[...] Segunda parte
Capítulo único
La cuestión Capital, del punto de vista de la Provincia de Buenos Aires Para facilitar la lectura de esta Segunda Parte, cuya materia es algo complicada por su novedad, creemos conveniente precederla de un resumen general de su contenido, en orden lógico.
¿La nacionalización de la ciudad de Buenos Aires implica la abolición de la Provincia de Buenos Aires? Todo al revés; es su salud y resurrección.
Separado su gobierno del de la ciudad de Buenos Aires, nace recién su autonomía moderna.
Su nacionalización solo puede tener por opositores a nacionalistas, cuyo nombre no les impide ser autonomistas a lo Rosas.
¿Por qué la causa de Buenos Aires estaba constituida por la indivisibilidad e integridad de la Provincia de Buenos Aires? Porque así estaba constituida la «Provincia-metrópoli» por el gobierno omnímodo y monárquico de los «gobernadores-virreyes españoles».
Era incorrecto decir que Buenos Aires absorbía la renta y el poder de la Nación, como Florencio Varela lo dijo por error, y lo repetimos muchos después de él.
Estaba en la verdad cuando decía que era Rosas y su gobierno omnímodo y absoluto de Provincia, el que lo absorbía, no para el pueblo, sino en daño del pueblo de su mando.
Lo que se llamaba «causa de Buenos Aires» antes de ahora, era causa de su gobierno realista y omnipotente. La omnipotencia pesaba sobre el pueblo de Buenos Aires. Para eso fue constituida por el rey de España. Lo probó el «gobernador-dictador», que sucedió al «gobernador-virrey».
España no fundó su colonia de Buenos Aires para hacer la riqueza y el poder de sus colonos, sino de su monarca. Los «porteños, vasallos» del rey, eran instrumentos y obreros mecánicos, no beneficiarios, de lo que producían para su real dueño y Señor.
Ese estado de cosas fue la causa de la Revolución de Mayo, que hizo a los porteños independientes del rey, pero no del gobernador que reemplazó al virrey.
Conservada la máquina del poder absoluto, es decir, la «Capital-provincia», cayó la «tiranía» pero quedó el «tirano».
El gobernador Rosas representó esa trasmigración del despotismo realista en el despotismo republicano.
De ahí la necesidad de la revolución de 1852, que derrocó al gobernador-dictador de Buenos Aires, en Caseros.
Dejada en pie, por segunda vez, la máquina del poder del virrey y del «dictador», que era la integridad de la «Provincia-metrópoli», pronto la máquina encontró nuevos maquinistas en la revolución provincial de 11 de setiembre del mismo año 1852, confirmada por otra revolución que se llamó la reforma de la Constitución, en que fue restaurada como régimen definitivo, la «Capital-provincia» de Buenos Aires, monarquista de origen y naturaleza.
Ese organismo, llamado «Compromiso», llevaba al país a su disolución, por el conflicto permanente de dos gobiernos en guerra, cuando una tercera faz del movimiento de mayo ha hecho lo que debió hacer hace setenta años: separar la «Provincia» de Buenos Aires de la «Ciudad» de Buenos Aires, capital histórica y necesaria de la República Argentina.
Este cambio hace nacer, por primera vez, la autonomía regular de la Provincia de Buenos Aires (es decir, el gobierno de sí mismo), pero no empezará a ser un hecho su autónomo gobierno, sino cuando se dé una moderna ciudad de Buenos Aires, como capital propia.
Las capitales se hacen a sí mismas por las leyes naturales de su creación vital; por la «evolución», legislatura de las legislaturas.
Nuevas cosas, nuevas necesidades, nuevas generaciones, darán a luz nuevos hombres de Estado, que no hemos tenido antes de ahora, por falta de «Estado» o «Nación».
Dracón y sus durezas no igualan al rigor de la ley de la evolución, es decir, de la naturaleza entregada a su brutalidad. La reflexión, el juicio, la calma de nuestro país, deben probar que somos capaces de libertad, es decir, del gobierno de nosotros mismos, cuya condición esencial es la obediencia y el respeto de nosotros mismos.
La solución dada es irrevocable, porque es obra de las cosas.
El progreso argentino se volverá una burla si toda tentativa de reacción y restauración del statu quo, no es tratada como crimen de lesa nación.
II. La erección de la ciudad de Buenos Aires en capital de la Nación, le deja intacta y asegurada su importancia de Provincia
¿La erección de la ciudad de Buenos Aires en capital de la República Argentina, implicará la desaparición de la Provincia de Buenos Aires? Todo lo contrario: le quedaría su autonomía intacta, despojada de un elemento extraño, que vive injerto en ella, para hacer menos neto el patrimonio porteño.
La «autonomía provincial de Buenos Aires» continuará existiendo como la de cada una de las otras provincias.
Una nueva y moderna «ciudad de Buenos Aires», sería capital de la nueva Provincia de Buenos Aires.
Este orden de cosas no sería una desmembración de la actual Provincia de Buenos Aires, porque la ciudad y la provincia, no están en el mismo caso. La Provincia de Buenos Aires no es dueña de todos los elementos económicos de gobierno, de carácter nacional, que la ciudad de Buenos Aires encierra; y no puede, por lo tanto, considerar como la capital o cabeza exclusiva del cuerpo de su Estado provincial, a la ciudad de Buenos Aires.
Por esta razón no podría ser capital de la República de la Provincia de Buenos Aires, integrada con la ciudad de su nombre, la cual pertenece a la Nación, en cuanto a su gobierno, porque ese gobierno no está compuesto con elementos de poder que son de la Nación entera, no solo de Buenos Aires, tales como el centro común del tráfico internacional que se hace por el puerto argentino, situado en la ciudad de Buenos Aires; el impuesto de ese tráfico nacional que es la «aduana nacional»; el «crédito público», garantido por ese impuesto; el «tesoro nacional», que está donde están sus dos manantiales nacionales, el impuesto y el empréstito, emisión monetaria de deuda pública.
Pero otra razón por la que no puede ser capital de la Nación la Provincia entera de Buenos Aires, tal como ha existido, es que la capital así formada, era la negación de la Nación Argentina, considerada como Estado independiente y soberano.
Prueba histórica y nacional de esto, es que cuando las provincias no eran todavía un Estado libre y soberano, sino colonia de España, tuvieron y debieron tener por capital a la «Provincia entera de Buenos Aires», por ser tan grande y poderosa como la casi totalidad del antiguo Virreinato de Buenos Aires. Siendo su «gobernador» local a la vez virrey de todo el Virreinato, para hacer efectivo el poder absoluto y omnímodo de la corona de España, en todo el vasto suelo en que hacía las veces del rey, necesitaba de un poder que no tuviese contrapeso ni equivalente.
Conservar ese régimen territorial en plena República, era anonadar la soberanía del pueblo argentino y la esencia del régimen republicano, establecido por la Revolución de Mayo.
La capital de la República Argentina, integrada con la Provincia entera de Buenos Aires, era la restauración del régimen colonial español, no en provecho de España, no tampoco en provecho del pueblo de Buenos Aires, sino del gobierno y de una clase gobernante de provincia, en perjuicio del pueblo de Buenos Aires, como sucedía en el tiempo de la dominación colonial de España.
Es impropio decir que es Buenos Aires la que absorbe y monopoliza el poder y la riqueza de toda la Nación argentina, con motivo de que esa absorción se opera en la ciudad de Buenos Aires. Esa manera de hablar es simple metonimia, figura de retórica, en que se toma la parte por el todo. En esa impropiedad de lenguaje hemos incurrido Florencio Varela y yo, y muchos otros después.
Como sucedía en tiempo del gobierno colonial español, la absorción y monopolio se operaban, no en provecho de los colonos, que formaban el pueblo de Buenos Aires, sino en provecho exclusivo de la corona de España, de que la colonia era patrimonio.
El régimen de gobierno que España dio a su colonia del Plata, no tuvo por objeto hacer la riqueza y el poder de sus colonos argentinos, sino el beneficio y aumento del real erario y real patrimonio. Los colonos eran herramienta y máquina productora del poder personal de su monarca absoluto. Con ese fin recibió la colonia española del Plata la construcción o constitución orgánica que ha sobrevivido al régimen colonial, pues la mera Revolución de la Independencia no ha bastado para llevar a los bolsillos del pueblo de Buenos Aires, lo que fue destinado y hecho para entrar en los bolsillos de sus gobernantes.
Así, todo el cambio ha consistido en que nuevos beneficiarios oficiales y oficiosos han reemplazado a los antiguos, pero el pueblo ha seguido tan explotado bajo el régimen dicho de libertad, como estuvo bajo la servidumbre colonial.
La continuación del régimen de absorción y monopolio en beneficio de los sucesores del poder español, bajo el régimen moderno, no ha servido sino para aumentar la omnipotencia del gobierno titulado libre, de gobernados sin libertad, es decir, para percibir los beneficios y provechos en que consiste el poder que es llamado libertad individual.
El poder patrio bastardeado, ha continuado omnipotente, porque ha conservado la complexión y contextura rentística y económica que recibió en su origen colonial, para no dejar nacer la libertad y el poder de los colonos españoles, que eran los «argentinos» de aquel tiempo.
Mientras esa absorción de la vida y ...