Historia de la guerra de Granada
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Historia de la guerra de Granada

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Historia de la guerra de Granada

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La Historia de la guerra de Granada (1610) de Diego Hurtado de Mendoza es una crónica histórica. Consta de tres libros que narran el origen de la guerra del rey Felipe II contra los moriscos del reino de Granada y su desarrollo. Analiza también las relaciones entre el poder civil, el militar y la aristocracia, y defiende casi siempre al mundo islámico.El estilo de Diego Hurtado de Mendoza recuerda a historiadores latinos como Salustio y Tácito, en la introducción de discursos, retratos y reflexiones morales y en la sobriedad narrativa.En Historia de la guerra de Granada los conocimientos militares, políticos y diplomáticos del autor se unen con su formación humanística. Destaca su dominio del lenguaje y sus dotes de narrador para dejar constancia de uno de los episodios históricos más trascendentales de la época.Aquí se analiza la rebelión de los moriscos granadinos en 1568 y la Guerra de La Alpujarraque le pondría fin tres años más tarde.Historia de la guerra de Granada se publicó por primera vez en Lisboa por el licenciado Luis Tribaldos de Toledo en 1627. Su título completo es LaGuerra de Granada, hecha por el rey de España don Felipe II, nuestro señor, contra losMoriscosde aquel reino, sus rebeldes.Diego Hurtado de Mendoza fue guerrero, humanista, diplomático y un poeta célebre en Europa. Escribió esta crónica al final de su vida. Había regresado a su Granada natal, desterrado, en medio de un ambiente hostil.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2012
ISBN
9788498970685
Categoría
Historia
Libro III
Entretenía el Gran Turco los moros del reino de Granada con esperanzas, por medio del rey de Argel, para ocupar, como dijimos, las fuerzas del rey don Felipe en tanto que las suyas estaban puestas contra venecianos; como quien (dando a entender que las despreciaba), ninguna ocasión de su provecho, aunque pequeña, dejaba pasar. Entretanto el comendador mayor don Luis de Requesens sacó del reino y embarcó la infantería española en las galeras de Italia, dejando orden a don Álvaro de Bazán que con las catorce de Nápoles, que eran a su cargo, y tres banderas de infantería española, corriese las islas y asegurase aquellos mares contra los corsarios turcos. Vino a Civitavieja; de allí a puerto Santo Stéfano, donde juntando consigo nueve galeras y una galeota del duque de Florencia, estorbado de los tiempos entró en Marsella. Dende a poco, pareciendo bonanza, continuó su viaje; mas entrando la noche, comenzó el narbonés a refrescar, viento que levanta grandes tormentas en aquel golfo y travesía para la costa de Berbería, aunque lejos: tres días corrió la armada tan deshecha fortuna, que se perdieron unas galeras de otras; rompieron remos, velas, árboles, timones; y, en fin, la capitana sola pudo tomar a Menorca, y dende allí a Palamós; donde los turcos forzados, confiándose en la flaqueza de los nuestros por el no dormir y continuo trabajo, tentaron levantarse con la galera; pero sentidos, hizo el Comendador mayor justicia de treinta. Nueve galeras de las otras siguieron la derrota de la capitana; cuatro se perdieron con la gente y chusma; la una que era de Estéfano de Mari, gentil hombre genovés, en presencia de todas en el golfo embistió por el costado a otra, y fue la embestida salva, y a fondo la que embistió; acaecimiento visto pocas veces en la mar; las demás dieron al través en Córcega y Cerdeña, o aportaron en otras partes con pérdida de la ropa, vitualla, municiones y aparejos, aunque sin daño de la gente. Luego que pasó la tormenta, llegó don Álvaro de Bazán a Cerdeña con las galeras de Nápoles; puso en orden cinco de las que habían quedado para navegar; en ellas y en las suyas embarcó los soldados que pudo; llegó a Palamós, y juntándose con el Comendador mayor, navegaron la costa del reino de Granada, a tiempo que poco había fuera el suceso de Bentomiz y otras ocasiones, más en favor de los moros que nuestro. Llevó consigo de Cartagena las galeras de España que traía don Sancho de Leiva; y tornando don Álvaro a guardar la costa de Italia, él partió con veinte y cinco galeras para Málaga. Mas al pasar, avisado por Arévalo de Suazo de lo sucedido en Bentomiz envió con don Miguel de Moncada a continuar con don Juan su intento, y el peligro en que estaba toda aquella tierra, si no se ponía remedio con brevedad, sin esperar consulta del rey. Puso entretanto sus galeras en orden; armó y rehizo la infantería que serían en diez banderas mil soldados viejos y quinientos de galera; juntó y armó de Málaga, Vélez y Antequera, por medio de Arévalo de Suazo y Pedro Verdugo, tres mil infantes. Volvió don Miguel con la comisión de don Juan, y partió el Comendador mayor a combatir los enemigos. Llegado a Torrox, envió a don Martín de Padilla, hijo del Adelantado de Castilla, con alguna infantería suelta para reconocer el fuerte de Frexiliana, y volvió trayendo consigo algún ganado. Púsose al pie de la montaña; y después de haber reconocido de más cerca, diola frente a don Pedro de Padilla con parte de sus banderas y otras, hasta mil infantes, y mandole subir derecho. A don Juan de Cárdenas, hijo del conde de Miranda, mandó subir con cuatrocientos aventureros y otra gente pláctica de las banderas de Italia por la parte de la mar, y por la otra a don Martín de Padilla con trescientos soldados de galera y algunos de Málaga y Vélez; los demás, que acometiesen por las espaldas del fuerte, donde parece que la subida estaba más áspera, y por esto menos guardada, y éstos mandó que llevase Arévalo de Suazo con alguna caballería por guarda de la ladera y del agua. Mas don Pedro, aunque de su niñez criado a las armas y modestia del emperador, soldado suyo en las guerras de Flandes, despreciando con palabras la orden del Comendador mayor, la cual era que los unos esperasen a los otros hasta estar igualados (porque parte de ellos iban por rodeos), y entonces arremetiesen a un tiempo; arremetió sin él, y llegó primero por el camino derecho.
Los enemigos estuvieron a la defensa como gente plática, y juntos resistieron con más daño de los nuestros que suyo; pero al fin dado lugar a que nuestros armados se pegasen con el fuerte, y comenzasen con las picas a desviarlos y a derribar las piedras dél, y los arcabuceros a quitar traveses, estuvieron firmes hasta que salió un turco de galera enviado por el Comendador mayor a reconocer dentro, con promesa de la libertad. Este dio aviso de la dificultad que había por la parte que eran acometidos, y cuanto más fácil sería la entrada al lado y espaldas. Partió la gente, y combatiolos por donde el turco decía: lo mismo hicieron los enemigos para resistir, pero con mucho daño de los nuestros, que eran heridos y muertos de su arcabucería, al prolongarse por el reparo. Todavía, partidas las fuerzas con esto, aflojaron los que estaban ala frente, y don Juan de Cárdenas tuvo tiempo de llegar, lo mismo la gente de Málaga y Vélez, que iba por las espaldas. Mas los moros viéndose por una y otra parte apretados, salieron por la del maestral que estaba más áspera y desocupada, como dos mil personas, y entre ellos mil hombres los más sueltos y pláticos de la tierra: fue porfiado por ambas partes el combate hasta venir a las espadas, de que los moros se aprovechan menos que nosotros, por tener las suyas un filo, y no herir ellos de punta. Con la salida déstos y sus capitanes tuvieron los nuestros menos resistencia; entraron por fuerza por la parte más difícil y no tan guardada que tocó a Arévalo de Suazo, donde él fue buen caballero y buena la gente de Málaga y Vélez; pero no entraron con tanta furia, que no diesen lugar a los que combatían de don Pedro de Padilla y a los demás para que también entrasen al mismo tiempo. Murieron de los enemigos dentro del fuerte quinientos hombres, la mayor parte viejos; mujeres y niños cuasi mil y trescientos con el ímpetu y enojo de la entrada y después de salidos en el alcance, y heridos otros cerca de quinientos. Cautiváronse cuasi dos mil personas: los capitanes Garral y el Melilu, general de todos, con la gente que salió, vinieron destrozados a Valor, donde Aben Humeya los recogió, y mandó dende a pocos días tornar al mismo Frexiliana. Mas el Melilu, rico y de ánimo, hizo ahorcar a Chacón que trataba con los cristianos, por una carta de su mujer que le hallaron, en que le persuadía a dejar la guerra y concertarse. Dícese que en el fuerte los viejos de concierto se ofrecieron a la muerte, porque los mozos se saliesen en el entre tanto; al revés de lo que suele acontecer y de la orden que guarda naturaleza, como quier que los mozos sean animosos para ejecutar y defender a los que mandan, y los viejos para mandar, y naturalmente más flacos de ánimo que cuando eran mozos. De los nuestros fueron heridos más de seiscientos, y entre ellos de saeta don Juan de Cárdenas, que fue aquel día buen caballero. Entre otros murieron peleando don Pedro de Sandoval, sobrino del obispo de Osma, y pasados de trescientos soldados, parte aquel día, y parte de heridas en Málaga, donde los mandó el comendador mayor, y vender y repartir la presa entre todos, a cada uno según le tocaba, repartiéndoles también el quinto del rey.
Es el vender las presas y dar las partes costumbre de España, y el quinto, derecho antigo de los reyes dende el primer rey don Pelayo, cuando eran pocas las facultades para su mantenimiento; agora, porque son grandes, llévanlo por reconocimiento y señorío; mas el hacer los reyes merced dél en común y por señal de premio a los que pelean, es causa de mayor ánimo; como, por el contrario, a cada uno lo que ganare y a todos el quinto generalmente cuando vienen a la guerra, ocasión para que todos vengan a servir en las empresas con mayor voluntad. Pero ésta se trueca en codicia, y cada uno tiene por tan proprio lo que gana, que deja por guardallo, el oficio de soldado, de que nacen grandes inconvenientes en ánimos bajos y poco pláticos; que unos huyen con la presa, otros se dejan matar sobre ella de los enemigos, impedidos y enflaquecidos; otros desamparadas las banderas, vuelven a sus tierras con la ganancia. Viénense por este camino a deshacer los ejércitos hechos de gente natural, que campean dentro en casa: el ejemplo se ve en Italia entre los naturales, como se ha visto en esta guerra dentro en España.
El buen suceso de Frexiliana sosegó la tierra de Málaga y la de Ronda por entonces: el Comendador mayor se dio a guardar la costa, a proveer con las galeras los lugares de la marina; mas en tierra de Granada, el mal tratamiento que los soldados y vecinos hacían a los moriscos de la Vega, la carga de alojamientos, contribuciones y composiciones, la resolución que se tomó de destruir las Albuñuelas flacamente ejecutada; dio ocasión a que muchos pueblos que estaban sobresanados, se declarasen y subiesen a la sierra con sus familias y ropa. Entre éstos fue el río de Boloduí a la parte de Guadix, y a la de Granada Güéjar, que en su calidad no dio poco desasosiego. La gente della recogiendo su ropa y dineros, llevando la vitualla, y dejando escondida la que no pudieron, con los que quisieron seguillos, se alzaron en la montaña, cuasi sin habitación por la aspereza, nieve y frío. Quiso don Juan reconocer el sitio del lugar llevando a Luis Quijada y al duque de Sesa: tratose si lo debía mantener o dejar; no pareció por entonces necesario para la seguridad de Granada mantenerle y fortificarle como flaco y de poca importancia; pero la necesidad mostró lo contrario, y en fin se dejó; o porque no bastase la gente que en la ciudad había de sueldo a asegurar a Granada todo a un tiempo y socorrer en una necesidad a Güéjar como la razón lo requería; o que no cayesen en que los enemigos se atreverían a fundar guarnición en ella tan cerca de nosotros; o, como dice el pueblo (que escudriña las intenciones sin perdonar sospecha, con razón o sin ella), por criar la guerra entre las manos; celosos del favor en que estaba el marqués de Vélez, y hartos de la ociosidad propria y ambiciosos de ocuparse, aunque con gasto de gente y hacienda: decíase que fuera necesario sacar un presidio razonable a Güéjar, como después se hizo lejos de Granada para mantener los lugares de en medio: cada uno sin examinar causas ni posibilidad, se hacía juez de sus superiores.
Mas el rey, viendo que su hermano estaba ocupado en defender a Granada y su tierra, y que teniendo la masa de todo el gobierno era necesario un capitán que fuese dueño de la ejecución; nombró por general de toda la empresa al marqués de Vélez, que entonces estaba en gran favor, por haber salido a servir a su costa. Sucediole dichosamente tener a su cargo ya la mitad del reino, calor de amigos, y deudos; cosas que cuando caen sobre fundamento, inclinan mucho los reyes. A esto se juntó haberse ofrecido por sus cartas a echar a Aben Humeya el tirano, que así se llamaba, y acabar la guerra del reino de Granada con cinco milhombres y trescientos caballos pagados y mantenidos, que fue la causa más principal de encomendalle el negocio. A muchos cuerdos parece, que ninguno debe de cargar sobre sí obligación determinada, que el cumplilla o el estorbo della esté en mano de otro. Fue la elección del marqués (a lo que el pueblo de Granada juzgaba y algunos colegían de las palabras y continente), harto contra voluntad de los que estaban cerca de don Juan, pareciéndoles que quitaba el rey a cada uno de las manos la honra desta empresa.
Habían crecido las fuerzas de Aben Humeya, y venídole número de turcos y capitanes plácticos, según su manera de guerra; moros berberíes, armas, parte traídas, parte tomadas a los nuestros, vituallas en abundancia, la gente más y más plática de la guerra. Estaba el rey con cuidado de que la gente y las provisiones se hacían de espacio; y pareciéndole que llegarse él más al reino de Granada, sería gran parte para que las ciudades y señores de España se moviesen con mayor calor y ayudasen con más gente y más presto, y que con el nombre y autoridad de su venida los príncipes de Berbería andarían retenidos en dar socorro, ciertos que la guerra se había de tomar con mayores fuerzas, acabada, con todas ellas cargar sobre sus estados, mandó llamar cortes en Córdoba para día señalado, adonde se comenzaron a juntar procuradores de las ciudades y hacer los aposentos.
Salió el marqués de Vélez de Terque por estorbar el socorro que los moros de Berbería continuamente traían de gente, armas, y vitualla, y los de la Alpujarra recebían por la parte de Almería. Vino a Berja (que antiguamente tenía el mismo nombre), donde quiso esperar la gente pagada y la que daban los lugares de la Andalucía. Mas Aben Humeya entendiendo que estaba el marqués con poca gente y descuidado, resolvió combatille antes que juntase el campo. Dicen los moros haber tenido plática con algunos esclavos, que escondiesen los frenos de los caballos, pero esto no se entendió entre nosotros; y porque los moros como gente de pie y sin picas, recelaban la caballería, quiso combatille dentro del lugar antes del día. Llamó la gente del río de Almería, la del Boloduí, la de la Alpujarra, los que quisieron venir del río de Almanzora, cuatrocientos turcos y berberíes: eran por todos cuasi tres mil arcabuceros y ballesteros, y dos mil con armas enhastadas. Echó delante un capitán, que le servía de secretario, llamado Mojajar, que con trescientos arcabuceros entrase derecho a las casas donde el marqués posaba, diese en la centinela (lo que ahora llamamos centinela, amigos de vocablos extranjeros, llamaban nuestros españoles en la noche escucha, en el día atalaya: nombres harto más proprios para su oficio), llegando con ella a un tiempo el arma y ellos, en el cuerpo de guardia: siguiole otra gente, y él quedó en la retaguardia sobre un macho, y vestido de grana. Mas el marqués que estaba avisado por una lengua que los nuestros le trujeron, atravesó algunas calles que daban en la plaza, puso la arcabucería a las puertas y ventanas, tomó las salidas dejando libres las entradas por donde entendió que los enemigos vendrían, y mandó estar apercebida la caballería y con ella su hijo don Diego Fajardo; abrió camino para salir fuera, y con esta orden esperó a los enemigos. Entró Mojajar por la calle que va derecha a dar a la plaza, al principio con furia; después, espantado y recatado de hallar la villa sin guardia, olió humo de cuerdas, y antes que se recatase, sintió de una y otra parte jugar y hacerle daño la arcabucería; mas queriendo resistir la gente con alguna otra que le había seguido, no pudo; saliose con pocos y desordenadamente al campo. El marqués, con la caballería y alguna arcabucería, a un tiempo saltó fuera con don Diego, su hijo, don Juan, su hermano, don Bernardino de Mendoza, hijo del conde de Coruña, don Diego de Leiva, hijo natural del señor Antonio de Leiva, y otros caballeros; dio en los que se retiraban y en la gente que estaba para hacelles espaldas; rompiolos otra vez; pero aunque la tierra fuese llana, impedida la caballería de las matas y de la arcabucería de los turcos y moros, que se retiraban con orden, no pudo acabar de deshacer los enemigos. Murieron de ellos cuasi seiscientos hombres: Aben Humeya tornó la gente rota a la sierra, y el marqués a Berja. El rey dio noticia, pero a don Juan poca y tarde; hombre preciado de las manos más que de la escritura, o que quería darlo a entender, siendo enseñado en letras y estudioso. Comenzó don Juan con orden del rey a reforzar el campo del marqués; antes a formallo de nuevo: puso con dos mil hombres a don Rodrigo de Benavides en la guarda de Guadix; a Francisco de Molina envió con cinco banderas a la de Órgiba; mandó pasar a don Juan de Mendoza con cuasi cuatro mil infantes y ciento y cincuenta caballos adonde el marqués estaba; y el Comendador mayor, que tomando las banderas de don Pedro de Padilla (rehechas ya del daño que recibieron en Frexiliana), las pusiese en Adra, donde el marqués vino a Berja a hacer la masa. Llegó don Sancho de Leiva a un mismo tiempo con mil y quinientos catalanes de los que llaman delados, que por las montañas andan huidos de las justicias, condenados y haciendo delitos, que por ser perdonados vinieron los más de ellos a servir en esta guerra: era su cabeza Antic Sarriera, caballero catalán; las armas, sendos arcabuces largos, y dos pistoletes de que se saben aprovechar. Llegó Lorenzo Téllez de Silva, marqués de la Favara, caballero portugués, con setecientos soldados, la mayor parte hechos en Granada y a su costa; atravesó sin daño por el Alpujarra entre las fuerzas de los enemigos; y por tenerlos ocupados en el entretanto que se juntaba el ejército, y las guarniciones de Tablate, Dúrcal y el Padul seguras (a quien amenazaban los moros del valle y los que habían tornado a las Albuñuelas); por impedir asimismo que éstos no se juntasen con los que estaban en la sierra de Güéjar y con otros de la Alpujarra; por estorbar también el desasosiego en que ponían a Granada con correrías de poca gente, y por quitalles la cogida de los panes del valle; mandó don Juan que don Antonio de Luna con mil infantes y doscientos caballos fuese a hacer este efecto, quemando y destruyendo a Restaval, Pinillos, Melejix, Concha, y, como dije, el Valle hasta las Albuñelas. Partió con la misma orden y a la misma hora, que cuando fue a quemallas la vez pasada, pero con desigual fortuna; porque llegando tarde, halló los moros levantados por el campo y en sus labores con las armas en la mano: tuvieron tiempo para alzar sus mujeres, hijos, y ganados, y ellos juntarse, llevando por capitanes a Rendati, hombre señalado, y a Lope, el de las Albuñuelas, ayudados con el sitio de la tierra barrancosa. Acometieron la gente de don Antonio, ocupada en quemar y robar; que pudo con dificultad, aunque con poca pérdida, resistir y recogerse, siguiéndole y combatiéndole por el valle abajo, malo para la caballería. Mas don Antonio, ayudándole don García Manrique, hijo del marqués de Aguilar y Lázaro de Heredia, capitán de infantería, haciendo a veces de la vanguardia retaguardia, a veces, por el contrario, tomando algunos pasos con la arcabucería; se fue retirando hasta salir alo raso, que los enemigos con temor de la caballería le dejaron. Murió en esta refriega, apartado de don Antonio, el capitán Céspedes a manos de Rendati con veinte soldados de su compañía peleando, sesenta huyendo; los demás se salvaron a Tablate donde estaba de guardia. No fue socorrido por estar ocupada la infantería quemando y robando sin podellos mandar don Antonio. Tampoco llegó don García (a quien envió con cuarenta caballos), por ser lejos y áspera la montaña, los enemigos muchos. Pero el vulgo ignorante, y mostrado a juzgar a tiento, no dejaba de culpar aluno y al otro; que con mostrar don Antonio la caballería de lo alto en las eras del lugar, los enemigos fueran retenidos o se retiraran; que don García pudiera llegar más a tiempo y Céspedes recogerse a ciertos edificios viejos, que tenía cerca; que don Antonio le tenía mala voluntad dende antes, y que entonces había salido sin orden suya de Tablate, habiéndole mandado que no saliese. A mí, que sé la tierra, paréceme imposible ser recorrido con tiempo, aunque los soldados quisieran mandarse, ni hubiera enemigos en medio y a las espaldas. Tal fue la muerte de Céspedes, caballero natural de Ciudad Real, que había traído la gente a su costa, cuyas fuerzas fueron excesivas y nombradas por toda España; acompañolas hasta la fin con ánimo, estatura, voz y armas descomunales. Volvió don Antonio con haber quemado alguna vitualla, trayendo presa de ganado a Granada, donde menudeaban los rebatos; las cabezas de la milicia corrían a una y otra parte, más armados que ciertos donde hallar los enemigos; los cuales dando armas por un cabo, llevaban de otro los ganados. Había don Juan ya proveído que don Luis de Córdoba con doscientos caballos y alguna infantería recogiese a Granada y a la Vega los de la tierra; comisión de poco más fruto, que de aprovechar a los que los hurtaron; porque no se pudiendo mantener, fue necesario volvellos a sus lugares faltos de la mitad, donde fueron comunes a nosotros y a los enemigos.
Hallábase entre tanto el marqués de Vélez en Adra (lugar antiguamente edificado cerca de donde ahora es, que llamaban Abdera), con cuasi doce mil infantes y setecientos caballos: gente armada, pláctica, y que ninguna empresa rehusara por difícil, extendida su reputación por España con el suceso de Berja, su persona subida en mayor crédito. Venían muchos particulares a buscar la guerra, acrecentando el número y calidad del ejército; pero la esterilidad del año, la falta de dinero, la pobreza de los que en Málaga fabricaban bizcocho, y la poca gana de fabricarlo por las continuas y escrupulosas reformaciones antes de la guerra, la falta de recuas por la carestía, la de vivanderos que suelen entretener los ejércitos con refrescos, y con estolas resacas de la mar, que en Málaga estorban a veces el cargar, y las mismas el descargar en Adra, fue causa que las galeras no proveyesen de tanto bastimento y tan a la continua. Era algunas veces mantenido el campo de solo pescado, que en aquella costa suele ser ordinario; cesaban las ganancias de los soldados con la ociosidad; faltaban las esperanzas a los que venían cebados dellas; deteníanse las pagas; comenzó la gente de descontentarse a tomar libertad y hablar como suelen en sus cabezas. El General, hombre entrado en edad, y por esto más en cólera, mostrado a ser respetado y aun temido, cualquiera cosa le ofendía: diose a olvidar a unos, tener poca cuenta con otros, tratar a otros con aspereza; oía palabras sin respeto, y oíanlas dél. Un campo grueso, armado, lleno de gente particular, que bastaba a la empresa de Berbería, comenzó a entorpecerse nadando y comiendo pescados frescos, no seguir los enemigos habiéndolos rompido; no conocer el favor de la victoria; dejarlos engr...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. Luis Tribaldos de Toledo al lector
  4. Introducción
  5. Guerra de Granada
  6. Libro I
  7. Libro II
  8. Libro III
  9. Libro IV
  10. Libros a la carta