Victoria
  1. 112 páginas
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Citas

Información del libro

La crítica mundial la considera Victoria como el mayor exponente del talento de Knut Hamsun en su madurez, la obra en la que alcanza la perfección de la forma y en la que el análisis psicológico penetra en mayor extensión y con mayor profundidad en los actos de los protagonistas.Hamsun relata una historia de amor que podría no tener mayor trascendencia si no fuera porque, como él mismo dice, lo importante reside en los «secretos movimientos que se realizan inadvertidos en lugares apartados de la mente»; por eso su estilo nos envuelve y no podemos dejar de leer sus páginas.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2022
ISBN
9788726488982
Categoría
Literatura

VIII

Por primera vez en su vida atravesó la puerta del Castillo y subió la escalera hasta la primera planta. Desde el interior le llegaba el murmullo de voces, su corazón palpitaba, llamó a la puerta y entró.
La castellana, todavía joven, lo recibió amablemente, estrechándole la mano. Se alegraba de verlo, lo recordaba bien de cuando era así de pequeño, y ahora era un hombre hecho y derecho… Era como si la castellana quisiera decirle algo más, le retuvo un buen rato la mano y su mirada era escudriñadora.
También acudió el castellano y le tendió la mano. Se alegraba de saludarlo. Como había dicho su esposa, Johannes era un hombre grande en más de un sentido. Un hombre famoso. Se alegraba mucho…
Fue presentado a damas y caballeros, al chambelán, que lucía sus condecoraciones, a su esposa, a un hacendado de la aldea vecina, y a Otto, el teniente. A Victoria no la veía por ninguna parte.
Transcurrió un buen rato. Entró Victoria, pálida, incluso vacilante, llevando a una joven de la mano. Dieron una vuelta por el salón saludando a todo el mundo y charlando un poco con cada uno. Se detuvieron frente a Johannes.
Victoria sonrió y dijo:
Mire, aquí está Camilla, ¿no es una sorpresa? Se conocen ustedes, ¿verdad?
Se quedó unos instantes mirando a los dos, luego salió del salón.
Al principio Johannes permaneció rígido y aturdido, sin moverse del sitio. Esa era la sorpresa; Victoria había tenido la amabilidad de buscar a otra en su lugar. Escúchenme, ¡únanse ustedes! La primavera está en fl or, el sol brilla; abran ustedes las ventanas, sentirán las fragancias del jardín y oirán a los estorninos jugar en las copas de los abedules. ¿Por qué no se hablan ustedes? ¡Ríanse!
Sí, nos conocemos, dijo Camilla sin rodeos. Fue aquí donde usted me sacó del agua aquella vez.
Era joven y rubia, alegre, iba vestida de rosa, diecisiete años tenía. Johannes apretó los dientes, se reía y bromeaba. Poco a poco las alegres palabras de la joven empezaron a refrescarle de verdad, estuvieron un buen rato charlando, sus palpitaciones se sosegaron. Ella seguía teniendo la graciosa costumbre de ladear la cabeza y escuchar expectante cuando él decía algo. La conocía, no era para él ninguna sorpresa.
Victoria volvió a entrar, cogió al teniente del brazo y lo condujo hasta Johannes:
¿Conoce usted a Otto, mi prometido? Seguro que se acuerda de él.
Los caballeros se acordaban el uno del otro. Intercambian las frases pertinentes, se hacen los saludos de rigor y se separan. Johannes y Victoria se quedan solos. Él dice:
¿Esta era la sorpresa?
Sí, contesta ella, afl igida e impaciente, hice lo mejor que pude, no sabía qué otra cosa podía hacer. No sea usted irrazonable, debería darme las gracias; vi que se alegró.
Se lo agradezco. Sí, en efecto, me alegré.
Una desesperación irremediable se apoderó de él, y se puso lívido. Si ella le había hecho daño alguna vez, lo había remediado con creces. Le estaba sinceramente agradecido.
Veo que hoy lleva su anillo, dijo él, con voz sorda. No se lo quite nunca más.
Silencio.
No, no me lo quitaré más, contestó ella.
Se miraron a los ojos. Los labios de él temblaban, señaló hacia el teniente con la cabeza y dijo, con voz ronca y ruda:
Tiene usted buen gusto, señorita Victoria. Es un hombre apuesto. Las charreteras le hacen parecer ancho de hombros.
Ella contestó, muy tranquila:
No, no es apuesto, pero es un hombre educado. Eso también cuenta.
Ese comentario iba dedicado a mí. ¡Gracias! Johannes soltó una carcajada y añadió con descaro: Y hay dinero en su bolsillo, eso pesa más.
Ella se alejó de repente.
Él se deslizaba por el salón de pared en pared, como un proscrito. Camilla le dirigió una pregunta, que él ni oyó ni contestó. Ella volvió a decir algo, incluso le tocó el brazo y preguntó en vano una vez más.
Vaya, vaya, cuánto piensa este hombre, exclamó ella, no hace más que pensar.
Victoria la oyó y contestó.
Quiere estar a solas. A mí también me ha apartado. De repente se le acercó del todo y dijo en voz alta: Seguramente estará buscando una disculpa que darme. Pero no se preocupe. Yo en cambio sí tengo que pedirle disculpas por haberle enviado la invitación tan tarde. Ha sido muy descortés por mi parte. Me olvidé de usted hasta el último momento, me olvidé de usted casi por completo. Espero que me perdone, tenía tantas cosas en qué pensar...
Johannes la miró estupefacto; incluso Camilla miró primero a uno y luego al otro, aparentemente extrañada. Victoria estaba frente a ellos, y en su rostro frío y pálido asomaba una expresión de satisfacción. Se había vengado.
Al fi n y al cabo estos son nuestros jóvenes caballeros, dijo a Camilla. No podemos esperar demasiado de ellos. Ahí está mi querido prometido, hablando de la caza de alces, y aquí está el poeta, sumido en sus pensamientos… ¡Diga algo, poeta!
Él se sobresaltó; se le hincharon las venas de las sienes.
Está bien, ¿me pide usted que diga algo? De acuerdo.
No, no hace falta que se esfuerce.
Ella hizo ademán de alejarse.
Sin rodeos, dijo él lentamente y con una sonrisa, aunque le temblaba la voz, y yendo al grano, dígame: ¿ha estado usted recientemente enamorada, señorita Victoria?
Se hizo el silencio unos segundos; los tres escuchaban el latir de sus corazones. Camilla contestó, angustiada:
Victoria está enamorada de su prometido, claro. Acaba de comprometerse, ¿no lo sabe usted?
Se abrieron las puertas del comedor.
Johannes buscó su sitio y se quedó de pie esperando. La mesa entera se mecía ante sus ojos, veía a mucha gente y oía un fragor de voces.
Por favor, siéntese, le dijo la castellana amablemente. Ojalá se sentaran ya todos.
¡Perdón!, dijo de pronto Victoria, justo detrás de él.
Él se apartó.
Ella cogió la tarjeta que llevaba su nombre y la puso unos asientos más allá, siete para ser exacto, junto a un hombre que en el pasado había sido preceptor en el Castillo y tenía fama de bebedor. La joven se trajo la tarjeta cambiada y se sentó.
Johannes se quedó observando lo que hacía. La castellana se fue disgustada a ocuparse de algo al otro lado de la mesa, evitando mirarlo.
Él se sintió aún más perplejo y confuso, y buscó su nuevo sitio, el original fue ocupado por uno de los amigos de Ditlef, un joven de la ciudad con botones de diamantes en la pechera. A su izquierda tenía a Victoria, y a su derecha a Camilla.
Dio comienzo la cena.
El viejo preceptor se acordaba de Johannes de cuando era pequeño y entablaron conversación. Contó que también él había cultivado la poesía en sus días mozos, aún tenía guardados los manuscritos y en alguna ocasión se los dejaría para que los leyera. Lo habían llamado al Castillo en ese día de júbilo para compartir con la familia su alegría por el compromiso de Victoria. Los castellanos le habían preparado esa sorpresa por su vieja amistad.
No he leído nada de lo que ha escrito usted, dijo. Cuando quiero leer algo, me leo a mí mismo; tengo poemas y cuentos guardados en un cajón. Se publicarán después de mi muerte; y sin embargo deseo que el público sepa quién soy yo. Bueno, bueno, a los que llevamos algo más de tiempo en este ofi cio no nos corre tanta prisa llevarlo todo a la imprenta como ocurre ahora. Salud.
La cena sigue su curso. El castellano da golpes en la copa y se levanta. Su rostro noble y delgado tiembla de emoción y parece muy feliz. Johannes inclina la cabeza profundamente. Su copa está vacía y nadie le sirve nada; él mismo se la llena hasta el borde y vuelve a inclinar la cabeza. ¡Ya llega!, se dijo.
El discurso, largo y hermoso, fue recibido con muchos aplausos y regocijo; el compromiso estaba anunciado. De todos los rincones de la mesa llegaron un sinfín de felicitaciones a la hija del castellano y el hijo del chambelán.
Johannes apuró la copa.
Unos minutos después su estado de agitación desaparece y recobra la calma anterior; el champán arde con una llama tranquila por su venas. Oye que habla el chambelán y luego nuevos bravos, vítores y tintineos de copas brindando. En una ocasión mira hacia el sitio de Victoria; está pálida y parece apenada, no levanta la vista. Pero Camilla sí lo mira y lo saluda, y Johannes le devuelve el saludo.
El preceptor sigue hablando a su lado:
Qué maravilloso que se casen los dos. Yo no tuve esa suerte. Yo era un joven estudiante con grandes perspectivas, mucho talento; mi padre llevaba un apellido ilustre, teníamos una casa grande, riqueza, numerosos barcos. De modo que incluso me atrevería a decir muy grandes perspectivas. Ella también era joven y de muy buena posición. Me acerco a ella y le abro mi corazón. No, contesta la joven. ¿Lo entiende usted? No quería, me dijo. Hice lo que pude, seguí trabajando y me lo tomé como un hombre. Luego llegaron los años malos de mi padre, los naufragios, las deudas de endosos, en una palabra, la quiebra. ¿Y qué hice yo? Volví a tomármelo como un hombre. Entonces vuelve esa joven de la que le he hablado. Usted se preguntará que qué quería. Yo ya era pobre, había conseguido un pequeño puesto de maestro, todas mis perspectivas se habían esfumado, y mis poesías habían acabado en un cajón. Y ahora ella quería. ¡Quería!
El preceptor miró a Johannes y preguntó:
¿Usted la entiende?
¿Y entonces fue usted el que no quiso?
¿Acaso podía querer?, pregunto yo. Despojado, despojado, desnudo, un puesto de maestro, tabaco para la pipa solo los domingos, ¿qué le parece? No quería hacerle tanto daño. Pero le pregunto, ¿usted la entiende?
¿Y cómo le fue luego a ella?
Ay, Dios, no contesta usted a mi pregunta. Ella se casó con un capitán. Al año siguiente. Con un capitán de artillería. Salud.
Johannes dijo:
Se dice de algunas mujeres que buscan algo en qué volcar su compasión. Si al hombre le va bien, ellas le odian y se sienten de más; si le va mal y tiene que agachar la cabeza, ellas se jactan y dicen: aquí estoy.
¿Pero por qué no aceptó en los días de vacas gordas? Yo tenía unas perspectivas extraordinarias.
Tal vez quisiera esperar a que usted tuviera que agachar la cabeza. Dios sabe por qué.
Pero no agaché la cabeza. Jamás. Mantuve mi orgullo y la rechacé. ¿Qué me dice?
Johannes se calló.
Pero tal vez tenga usted razón, dijo el viejo preceptor. Dios y todos sus ángeles saben que tiene usted razón, exclamó de repente muy animado, y volvió a beber. Ella acabó por aceptar a un viejo capitán; lo cuida, le trocea la comida y es la dueña de su casa. Un capitán de artillería.
Johannes levantó la vista. Victoria, copa en mano, estaba mirando hacia donde él estaba sentado. Tenía la copa levantada. Él se estremeció y cogió también su copa con mano temblorosa.
Entonces ella llamó en voz muy alta a su vecino de mesa y se rió; el nombre que gritaba era el del preceptor.
Humillado, Johannes dejó su copa mirando al infinito con una sonrisa perpleja. Todo el mundo lo había mirado.
Al viejo preceptor se le escaparon las lágrimas de emoción por ese amable gesto de su antigua alumna. Se apresuró a vaciar la copa.
Y aquí ando yo en la tierra, un viejo, prosiguió, solo y desconocido. Era mi destino. Nadie sabe lo que hay en mí; nadie me ha oído gruñir. Y usted, ¿conoce usted la tórtola? ¿No es la tórtola ese pájaro grande y triste que enturbia el agua clara del manantial antes de beberla?
No lo sé.
De acuerdo. Pero sí que es él. Y lo mismo hago yo. No logré tener a la mujer a la que quise, pero no estoy completamente despojado de alegrías, lo que ocurre es que las enturbio. Siempre las enturbio. Así la desilusión no podrá superarme luego. Ahí tiene a Victoria. Brindó conmigo hace un momento. He sido su profesor; ahora se va a casar, y me alegro de ello, siento una auténtica felicidad personal, como si se tratara de mi propia hija. Tal vez seré profesor de sus hijos. Pues sí, de todos modos hay bastantes alegrías en el mundo. Pero cuanto más pienso en eso que dijo usted sobre la compasión, la mujer y la cabeza gacha, más razón creo que tiene. Dios sabe que tiene usted razón… Perdóneme un momento.
Se levantó, cogió su copa y se acercó a Victoria. Ya se tambaleaba un poco y andaba muy inclinado hacia delante.
Se pronunciaron más discursos, habló el teniente, el hacendado de la aldea vecina levantó su copa en honor a la mujer. Por la señora de la casa. De repente el caballero de los botones de diamantes se levantó y mencionó el nombre de Johannes. Había recibido permiso para hacer lo que estaba haciendo, quería saludar al joven poeta en nombre de los jóvenes. Fueron palabras muy amables, un homenaje bienintencionado de la gente de su edad, lleno de reconocimiento y admiración.
Johannes apenas daba crédito a sus oídos. Susurró al preceptor:
¿Es a mí a quien está hablando?
El preceptor contestó:
Sí. Se me ha adelantado. Yo también habría querido hacerlo, Victoria ...

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