Episodios nacionales I. Gerona
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Episodios nacionales I. Gerona

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Episodios nacionales I. Gerona

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Gerona es la séptima novela de la primera serie de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós.La novela nos relata el segundo sitio de Gerona, en el que la ciudad sufrió un duro asedio por parte de los franceses.Gabriel de Araceli se encuentra en su regimiento, camino de Cádiz, con su amigo Andrés Marijuán, al que ya hemos conocido en Bailén. Ambos están en el ejército del Centro.Gabriel comenta que él ha estado en el Sitio de Zaragoza. Andrés le dice que lo de aquel sitio no es nada comparado con el de Gerona. Entonces le cuenta la historia del mismo, pues el propio Andrés estuvo allí.En esta novela no es Gabriel el narrador, sino que es Andrés quien se hace cargo del relato.Pérez Galdós dedica algunos capítulos de la novela a relatarnos la ruin manera de actuar del ejército francés con el comandante de la plaza, Álvarez de Castro. Los franceses se saltaron todos los acuerdos de rendición y las maneras de la guerra de entonces.La narración nos lleva a los umbrales de la degradación humana. Nos invoca sentimientos que son más institivos que el propio honor y amor a la patria.El relato termina justo en el instante en que Gabriel de Araceli y la condesa Amaranta están a punto de reencontrarse con Inés.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN
9788490072417
Categoría
Littérature
XXVI
No puedo pintar a ustedes nuestra profunda consternación al vernos esclavos de Francia, y considerando la situación del desgraciado Álvarez, solo, en poder de sus verdugos. Nuestra propia suerte de prisioneros nos causaba menos pesar que la de aquel heroico veterano, condenado por su valor sublime a ser juguete de una cruel soldadesca, a quien lo entregaron para que se divirtiese martirizándole.
Encerráronnos en Pertús en una inmunda cuadra, donde con centinelas de vista nos tuvieron hasta el día siguiente, en cuya alborada, cuando nos llevaban fuera del pueblo, verificamos un acto honroso, con el cual quiero poner fin a mi narración. Allí, sobre unas peñas desde las cuales se divisaban a lo lejos los cerros y vertientes de España, nos dimos las manos y juramos todos morir antes que resignarnos a soportar la odiosa esclavitud que la canalla quería imponernos. Desde aquel instante principiamos a concertar un hábil plan para fugarnos, cual tantos otros, que llevados a Francia, habían sabido volver por peligrosos caminos y medios a la patria invadida.
Amigos míos: por no cansar a ustedes con prolijidades que solo a mí se refieren y a mis particulares cuitas, omito los pormenores de nuestra residencia en Francia, y de los medios que empleamos para regresar a España. Éramos seis, y solo tres volvimos. Los demás, cogidos in fraganti, fueron fusilados, dos en Maurellas y uno en Boulou. ¿Alguno de los que me oyen no se ha visto en igual caso? ¡Cuántos de los que estamos aquí desataron sus manos de las cuerdas que los franceses han llevado a Francia después de la toma de Zaragoza o de Madrid! Con la relación de los padecimientos que sufrí en la frontera, de las diabluras y estratagemas que puse en juego para escaparme, y de las mil cosas que me sucedieron desde que pasé la frontera por Puigcerdà hasta unirme en el centro de España a esta división de Lacy en que ahora estoy, emplearía otras dos noches largas, pues todo el sitio de Gerona y las extravagancias de don Pablo Nomdedeu no exigen más tiempo y espacio que los peligros, trapisondas, trabajos y terribles trances en que me he visto. Concluyo, pues, no sin dirigir una ojeada hacia atrás, como parecen exigírmelo mis caros oyentes, deseosos de saber qué fue de Siseta, así como de sus hermanitos Badoret y Manalet.
No estaría mi ánimo tranquilo si en tan largo plazo hubiese vivido sin saber de personas tan caras para mí. Antes de abandonar a Cataluña con intención de unirme al ejército del Centro, hallé medios para hacer llegar a Gerona noticias mías, y Dios me deparó el consuelo de que también vinieran a mí verdaderas y frescas. Los tres hermanos siguen allí sanos y buenos en compañía de la señorita Josefina, que en ellos ve toda su familia, y el único consuelo de sus tristes días. La hija del doctor no ha recobrado por completo la salud, ni desgraciadamente la recobrará, según me dicen. Ha tenido inclinación a entrar en un convento; mas Siseta procura arrancarla sus melancolías y la induce a que aspire al matrimonio, en la seguridad de encontrar buen esposo. No demuestra, sin embargo, Josefina disposición a seguir este consejo, y gusta de embeber su vida en contemplaciones de la Naturaleza y de la religión, que son sin duda el alimento más apropiado a su pobre espíritu huérfano y solitario.
Siseta y sus hermanos aguardan a que yo me retire del ejército para marchar a la Almunia, donde tengo mis tierras, consistentes en dos docenas de cepas y un número no menor de frondosos olivos, y por mi parte pido a Dios que nos libre al fin de franceses, para poder soltar el grave peso de las armas y tornar a mi pueblo, donde no pienso hacer al tiempo de mi llegada otra cosa de provecho más que casarme.
Con lo que Siseta ha heredado, y lo que yo poseo, tenemos lo suficiente para pasar con humilde bienestar y felicidad inalterable la vida, pues no me mortifica el escozor de la ambición, ni aspiro a altos empleos, a honores vanos ni a la riqueza, madre de inquietudes y zozobras. Hoy peleo por la patria, no por amor a los engrandecimientos de la milicia, y de todos los presentes soy quizás el único que no sueña con ser general.
Otros anhelan gobernar el mundo; sojuzgar pueblos y vivir entre el bullicio de los ejércitos; pero yo contento en la soledad silenciosa, no quiero más ejércitos que los hijos que espero ha de darme Siseta.
Así acabó su relación Andresillo Marijuán. La he reproducido con toda fidelidad en su parte esencial, valiéndome como poderoso auxiliar del manuscrito de don Pablo Nomdedeu, que aquel mi buen amigo me regaló más tarde cuando asistí a su boda. Repito lo que dije al comenzar el libro, y es que las modificaciones introducidas en esta relación afectan solo a la superficie de la misma, y la forma de expresión es enteramente mía. Tal vez haya perdido mucho la leyenda de Andrés al perder la sencillez de su tosco estilo; pero yo tenía empeño en uniformar todas las partes de esta historia de mi vida, de modo que en su vasta longitud se hallase el trazo de una sola pluma.
Cuando Marijuán calló, algunos de los presentes dieron interpretaciones diversas al encierro de don Mariano Álvarez en el castillo de Figueras, y como ya desde antes de entrar en Andalucía habíamos sabido la misteriosa muerte del insigne capitán, la figura más grande sin duda de las que ilustraron aquella guerra, cada cual explicó el suceso de distinto modo.
—Dícese que le envenenaron —afirmó uno— en cuanto llegó al castillo.
—Yo creo que Álvarez fue ahorcado —opinó otro— pues el rostro cárdeno e hinchado, según aseguran los que vieron el cadáver de Su Excelencia, indica que murió por estrangulación.
—Pues a mí me han dicho —añadió un tercero— que lo arrojaron a la cisterna del castillo.
—Hay quien afirma que le mataron a palos.
—Pues no murió sino de hambre, y parece que desde su llegada fue encerrado en un calabozo, donde lo tuvieron tres días sin alimento alguno.
—Y cuando le vieron bien muerto, y se aseguraron de que no volvería hacer otra como la de Gerona, expusiéronle en unas parihuelas a la vista del pueblo de Figueras, que subió en masa a contemplar el cuerpo del grande hombre.
Discutimos largo rato sin poder poner en claro la clase de muerte que había arrebatado del mundo a aquel inmortal ejemplo de militares y patriotas; pero como su fin era evidente, convinimos por último en que el esclarecimiento del medio empleado para exterminar tan terrible enemigo del poder imperial, afectaba más al honor francés que al ejército español, huérfano de tan insigne jefe; y si verdaderamente fue asesinado, como se ha venido creyendo desde entonces acá, la responsabilidad de los que toleraron sin castigarla tan atroz barbarie bastaría a exceptuar entonces a Francia de la aplicación de las leyes de la guerra en lo que antes tienen de humano. Que murió violentamente parece indudable, y mil indicios corroboran una opinión que los historiadores franceses no han podido con ingeniosos esfuerzos destruir. No es creíble que órdenes de París impulsaran este horrible asesinato; pero un poder que si no disponía, toleraba tan salvajes atentados, merecía indisputablemente las amarguras y horrendas caídas que experimentó luego. La soberbia enfatuada y sin freno perpetra grandes crímenes ciegamente, creyendo realizar actos marcados por ilusorio destino. Los malvados en grande escala que han tenido la suerte o la desgracia de que todo un continente se envilezca arrojándose a sus pies, llegan a creer que están por encima de las leyes morales, reguladoras según su criterio, tan solo d...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. ••••
  4. I
  5. II
  6. III
  7. IV
  8. V
  9. VI
  10. VII
  11. VIII
  12. IX
  13. X
  14. XI
  15. XII
  16. XIII
  17. XIV
  18. XV
  19. XVI
  20. XVII
  21. XVIII
  22. XIX
  23. XX
  24. XXI
  25. XXII
  26. XXIII
  27. XXIV
  28. XXV
  29. XXVI
  30. Libros a la carta