Las fuerzas morales
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Las fuerzas morales

José Ingenieros

  1. 100 páginas
  2. Spanish
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Las fuerzas morales

José Ingenieros

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Índice
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Información del libro

Los sermones laicos reunidos en el presente volumen fueron publicados en revistas estudiantiles y universitarias entre 1918 y 1923, quinquenio generador de un nuevo espíritu en nuestra América Latina.Este libro completa la visión panorámica de una Ética Funcional. El hombre mediocre es una crítica de la moralidad; hacia una moral sin dogmas, una teoría de la moralidad; las fuerzas morales, una deontología de la moralidad. Prevalece en todo el concepto de un idealismo ético, en función de la experiencia social, inconfundible con los capciosos idealismos de la vieja metafísica.Cada generación renueva sus ideales. Si este libro pudiera estimular a los jóvenes a descubrir los propios, quedarían satisfechos los anhelos del autor, que siempre estuvo en la vanguardia de la suya y espera tener la dicha de morir antes de envejecer.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN
9788498974935

Capítulo 1. Se transmutan sin cesar en la humanidad

En el perpetuo fluir del universo nada es y todo deviene, como anunció el oscuro Heráclito efesio. Al par de lo cósmico, lo humano vive en eterno movimiento; la experiencia social es incesante renovación de conceptos, normas y valores. Las fuerzas morales son plásticas, proteiformes, como las costumbres y las instituciones. No son tangibles ni mensurables, pero la humanidad siente su empuje. Imantan los corazones y fecundan los ingenios. Dan elocuencia al apóstol cuando predica su credo, aunque pocos le escuchen y ninguno le siga; dan heroísmo al mártir cuando afirma su fe, aunque le hostilicen escribas y fariseos. Sostienen al filósofo que medita largas noches insomnes, al poeta que canta un dolor o alienta una esperanza, al sabio que enciende una chispa en su crisol, al utopista que persigue una perfección ilusoria. Seducen al que logra escuchar su canto sirenio; confunden al que pretende en vano desoírlo. Son tribunal supremo que transmite al porvenir lo mejor del presente, lo que embellece y dignifica la vida. Todo rango es transitorio sin su sanción inapelable. Su imperio es superior a la coacción y la violencia. Las temen los poderosos y hacen temblar a los tiranos. Su heraclia firmeza vence, pronto o tarde, a la Injusticia, hidra generadora de la inmoralidad social.

El hombre que atesora esas fuerzas adquiere valor moral, recto sentimiento del deber que condiciona su dignidad. Piensa como debe, dice como siente, obra como quiere. No persigue recompensas ni le arredran desventuras. Recibe con serenidad el contraste y con prudencia la victoria. Acepta las responsabilidades de sus propios yerros y rehusa su complicidad a los errores ajenos. Solo el valor moral puede sostener a los que impenden la vida por su arte o por su doctrina, ascendiendo al heroísmo. Nada se les parece menos que la temeridad ocasional del matamoros o del pretoriano, que afrontan riesgos estériles por vanidad o por mesada. Una hora de bravura episódica no equivale al valor de Sócrates, de Cristo, de Spinoza, constante convergencia de pensamiento y de acción, pulcritud de condena frente a las insanas supersticiones del pasado.
Las fuerzas morales no son virtudes de catálogo, sino moralidad viva. El perfeccionamiento de la ética no consiste en reglosar categorías tradicionales. Nacen, viven y mueren, en función de las sociedades; difieren en el Rig Veda y en la Ilíada, en la Biblia y en el Corán, en el Romancero y en la Enciclopedia. Las corrientes en los catecismos usuales poseen el encanto de una abstracta vaguedad, que permite acomodarlas a los más opuestos intereses. Son viejas, multiseculares; están ya apergaminadas. Las cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Templanza, Coraje y Justicia, eran ya para los socráticos formas diversas de una misma virtud: la Sabiduría. Las conservó Platón, pero supo idealizar la virtud en un concepto de armonía universal. Aristóteles, en cambio, las descendió a ras de tierra, definiendo la virtud como el hábito de atenerse al justo medio y de evitar en todo los extremos. De esta noción no se apartó Tomás de Aquino, que a las cardinales del estagirita agregó las teologales, sin evitar que sus continuadores las complicaran. Estáticas, absolutas, invariables, son frías escorias dejadas por la fervorosa moralidad de culturas pretéritas, reglas anfibológicas que de tiempo en tiempo resucitan nuevos retóricos de añejas teologías.
Poner la virtud en el justo medio fue negarle toda función en el desenvolvimiento moral de la humanidad; punto de equilibrio entre fuerzas contrarias que se anulan, la virtud resultó, apenas, una prudente transacción entre las perfecciones y los vicios.
La concepción dinámica del universo relega a las vitrinas de museo esas momias éticas, inútiles ya para el devenir de la moralidad en la historia humana. Solo merecen el nombre de Virtudes las fuerzas que obran en tensión activa hacia la perfección, funcionales, generadoras. En su vidente libro de juventud escribió Renán: El gran progreso de la reflexión moderna ha sido sustituir la categoría del devenir a la categoría del ser, la concepción de lo relativo a la concepción de lo absoluto, el movimiento a la inmovilidad. Pocas sentencias son más justas que la del sutil maestro de idealismo.
Para la joven generación de nuestro tiempo es esencial conocer las fuerzas morales que obran en las sociedades contemporáneas: virtudes para la vida social, que no descansan bajo ninguna cúpula. Más que enseñarlas o difundirlas, conviene despertarlas en la juventud que virtualmente las posee. Si la catequesis favorece la perpetuación del pasado, la mayéutica es propicia al florecimiento del porvenir.
Dichosos los pueblos de la América Latina si los jóvenes de la Nueva Generación descubren en sí mismos las fuerzas morales necesarias para la magna Obra: desenvolver la justicia social en la nacionalidad continental.

Capítulo 2. Juventud, entusiasmo, energía

I. De la juventud

2. Jóvenes son los que no tienen complicidad con el pasado. Atenea inspira su imaginación, da pujanza a sus brazos, pone fuego en sus corazones. La serena confianza en un Ideal convierte su palabra en sentencia y su deseo en imperio. Cuando saben querer, se allanan a su voluntad las cumbres más vetustas. Savia renovadora de los pueblos, ignoran la esclavitud de la rutina y no soportan la coyunda de la tradición. Solo sus ojos pueden mirar hacia el amanecer, sin remordimiento. Es privilegio de sus manos esparcir semillas fecundas en surcos vírgenes, como si la historia comenzara en el preciso momento en que forjan sus ensueños.

Cada vez que una generación envejece y reemplaza su ideario por bastardos apetitos, la vida pública se abisma en la inmoralidad y en la violencia. En esa hora deben los jóvenes empuñar la Antorcha y pronunciar el Verbo: es su misión renovar el mundo moral y en ellos ponen su esperanza los pueblos que anhelan ensanchar los cimientos de la justicia. Libres de dogmatismos, pensando en una humanidad mejor, pueden aumentar la parte de felicidad común y disminuir el lote de comunes sufrimientos.
Es ventura sin par la de ser jóvenes en momentos que serán memorables en la historia. Las grandes crisis ofrecen oportunidades múltiples a la generación incontaminada, pues inician en la humanidad una fervorosa reforma ética, ideológica e institucional. Una nueva conciencia histórica deviene en el mundo y transmuta los valores tradicionales de la Justicia, el Derecho y la Cultura. Intérpretes de ella, los que entran en la vida siembran fuerzas morales generadoras del porvenir, desafiando el recrudecer de las resistencias inmorales que apuntalan el pasado.
Los jóvenes cuyos ideales expresan inteligentemente el devenir constituyen una Nueva Generación, que es tal por su espíritu, no por sus años. Basta una sola, pensadora y actuante, para dar a su pueblo personalidad en el mundo. La justa previsión de un destino común permite unificar el esfuerzo e infundir en la vida social normas superiores de solidaridad. El siglo está cansado de inválidos y de sombras, de enfermos y de viejos. No quiere seguir creyendo en las virtudes de un pasado que hundió al mundo en la maldad y en la sangre. Todo lo espera de una juventud entusiasta y viril.

3. La juventud es levadura moral de los pueblos. Cada generación anuncia una aurora nueva, la arranca de la sombra, la enciende en su anhelar inquieto. Si mira alto y lejos, es fuerza creadora. Aunque no alcance a cosechar los frutos de su siembra, tiene segura recompensa en la sanción de la posteridad. La antorcha lucífera no se apaga nunca, cambia de manos. Cada generación abre las alas donde las ha cerrado la anterior, para volar más lejos, siempre más. Cuando una generación las cierra en el presente, no es juventud: sufre de senilidad precoz. Cuando vuela hacia el pasado, está agonizando; peor, ha nacido muerta.

Los hombres que no han tenido juventud piensan en el pasado y viven en el presente, persiguiendo las satisfacciones inmediatas que son el premio de la domesticidad. Débiles por pereza o miedosos por ignorancia, medran con paciencia pero sin alegría. Tristes, resignados, escépticos, acatan como una fatalidad el mal que los rodea, aprovechándolo si pueden. De seres sin ideales ninguna grandeza esperan los pueblos.
La juventud aduna el entusiasmo por el estudio y la energía para la acción, que se funden en el gozo de vivir. El joven que piensa y trabaja es optimista; acera su corazón a la vez que eleva su entendimiento. No conoce el odio ni le atormenta la envidia. Cosecha las flores de su jardín y admira las del ajeno. Se siente dichoso entre la dicha de los demás. Ríe, canta, juega, ama, sabiendo que el hado es siempre propicio a quien confía en sus propias virtudes generadoras.
La juventud es prometeana cuando asocia el ingenio y la voluntad, el saber y la potencia, la inspiración de Apolo y el heroísmo de Hércules. Un brazo vale cien brazos cuando lo mueve un cerebro ilustrado; un cerebro vale cien cerebros cuando lo sostiene un brazo firme. Descifrar los secretos de la Naturaleza, en las cosas que la constituyen, equivale a multiplicarse para vivir entre ellas, gozando sus bellezas, comprendiendo sus armonías, dominando sus fuerzas.

4. Los jóvenes tocan a rebato en toda generación. No necesitan programas que marquen un término, sino ideales que señalen el camino. La meta importa menos que el rumbo. Quien pone bien la proa no necesita saber hasta dónde va, sino hacia dónde. Los pueblos, como los hombres, navegan sin llegar nunca; cuando cierran el velamen, es la quietud, la muerte. Los senderos de perfección no tienen fin. Belleza, Verdad, Justicia, quien sienta avidez de perseguirlas no se detenga ante fórmulas reputadas intangibles. En todo arte, en toda doctrina, en todo código, existen gérmenes que son evidentes anticipaciones, posibilidades de infinitos perfeccionamientos. Frente a los viejos que recitan credos retrospectivos, entonan los jóvenes himnos constructivos. Es de pueblos exhaustos contemplar el ayer en vez de preparar el mañana.

Dos grandes ritmos sobresaltan en la hora actual a los pueblos. Anhelan realizar en la sociedad la armonía justa de los que trabajan por su grandeza extendiendo a todos los hombres el calor de la solidaridad; desean que las nacionalidades venideras sean algo más que fortuitas divisiones políticas, corroídas por la voracidad de facciones enemigas. Toda la historia contemporánea converge a predecir el acrecentamiento de la justicia social y la agrupación de los débiles Estados afines en comuniones poderosas. Una ilustrada mi...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. Advertencia del autor
  4. Capítulo 1. Se transmutan sin cesar en la humanidad
  5. Capítulo 2. Juventud, entusiasmo, energía
  6. Capítulo 3. Voluntad, iniciativa, trabajo
  7. Capítulo 4. Simpatía, justicia, solidaridad
  8. Capítulo 5. Inquietud, rebeldía, perfección
  9. Capítulo 6. Firmeza, dignidad, deber
  10. Capítulo 7. Mérito, tiempo, estilo
  11. Capítulo 8. Bondad, moral, religión
  12. Capítulo 9. Verdad, ciencia, ideal
  13. Capítulo 10. Educación, escuela, maestro
  14. Capítulo 11. Historia, progreso, porvenir
  15. Capítulo 12. Terruño, nación, humanidad
  16. Libros a la carta