Episodios nacionales I. Bailén
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Episodios nacionales I. Bailén

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Episodios nacionales I. Bailén

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Bailén es la cuarta novela de la primera serie de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Aquí continúa la historia del joven gaditano Gabriel, protagonista de tres episodios anteriores, El 19 de marzo y el 2 de mayo, La Corte de Carlos IVyTrafalgar.Gabriel, sale del Madrid posterior al 2 de mayo de 1808 con dirección a Andalucía, concretamente Córdoba, donde han llevado a su amada Inés. Allí descubre que Inés, forzada a un matrimonio de conveniencia, quiere profesar en un convento de clausura.Durante el camino se detiene en Bailén. Se aloja en la casa de una familia noble y descubre que preparan a su único hijo varón para unirse al ejército de Castaños en la lucha contra los franceses.A raíz de ello, Gabriel participará en la Batalla de Bailén, el 19 de Julio de 1808, donde se enfrentan los ejércitos español y francés.Bailén relata con gran exactitud el desarrollo de la batalla, que concluye con una victoria para los españoles. También se abordan temas tan importantes como los mayorazgos, tan arraigados en España en esa época. Se habla de la importancia e influencia del clero en el vulgo, de la diferencia de clases y del crecimiento del republicanismo en España.Bailén no es solo una novela histórica o bélica. Aquí además se cuenta una historia de amor entre Gabriel de Araceli e Inés y sobre la amistad entre Marijuán y Gabriel.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN
9788490072387
Categoría
Literature
XXXI
Inés, confusa y ruborosa, no contestó nada, cuando el diplomático se fue derecho a ella llevando de la mano a don Diego, y le dijo:
—Hija mía, aquí tienes al que te destinamos por esposo: mi sobrino, varón ilustre, a quien veremos general dentro de poco como siga la guerra.
—Hijo mío —añadió doña María—, las altas prendas de la que va a ser irremisiblemente tu mujer no necesitan ser ponderadas en esta ocasión, porque harto las conocemos todos. Ahora, con el trato, se avivará el inmenso cariño que os profesáis desde hace algunos años, señal evidente de que Dios tenía decidida ya vuestra unión en sus altos designios.
—Bonito es el retrato —dijo don Diego con un desenfado impropio de la situación—; pero usted, Inés, lo es más todavía. ¿Y en qué consistía el no querer salir del maldito convento? Sin duda las pícaras monjas la retenían a usted por fuerza, esperando que al profesar les llevara un buen dote. Pero no, yo juro que estaba decidido a sacar de allí a mi monjita, y ya discurría el modo de saltar por las tapias de la huerta y romper rejas y celosías para conseguir mi objeto.
Doña María, al escuchar esto, palideció, y luego las centellas de la ira brillaron en sus ojos. Pero con disimulo habló de otro asunto, procurando que el noble concurso y discreto senado olvidara las palabras del incipiente chico.
—Pero cuéntanos de una vez lo que te ha pasado en el campamento francés —dijo a don Diego.
—Pues me querían fusilar —repuso el mayorazgo sentándose—. Ya me tenían puesto de rodillas, cuando un oficial mandó suspender la ejecución.
—¿Y por qué te querían asesinar esos cafres?
—Porque les dije mil perrerías. Después, cuando me llevaron a la tienda, todos se reían de mí. Luego me dieron vino, obligándome a beberlo, y yo mientras más bebía más charlaba, diciendo atroces disparates y frases graciosas, hasta que me quedé como un cuerpo muerto.
—¿Y no sabes tú —exclamó doña María sin poder disimular su indignación—, que las personas de buena crianza no beben sino poquito?
—Es verdad; pero aquel vino tenía un saborcillo que me gustaba, y los franceses se reían mucho conmigo. Todos iban a verme, llamándome le petit espagnol.
—Lo cual, en la lengua de las Galias, quiere decir el pequeño español —dijo don Paco.
—Pero no debió usted dejarse emborrachar, joven —indicó el diplomático—. Juro que si eso hubiera pasado conmigo, de un sablazo descalabro a todos los oficiales de la división de Vedel.
Doña María, profundamente indignada, silenciosa, ceñuda, parecía una sibila de Miguel Ángel.
—Pero si todos aquellos señores me querían mucho... —continuó don Diego—. Por la tarde, y luego que desperté de aquel largo sueño, me dijeron que si sabía yo lidiar un toro. Díjeles que sí, y poniéndose muy contentos, me mandaron que diese al punto una corrida. No quería yo más para divertirme; así es que, poniendo una silla en lugar de toro, le capeé, le puse banderillas y le di muerte con mi sable, pasándole de parte a parte. ¡Cuánto se rieron aquellos condenados! Hasta el general acudió a verme.
—Veo que has aprovechado el tiempo en el campamento francés —dijo la señora madre con tremenda ironía.
—Si no me querían dejar venir. Después me dijeron que les cantara el jaleo, y lo canté de pie sobre una banqueta. ¡Ave-María purísima! Hasta los soldados se acercaban a la tienda para oír. Entre los oficiales había dos que no me dejaban de la mano, y me decían que si me pasaba al ejército francés, me tomarían por ayudante, llevándome a Francia, a París, y de París a recorrer toda la Europa.
—¡Y no les distes una bofetada! —exclamó doña María clavando sus dedos en el cuero del sillón.
—¡Quia! Me eché a reír y les dije que ya pensaba ir a Francia con el señor de Santorcaz, que es mi amigo y ha de ser mi ayo y maestro cuando me case.
Esta vez no fue doña María la que se estremeció de sorpresa e indignación; fue la marquesa de Leiva, quien mudando el color y con absortos ojos miró sucesivamente a su prima, a su sobrino y al ayo.
—Pero ¿qué está diciendo el niño? —preguntó este mirando a la condesa—. ¿Quién dice que es su maestro y su amigo?
—Cualquiera menos usted —contestó insolentemente el heredero—. ¡Vaya un maestro, que no sabe enseñar sino mentecatadas y simplezas!
—¡Jesús! Diego, repara que estás... —dijo doña María conteniendo con grandes esfuerzos los gestos amenazadores, natural expresión de su ira.
Don Paco se llevó el pañuelo a los ojos para enjugar una lágrima. Inés atendía a todo discretamente y sin hablar. ¡Ah! Mientras allí la juzgaban indiferente al peligroso diálogo, ¡qué admirables observaciones, qué exactos juicios haría en aquellos momentos ante semejante escena! Su talento y alto criterio dominarían sobre las pasiones, los errores y las querellas de la histórica familia como el Sol inmutable sobre la volteado...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. I
  4. II
  5. III
  6. IV
  7. V
  8. VI
  9. VII
  10. VIII
  11. IX
  12. X
  13. XI
  14. XII
  15. XIII
  16. XIV
  17. XV
  18. XVI
  19. XVII
  20. XVIII
  21. XIX
  22. XX
  23. XXI
  24. XXII
  25. XXIII
  26. XXIV
  27. XXV
  28. XXVI
  29. XXVII
  30. XXVIII
  31. XXIX
  32. XXX
  33. XXXI
  34. XXXII
  35. Libros a la carta