Episodios nacionales I. Trafalgar
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Episodios nacionales I. Trafalgar

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Episodios nacionales I. Trafalgar

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Trafalgar es la primera novela de la primera serie de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós.Gabriel Araceli, el personaje central de esta obra, se presenta al lector. Nacido en Cádiz e hijo de una pobre mujer viuda que se dedicaba a lavar ropa para los marineros, no conoció a su padre. Su infancia transcurrió en la calle, sirviendo de guía para los ingleses que arribaban al muelle de la capital andaluza.Por vicisitudes de la vida, acabará a bordo del Santísima Trinidad. Se trata del mayor barco de la época, símbolo de la armada española que contaba con cuatro puentes. Desde ese lugar, el narrador nos ofrecerá una visión completa de la batalla de Trafalgar y sus antecedentes. Mientras, Gabriel es testigo de múltiples conversaciones sobre lo acontecido en los diversos frentes de la batalla.Esta novela de Benito Pérez Galdós nos transporta a Trafalgar. También nos regala una visión global de la vida cotidiana de principios del siglo XIX y de sus costumbres. Además nos presenta a los principales protagonistas de la batalla, tanto españoles como franceses e ingleses. Junto con el relato histórico, el protagonista Grabiel de Araceli nos irá contando anécdotas de su vida cotidiana y amorosa.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN
9788490072462
Categoría
Literatura
XV
«Hemos salido de Guatemala para entrar en Guatepeor —dijo Marcial cuando le pusieron sobre cubierta—. Pero donde manda capitán no manda marinero. A este condenado le pusieron Rayo por mal nombre. Él dice que entrará en Cádiz antes de media noche, y yo digo que no entra. Veremos a ver.
—¿Qué dice usted, Marcial, que no llegaremos? —pregunté con mucho afán.
—Usted, señor Gabrielito, no entiende de esto.
—Es que cuando mi señor don Alonso y los oficiales del Santa Ana creen que el Rayo entrará esta noche, por fuerza tiene que entrar. Ellos que lo dicen, bien sabido se lo tendrán.
—Y tú no sabes, sardiniya, que esos señores de popa se candilean (se equivocan) más fácilmente que nosotros los marinos de combés. Si no, ahí tienes al jefe de toda la escuadra, Mr. Corneta, que cargue el diablo con él. Ya ves como no ha tenido ni tanto así de idea para mandar la acción. ¿Piensas tú que si Mr. Corneta hubiera hecho lo que yo decía se hubiera perdido la batalla?
—¿Y usted cree que no llegaremos a Cádiz?
—Digo que este navío es más pesado que el mismo plomo, y además traicionero. Tiene mala andadura, gobierna mal y parece que está cojo, tuerto y manco como yo, pues si le echan la caña para aquí, él va para allí.»
En efecto: el Rayo, según opinión general, era un barco de malísimas condiciones marineras. Pero a pesar de esto y de su avanzada edad, que frisaba en los cincuenta y seis años, como se hallaba en buen estado, no parecía correr peligro alguno, pues si el vendaval era cada vez mayor, también el puerto estaba cerca. De todos modos, ¿no era lógico suponer que mayor peligro corría el Santa Ana, desarbolado, sin timón, y obligado a marchar a remolque de una fragata?
Marcial fue puesto en el sollado, y Malespina en la cámara. Cuando le dejamos allí con los demás oficiales heridos, escuché una voz que reconocí, aunque al punto no pude darme cuenta de la persona a quien pertenecía. Acerqueme al grupo de donde salía aquella charla retumbante, que dominaba las demás voces, y quedé asombrado, reconociendo al mismo don José María Malespina en persona. Corrí a él para decirle que estaba su hijo, y el buen padre suspendió la sarta de mentiras que estaba contando para acudir al lado del joven herido. Grande fue su alegría encontrándole vivo, pues había salido de Cádiz porque la impaciencia le devoraba, y quería saber su paradero a todo trance.
«Eso que tienes no es nada —dijo abrazando a su hijo—: un simple rasguño. Tú no estás acostumbrado a sentir heridas; eres una dama, Rafael. ¡Oh!, si cuando la guerra del Rosellón hubieras estado en edad de ir allá conmigo, habrías visto lo bueno. Aquéllas sí eran heridas. Ya sabes que una bala me entró por el antebrazo, subió hacia el hombro, dio la vuelta por toda la espalda, y vino a salir por la cintura. ¡Oh, qué herida tan singular!, pero a los tres días estaba sano, mandando la artillería en el ataque de Bellegarde.»
Después explicó el motivo de su presencia a bordo del Rayo, de este modo:
«El 21 por la noche supimos en Cádiz el éxito del combate. Lo dicho, señores: no se quiso hacer caso de mí cuando hablé de las reformas de la artillería, y aquí tienen los resultados. Pues bien: en cuanto lo supe y me enteré de que había llegado en retirada Gravina con unos cuantos navíos, fui a ver si entre ellos venía el San Juan, donde estabas tú; pero me dijeron que había sido apresado. No puedo pintar a ustedes mi ansiedad: casi no me quedaba duda de tu muerte, mayormente desde que supe el gran número de bajas ocurridas en tu navío. Pero yo soy hombre que llevo las cosas hasta el fin, y sabiendo que se había dispuesto la salida de algunos navíos con objeto de recoger los desmantelados y rescatar los prisioneros, determiné salir pronto de dudas, embarcándome en uno de ellos. Expuse mi pretensión a Solano, y después al mayor general de la escuadra, mi antiguo amigo Escaño, y no sin escrúpulo me dejaron venir. A bordo del Rayo, donde me embarqué esta mañana, pregunté por ti, por el San Juan; mas nada consolador me dijeron, sino, por el contrario, que Churruca había muerto, y que su navío, después de batirse con gloria, había caído en poder de los enemigos. ¡Figúrate cuál sería mi ansiedad! ¡Qué lejos estaba hoy, cuando rescatamos al Santa Ana, de que tú te hallabas en él! A saberlo con certeza, hubiera redoblado mis esfuerzos en las disposiciones que di con permiso de estos señores, y el navío de Álava habría quedado libre en dos minutos.»
Los oficiales que le rodeaban mirábanle con sorna oyendo el último jactancioso concepto de don José María. Por sus risas y cuchicheos comprendí que durante todo el día se habían divertido con los embustes de aquel buen señor, quien no ponía freno a su voluble lengua, ni aun en las circunstancias más críticas y dolorosas.
El cirujano dijo que convenía dejar reposar al herido, y no sostener en su presencia conversación alguna, sobre todo si ésta se refería al pasado desastre. Don José María, que tal oyó, aseguró que, por el contrario, convenía reanimar el espíritu del enfermo con la conversación.
«En la guerra del Rosellón, los heridos graves (y yo lo estuve varias veces) mandábamos a los soldados que bailasen y tocasen la guitarra en la enfermería, y seguro estoy de que este tratamiento nos curó más pronto que todos los emplastos y botiquines.
—Pues en las guerras de la República francesa —dijo un oficial andaluz que quería confundir a don José María—, se estableció que en las ambulancias de los heridos fuese un cuerpo de baile completo y una compañía de ópera, y con esto se ahorraron los médicos y boticarios, pues con un par de arias y dos docenas de trenzados en sexta se quedaban todos como nuevos.
—¡Alto ahí! —exclamó Malespina—. Esa es grilla, caballerito. ¿Cómo puede ser que con música y baile se curen las heridas?
—Usted lo ha dicho.
—Sí; pero eso no ha pasado más que una vez, ni es fácil que vuelva a pasar. ¿Es acaso probable que vuelva a haber una guerra como la del Rosellón, la más sangrienta, la más hábil, la más estratégica que ha visto el mundo desde Epaminondas? Claro es que no; pues allí todo fue extraordinario, y puedo dar fe de ello, que la presencié desde el Introito hasta el Ite misa est. A aquella guerra debo mi conocimiento de la artillería; ¿usted no ha oído hablar de mí? Estoy seguro de que me conocerá de nombre. Pues sepa usted que aquí traigo en la cabeza un proyecto grandioso, y tal que si algún día llega a ser realidad, no volverán a ocurrir desastres como éste del 21. Sí, señores —añadió mirando con gravedad y suficiencia a los tres o cuatro oficiales que le oían—: es preciso hacer algo por la patria; urge inventar algo sorprendente, que en un periquete nos devuelva todo lo perdido y asegure a nuestra marina la victoria por siempre jamás amén.
—A ver, señor don José María —dijo un oficial—; explíquenos usted cuál es su in...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. I
  4. II
  5. III
  6. IV
  7. V
  8. VI
  9. VII
  10. VIII
  11. IX
  12. X
  13. XI
  14. XII
  15. XIII
  16. XIV
  17. XV
  18. XVI
  19. XVII
  20. Libros a la carta