Historia de la rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada
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Historia de la rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada

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Historia de la rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada

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LaHistoria de la rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada(1600), contiene, entre otros documentos clave sobre dicha rebelión, lasCapitulaciones de los moriscos, o elMemorial en defensa de las costumbres moriscas que originó la disputa. Luis del Mármol, su autor, combatió en el norte de África. Allí conoció de cerca las vicisitudes y conflictos de las relaciones entre el mundo islámico y España.Del Mármolcomenzó a redactar su manuscritoa partir de 1574, pero no es hasta el año1600, que la imprenta malagueña de Juan René se encargara de publicarlo.Historia de la rebelión y castigo de los moriscosrelata desde el testimonio ocular del cronista, todos los acontecimientos sucedidos en el reino de Granada durante los años de la rebelión de los moriscos, descendientes de los moros cristianizados (1560-1571), en La Alpujarra, cuyos líderes fueron Aben Humeya y Diego López, llamado AbdaláAbén Aboo. La rebelión no sería sofocada hasta 1571.Luis de Mármol Carvajal, siendo muy joven, participó en la campaña africana del emperador Carlos V en 1535. Sufrió cautiverio en presidios musulmanes unos siete años y ocho meses. Así lo afirma en su prólogo a la primera parte de laDescripción general de África.Luego, tras recuperar su libertad, llegó a recorrer territorios del Imperio otomano. Su presencia en tierras africanas se extendió unos quince años. Tanto tiempo le permitió conocer muy bien la cultura y la lengua árabe.En 1568 comienza la guerra contra los moriscos (1568-1571). En este período bélico, y en Granada, Luis del Mármol Carvajal sirvió a Juan de Austria en las tareas de expulsión de los moriscos. Por designación del mismo hermano del emperador español, ejerció el cargo de proveedor de bastimentos y municiones del ejército.Luis del Mármol Carvajal fue un testigo de excepción por su condición de veedor del ejército real. EstaHistoria de la rebelión y castigo de los moriscos, es lacrónica más amplia y minuciosa de aquella guerra. Todavía hoy constituye una fuente de gran valor para los historiadores.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2012
ISBN
9788498979879
Categoría
Literature

Libro IV

Capítulo I. Cómo los moriscos del Albaicín que trataban del negocio de rebelión se resolvieron en que se hiciese, y la orden que dieron en ello

El recaudo que siempre hubo en la ciudad de Granada fue causa que los moriscos del Albaicín diesen alguna apariencia de quietud, aunque no la tenían en sus ánimos. Disimulando pues con humildad, estuvieron algunos meses, después de la venida del marqués de Mondéjar y de la ida de don Alonso de Granada Venegas a la corte, tan sosegados, que daban a entender estar ya llanos en el cumplimiento de la premática, y así lo escribió el Presidente a su majestad y a los de su consejo. Mas como después vieron que se les acercaba el término de los vestidos, y que no se trataba de suspender la premática con alguna prorrogación de tiempo, ciegos de pura congoja y faltos de consideración y de consejo, haciendo fucia en sus fuerzas, que si bien eran sospechosas para encubiertas, no dejaban de ser flacas para puestas en ejecución, acordaron determinadamente que se hiciese rebelión y alzamiento general, y que comenzase por la cabeza del reino, que era el Albaicín. Juntándose pues algunos dellos en casa de un morisco cerero, llamado el Adelet, tomaron resolución en que fuese el día de año nuevo en la noche, porque, demás de que los pronósticos les hacían cierto que el propio día que los cristianos habían ganado a Granada se la habían de tornar a ganar los moros, quisieron desmentir las espías y asegurar nuestra gente, si por caso se hubiese descubierto o descubriese un concierto que tenían para la noche de Navidad. Y así, advirtieron que no se diese parte de la última determinación a los de la Alpujarra hasta el día en que se hubiese de hacer el eleto, porque temieron que, como gente rústica, no guardarían secreto, y tenían bien conocido dellos que en sabiendo que el Albaicín se alzaba, se alzarían luego todos. La orden que dieron en su maldad fue ésta: que en las alcarías de la Vega y lugares del valle de Lecrín y partido de Órgiba se empadronasen ocho mil hombres tales, de quien se pudiese fiar el secreto, y que éstos estuviesen a punto para, en viendo una señal que se les haría desde el Albaicín, acudir a la ciudad por la parte de la Vega con bonetes y tocas turquescas en las cabezas, porque pareciesen turcos o gente berberisca que les venía de socorro. Que para que se hiciese el padrón con más secreto, fuesen dos oficiales por las alcarías y lugares, so color de adobar y vender albardas, y se informasen de pueblo en pueblo de las personas a quien se podrían descubrir, y aquellos empadronasen, encargándoles secreto; que de los lugares de la sierra se juntarían dos mil hombres en un cañaveral que estaba junto al lugar de Cenes, en la ribera de Genil, para que con ellos el Partal de Narila, famoso monfí, y el Nacoz de Nigüeles, y otros que estaban ya hablados, acudiesen a la fortaleza del Alambra, y la escalasen de noche por la parte que responde a Ginalarife. Y para esto se encargó un morisco albañir, que labraba en la obra de la casa real, llamado Mase Francisco Abenedem, que daría el altor de los muros y torres para que las escalas se hiciesen a medida, y se hicieron diecisiete escalas en los lugares de Güejar y Quéntar con mucho secreto; las cuales vimos después en Granada, y eran de maromas de esparto con unos palos atravesados, tan anchos los escalones, que podían subir tres hombres a la par por cada uno dellos. Que los mancebos y gandules del Albaicín acudirían luego con sus capitanes en esta manera:
Miguel Acis, con la gente de las parroquias de San Gregorio, San Cristóbal y San Nicolás, a la puerta de Frex el Leuz, que cae en lo más alto del Albaicín a la parte del cierzo, con una bandera o estandarte de damasco carmesí con lunas de plata y flecos de oro, que tenía hecha en su casa y guardada para aquel efecto; Diego Nigueli el mozo, con la gente de San Salvador, Santa Isabel de los Abades y San Luis, y una bandera de tafetán amarillo, a la plaza Bib el Bonut; y Miguel Mozagaz, con la gente de San Miguel, San Juan de los Reyes, y San Pedro y San Pablo, y una bandera de damasco turquesado, a la puerta de Guadix. Que lo primero que se hiciese fuese matar los cristianos del Albaicín que moraban entre ellos, y dejando cada uno una parte de la gente de cuerpo de guardia en los lugares dichos, acometiesen la ciudad por tres partes, y a un mismo tiempo la fortaleza de la Alambra. Que los de Frex el Leuz bajasen por un camino que va por fuera de la muralla a dar al Hospital Real, y ocupando la puerta Elvira, entrasen por la calle adelante, matando los que saliesen al rebato; y llegando a las casas y cárcel del Santo Oficio, soltasen los moriscos presos, y hiciesen todo el daño que pudiesen en los cristianos. Que los de la plaza de Bib el Bonut, bajando por las calles de la Alcazaba, fuesen a dar a la calle de la Calderería y a la cárcel de la ciudad, y quebrantándola, pusiesen en libertad a los moriscos, y pasasen a las casas del Arzobispo y procurasen prenderle o matarle. Que los de la puerta Guadix entrasen por la calle del río Darro abajo a dar a las casas de la Audiencia Real, y procurando matar o prender al Presidente, soltasen los presos moriscos que estaban en la cárcel de chancillería, y se fuesen a juntar todos en la plaza de Bibarrambla, donde también acudirían los ocho mil hombres de la Vega y valle de Lecrín, y de allí a la parte donde hubiese mayor necesidad, poniendo la ciudad a fuego y a sangre. Y que puestos todos a punto, se daría aviso a la Alpujarra para que hiciesen allá otro tanto. Este fue el concierto que Farax Aben Farax, y Tagari, y Mofarrix, y Alatar, y Salas, y sus compañeros hicieron, según pareció por confesiones de algunos que fueron presos, que nos fueron mostradas en Granada, y de otros de los que se hallaron presentes; y fuera dañosísimo para el pueblo cristiano si lo pusieran en ejecución; mas fue Dios servido que habiendo los albarderos empadronado ya los ocho mil hombres antes de llegar a Lanjarón, y estando los demás todos apercibidos y a punto para acudir a las partes que les habían sido señaladas, los monfís de la Alpujarra se anticiparon por codicia de matar unos cristianos que iban de Ugíjar de Albacete a Granada, y otros que pasaban de Granada a Adra, y desbarataron su negocio. Y porque se entienda cuán prevenidos y avisados estaban para el efecto, ponemos aquí dos cartas traducidas de arábigo, de las que Aben Farax y Daud escribieron a los moriscos de los lugares con quien se entendían, y a los caudillos de los monfís, sobre este negocio.
CARTA DE FARAX ABEN FARAX A LOS LUGARES, SOBRE EL REBELIÓN
«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso, Santificó Dios a nuestro profeta Mahoma, y a su gente, familia y aliados salvó salvación gloriosa. Hermanos nuestros y amigos, viejos, ancianos, caudillos, alguaciles, regidores y otros nuestros hermanos, y a todo el común de los moros: ya sabéis por nuestros pronósticos y juicios lo que Dios nos ha prometido; la hora de nuestra conquista es llegada para ensalzar en libertad la ley de la unidad de Dios, y destruir la del acompañamiento de los dioses. Estad unánimes y conformes para todo lo que os dijere e informare de nuestra parte nuestro procurador Mahomad Aben Mozud, que tiene nuestro poder y cargo para esto. Y lo que él os dijere haced cuenta que nos lo decimos, porque con el ayuda y favor de Dios estéis todos prevenidos y a punto de guerra para venir a Granada a dar en estos descreídos el día señalado. Los que no estuvieren apercibidos, haced que se aperciban, y a los que no lo supieren, avisadlos dello, que para este efecto están ya prevenidos todos desde el lugar de la Jauría y del Gatucin, hasta Canjáyar de la Jarquía. La salud de Dios sea con vosotros. Farax Aben Farax, gobernador de los moros, siervo de Dios altísimo».
CARTA DE DAUD A CIERTOS CAPITANES DE LOS MONFÍS
«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso. La salud de Dios buena, comprehendiente, deseo a aquel que el soberano honró, e no le desamparó el bien, que es mi señor Cacim Abenzuda y sus compañeros, y a mi señor el Zeyd, y a todos los amigos juntamente deseo salud: vuestro amigo el que loa vuestras virtudes, el que tiene gran deseo de veros, el que ruega a Dios por el buen suceso de vuestros negocios, Mahamete, hijo de Mahamete Aben Daud, vuestro hermano en Dios. Hágoos saber, hermanos míos, que estoy bueno, loado sea Dios por ello, y tengo puesto mi cuidado con vosotros muy mucho. Sábelo Dios que me ha pesado de vuestro trabajo; el parabién os doy del buen suceso y salvamento. Roguemos a Dios por su amparo en lo que queda. Hágoos saber, hermanos míos, que los granadinos me enviaron a buscar después que de vosotros me partí, y no supieron dónde estaba, y esta nueva tuve en el Rubite; mas no alcancé de quién era la mensajería, hasta que lo vine a saber de unos de Lanjarón, que me dijeron cómo los de Granada andaban resucitando el movimiento en que entendían por el mes de abril; y como supe esto, hablé con mi señor Hamete, y me aconsejó que subiese a Granada, y que supiese la certidumbre deste negocio y que le avisase dello. Yo subí al Albaicín, y hallé el movimiento muy grande, y la gente determinada a lo que se debía determinar. Entonces me junté con las cabezas que entienden en este negocio, y me dijeron que enviase a la gente que estaba en las sierras, y les hiciese saber esta nueva, para que ellos la publicasen de unos en otros, y que se juntasen; porque juntos consultaríamos y veríamos lo que se había de hacer. En esto quedamos y enviamos a los de las alcarías, y les hicimos saber la nueva; y todos dijeron: Querríamos que este negocio fuese hoy antes que mañana, porque más queremos morir, y nos es más fácil, que vivir en este trabajo en que estamos; y lo mismo dijeron las gentes de la Garbia y de la Jarquía, diciendo: Veisnos aquí muy prestos con nuestras personas y bienes. Y como contase esto a los granadinos, acordaron de enviar por todo el reino, avisándoles que apercibiesen la gente, y se aparejasen lo mejor que pudiesen. A esta sazón acordamos de enviar a los monfís, adonde quiera que estuviesen, para que se juntasen y avisasen unos a otros para el día que fuese menester. Este día están aguardando todos, chicos y grandes, y esto es necesario que se haga, siendo Dios servido, oh amigos míos. En recibiendo mi carta, apercibíos a la obra como hombres, porque mejor os será defender vuestros hijos y hermanos, y alzar el yugo de servidumbre de nuestro reino, y conquistar al enemigo, y morir en servicio de Dios, que pasaros a Berbería para dejar desamparados a vuestros hermanos los moros; porque el que esto hiciere de vosotros y muriere, morirá sin premio; el que viviere, y matare alguno de los moros, será juzgado ante las manos de Dios el día del juicio; el que muriere peleando con los herejes, morirá mártir; y el que viviere, vivirá honrado; y las razones acerca desto se podrían alargar; por tanto acortemos esta razón. Esto es, hermanos míos, lo cierto que os hacemos saber; por tanto aparejaos, y enviad a nuestro caudillo Hamete a hacerle saber esta nueva, y él os avisará aquello que se deba hacer; porque nosotros enviamos un hombre con la nueva, y no hemos sabido más lo que hizo. Enviad a la gente y avisadlos donde quiera que estén, y avisémonos de continuo, porque siempre sepamos unos de otros para lo que se ofreciere. Y por amor de Dios os encargo el secreto que pudiéredes, mientras Dios altísimo nos provee de su libertad, la cual será muy propincua mediante él. La gracia y bendición de Dios sea con vosotros, que es escrita en 25 de octubre. Y la firma decía: Mahamete, hijo de Mahamete Aben Daud, siervo de Dios».

Capítulo II. Cómo se hicieron nuevos apercibimientos en Granada con sospecha del rebelión

Todo esto que los moriscos hacían en su secreto era de manera que causaba una sospecha y confusión muy grande en Granada y en todo el reino. Veíase que los monfís andaban cada día más desvergonzados, despreciando y teniendo en poco a las justicias; que los moriscos mancebos, a quien no cabía en el pecho lo que estaba concertado, publicaban que antes que se cumpliese el término de la premática habría mundo nuevo. La ciudad estaba llena de moriscos forasteros, que so color de vender su seda y comprar sayas y mantos para sus mujeres, habían acudido de muchas partes del reino a saber lo que se trataba y cuándo había de ser el levantamiento. Tenía el marqués de Mondéjar avisos del desasosiego que traían; publicábase entre el vulgo que la noche de Navidad habían de entrar a levantar el Albaicín seis mil turcos, y aunque éstas parecían ser cosas a que se debía dar poco crédito, traían alguna apariencia. Entendiose después que ellos habían echado aquella fama, para que cuando acudiesen los ocho mil hombres que estaban empadronados en el Valle y Vega, entendiesen que eran turcos, y no quedase morisco en todo el reino que no se alzase. Con todo esto no acababan de persuadirse los ministros de su majestad que fuese rebelión general, sino que algunos perdidos andaban inquietando y alborotando la tierra, y que éstos no podrían permanecer muchos días, no siendo todos en la conjuración; y era así que los hombres ricos y que vivían descansadamente, creyendo que sola la sospecha del rebelión sería parte para que los del Consejo hiciesen con su majestad que mandase suspender la premática, holgaban que se alborotase la gente; mas no querían que se entendiese ser ellos los autores; y por otra parte, los ofendidos de las justicias y de la gente de guerra, y con ellos los pobres y escandalosos, queriendo venganza y enriquecer con haciendas ajenas, avivaban la voz de la libertad y encendían el fuego de la sedición. Hubo algunos de los autores que se arrepintieron en el punto, considerando el poco fundamento con que se movían, y avisaron dello, aunque por indirectas y no sin falta de malicia, a los ministros. Uno destos fue aquel Mase Francisco Abenedem que dijimos, el cual se fue al padre Albotodo el jueves 23 días del mes de diciembre, y como en confesión, le dijo que había entendido de unos moriscos gandules que pasaban por delante la puerta de su casa, cómo se quería levantar el reino la noche de Navidad, por razón de la premática; mas no le declaró otra cosa en particular. Con este aviso se fue luego Albotodo al maestro Plaza, su rector, y dándole cuenta de lo que el morisco le había dicho, se fueron juntos al Arzobispo, y con su licencia lo dijeron al Presidente y al marqués de Mondéjar y al Corregidor; los cuales no quisieron que se publicase, porque la ciudad no se alborotase, y solamente mandaron reforzar las guardias y doblar las centinelas y rondas, tanto para seguridad de los cristianos como de los moriscos. El marqués de Mondéjar puso buen recaudo en la fortaleza de la Alambra, y el Corregidor, acompañado con mucho número de gente armada, rondó aquella noche y la siguiente las calles y plazas del Albaicín y de la Alcazaba.

Capítulo III. Cómo los caudillos de los monfís comenzaron el rebelión en la Alpujarra por codicia de matar unos cristianos en la taa de Poqueira y en Cádiar

Teniendo pues Farax Abenfarax apercibidos todos sus amigos y conocidos en los lugares de moriscos, con cartas y personas de quien podía fiar el secreto, y viendo que se acercaba el día señalado, envió al Partal de Narila a que juntase las cuadrillas de los monfís, y las trajesen a las taas de Poqueira y Ferreira y Órgiba, para que alzasen aquellos pueblos en sabiendo que los del Valle y de la Vega iban la vuelta de Granada, y atravesando luego la Sierra Nevada, acudiesen a favorecer la ciudad. Este Partal había estado preso en el santo oficio de la Inquisición, donde se le había mandado que no saliese de Granada; el cual, so color de que padecía necesidad había pedido licencia a los inquisidores para ir a vender su hacienda a la Alpujarra, y con esta ocasión se había pasado a Berbería, y después volvió a estas partes a dar calor al rebelión, ofreciéndose de traer grandes socorros de África, exagerando el poder de aquellos infieles; y mientras esto se trataba, estuvo escondido algunos días en su casa, y no veía la hora de comenzar su maldad, como la comenzó antes de tiempo, por lo que agora diremos.
Acostumbraban cada año los alguaciles y escribanos de la audiencia de Ugíjar de Albacete, que los más dellos estaban casados en Granada, ir a tener las pascuas y las vacaciones con sus mujeres, y siempre llevaban de camino, de las alcarías por donde pasaban, gallinas, pollos, miel, fruta y dineros, que sacaban a los moriscos como mejor podían. Y como saliesen el martes 22 días del mes de diciembre Juan Duarte y Pedro de Medina, y otros cinco escribanos y alguaciles de Ugíjar con un morisco por guía, y fuesen por los lugares haciendo desórdenes con la misma libertad que si la tierra estuviera muy pacífica, llevándose las bestias de guía, unos moriscos cuyas eran, creyendo no las poder cobrar más, por razón del levantamiento que aguardaban, acudieron a los monfís, y rogaron al Partal y al Seniz de Bérchul que saliesen a ellos con las cuadrillas y se las quitasen; los cuales no fueron nada perezosos, y el jueves en la tarde, 23 días del dicho mes, llegando los cristianos a una viña del término de Poqueira, salieron a cortarles el camino y las vidas juntamente, sin considerar el inconveniente que de aquel hecho se podría seguir a su negocio; y matando los seis dellos, huyeron Pedro de Medina y el morisco, y fueron a dar rebato a Albacete de Órgiba; y demás destos, a la vuelta toparon con cinco escuderos de Motril, que también habían venido a llevar regalos para la Pascua, y los mataron, y les tomaron los caballos. El mismo día entraron en la taa de Ferreira Diego de Herrera, capitán de la gente de Adra, y Juan Hurtado Docampo, su cuñado, vecino de Granada y caballero del hábito de Santiago, con cincuenta soldados y una carga de arcabuces que llevaban para aquel presidio, y como fuesen haciendo las mismas desórdenes que los escribanos y escuderos, los monfís fueron avisados dello, y determinaron de matarlo, como a los demás, pareciéndoles que no era inconveniente anticiparse, pues estaban ya avisados todos y prevenidos para lo que se había de hacer. Con este acuerdo fueron a los lugares de Soportújar y Cáñar, que son en lo do Órgiba, y recogiendo la gente que pudieron, siguieron el rastro por donde iba el capitán Herrera y sabiendo que la siguiente noche habían de dormir en Cádiar, comunicaron con don Hernando el Zaguer su negocio, y él les dio orden como los matasen, haciendo que cada vecino del lugar llevase un soldado a su casa por huésped, y metiendo a media noche los monfís en las casas, que se las tuvieron abiertas los huéspedes, los mataron todos uno a uno; que solos tres soldados tuvieron lugar de huir la vuelta de Adra, y juntamente con ellos mataron a Mariblanca, ama del beneficiado Juan de Ribera, y otros vecinos del lugar. Hecho esto, los vecinos de Cádiar se armaron con las armas que les tomaron, y enviando las mujeres y los bienes muebles y ganados con los viejos a Juviles, se fueron los mancebos la vuelta de Ugíjar de Albacete con los monfís, y don Hernando el Zaguer y el Partal fueron a dar vuelta por los lugares comarcanos para recoger gente, y otro día se juntaron todos en Ugíjar, donde los dejaremos agora hasta que sea tiempo de volver a su historia, que ellos harán por donde no podamos olvidarlos aunque queramos. Y si acaso el lector echare menos alguna cosa que él sabe o desea saber, vaya con paciencia; que adelante en el discurso de la historia lo hallará; que como fueron tan varios los sucesos y en tantas partes, es menester que se acuda a todo.

Capítulo IV. Cómo en Granada se supo las muertes que los monfís habían hecho, y cómo Abenfarax quiso alzar el Albaicín

Celebrose la fiesta del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo en Granada el viernes en la noche con la solemnidad que se solía hacer otros años en aquella insigne ciudad, aunque con más recato, porque anduvo mucha gente armada rondando las calles. El sábado por la mañana llegaron dos moriscos de Órgiba con dos cartas, una del alcaide Gaspar de Sarabia, y otra de Hernando de Tapia, cuadrillero de los que andaban en seguimiento de los monfís que había guarecidos en la torre de Albacete, como adelante diremos. Estas cartas eran, la una para el Presidente, la otra para don Gabriel de Córdoba, tío del duque de Sesa, cuya era aquella villa, dándoles aviso de las muertes que los moriscos habían hecho, y cómo se habían alzado luego, y tenían cercados los cristianos en la torre, para que lo dijesen al marqués de Mondéjar y le pidiesen que les enviase socorro. Don Gabriel de Córdoba tomó las dos cartas y las llevó luego al Presidente, y después al marqués de Mondéjar, el cual sospechando que algunos moros berberiscos habían desembarcado en la costa, y juntádose con los monfís para llevarse...

Índice

  1. Créditos
  2. Presentación
  3. Dedicatoria
  4. Prólogo
  5. Libro I
  6. Libro II
  7. Libro III
  8. Libro IV
  9. Libro V
  10. Libro VI
  11. Libro VII
  12. Libro VIII
  13. Libro IX
  14. Libro X
  15. Libros a la carta