Rostros en el agua
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Rostros en el agua

  1. 312 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Rostros en el agua

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Información del libro

La joven Istina Movet está ingresada en un hospital mental. Poco importa lo que haya hecho para llegar ahí, porque, una vez dentro, ya no se la considera una persona; ahora es un ser sin derechos ni dignidad; se convierte en un número sometido a la estricta jerarquía del centro en la que los doctores son dioses indiferentes, y las enfermeras, sus despiadados brazos ejecutores. La que había sido una mujer ahora es un ser aislado, desamparado ante el delirio y el maltrato, siempre bajo la amenaza de ser sometida a la temida tortura del electroshock y a la solución final de la lobotomía cerebral.Janet Frame empezó a escribir Rostros en el agua (1961) por sugerencia de su psiquiatra como unas memorias de su traumático paso por varios manicomios de Nueva Zelanda, pero pronto la historia se le fue de las manos, se desbordó y, navegando en la ficción, se convirtió en el clásico inolvidable que es hoy, y ella, en la más importante escritora neozelandesa.

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Información

Año
2022
ISBN
9789992076217
Edición
1
Categoría
Literatura
LA AUTORA



Janet Frame nació en 1924 en Dunedin (Nueva Zelanda); fue la tercera hija de una familia humilde de origen escocés. Su padre trabajaba en los ferrocarriles y su madre era sirvienta de la familia de la escritora Katherine Mansfield. En 1943, empezó a formarse como profesora, pero su intento de suicidio marcó el principio de su peregrinaje por diferentes centros psiquiátricos: los hospitales de Dunedin, Seacliff, Avondale, Sunnyside… Estos nombres luminosos escondían una realidad muy dura que Frame utilizó más adelante en sus obras. Le diagnosticaron esquizofrenia y la trataron con insulina y terapia electroconvulsiva. Cuando era paciente en Seacliff escribió su primer libro, The Lagoon and Other Stories (1951), que obtuvo un éxito inmediato y ganó el prestigioso Hubert Church Memorial Award. Seguramente, para la escritora, el mayor logro de esta obra fue que provocó la cancelación de la lobotomía cerebral que ya le habían programado. Sin dejar de luchar contra la depresión y la ansiedad se estableció en Londres —viajó con frecuencia a Ibiza y Andorra—, se cambió el nombre a Nene Janet Paterson Clutha para que fuera más difícil localizarla y, sobre todo, escribió. Empezó a hacer terapia con el psiquiatra Robert Hugh Cawley, quien la animó a seguir escribiendo. A él le dedicó siete novelas, entre las que cabe destacar la que se considera su obra maestra, rostros en el agua (1961). Frame murió de leucemia en 2004; tenía setenta y nueve años.
LA TRADUCTORA







Patricia Antón de Vez se dedica en exclusiva a la traducción literaria desde hace más de veinticinco años. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, llegó a la traducción desde la corrección de estilo. Ha vertido al castellano multitud de títulos de narrativa y ensayo, pero también de literatura infantil y juvenil o artículos para prensa. Entre los muchos autores que ha traducido cabe destacar a Kate Atkinson, Khaled Hosseini, Mark Haddon, Joyce Carol Oates, John Cheever, Louise Penny, Claire Messud, Nancy y Jessica Mitford, Chris Stewart, Howard Fast, Damon Galgut, Margaret Atwood, Stephen King o William Trevor. Melómana confesa, siempre ha creído que para traducir hay que tener oído y musicalidad, porque al fin y al cabo el traductor, como el músico, se dedica a interpretar una partitura ajena. También ha creído siempre que la traducción literaria es un oficio precioso que requiere grandes dosis de tesón y de pasión.
ROSTROS EN EL AGUA
Primera edición: febrero de 2022
Título original: Faces in the water
© Janet Frame, 1961
© de la traducción: Patricia Antón
© de la fotografia: Reg Graham
© de la nota del editor: Jan Arimany
© de esta edición:
Trotalibros Editorial
C/ Ciutat de Consuegra 10, 3.º 3.ª
AD500 Andorra la Vella, Andorra
www.trotalibros.com
ISBN: 978-99920-76-21-7
Depósito legal: AND.376-2021
Maquetación y diseño interior: Klapp
Corrección: Raúl Alonso Alemany y Marisa Muñoz
Diseño de la colección y cubierta: Klapp
Impresión y encuadernación: Liberdúplex
Bajo las sanciones establecidas por las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
JANET FRAME
ROSTROS EN EL AGUA
TRADUCCIÓN DE
PATRICIA ANTÓN
PITEAS · 9
Para R. H. C.
Aunque este libro se ha escrito en forma de documental, se trata de una obra de ficción. Ninguno de sus personajes, incluido el de Istina Mavet, representa a una persona de carne y hueso.
Janet Frame, 1961
PRIMERA PARTE
CLIFFHAVEN
1






Nos han dicho que debemos lealtad a la Seguridad, que es nuestra Cruz Roja y nos proporcionará pomada y vendas para las heridas y nos extraerá las ideas ajenas las cuentas de cristal de la fantasía las horquillas retorcidas de la insensatez que llevamos incrustadas en la mente. En todas las puertas de entrada y salida al mundo han fijado carteles con avisos y listas de medidas de precaución que deben tomarse ante una emergencia extrema. Rayos, aislamiento en las nieves de la Antártida, mordeduras de serpiente, motines, terremotos. Nunca duermas en la nieve. Esconde las tijeras. Desconfía de los extraños. Si te pierdes en un país extranjero, guíate por el sol para saber la hora y por los riachuelos que fluyen hacia el mar para conocer tu posición. Si te estás ahogando y te rescatan, no opongas resistencia. Succiona el veneno de serpiente de la herida. Cuando la tierra se abra y las chimeneas se vengan abajo, sal corriendo a cielo abierto. Pero no nos han proporcionado consigna alguna para el día de la perdición definitiva, cuando «quienes miran desde las ventanas quedarán en tinieblas». Las calles están abarrotadas de gente presa del pánico, que mira a derecha e izquierda, que oculta las tijeras, que succiona el veneno de una herida que no logra encontrar, que calcula la hora por la posición del sol en el cielo cuando el propio sol se ha fundido y se desliza en hilillos de los arrecifes de tinieblas hacia los cauces de mares evaporados.
Hasta ese día, ¿cómo vamos a encontrar el camino cuando dormimos y soñamos, y cómo vamos a protegernos de la peligrosa realidad que nos ofrecen, del rayo las serpientes el tráfico, de gérmenes motines terremotos ventiscas mugre, cuando los piojos recorren nuestras mentes como sigilosos arcanos? Rápido, ¿dónde está el dios de la Cruz Roja con la pomada y la escayola, la aguja y el hilo y los vendajes limpios con los que momificar nuestros sueños purulentos? La Seguridad es lo primero.
Escribiré sobre aquella temporada de peligros. Me encerraron en un hospital porque se había abierto un gran abismo en el témpano de hielo entre yo misma y los demás, a quienes observaba alejarse, junto con su mundo, a través de un mar de color violeta donde los tiburones martillo nadaban con tropical soltura junto a focas y osos polares. Yo estaba sola en el hielo. Llegó una ventisca y me sentí entumecida, y quise tumbarme y dormir, y eso habría hecho de no haber aparecido los extraños con tijeras y bolsas de tela llenas de piojos y frascos de veneno con etiqueta roja, y otros peligros en los que no había reparado antes —espejos, abrigos, pasillos, muebles, metros cuadrados, tramos de silencio cerrados a cal y canto—, simples y abigarrados, muestras gratuitas de voces. Y los extraños, sin pronunciar palabra, levantaron tiendas de lona circulares y acamparon conmigo y me rodearon con su mercancía peligrosa.
Pero me apetecía comer chocolatinas rellenas de caramelo porque me sentía sola. Me compré doce barritas por seis peniques. Me senté en el cementerio entre los crisantemos, que se arracimaban en el agua parduzca de unos botes de mermelada bañados en cieno. Anduve de aquí para allá por la ciudad en penumbra, siguiendo los relucientes raíles del tranvía, que reflejaban y hendían el resplandor de las farolas, y los vagones arrojaban chispas repentinas sobre mi cabeza y me producían la sensación, con esa luz irisada que rociaban, de estar mirando a través de las lágrimas. Pero los escaparates de las tiendas me hablaban, y también la lluvia con sus regueros por dentro del ventanal de la pescadería, y el musgo y los helechos limpios en el interior de la floristería, y los trajes de chaqueta lacios y sin gracia, y los abrigos pasados de moda que pendían de viejos maniquíes de escayola en las tiendas más baratas, que no podían permitirse iluminar los escaparates y apilaban el género sin orden ni concierto y lo exhibían con grandes letreros pintados de rojo. Todos me hablaban. Me decían: Cuidado con las rebajas. Cuidado con las gangas. Cuidado con el tráfico y los gérmenes: si te encuentras un pañuelo, sujétalo entre las yemas del índice y el pulgar hasta que alguien lo reclame. Para un catarro, inhala vapores de tintura expectorante. No te sientes en la taza de un váter público. Peligro. Cables de alta tensión en lo alto.
Yo aún tenía que aprender a ser civilizada; canjeaba mi seguridad por las cuentas de cristal de la fantasía.
Era maestra. El director del colegio me seguía hasta mi casa, y di...

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  1. LA AUTORA