Episodios nacionales I. Juan Martín el Empecinado
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Episodios nacionales I. Juan Martín el Empecinado

  1. 180 páginas
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Episodios nacionales I. Juan Martín el Empecinado

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Juan Martín el Empecinado es la novena novela de la primera serie de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós.Narra la historia de Juan Martín, el más famoso guerrillero español de la Guerra de la Independencia, un militar español que se levantó contra la invasión de las tropas napoleónicas en 1808 y que murió ejecutado en 1825 por oponerse a la restauración de la monarquía absolutista.El libro comienza una vez terminada la batalla en Cádiz, cuando el protagonista Gabriel se despide de Inés, a la que deja en manos de la condesa Amaranta para dirigirse a Madrid, de donde tendrá que huir a Cifuentes, al ser perseguido por los detractores de la condesa. Se incorpora a un ejército regular, como oficial, y en su camino a Aragón pasa a las guerrillas de Juan Martín el Empecinado, donde conocerá a valientes soldados como Antón Trijueque (el sacerdote Mose Antón). Estas guerrillas de la Guerra de Independencia entre España y Francia, obtuvieron grandes victorias, en unas condiciones de vida miserables tanto para los militares como para el vulgo.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN
9788490072424
Categoría
Literature
XIII
Incorporose don Saturnino, y después de restregarse perezosamente los párpados, vimos brillar sus ojos parduscos, en cuya pupila reverberaba con punto verdoso la macilenta luz de la lámpara.
—Si yo llego a descuidarme y no tomo las primeras casas del pueblo —dijo el Manco—, los franceses hubieran... Mosén Antón se metió por medio del batallón de ligeros, abrió en dos al comandante...
—A ver, venga ese dinero —dijo el Empecinado cortando la relación de la batalla.
—¿Qué dinero? —preguntó Albuín despertando completamente, pues hasta entonces lo había hecho a medias.
—El dinero que se ha recogido por buenas y por malas —dijo imperiosamente don Juan.
Albuín se inmutó un poco y sus ojos se animaron con pasajero rayo. El observador, ilusionado por el aspecto de zorra de aquel singular rostro, hasta creía verle mover las orejas picudas y aguzar el negro y húmedo hociquillo.
—El capitán Recuenco tiene los fondos recaudados —repuso después de breve pausa, disponiéndose a tomar en un banco de los próximos a la pared posición más holgada para dormir.
—Que venga Recuenco.
Vino el capitán a quien se llamaba, hombre puntual y honrado, según advertí en varias ocasiones, el cual dijo:
—Tengo ochenta y tres pesos en distintas monedas. Esto me han entregado y esto entrego. Lo que se ha cogido en el saqueo los soldados lo tendrán o mosén Antón y don Saturnino.
El capitán Recuenco dejó sobre la mesa un bolsón con ochenta y tres pesos, que anoté en el cuaderno, y se retiró llevando el encargo de hacer comparecer a Trijueque. Presentose este de muy mal talante, y antes que el general le interpelara, expresose rudamente de esta manera:
—Ya sé para qué me quieres. Para pedirme dinero. Ya sabes que mosén Antón no lleva un cuarto sobre sí. Aquí están mis bolsillos, más limpios que la patena de la Santa Misa.
Y mostró vacías y al revés las dos mugrientas faltriqueras cosidas a sus calzones.
—Pero si es preciso —añadió— que todos contribuyamos a los regalos del cuartel general, ahí va mi reló, que es lo único que posee el pobre Trijueque.
Puso sobre la mesa una rodaja de plata que solía marcar la hora.
—Yo no quiero tu reló, Trijueque —dijo don Juan Martín devolviendo la cebolleta con enfado—. Maldito caraiter el de este clérigo. No dice una palabra sin soltar una coz. Quiero el dinero que se ha cogido en el saqueo. ¿Le tienes o no?
—¿También es preciso que Trijueque pase por ladrón?... —repuso el clérigo—. Bueno... ponlo en el oficio. Más pasó Jesucristo por nosotros. Yo no tengo dinero. ¿No sabes que cuando cobro alguna paga la doy a los soldados? ¿No sabes que no me para un ochavo en los bolsillos porque enseguida lo doy al que me lo pide? ¿A qué vienen estas pamemas, Juan Martín?
—Sé que eres desprendido y liberal —dijo el Empecinado en el tono de quien se propone tener paciencia—. Me basta con que tú digas que no tienes nada. Estoy satisfecho. No te ofrezco dinero porque no lo tomarías, Trijueque; pero esas botas necesitan medias suelas. Necesitas un buen capote para abrigarte... Don Vicente, encárguese usted de que mosén Antón no vaya descalzo y desabrigado.
—Gracias —dijo el clérigo—. No soy hombre melindroso. Con lo que se gaste en mi persona puedes tú comprar pomadas para el pelo, plumas para el sombrero y galoncillos para el uniforme. Mosén Antón Trijueque no necesita perifollos, y desprecia el dinero. Sabe ganarlo para los demás.
Retirose sin decir más, y el general, que ya iba a contestarle con cólera, se rascó con entrambas manos la cabeza, haciendo muecas que revelaban penosas indecisiones en su espíritu. Después nos dijo:
—Trijueque y yo hemos de reñir para siempre algún día... Vaya, apúntenme los ochenta y tres pesos... Mucho más ha de salir... Yo pongo mi mano en el fuego por mosén Antón. Revolverá el mundo por envidia, pero no se ensuciará las manos con un ochavo... ¡Eh, don Saturnino de mil demonios, despierte usted!
Albuín, que sin duda fingía dormir, abrió los ojos.
—Prontito, venga ese dinero —le dijo el general sin mirarle.
—¡Ah! —exclamó el Manco, en el tono de quien recuerda alguna cosa—. ¿El dinero? Ya. ¿No dije que tenía mil trescientos y pico de reales? Aquí los llevo.
Diciendo esto, puso sobre la mesa un paquete en que había monedas de distintas clases en plata y oro.
—Algo más será —dijo el Empecinado—. Sé que usted se apoderó de los fondos del Noveno y el Excusado, de los diezmos y de lo que el alcalde había recaud...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. I
  4. II
  5. III
  6. IV
  7. V
  8. VI
  9. VII
  10. VIII
  11. IX
  12. X
  13. XI
  14. XII
  15. XIII
  16. XIV
  17. XV
  18. XVI
  19. XVII
  20. XVIII
  21. XIX
  22. XX
  23. XXI
  24. XXII
  25. XXIII
  26. XXIV
  27. XXV
  28. XXVI
  29. XXVIII
  30. XXIX
  31. XXX
  32. XXXI
  33. XXXII
  34. XXXIII
  35. XXXIV
  36. Libros a la carta