Relación de Michoacán
eBook - ePub

Relación de Michoacán

  1. 220 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

El manuscrito original de la Relación de Michoacán se conserva en la Biblioteca de El Escorial y constaba de tres partes.- En la primera, de la que sólo se conserva un folio, se describían los dioses purépechas, nombrados tarascos por los españoles, y las fiestas que se hacían en su honor;- en la segunda se relata la vida del héroe legendario Tariacuri, - en la tercera parte se describen las costumbres de los tarascos y se narra cómo fue conquistado el reino por los españoles.Algunos investigadores consideran que la primera parte la destruyeron las autoridades españolas, quienes en 1557 prohibieron estrictamente el estudio de las creencias de los indios.Según se aprecia en el manuscrito, el autor se considera un intérprete de las referencias aquí contenidas y todo indica que dominaba la lengua purépecha.Es probablemente obra del franciscano fray Jerónimo de Alcalá, conocedor de las tradiciones indígenas. Se cree que a petición del primer virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza, con la información que proporcionaron viejos sacerdotes indígenas.La Relación de Michoacán es una de las obras más completas sobre el origen y las tradiciones del pueblo purépecha.Por la riqueza de su contenido laRelación de Michoacánes una fuente indispensable para los estudios sobre los tarascos y los primeros años del Michoacán colonial.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Relación de Michoacán de Jerónimo de Alcalá, Leoncio Cabrero Fernández en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Política y relaciones internacionales y Colonialismo y poscolonialismo. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Segunda parte
Síguese la historia. Cómo fueron señores el cazonci y sus antepasados en esta provincia de Michoacán. De la justicia general que se hacía
I
Había una fiesta llamada Equataconsquaro que quiere decir de las flechas. Luego el siguiente día después de la fiesta, hacíase justicia de los malhechores que habían sido rebeldes o desobedientes y echábanlos a todos presos en una cárcel grande, y había un carcelero diputado para guardallos, y eran éstos los que cuatro veces habían dejado de traer leña para los fogones. Cuando el cazonci enviaba mandamiento general por toda la provincia que trajesen leña, a quien la dejaba de traer le echaban preso.
Y eran éstos los espías de la guerra; los que no habían ido a la guerra o se volvían della sin licencia; los malhechores, los médicos que habían muerto alguno; las malas mujeres; los hechiceros; los que se iban de sus pueblos y andaban vagamundos; los que habían dejado perder las sementeras del cazonci por no deshierballas, que eran para las guerras; los que quebraban los maguéis; y a los pacientes en el vicio contra natura. A todos estos echaban presos en aquella cárcel, que fuesen vecinos de la ciudad y de todos los otros pueblos y a otros esclavos desobedientes, que no querían servir a sus amos, y a los esclavos que dejaban de sacrificar en sus fiestas. A todos estos susodichos llamaban úazcata y si cuatro veces habían hecho delitos, los sacrificaban. Y cada día hacían justicia de los malhechores, mas una hacían general, este dicho día, veinte días antes de la fiesta, hoy uno, mañana otro, hasta que se cumplían los veinte días borrado Y el marido que tomaba a su mujer con otro, les hendía las orejas a entrambos, a ella y al adúltero, en señal que los había tomado en adulterio. Y les quitaba las mantas y se venían a quejar, y las mostraba al que tenía cargo de hacer justicia, y era creído, con aquella señal que traía. Si era hechicero traían la cuenta de los que había hechizado y muerto, y si alguno había muerto, su pariente del muerto, cortábale un dedo de la mano y traíale revuelto en algodón y veníase a quejar. Si había arrancado el maíz verde uno a otro, traía de aquellas cañas para ser creídos y los ladrones que dicen los médicos que habían visto los hurtos en una escudilla de agua o en un espejo: de todos éstos, se hacía justicia, la cual hacía el sacerdote mayor por mandado del cazonci. Pues venido el día desta justicia general, venía aquel sacerdote mayor llamado Petámuti, y componíase. Vestíase una camiseta llamada ucata tararénguequa negra, y poníase al cuello unas tenazillas de oro y una guirnalda de hilo en la cabeza, y un plumaje en un tranzado que tenía como mujer, y una calabaza a las espaldas, engastonada en turquesas, y un bordón o lanza al hombro, e iba gobernador del cazonci, y asentábase en su silleta, que ellos usan, y venían allí todos los que tenían oficios del cazonci, y todos sus mayordomos que tenían puestos sobre las sementeras de maíz y frísoles y axi y otras semillas, y el capitán general de la guerra, que lo era algunas veces aquel su gobernador, llamado Angatácuri, y todos los caciques, y todos los que se habían querellado, y traían al patio todos los delincuentes, unos atadas las manos atrás, otros unas cañas al pescuezo. Y estaba en el patio muy gran número de gente, y traían allí una porra, y estaba allí el carcelero, y como se asentase en su silla, aquel sacerdote mayor llamado Petámuti, oye las causas de aquellos delincuentes, desde por la mañana, hasta mediodía, y consideraba si era mentira lo que se decía de aquellos que estaban allí presos, y si dos o tres veces hallaba que habían caído en aquellos pecados susodichos, perdonábalos, y dábalos a sus parientes; y si eran cuatro veces, condenábalos a muerte. Y desta manera estaba oyendo causas todos aquellos veinte días, hasta el día que había de hacer justicia él y otro sacerdote que estaba en otra parte. Si era alguna cosa grande, remetíanlo al cazonci, y hacíanselo saber. Y como se llegase el día de la fiesta, y estuviesen todos aquellos malhechores en el patio con todos los caciques de la provincia, y principales, y mucho gran número de gente, levantábase en pie aquel sacerdote mayor, y tomaba su bordón o lanza, y contábales allí toda la historia de sus antepasados: cómo vinieron a esta provincia y las guerras que tuvieron, al servicio de sus dioses; y duraba hasta la noche borrado que no comían, ni bebían él, ni ninguno de los que estaban en el patio. Y porque no engendre hastío la repartiré en sus capítulos, e iré declarando algunas sentencias, lo más al propio de su lengua, y que se pueda entender. Esta historia sabía aquel al patio del cazonci así compuesto, con mucha gente de la ciudad y de los pueblos de la provincia; e iba con él el sacerdote mayor y enviaba otros sacerdotes menores por la provincia, para que la dijesen por los pueblos, y dábanles mantas los caciques. Después de acabada de recontar, se hacía justicia de todos aquellos malhechores.
II. De cómo empezaron a poblar los antecesores del cazonci
Empezaba así aquel sacerdote mayor: «Vosotros los del linaje de nuestro Dios Curicaueri, que habéis venido, los que os llamáis Eneani y Tzacapu hireti, y los reyes llamados Uanacaze, todos los que tenéis este apellido, ya nos habemos juntado aquí en uno, donde nuestro Dios Tirípeme Curicaueri se quiere quejar de vosotros, y ha lástima de sí. El empezó su señorío, donde llegó al monte llamado Uringuaran pexo, monte cerca del pueblo de Tzacaputacanendan. Pues pasándose algunos días como llegó aquel monte, supiéronlo los señores llamados zizambanecha. Estos que aquí nombro, eran señores de un pueblo llamado Naranjan cerca desta ciudad. También es de borrado saber, que lo que va aquí contando en todo su razonamiento este papa, todas las guerras y hechos atribuía a su Dios Curicaueri que lo hacía, y no va contando más de los señores, y casi las más veces nombra los señores, qué decían, o hacían, y no nombra la gente, ni los lugares, dónde hacían su asiento y vivienda y lo que se colige desta historia es que los antecesores del cazonci vinieron, a la postre, a conquistar esta tierra y fueron señores della. Extendieron su señorío, y conquistaron esta provincia, que estaba primero poblada de gente mexicana, naguatatos y de su misma lengua, que parece que otros señores vinieron primero y había en cada pueblo su cacique con su gente y sus dioses por sí. Y como la conquistaron, hicieron un reino de todo, desde el bisabuelo del cazonci pasado, que fue señor en Michoacán, como se dirá en otra parte».
Dice pues la historia: Sabiendo pues el señor de aquel pueblo de Naranjan, llamado Ziranzirancamaro que era venido a aquel monte susodicho Hireti ticátame y que había traído allí a Curicaueri su Dios en Uringuaran pexo, dijeron a este señor de Naranja: «Hiretiticátame trae leña para los fogones de Curicaueri». Todo el día y la noche ponen incienso en los braseros o piras los sacerdotes y hacen la ceremonia de la guerra y van a los dioses de los montes.
Dijo a los suyos: «Mirad que muy altamente ha sido engendrado Curicaueri y con gran poder ha de conquistar la tierra. Aquí tenemos una hermana; llevádsela y ésta no la damos a Hireti ticátame, mas a Curicaueri y a él le decimos lo que dijéramos a Hireti ticátame, y hará mantas para Curicaueri y mantas para abrigalle y mazamorras y comida para que ofrezcan a Curicaueri e Hireti ticátame, que trairá leña del monte para los fogones: tomarále el cincho y el petate que se pone a las espaldas y la hacha con que corta la leña, porque de contino anda con los dioses de los montes, llamados Angamucuracha, para hacer flechas para andar a caza. Y tomarále el arco cuando venga de caza, y después que hubiere hecho mantas y ofrenda a Curicaueri, hará mantas y de comer para su marido Ticátame, para que se ponga a dormir al lado de Curicaueri, y le aparte el frío y le haga de comer, después de hechas las ofrendas, porque tenga fuerza para llegarse a los dioses de los montes llamados Angamu curacha Esto diréis al señor Hireti ticátame porque ha de conquistar la tierra Curicaueri. Y como fueron los mensajeros, llevaron aquella señora a Ticátame, y díjoles: “¿A qué venís, hermanos?”. Dijéronle ellos: “Tus hermanos llamados Zizambanecha nos envían a ti, y te traemos esta señora que es su hermana”». Y contáronle todo lo que decíen, y respondió él: «Esto que dicen mis hermanos, todo es muy bien: seáis bienvenidos». Y pusieron allí la señora y díjoles: «Muy liberalmente lo dicen mis hermanos: he aquí esta señora que habéis traído, y esto que me habéis venido a decir, no lo decís a mí, mas a Curicaueri, que está aquí, al cual habéis dicho todo esto, que a él ha de hacer mantas y ofrendas, y después me las hará a mí, para que le ataje el frío puesto a su lado y de comer, para que tenga fuerza para ir a los dioses de los montes llamados Angamu curacha, como decís. Asentaos y daros han de comer». Y como les diesen de comer, metieron la señora, y después de haber comido, pidieron licencia los mensajeros y dijeron: «Señor, ya habemos comido: danos licencia que nos queremos tornar». Respondió Ticátame: «Esperaos, sacarános algunas mantas». Y despidiólos y díjoles a la partida: «Una cosa os quiero decir, que digáis a vuestros señores, y es que ya saben cómo yo con mi gente ando en los montes trayendo leña para los cúes, y hago flechas y ando al campo por dar de comer al Sol y a los dioses celestes, y de las cuatro partes del mundo, y a la madre Cuerauáperi, con los venados que flechamos, y yo hago la salva a los dioses con vino, y después bebemos nosotros en su nombre, y acontece algunas veces, que flechamos algunos venados sobre tarde, y seguímoslos y así los dejamos y por ser de noche, ponemos alguna señal por no perder el rastro, y atamos algunas matas. Mirá que no toméis aquellos venados que yo he flechado, porque yo no los tomo para mí, mas para dar de comer a los dioses. Juntaos todos y avisaos unos a otros desto que os digo, y mirad que no me los toméis, ni llevéis, porque sobre esto ternemos rencillas y reñiremos. No lleguéis a ellos, mas en topando algunos destos venados heridos, cobrildos con algunas ramas, y bien que comeréis la carne y haréis la salva a los dioses, mas no llevéis los pellejos, y los en buen hora». Pasados algunos días que moraba en aquel monte Hiretiticátame, tuvo un hijo en aquella señora, llamado Sicuirancha, y yendo un día a caza Ticátame, flechó un venado en aquel dicho monte de Uringuaran pexo y no le acertando bien, fuése herido y siguióle y como fuese de noche ató unas matas por señal y vínose a su casa y fuése a las casas de los papas, a velar aquella noche, y a la mañana andaba aparejando para tornarse a buscar su venado herido, y como la anduviese buscando por el rastro, no le hallaba, porque se fue a una sementera de Queréquaro a morir, lugar cerca de Tzacapu. Y era por la fiesta de Uapánsquaro a 25 de octubre y salieron a coger mazorcas de maíz las mujeres para la fiesta, y dieron sobre él y viéronle que estaba muerto en aquella sementera, y entrando en su casa las que lo vieron, dijeron: «Andad acá; vamos, que está un venado muerto en la sementera». E hiciéronlo saber a su cacique, llamado Zizamban y fue toda su casa y asieron el venado y metiéronle en su casa, y como anduviese en el rastro del venado Hireti ticátame por el rastro, y viese unas aves como milanos que andaban en torno de donde había estado el venado, que iba buscando por rastro; y así de improviso llegó a donde había estado el venado, que estaba todo aquel lugar ensangriento, y dijo: «Ay, que me han tomado el venado; aquí cayó; ¿dónde le llevaron?». E iba mirando por donde llevaron el venado, y llegó de improviso donde le estaban desollando, y no le sabían desollar, que hacían pedazos el pellejo; y llegando a ellos, díjoles: «¿Qué habéis hecho, cuñados? ¿Por qué habéis llegado a mi venado, que ya os avisé dello, que no me tocásedes a los venados que yo flechase, con mi gente? Y no se me diera nada que os comiérades la carne, que no era mucho; empero más lo he por el pellejo, porque le habéis rompido todo, que no es pellejo, ni sirve de pellejo, sino de mantas, porque los corrimos y ablandamos y envolvemos en ellos a nuestro Dios Curicaueri». Respondieron los otros señores: «¿Qué decís, señor? Cómo ¿no tenemos nosotros arcos y flechas, y las traemos con nosotros para matar venados?». Díjoles Hireti ti cátame: «¿Qué decís? He aquí mis flechas, que yo las conozco». Y fuése al venado y sacóle una flecha que tenía en el cuerpo, y díjoles: «Mira esta flecha que yo la hice». Y los otros enojándose de oír aquello, empujáronle y dieron con él en el suelo, y Ticátame, como quien era águila Uacúsecha, enojóse y sacó una flecha de su aljaba, armó su arco y tirósela a un cuñado suyo de aquéllos, e hirióle en las espaldas, y luego a otro y tornóse a su casa. Y saludóle su mujer y díjole: «Seáis bienvenido, señor padre de Sicuirancha». Y él, asimismo, la saludó y díjole: «Toma tu hato, y vete a tu casa, a tus hermanos, y no lleves a mi hijo Sicuirancha, que yo le tengo de llevar conmigo, que me quiero mudar a un lugar llamado Zichaxúquaro, y llevaré allí a Curicaueri: Vete a tu casa». Respondióle su mujer y dijo: «¿Qué decís, señor? ¿Por qué me tengo de ir?». Y díjole Ticátame: «No, sino que te has de ir, porque he flechado a tus hermanos». Díjole ella: «¿Qué dices? ¿Por qué los flechaste? ¿Qué te hicieron?». Díjole Ticátame: «¿Qué me habían de hacer? No fue más, de que me llegaron a un venado que les había avisado en blanco que no me tocasen a los venados que yo flechase. Sube en la trox y entra dentro y saca a Curicaueri, que le quiero llevar». Díjole su mujer: «Señor, yo no me quiero ir a mis hermanos, mas contigo me tengo de ir. ¿Cómo no se hará hombre mi hijo Sicuirancha y quizá me flechará con los míos?». Y díjole Ticátame: «Sí, anda acá, vámonos». Y sacando el arca donde estaba Curicaueri, lióla y echósela a las espaldas. Y su mujer tomó el hijo a cuestas y así se partieron y abajaron del monte, y llegando a un lugar llamado Queréquaro, díjole su mujer: «Señor, tú llevas a Curicaueri en tu favor y ayuda, ¿pues, qué será de mí? En mi casa está un Dios llamado Uazoríquare: ¿no te esperaríes aquí un poco y subiré hacia el monte, y tomaría siquiera alguna manta de mi Dios, y la pondría en el arca para tener por Dios y guardalla?». Díjole Ticátame: «Sea así como dices: ve que también ese Dios que dices es muy liberal y da de comer a los hombres». Y como fuese la mujer, subió por un recuesto y llegó al lugar donde estaba aquel Dios, y no solamente tomó, como ella dijo, una manta, mas tomó el ídolo y envolvióle en la manta y trájole a donde estaba Ticátame, el cual le dijo: «Seas bienvenida, madre de Sicuirancha». Y ella asimismo le saludó y díjole Ticátame: «¿Traes la manta por que fuiste?». Dijo ella: «Sí, y traigo también al Dios Uazoríquare». Y díjole Ticátame: «Tráigale en buen hora: muy hermoso es; estén aquí juntos él y Curicaueri». Y púsole en el arquilla que iba Caricaueri, y así moraron en uno y llegaron al lugar donde iba, llamado Zichaxúquaro, donde hicieron sus casas y un cu que está hoy en día derribado.
III. De cómo mataron en este lugar sus cuñados a este señor llamado Ticátame
Pues como Ticátame llegase a Zichaxúquaro, un lugar poco más de 3 leguas de la ciudad de Michoacán, pasándose algunos días que era ya hombre Sicuirancha hijo de Ticátame, sus cuñados, acordándose de la injuria recibida, tomaron un collar de oro y unos plumajes verdes, y trajéronles a Oresta, señor de Cumanchen, para que se pusiese su Dios llamado Tares upeme, y pidieron ayuda para ir contra Ticátame y juntáronse sus cuñados con los de Cumanchen, e hicieron un escuadrón y en amaneciendo estaban todos en celada, puestos cabe un agua que está junto allí en el pueblo; y pusieron allí una señal de guerra, un madero todo emplumado, para que la viesen los de Ticátame y saliesen a pelear. Y como fuese muy de mañana, fue por un cántaro de agua, la mujer de Ticátame, y sus hermanos que estaban allí saludáronla en su lengua, que eran serranos, dijéronla: «¿Eres tú por ventura la madre de Sicuirancha?». Respondió ella: «Yo soy. ¿Quién sois vosotros que lo preguntáis?». Dijeron ellos: «Nosotros somos tus hermanos; ¿qué es de Ticátame, tu marido?». Respondió ella: «En casa está. ¿Por qué lo decís?». Respondieron ellos: «Bien está; venimos a probarnos con él, porque flechó a nuestros hermanos». Y la mujer, como oyó aquello, empezó a llorar muy fuertemente y arrojó allí el cántaro y fuése y entróse en su casa llorando. Díjole Ticátame: «¿Quién te ha hecho mal, madre de Sicuirancha? ¿Por qué vienes así llorando?». Respondió ella: «Vienen mis hermanos los que se llaman Zizambanecha y los de Cumanchen». Díjole Ticátame: «¿A qué vienen?». Respondió ella: «Dicen que a probarse contigo, porque flechaste sus hermanos». Dijo él: «Bien está: vengan y probarán mis flechas, las que se llaman hurespondi, que tienen los pedernales negros y las que tienen los pedarnales blancos y colorados y marillos. Estas cuatro maneras tengo de flechas, probarán una destas, a ver a qué saben, y yo también probaré sus varas que pelean, a ver a qué saben». Y viniendo sus cuñados, cercáronle la casa y Ticátame sacó unas arcas hacia fuera, y abriólas a priesa, que tenía de todas maneras de flechas en aquellas arcas guardadas, y como quisiesen entrar todos a una por la puerta, ataparon la puerta y Ticátame armaba su arco y tiraba de dos en dos las flechas y enclavaba a uno, y la otra pasaba alante a otro flechó a muchos y mató los que estaban allí tendidos, y siendo ya mediodía, acabó las flechas, no tenía con que tirar y traía su arco al hombro y dábales de palos con él, ellos arremetieron todos a una y enclavábanle con aquellas varas y sacáronle de su casa, arrastrando muerto, y pusieron fuego a su casa y quemáronle la casa, que el humo que andaba dentro había cerrado la entrada, y tomaron a Curicaueri, y llévaronselo y fuéronse, y no estaba allí Sicuirancha, que había subido al monte a cazar, y como vino su mujer y vido el fuego, empezó a dar gritos y andaba alrededor de los que estaban allí muertos y vido a su marido que estaba en el portal verdinegro de las heridas que le habían dado con las varas, y vino Sicuirancha, su hijo, y dijo: «Ay madre, ¿quién ha hecho esto?». Respondió la madre: «¿Quién había de hacer esto, hijo, sino tu tío y tu abuelo? Ellos son los que lo hicieron». Y dijo Sicuirancha: «Bien, bien, ¿pues qué es de Curicaueri, nuestro Dios?, ¿llévanle quizá?». Respondió ella: «Hijo, allá le llevan». Dijo él: «Bien está; quiero ir allá también, y que me maten. ¿A quién tengo que ver aquí?». Y fuese tras dellos. Iba dando voces, y Curicaueri dióles enfermedades a los que le llevaban, correncia y embriaguez y dolor de costado y estropeciamiento, de la manera que suele vengar sus injurias; y como les diese estas enfermedades, cayeron todos en el suelo, y estaban todos embriagados. Y llegó Sicuirancha donde estaba Curicaueri, que estaba en su caja, cabe el pie de una encina, y como vio la caja, dijo: «Aquí estaba Curicaueri, quizá le llevan». Y abrió el arca y sacóle y dijo: «Aquí está». Y llevaron una soga como sueltas, con que ataban los sativos para el sacrificio, y habían quitado de allí una argolla de oro y una soga, como sueltas que le dieron en el cielo, sus padres, y lleváronselo y dijo Sicuirancha: «Llévenselo, ¿para qué lo quieren? A quién han de dar de comer con ello? Ellos lo trairán algún día». Y tornó a su casa a Curicaueri, y vínose con toda su gente a Uayameo, lugar cerca de Santa Fe, la de la ciudad de Michoacán. Y fue señor allí e hizo un cu Sicuirancha, e hizo las casas de los papas y los fogones y hacía traer leña para los fogones, y entendía en las guerras de Curicaueri, y murió Sicuirancha, y enterráronle al pie del cu. Este Sicuirancha dejó un hijo llamado Pauácume, y fue señor allí, en Uayameo, y Pauácume engendró a Uápeni, y fue señor después de la muerte de su padre Pauácume, y tuvo un hijo llamado Curátame, y fue allí señor, en aquel mismo lugar, y andaba a caza con su gente, en un lugar llamado Pumeo, y en otro llamado Uirícaran y Pechátaro e Hirámuco, y llegaron hasta un monte llamado Pareo, y llegaron a otros lugares cazando, llamados Izti parazicuyo Changeyo Itziparazicuyo y hasta llegar a otro lugar llamado Curinguaro. Todos estos lugares son obra de una legua de la ciudad, o poco más.
Y como se tornasen a juntar todos en el pueblo que tenían sus cúes, llamado Uayameo, dijeron unos a otros: «Toda es muy buena tierra, donde habemos andado cazando: allí habíamos de tener nuestras casas» Y los otros que habían ido por la otra parte del monte, dijeron que era toda muy buena tierra. Y murió Curátame y fue enterrado al pie del cu. Cuatro señores fueron en Uayameo: Sicuirancha y Curátame, y Pauácume y Uápeani.
IV. Cómo en tiempo destos dos señores postreros tuvo su cu Xarátanga en Uayameo cómo se dividieron todos por un agüero
Muerto este señor pasado, dejó dos hijos que se llamaron de su nombre Uápeani y Pauácume. En este tiempo tenía ya su cu Xarátanga en Michoacán, y sus sacerdotes y señor llamado Taríaran, iban por leña a Tamataho, lugar cerca de Santa Fe, y sus sacerdotes, llamados Uatarecha, llevaban ofrenda de esta leña, algunas veces a Curicaueri, y había allí un camino y los chichimecas que tenían a Curicaueri, viendo esto, iban a un barrio de Michoacán, llamado Yauaro, y de camino llevaban esta leña a Xarátanga, en ofrenda a Michoacán. Y la leña que traían los unos y llevaban los otros, se encontraba en el camino. Y un día el señor que tenía a Xarátanga, con sus sacerdotes, bebiendo una vez mucho vino en una fiesta desta su diosa Xarátanga, empezaron a escoger de las mieses que había traído Xarátanga a la tierra, axí colorado y verde y amarillo, y de todas estas maneras de axí hicieron una guirnalda como la que solía ponerse el sacerdote de Xarátanga. Escogeron asimismo de los frísoles colorados y negros, y ensartáronlos unos con otros, y pusiéronselos en las muñecas, diciendo que eran las mieses de Xarátanga, que su sacerdote se solía poner. Y sus hermanas llamadas Patzim uaue y Zucur aue, escogieron destas dichas mieses, el maíz colorado y lo pintado, y ensartáronlo y pusiéronselo en las muñecas diciendo, que eran otras cuentas de Xarátanga. También escogeron de otras maneras de maíz, de lo blanco y de lo entreverado, y ensartáronlo y pusiéronselo al cuello, diciendo que eran sartales de Xarátanga. Y desplaciendo esto a la diosa, no se les pegó el vino que todo lo echaron y gomitaron y levantándose y tornando algo en sí, dijeron a sus hermanas: «¿Qué haremos, hermanas, que no se nos pegó el vino? Muy malos nos sentimos; id, si quisiéredes, a pescar algunos pececillos para comer y quitar la embriaguez de nosotros». Y como no tuviesen re...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. Relación de las ceremonias y ritos y población y gobernación de los indios de la provincia de Michoacán
  4. Primera parte
  5. Segunda parte
  6. Tercera parte
  7. Libros a la carta