VIII. Escritores nativos
a) El siglo XVI
El gran número de hombres ilustrados que la ciudad de Santo Domingo albergó en el siglo XVI preparó el ambiente para la aparición de escritores nativos. Juan de Castellanos, para explicar las dificultades que creó la rebelión del cacique Enriquillo (1519-1533), dice que la causa fue la vida regalada.
por faltar, pues, entonces fuerte gente
y usarse ya sonetos y canciones.
Abundaba la poesía, aunque difícilmente podían haber llegado a los sonetos cuando Boscán y Garcilaso los estaban ensayando apenas, ni las canciones, si se quiere hablar de las de corte italiano. Los aficionados a versos compondrían, según la tradición castellana, octosílabos y hexasílabos; compondrían versos de arte mayor, como los que en el Perú se escribieron sobre la conquista: en América alcanzamos las postrimerías del arte mayor en poesía, como alcanzamos —y prolongamos— las de la arquitectura ojival, dominante en la estructura interna de las iglesias de Santo Domingo. Pero con poetas como Lázaro Bejarano, hacia 1535, sí debieron de llegar los sonetos, ya en boga en el círculo sevillano a que perteneció Cetina.
La afición persistió, como se ve muchos años después cuando el médico Méndez Nieto cuenta que, al hacer circular Bejarano, anónimamente, una sátira contra la Real Audiencia, «prendieron todos los poetas» para averiguar —sin lograrlo— quién la habría escrito, de Santo Domingo hacia 1570:
Porque todos los más, allí nacidos,
Para grandes negocios son bastantes,
entendimientos han esclarecido,
escogidísimos estudiantes,
en lenguas, en primores, en vestidos
no menos curiosos que elegantes;
hay tan buenos poetas, que su obra
pudiera dar valor a nuestra obra.
Hay Diego de Guzmán y Joan su primo,
y el ínclito Canónigo Liendo,
que pueden bien limar esto que limo
y estarse de mis versos sonriendo;
quisiera yo tenerlos por arrimo
en esto que trabajo componiendo,
y un Arce de Quirós me fuera guía
para salir mejor con mi porfía.
Otros conocí yo también vecinos,
nacidos en el orbe castellano,
que en la dificultad de mis caminos
pudieran alentarme con su mano;
y son, por cierto, de memorias dignos,
Villasirga y el doto Bejarano;
no guiara tampoco mal mi paso
el desdichado don Lorenzo Laso.
A principios del siglo XVII, igual cuadro: Tirso nos habla del certamen que se celebró en honor de la Virgen de la Merced, en 1616, «autorizando la solemnidad con el crédito de los ingenios de aquel nuevo orbe». Si el ambiente saturado de letras favorecía la aparición de escritores y poetas nativos, la falta de imprenta los condenaba a permanecer ignorados: inutilidad que de seguro cortaba su vuelo. Poco sabemos de ellos. De los que nombra Castellanos —Liendo, Arce de Quirós, Juan y Diego de Guzmán— nada se conserva. Tenemos noticia de que el canónigo Francisco de Liendo (1) (1527-1584) fue quizás el primer sacerdote nativo de Santo Domingo. Su padre, el arquitecto montañés Rodrigo de Liendo, construyó la hermosa Iglesia de la Merced y probablemente la fachada plateresca de la Catedral. Nada importante sabemos de Arce de Quirós, ni de Diego de Guzmán, ni de Juan de Guzmán.
Como predicador tuvo fama en el Perú fray Alonso Pacheco, agustino, primer nativo de América que alcanzó a ser electo provincial de una orden religiosa. Estuvo propuesto para obispo. El padre Diego Ramírez, el fraile mercedario a quien se hizo proceso inquisitorial junto con Lázaro Bejarano, sacerdote exclaustrado después y catedrático de la Universidad de Gorjón, era predicador y escritor: después de su proceso, dice el padre Utrera, recibió por devolución notarial... varios fajos de cuadernos escritos de su mano, todos de índole moral, que contenían tratados sobre varios libros de la Biblia». Eugenio de Salazar habla de tres poetas dominicanos: uno, «la ilustre poeta y señora doña Elvira de Mendoza, nacida en la ciudad de Santo Domingo», a quien dedica un soneto, «Cantares míos que estáis rebelados...»; «otro, la ingeniosa poeta y muy religiosa observante doña Leonor de Ovando, profesa en el Monasterio de Regina de la Española», a quien dedica cinco sonetos y unas sextinas; otro, el catedrático universitario Francisco Tostado de la Peña, a quien contesta con un soneto, «Heroico ingenio del subtil Tostado...», otro con que el dominicano había saludado su arribo. «Divino Eugenio, ilustre y sublimado...» Tostado de la Peña, abogado, enseñaba en la Universidad de Santiago de la Paz. Murió en enero de 1586, víctima de la invasión de Drake. De él solo se conserva el soneto que dedicó al Oidor.
Doña Elvira y doña Leonor son las primeras poetisas del Nuevo Mundo. Nada conocemos de la Mendoza, y solo podemos suponer, dado su apellido, que pertenecía a una de las familias hidalgas; de la Madre Ovando poseemos los cinco sonetos y los versos blancos con que respondió a las composiciones del poeta de Madrid. Son, afortunadamente para tales principios, buenos versos: si unas veces inexpresivos y faltos de soltura, o pueriles en su intento de escribir en «estilo culto» a fuerza de juegos verbales, otras veces vivaces, con donaire femenino, o delicados en imagen o sentimiento. Hay hallazgos de expresión como el énfasis, primor de la escritura, o cuadros como este retablo de Nochebuena:
El Niño Dios, la Virgen y Parida,
el p...