Tratado del alma
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Lluís Vives (1492-1540) fue uno de los más destacados humanistas y filósofos del Renacimiento. Se le considera un conciliador entre la cultura antigua y la medieval, precursor de no pocos aspectos del pensamiento moderno.Sus escritos, todos en latín, son aproximadamente unos sesenta. La variedad de su obra, y su espíritu innovador, revela la profunda calidad humana de Lluís Vives. Nuestro autor insiste en problemas de método, demostrando que, ante todo, es un pedagogo y un psicólogo.La obra más transcendental de Vives en el campo filosófico es este Tratado del alma(1538), que aquí presentamos. Está dividido en tres libros en los cuales el estudio de los sentidos, de las actividades intelectuales y racionales, de los sentimien­tos y de las pasiones, se enlaza con el de la fisiología y el examen de los problemas filo­sóficos y éticos correspondientes.- En el primer libro, Vives aborda temas como los sentimientos en general, el conocimiento interior, la vida racional y el conocimiento del alma.- En el segundo libro de este tratado dedica capítulos a elucubrar sobre la inteligencia simple y compuesta. Le siguen reflexiones sobre la memoria y el recuerdo, la razón, el juicio, el ingenio, el lenguaje, la manera de aprender, los conocimientos, la reflexión, la voluntad, el alma en general, el sueño y los ensueños, el hábito, la muerte, la inmortalidad, etc.- Y en el tercer libro reflexiona sobre el tema de las pasiones.En su tratado, Vives, aun siguiendo a Aristóteles y defendiendo la inmortalidad del alma, atribuye a la psicología el estudio empírico de los procesos espirituales. Estudia la teoría de los afectos, de la memoria y de la asociación de las ideas. Esta nueva manera abordar estos asuntos filosóficos lo convirtió en un precursor de la antropología del siglo XVII y de la moderna psicología.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN
9788498169294
Libro tercero
Viene a continuación la parte del alma referente a las pasiones, que es difícil en extremo por la diversidad de éstas, y a la vez necesaria para poner remedio a los grandes males que causan y medicina para las gravísimas enfermedades que son su resultado.
No estudiaron esta cuestión con bastante diligencia los pensadores de la antigüedad, según vemos por sus escritos. Los estoicos, a quienes sigue Cicerón por confesión propia, pervirtieron todos sus razonamientos con las argucias que empleaban. Aristóteles, en su Retórica, solo trata de esta materia por lo que se puede referir al orador político; pero aquí nos proponemos explicarla con la mayor prolijidad y exactitud posibles.
Creó todas las cosas el Rey de la naturaleza, a fin de que participasen de su esencia, para ser, y de su beatitud, para el bienestar, según las facultades e índole de cada cual. Para adquirir y conservar aquellos dones, otorgó las facultades correspondientes; para el ser, la propensión a librarse, mientras uno pueda, de todo influjo corruptor; y para estar bien, el deseo de lo bueno y la aversión a lo malo. Por eso también se agregó el conocimiento, tanto sensible como interior para juzgar, y este juicio ya para impulsarnos, ya para retraernos. En cuanto a la retracción en sí, o retirada, se concede en vista de algún bien, pues consiste en apartarse de lo malo hacia lo bueno; así es que todo cuanto hacemos es por causa del bien, semejantes en esto a nuestro autor, que es óptimo: huimos, con efecto, del mal por el bien, y deseamos éste por sí mismo; si bien en la elección de él se nos ofrecen grandes errores en la vida.
Es bien simplemente aquello que simplemente aprovecha; es bien para cada uno lo que aprovecha a éste. Frente a él se halla el mal, que es aquello que perjudica. Como el bien es uno por su naturaleza, lo es igualmente para nosotros; es decir, aquello que es tal, en verdad, y por cuya participación nos hacemos buenos y, en tanto, felices. Pero la ignorancia ciega acumuló en nosotros muchas clases de bienes: en el alma, en el cuerpo y en él exterior, los cuales no cabe aquí enumerar, porque ya lo hicieron muchos autores y también nosotros en otro lugar.
Los actos de estas facultades otorgadas a nuestra alma por la naturaleza para seguir el bien y evitarnos el mal, se llaman pasiones o afectos, por las cuales nos inclinamos hacia el bien, o contra el mal, o nos apartamos de éste. Entiéndese aquí el bien y el mal, no lo que realmente lo sea, sino lo que cada cual cree que es para él, pues lo que pensamos ser bueno o malo toca al juicio, y en esto cabe gran engaño por la multiplicidad de opiniones y las densas tinieblas que reinan en nuestros juicios; por más que aquí tenemos ciertos gérmenes de verdad infundidos, naturalmente, como antes se dijo, aunque de carácter muy universal, como lo son ambos dones de Dios: «es un bien la conservación de sí propio y el vivir con beatitud.»
Mas como hay que descender desde la cabeza hasta las diversas partes, vienen al punto muchas caídas y grandes precipicios. Hay, asimismo, ciertos movimientos del alma o, más bien, ímpetus naturales que surgen del cuerpo impresionado, v. gr., el deseo de comer en el hambre, el de beber en la sed, la tristeza en la enfermedad o bajo la presión de la bilis negra, la alegría en la sangre líquida y pura que rodea el corazón, la molestia con una herida. Todos esos movimientos preceden al juicio; todos los demás, por prontos y velocísimos que sean, siguen a la resolución del juicio.
No se movería, en efecto, el alma, si no prejuzgase la bondad o malicia del objeto de su acción, y lo mismo sucede en los animales, cuya pasión no es producida solo por la imaginación, sino que se agrega un acto estimativo que en ellos hace veces de un cierto juicio. Pero las agitaciones de nuestro espíritu son muy violentas y no dejan tiempo para nuestra percepción y estudio de ellas; por lo cual parece que en ocasiones ese movimiento del alma precede al juicio; vemos, sin embargo, que a medida que cambian las enseñanzas y doctrinas que aquélla recibe, cambian también las pasiones; aumentando o disminuyendo, o desaparecen en absoluto y pasan al dominio de otras —ya dijimos en el libro anterior cuáles son las que mueven al juicio y le convierten a diversas resoluciones—; de consiguiente, sirven para concitar y para aplacar los movimientos anímicos. No siempre, con todo, es menester para excitar la pasión un juicio determinado en virtud de un cúmulo de razones; bastan para moverla, y es lo más frecuente, las representaciones de la imaginación.
Así, con solo que la fantasía arrastre consigo, en su peculiar ímpetu, una forma de opinión o juicio de que es bueno o malo el objeto que se la presenta, caemos en toda suerte de perturbaciones de ánimo: tememos, nos alegramos, lloramos, nos entristecemos; por lo cual es evidente que aquéllos convergen hacia la parte del cuerpo en que domina preferentemente la fantasía. Por eso achacamos a todas las pasiones que actualmente sufrimos las mismas cualidades que tiene la naturaleza corporal: son cálidas unas, frías otras; éstas húmedas, aquéllas secas, y otras mixtas de las anteriores; pues el temperamento del cuerpo humano se forma de esas mismas cualidades, y, según la índole y naturaleza de cada pasión, se produce fácilmente y se aumenta en su semejante corporal, y no así en la contraria.
Estos temperamentos unas veces se excitan y aguzan; otras, por el contrario, se contienen y refrenan, ya por agentes internos, ya externos; son los primeros las pasiones mismas: la tristeza, por ejemplo, los hace fríos y secos; la alegría, cálidos y húmedos, puesto que aquéllas no solo reciben sino que conservan la naturaleza del cuerpo; de éste son, v. gr., la comida y la bebida, la edad, las enfermedades; factores que obran no perfectamente ni para todo, sino la mayoría de las veces, y cambian a menudo en el cuerpo, por lo cual también cambian las pasiones, en particular para aquellos que se dejan llevar de ellas, no gobernándose con el timón de la razón y de un juicio cumplido.
A esto se agregan los pensamientos constantes, los estudios vastos y difíciles que hacen melancólicas a las personas; el criterio que tenemos de las cosas, como Demócrito, que se reía siempre de las perpetuas tonterías humanas, o Heráclito, que no cesaba de llorar en vista de la desdicha de los hombres. Exteriores son el tiempo natural, v. gr., las cuatro partes del año, las horas del día y el nuestro propio, o sea el estado de nuestros asuntos o el de los públicos, la localidad, general o particular, todo lo cual quedó explicado en otro lugar prolijamente. En la última se comprende la habitación, vestido, compañías; los negocios y actos que nos proponemos ejecutar, según que sean vehementes y penosos o agradables; ya los molestos o arduos, como los tranquilos y fáciles.
No corresponde a las pasiones un solo nombre, porque lo son también aquellas facultades naturales en el alma de entenderse hacia el bien y de retirarse del mal; e igual denominación tienen sus actos, llamados también costumbres, que de ellos se formaron, del vocablo griego es exous decir, el hábito; y así debemos tenerlo en cuenta en lo sucesivo para no caer en error; por más que el sentido mismo indica cómo deben entenderse esas palabras.
Habiendo el alma de habitar en el cuerpo, infundió Dios, artífice admirable, en el ser animal esta facultad de las pasiones que sirviesen a modo de acicates para estimular su alma y no yaciese inerte y agobiada por la masa corpórea, cual asno perezoso, con entorpecimiento, perpetuo, y se adormeciese en su bienestar cesando la actividad que la era conveniente. Con ellas se excita le pronto como quien recibe varios espolazos, o bien es contenida por un freno para que no caiga en el mal; tampoco el hombre carece de tales estímulos y frenos, por el aspecto animal que ofrece, igualmente necesarios por las mismas causas; aunque nosotros aguzamos los primeros y hacemos más pesados los últimos, al agregar el enorme peso de lo superfluo a la necesidad simple y ligera.
Así como los movimientos del mar se deben, ya a un viento suave, ya a otro más fuerte y, por último, a una vehemente que en horrenda tempestad levanta hasta su fondo mismo con la arena y los peces, sucede en estas agitaciones anímicas que son algunas de ellas ligeras, que podíamos llamar comienzos de movimiento, otras más potentes y otras que quebrantan toda el alma y la expulsan del lugar de la razón y del asiento del juicio constituyendo verdaderas «perturbaciones» e «impotencias», en que el alma apenas es ya dueña de sí misma sino que cae bajo potestad ajena, y «ceguedades» en que nada acierta a ver. Puede llamarse mejor a las primera, «afecciones»; a las demás, «conmociones» o excitaciones, correspondientes al nombre griego paqr, o sea «pasiones», pues en realidad padece el espíritu entero con ese a modo de golpe y agitación que, si llega a ser más violenta, se llama «confusión».
Las pasiones que han llegado a dominar con el uso se llaman con razón enfermedades y vicios del alma, por lo cual pertenecen más bien al género de malas pasiones, que se tratan en otro lugar. Hay también pasiones en transición, como el pudor que viene de la vergüenza; el miedo, de un ligero ruido; otras, como el temor, la reverencia, permanecen y se confirman con la duración; en suma, persiste toda pasión arraigada por la costumbre en virtud de la repetición de actos o impuesta por alguna acción vigorosa y continua. Algunas son infundidas por la naturaleza y por la constitución corporal, y pasan a ser facultades naturales a causa de un prolongado hábito. Como las pasiones van unidas en parte a la carne animal, y a ella se adhieren, cuanto mayor es la infección del juicio por contacto del cuerpo, y ya más metido en la carne, con más gravedad y en mayor número surgen, perturbando y pervirtiendo, no solo los sentidos internos del alma, sino también los externos: tal sucede a los amantes, a los encolerizados, a los miedosos, que creen oír lo que jamás existió. Por eso dijo el poeta:
«Omnes
Qui amant, ipsi sibi somnia fingunt.»7
Y cuanto más puro y elevado es el juicio, tanto menos pasiones admite y más leves, pues examina con mayor cuidado lo que hay de verdadero y bueno en cada objeto, y por lo mismo se deja conmover más rara vez y con mayor lentitud. Aquellas agitaciones enormes y completamente confusas provienen, en efecto, de la ignorancia y de la falta de consideración, o también de la falsedad, por creerse que son el bien o el mal mayores de lo que son en realidad, como mirando a través de la niebla del desconocimiento, y no obrando con miras e intención de un bien cualquiera, como es debido, sino habiéndonos propuesto muchos y diversos bienes, fines y medios, que cambiamos en seguida, con inaudita inconstancia, según los sitios y las ocasiones.
Además, sin tener en cuenta el movimiento que se inicia, y sin ser dueños de nuestro poder, nos dejamos llevar de la tempestad misma, no adonde queremos, sino donde a ella le place; y como no miramos y comprendemos las cosas con un prefijado propósito mental, sino por arbitrio de la naturaleza, nos conmovemos en el grado que ésta puede; porque los actos naturales no están reducidos a los límites de nuestra voluntad, sino graduados por el mayor esfuerzo y potencia de cada facultad.
Todo ello es muy de otra manera en el sabio, que no se engaña al elegir el bien, y se propone siempre alguno determinado, y para alcanzarle toma pocos caminos, pero explorados y seguros. No consiente que le gobiernen los negocios, sino que los gobierna él mismo; se mantiene en su derecho, y potestad, para que cuando surja una pasión por las fuerzas de la naturaleza, la contenga al instante con el freno de la razón, y la obligue a ceder ante el recto juicio.
Capítulo I. Enumeración de las pasiones
Todo movimiento del alma es con respecto al bien, o al mal, como contrario a él: es, por tanto, o hacia el bien, o fuera del mal, o contra éste.
El bien, y lo mismo el mal, es presente, futuro, pasado o posible; la ausencia del bien se tiene por un mal, y viceversa. Una vez conocido el bien, inmediatamente agrada, y es como la primer aura del movimiento que surge, y se llama gusto; confirmado éste, conviértese en amor. El movimiento del bien presente que hemos alcanzado es la alegría; el del bien futuro se llama deseo, el cual se halla dentro de los límites del amor; el primer movimiento del mal es el enojo, contrario al agrado, y confirmado, se convierte en od...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. Prefacio
  4. Libro primero
  5. Libro segundo
  6. Libro tercero
  7. Libros a la carta