanto esta obra hay que entenderla también como un llamado a los científicos a luchar por las fuerzas de la paz, contra la desviación para fines destructivos de las prodigiosas fuerzas que ha liberado la ciencia. Al negarse a escribir sus libros en latín, el lenguaje privado de los académicos, al expresarse en italiano, la lengua de los obreros del Arsenal de Venecia y de las pescaderas, Galileo pretende conectarlos con las conquistas de la ciencia. Anticipa así, para Brecht, el necesario compromiso del intelectual con las masas populares.
C: ¿Galileo, sabio progresista? Pero ¿puede hoy pensarse razonablemente que la ciencia haya sido “desviada” de una vocación intrínsecamente benéfica y pacífica contra la voluntad de los científicos? ¿No es verdad que entregaron por voluntad propia sus descubrimientos al poder político, o por lo menos que no trataron de impedir su apropiación, como lo muestra con elocuencia la historia de la energía nuclear? A fin de cuentas, en el siglo xvii la Iglesia le llevaba la delantera a Galileo. Los responsables romanos no veían sin preocupación manifestarse los primeros síntomas de un mundo en el que el cálculo, la precisión y las ecuaciones sustituían a la presencia humana, a la aproximación, a la meditación. Ahora bien, si Copérnico y Kepler frenaban un poco sus impulsos científicos, Galileo en cambio los anunciaba con bombo y platillo, a veces ciegamente. El cardenal Bellarmino, por su parte, no estaba seguro de que las razones de la ciencia tendrían eternamente razón ni de que las esencias matemáticas, por más que se expresaran en italiano, fueran a hacer felices a los hombres. Roma tenía razón al aconsejarle a Galileo examinar críticamente las consecuencias de la actitud cientificista en cuanto los cálculos se referían a la vida corriente. Ahí es donde Brecht dejó pasar la oportunidad de escribir una gran obra.
P: Al contrario, querido C, y lo que usted dice sólo refuerza mi admiración por Brecht, que ya desde entonces había anticipado al parecer los ataques que hoy se lanzan a diestra y siniestra contra la ciencia y la tecnología, acusadas de todos los males que aquejan a la humanidad. Da gusto oír ensalsar “los nuevos tiempos de la razón” en oposición al nuevo oscurantismo e irracionalidad que hoy propaga la propia burguesía. Y es que el avance de la ciencia, si alguna vez estuvo al servicio del capitalismo, hoy topa de lleno con la ley de la máxima ganancia. La batalla de Galileo vuelve a ser de actualidad, y Brecht nos lo recuerda con la mayor fuerza.
M: Pero dígame, C, ¿le parece que porque Juana de Arco no era virgen haya que darles la razón a los ingleses y al obispo Cauchon? Y usted, P, ¿va a defender su virginidad para justificar su patriotismo? Parece que los dos concuerdan por lo menos en que, para Brecht, Galileo es un héroe enteramente positivo. Sin duda así es como nos lo presentó el espectáculo que acabamos de ver, y así también como lo entendió el público —ya oyeron los vítores entusiastas que lanzaba un grupo de jóvenes al terminar la función. Pero si la primera versión de la obra, escrita a fines de los años treinta, recién exiliado Brecht, era en efecto una defensa y una ilustración de Galileo, las subsiguientes serán cada vez más críticas. Brecht, en las Notas sobre un papel, escritas en ocasión de su colaboración con Laughton, a quien había invitado a representar a Galileo en la segunda versión, la de Nueva York de 1944, no encuentra palabras lo bastante duras para Galileo tras su abjuración: lo acusa de renegar, de postrarse, de envilecerse, lo llama “personaje dañino”, “traidor”, “agente provocador”. Hay que tomarse en serio la gran autocrítica final de Galileo.
C: Pero ¿cree usted que sea casualidad que La vida de Galileo con tanta frecuencia se entienda y se monte mal, y que pese a lo que dice, se interprete como una hagiografía? El propio Brecht dijo muchas veces no estar plenamente satisfecho con esta obra. Pensaba que no se ajustaba a su...