Los piratas de América
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Los piratas de América

Alexander Exquemelin, Alonso Buena de Maison

  1. 172 páginas
  2. Spanish
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Los piratas de América

Alexander Exquemelin, Alonso Buena de Maison

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Piratas de América, también traducida como Los bucaneros de América, es la crónica apasionante, narrada en primera persona, de un actor presencial de las aventuras de los piratas del siglo XVII.La obra se publicó en Ámsterdam en 1678, y se tradujo al español por Alonso de Buena-Maison, amigo del autor, en 1681.Se considera comoun relato verídico de las más destacadas actividades piráticas cometidas en la época en las costas de las Indias Occidentales por los Bucaneros o Filibusteros de Jamaica y la Tortuga.En 1666Alexandre Exquemelin, el autor de Piratas de América, partió hacia América desde el puerto de El Havre. Zarpó en la nave San Juan, de la Compañía Francesa de las Indias Occidentales.El barco cayó en manos de los piratas y Exquemelin fue vendido como esclavo en la isla Tortuga. Durante su cautiverio aprendió de su amo el oficio de cirujano, y adoptó la Ley de la Costa, siendo pirata. Así sirvió a las órdenes de piratas tan insignes como François l'Olonnais, Morgan o Bertrand d'Oregon. Vivió victorias inconfesables hasta el fallido desembarco en la costa occidental de Puerto Rico, en 1674.Participó asimismo en asedios a las plazas de tierra firme: - combatió en los dos asaltos a Maracaibo.- Estuvo en las dos tomas de la isla de Santa Catalina- y en la toma y desvastación de Panamá.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN
9788498974966
Categoría
Literature
Segunda parte. Que contiene los orígenes de los más famosos piratas, Francisco Lolonois y Juan Morgan, como también de sus principales piraterías y latrocinios, que han cometido en América contra la nación española. Relatándose las vidas y acciones de otros que han estado en aquellas partes con la misma calidad
Capítulo I. Origen de Francisco Lolonois y principio de sus insultos
Francisco Lolonois, natural del territorio llamado Les Sables de Olone o Arenas de Olona, en el reino de Francia, fue en su juventud transportado a las islas Caribes en calidad de esclavo (según las costumbres de Francia, de que ya hablé en la primera parte), el cual, habiendo acabado el término de su esclavitud, vino a la isla Española, donde se metió entre los cazadores por algún tiempo antes que se diese a las piraterías contra los españoles, de que al presente hará relación hasta su desastrada muerte.
Hizo dos o tres viajes en calidad de marinero, en las cuales se mostró valiente en sus hechos, con que avanzó en la buena gracia del gobernador de Tortuga, llamado Monsieur de la Place; de tal suerte que le dio un navío haciéndole capitán de él para que fuese a buscar su fortuna. Favorecióle su suerte en poco tiempo, pues en él adquirió mucha riqueza usando de tales crueldades con los españoles, que ellas hicieron correr su opinión por todas las Indias; por cuya razón, cuando los españoles se hallaban en la mar, peleaban hasta morir, estando cierto que rindiéndose no les concedería cuartel pequeño ni grande. Después que la fortuna le fue largo tiempo propicia le volvió las espaldas, sucediendo que una grande borrasca le hizo perder el navío en las costas de Campeche. Saltaron todos en tierra, donde los españoles, percibiéndoles, mataron la mayor parte y al capitán hirieron. No sabiendo por dónde podría escaparse forjó cierto engaño muy sutilmente; y fue que cogiendo algunos puñados de arena los mezcló con sangre de las heridas y se refregó la cara y otras partes de su cuerpo, metiéndose con destreza entre los muertos, hasta que los españoles hubieron partido de aquel lugar.
Retiróse después a los bosques, donde ligó sus llagas lo mejor que pudo, de las cuales hallándose mejor, se fue hacia la ciudad de Campeche disfrazado totalmente en vestidos españoles; habló allí con algunos esclavos, a los cuales prometió de hacer francos en caso que quisiesen obedecer y fiarse en él. Aceptaron sus promesas y robando de noche una canoa de uno de sus amos, se fueron a la mar con el pirata. Los españoles tenían entretanto algunos de sus camaradas en prisión y preguntaron: ¿Dónde está vuestro capitán? A lo que respondieron Era muerto; con cuya nueva los españoles hicieron muchos festejos entre sí, encendiendo luminarias y no constándoles lo contrario, dieron gracias a Dios por haberlos liberado de un tan maldito pirata. Entretanto Lolonois se dio prisa con los esclavos para escapar y vinieron a Tortuga, que es la plaza del refugio de toda suerte de maldades y seminario de tal especie de ladrones. Aunque allí estaba en mala fortuna, no dejó de buscar otro navío que, sutilmente y con engaños, obtuvo con veintiún personas, que bien proveídos de armas y demás cosas necesarias, se fue hacia la isla de Cuba, de la parte septentrional, donde hay una pequeña villa que llama de los Cayos, en la cual se hace grande negocio en tabaco, azúcar y pieles; eso todo con barcas, no pudiéndose servir los moradores de navíos por la poca profundidad de aquella mar.
Bien creía Lolonois coger allí algo, mas por dicha de algunos pescadores que le vieron y con ayuda de Dios, se escaparon de sus tiránicas manos, fueron por tierra a La Habana y se lamentaron al gobernador diciendo que el pirata Lolonois había llegado con dos canoas para arruinarlos. Lo cual oído por el gobernador, le era duro el creerlo, pues le habían escrito de Campeche era muerto. No obstante, por las instancias y ruegos de los impetrantes, envió un navío con diez piezas de artillería y noventa personas bien armadas con orden expresa de no volver sin haber aniquilado a dichos piratas; para cuyo efecto les dio un negro, que sirviese de verdugo, que ahorcase cuantos cogieran de dichos corsarios, excepto el capitán Lolonois, que llevarían vivo a La Habana. Llegó este navío a la villa de los Cayos, de lo cual los piratas estaban ya advertidos, y en lugar de huirse, le buscaron en la ribera Estera, donde estaba ancorado. Forzaron los piratas a algunos pescadores de noche para que les mostrasen la entrada del puerto con esperanza de obtener bien presto un mayor bajel que sus dos canoas, y con él hacer mejor fortuna. Vinieron después de las dos horas de la noche cerca del navío de guerra y la centinela dijo: ¿De dónde vienen? y si no habían visto piratas. Hicieron responder a un prisionero que no habían visto piratas ni otra cosa alguna, lo cual los hizo creer se habían retirado sabiendo su llegada.
Experimentaron bien prestro lo contrario, porque al alba los piratas comenzaron a combatirlos con sus dos canoas de una y otra parte con tal ímpetu que, aunque los españoles hicieron su deber defendiéndose cuanto pudieron y tirándoles también algunas piezas de artillería, los rindieron con la espada en la mano, obligándolos a huir a las partes inferiores del navío. Lolonois los mandó venir uno a uno arriba y los iba así haciendo cortar la cabeza. Habiendo de este modo muerto una parte, salió el negro (graduado de verdugo por el gobernador de Habana) gritando y rogando que no lo matasen, que él era el capitán de aquel navío y le diría francamente a Lolonois cuanto gustase; hízole confesar cuanto quiso, mas por eso no dejó de [continuar de] matarle con el resto, a la reserva de uno que sirvió de correo al gobernador de la parte de Lolonois a quien escribió las siguientes razones: No daré jamás algún cuartel a español; tengo firme esperanza de ejecutar en vuestra persona lo mismo que en los que aquí enviasteis con el navío, con el cual os figurabais hacerlo conmigo, y mis compañeros. Turbóse el gobernador oyendo tan tristes, cuanto insolentes nuevas, jurando no acordaría la vida a ningún pirata que cayese entre sus manos; pero los ciudadanos le rogaron, de no querer proponer tanto rigor, pues los piratas podían hacer lo mismo, teniendo cien veces más la ocasión que él; y que siéndoles necesario ganar la vida a la pesca, estarían siempre era peligro de perderla. Con estas razones se templó un poco la cólera del gobernador y no pasó adelante con su juramentada proposición.
Tenía ya Lolonois un buen navío, mas muy pocas vituallas y gente dentro por lo cual buscó lo uno y lo otro, y se fue a sus acostumbrados caminos, cruzando de una a otra parte. Viendo que barloventeando no podía hacer nada, determinó ir al puerto de Maracaibo, donde tomó un navío con mucha plata y mercadurías que tenía dentro, el cual iba a comprar cacao; viniéndose con estas presas a Tortuga con grande alborozo, no siendo menor el de sus habitantes por el feliz suceso de Lolonois y sus particulares intereses. No quedó largo tiempo allí, pues armando una flota (siéndole necesaria una fuerza de quinientos hombres), resolvió de ir a las tierras españolas para saquear las ciudades, villas y lugares, y finalmente tomar Maracaibo, teniendo consigo gente muy resuelta y propia a estas empresas; principalmente estando en su servicio prisioneros que sabían exactamente todos los caminos y lugares para sus designios.
Capítulo II. Lolonois arma una flota para echar gente en tierra en las islas españolas de la América, con intento de saquearlas, abrasarlas y despojarlas de todo bien
Hizo advertir Lolonois su designio a todos los piratas que por entonces estaban en la mar; con que en poco tiempo tuvo más de cuatrocientos hombres. Además de esto había otro pirata en la isla de Tortuga, llamado Miguel de Basco, que había hecho grande fortuna, bastante para reposarse y no salir más a la mar para este fin. Tenía el cargo de mayor en la isla, pero viendo las grandes preparaciones que Lolonois hacía, trabó con él estrecha amistad, ofreciéndole que, si quería constituirle su capitán de tierra (pues la conocía muy bien, y su constitución), iría con él. Fueron de acuerdo ambos con mucho regocijo de Lolonois, sabiendo que Basco había hecho también grandes acciones en la Europa y que era grande soldado. Diole el propuesto cargo y toda su gente, que embarcaron con ocho navíos, siendo el de Lolonois el más grande, armado de diez piezas de artillería.
Estando todos bien preparados, dieron a la vela y partieron juntos a la fin de abril, con numerosa gente, siendo en todos 1660 hombres, encaminándose hacia la parte llamada Bayala, situada de la parte del norte de la isla Española, donde tomaron aún una partida de cazadores que voluntariamente se fueron con ellos; proveyéronse allí de toda suerte de víveres necesarios.
El último de julio siguiente se pusieron a la vela, dirigiendo su curso hacia el cabo oriental de la isla llamada Punta de Espada, donde inmediatamente vieron un navío que venía de Puerto Rico destinado para la Nueva España, estando cargado con cacao. El almirante Lolonois ordenó a los otros navíos de aguardarle cerca de la isla Savona, que está al lado del oriente de la isla de Punta de Espada, y que él solo iría a tomar dicho navío, el cual, después de dos horas de la vista, no quiso huir y se aprestó a la defensa, estando bien armado y proveído de todo lo necesario; pusiéronse en combate, que duró tres horas, que pasadas se rindió a Lolonois. Era un navío montado de dieciséis piezas de artillería, con cincuenta personas de defensa o guarnición; hallaron dentro ciento veinte libras de cacao, 40.000 reales de a ocho en moneda y el valor de 10.000 pesos en joyas. Envióle Lolonois a Tortuga para descargarle con orden de volver, a dicho navío, tan presto como fuera descargado en la isla Savona donde le aguardaban, pero la flota, habiendo llegado a dicha isla, halló otro navío que venía de Cumaná con municiones de guerra para la isla de Santo Domingo y dinero para pagar los soldados de dicha isla, al cual tomaron sin alguna resistencia y siendo fuerte de ocho piezas de artillería y teniendo dentro siete mil libras de pólvora, cantidad de mosquetes y cosas de este género, así como, también, 12.000 reales de a ocho en moneda.
Dio todo esto coraje a los piratas, pareciéndoles un buen principio en sus negocios y hallando su flota reforzada en tan poco tiempo. Habiendo llegado este segundo navío a Tortuga, el gobernador lo hizo descargar y despachar al punto con frescos víveres y otras cosas para Lolonois, que le eligió al instante por suyo y dio el que tenía a su camarada Antonio du Puis o del Pozo, y habiendo obtenido nuevos resultas de gente, en lugar de los que perdió en las tomas dichas y de enfermedades, se halló en buen estado para proseguir su fortuna. Hallando toda su gente llenos de coraje, dieron a la vela para Maracaibo, siendo situado su puerto en la tierra de Nueva Venezuela, en la altura de 12 grados y algunos minutos, latitud septentrional. Es larga esta isla de 20 leguas y 12 de ancho. De este dicho puerto son las islas de Oneba y Monges. El lado oriental se llama cabo de San Román; el del occidente se llama cabo de Caquibacoa; el golfo algunos le llaman de Venezuela, mas los piratas le intitulan bahía de Maracaibo.
Al principio de este golfo hay dos islas que se extienden la mayor parte del oriente al occidente; la de oriente se llama isla de la Virgilia, porque en medio de ella se ve una alta colina, encima de la cual está una casa donde vive una centinela perpetuamente; la otra tiene por nombre isla de Palomas. Entre estas dos islas se halla una mar o lago de agua dulce, larga de 60 leguas y ancha de 30, el cual tiene su salida a la mar; expláyase alrededor de estas dos islas entre las cuales se halla la mejor seguridad para pasar los navíos no siendo más ancho este canal que un tiro de artillería de a ocho libras; poco más o menos. Hay un castillo sobre la isla de las Palomas para impedir la entrada, siéndoles a todos los navíos que quieren entrar forzoso de pasar junto a él, estando dos bancos de arena de la otra parte, que no tienen sobre sí más que catorce pies de agua. Hállanse otros bancos dentro de este lago, como el Tablazo, que no tiene más profundidad que diez pies, pero está ya 40 leguas adentro; hay otros que no tienen más que seis, siete y ocho brazadas, todos los cuales son bien peligrosos particularmente a los poco versados. En el lado occidental está situada la ciudad de Maracaibo, la cual es muy agradable, por estar sus casas fabricadas a lo largo de la ribera, teniendo las vistas muy deliciosas, todo alrededor. Contiene tres o cuatro mil personas que componen una razonable población; contando en este número los esclavos, calculánse, de entre ellos, ochocientos hombres capaces de tomar las armas, que son todos españoles. Hay una iglesia parroquial de muy buena estructura y adorno; cuatro conventos y un hospital. Gobiérnase por un vicegobernador que sustituye al de Caracas. El negocio o trato que allí se hace consiste, por la mayor parte, en pieles y tabaco. Tienen los habitantes grande cantidad de ganados y plantíos que se dilatan en distrito de 30 leguas contándose, por una parte, desde la dicha villa hasta el grande y populoso lugar de Gibraltar, en el cual se recoge abundancia de cacao y multitud de toda suerte de frutos campesinos para regalo y entretenimiento de los de Maracaibo, cuyos territorios son un poco más secos; de ellos sacan carnes para los de Gibraltar, que envían, cuando éstos llevan cargas de limones, naranjas y otros frutos, a aquéllos, siendo los de dicha aldea miserables en carnes, pues no pueden apacentar en sus campos vacas ni carneros.
Delante de Maracaibo hay un espacioso y asegurado puerto, sobre el cual se pueden fabricar toda suerte de embarcaciones, teniendo la comodidad de madera, que pueden conducir a poco gasto. Cerca de la villa está una isleta llamada Borrica, que sirve para apacentar grande cantidad de cabras, las cuales aprovechan más a los de Maracaibo por las pieles que sacan de ellas, que por sus carnes y leche, de que no hacen mucho caso si no es cuando son tiernos cabritos. Hay a los contornos de la villa algunos carneros, pero muy pequeños. En algunas islas de este lago y en otras partes viven muchos indios salvajes, que los españoles llaman Bravos, los cuales no pueden acordarse con la generosa nación española a causa de su brutal e indómita naturaleza. Estos indios, por la mayor parte, viven hacia el lado de occidente de la mar, en pequeñuelas casas fabricadas sobre los árboles que crecen dentro del agua, siendo la causa de eso procurarse libertarse de la innumerable cantidad de mosquitos que hay en aquellas partes, que los atormentan con la prolijidad. Hay también, en el oriente de aquel lago, lugares enteros de pescadores, que son obligados como los indios a vivir en casillas semejantes a las precedentes por la misma razón y por las inundaciones ordinarias de las aguas; pues sucede que habiendo llovido se cubre la tierra 2 o 3 leguas, por causa que a este lago salen veinticinco caudalosos ríos, de suerte que el lugar de Gibraltar muchas veces es tan cubierto de aguas, que los labradores forzosamente dejan sus casas y se retiran a sus plantíos.
Gibraltar está situado del lado del agua 40 leguas dentro de dicho lago, el cual recibe los víveres necesarios, como está dicho, de Maracaibo. Habítanle mil quinientas personas en todo, y de ellas hay cuatrocientos hombres de defensa; la mayor parte tienen tiendas donde ejercen algún oficio mecánico. Todos los circuitos de este lugar están proveídos de plantíos de cacao y azúcar; muchos árboles muy vistosos y lozanos, de cuya madera se pueden fabricar casas, como también navíos. Hallan entre ellos cedros gruesos de siete brazadas, que sirven muy de ordinario allí para la fábrica de navíos que hacen con la disposición de una grande vela, a los cuales llaman piraguas. Muchas riberas y arroyos corren por estos términos, que les son muy útiles en tiempo de sequedad, abriendo algunos canales que tienen hechos a su disposición, para regar sus campos y plantíos. Siémbrase también cantidad de buen tabaco, de que se hace grande estima en la Europa y, por ser tan bueno, le llaman allí Tabaco de sacerdotes. Tiene cerca de 20 leguas de jurisdicción, que termina y es reparada de altas montañas, las cuales están siempre cubiertas de nieve. A la otra parte de estos riscos está situada una grande ciudad llamada Mérida, debajo de la cual Gibraltar está sujeta. La mercaduría se lleva en mulos de este lugar a la dicha ciudad, y eso no más que una vez al año, a causa del grande frío que deben sufrir, pasando dichas montañas; los retornos son de la Flor que traen hacia el Perú, por la vía de Estaffe.
He hallado a propósito hacer esta pequeña descripcíón de la dicha mar de Maracaibo y de su constitución, a fin que el lector pueda mejor comprender lo que sucedió, cuya relación comenzaré al presente.
Luego que llegó Lolonois al golfo de Venezuela, dio fondo fuera de la vista de Vigilia. El día siguiente muy de mañana partieron para la mar llamada el lago de Maracaibo con todos sus navíos, donde ancoraron otra vez, y condujo toda su gente a tierra para asaltar la fortaleza llamada de la Barra, que consiste en algunos grandes cestos de tierra puestos en una eminencia, en donde plantaron dieciséis piezas de artillería apoyadas alrededor de otros montones de tierra para encubrirse dentro. Los piratas, estando una legua de esta fortaleza, avanzaron poco a poco, pero el gobernador había puesto algunos españoles en emboscada, para servirse de retaguardia y coge...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. Primera parte
  4. Segunda parte. Que contiene los orígenes de los más famosos piratas, Francisco Lolonois y Juan Morgan, como también de sus principales piraterías y latrocinios, que han cometido en América contra la nación española. Relatándose las vidas y acciones de otros que han estado en aquellas partes con la misma calidad
  5. Tercera parte. Que contiene la tomada y ruina de la ciudad de Panamá, situada en las costas de la mar meridional de la América, como también otras plazas, todas destruidas por el cruel Morgan. Viaje del autor en el contorno de Costa Rica, y lo que en el discurso de él se pasó
  6. Libros a la carta