El Crotalón
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El Crotalón

  1. 268 páginas
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Información del libro

El Crotalón es un testimonio de la lectura erasmista del Lazarillo de Tormes. Cristóbal de Villalón consideraba que el Lazarillo contenía el mismo mensaje que los Diálogos de Alfonso de Valdés. Por ello adoptó ese punto de vista en dos cantos del Gallo. No se sabe cuándo fue escrito El Crótalon. La referencia a la segunda parte anónima del Lazarillo, publicado en 1555 en España, no sirve como fecha post quem. Está solo en uno de los dos Manuscritos que nos han transmitido la obra —con la versión ampliada—. Pudo, por tanto, ser una adición posterior.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN
9788498972153
Categoría
Storia
Categoría
Storia mondiale
Argumento del cuarto canto del gallo
En el cuarto canto que se sigue el autor imita a Luciano en el libro que hizo llamado Pseudomantis. En el cual describe maravillosamente las tacañerías y embaimientos y engaños de un falso religioso llamado Alejandro, que en muchas partes del mundo fingió ser profeta, dando respuestas ambiguas e industriosas para adquerir con el vulgo crédito y moneda.
Gallo: En este canto te quiero, Micilo, mostrar los engaños y perdición de los hombres holgazanes, que vueltas las espaldas a Dios y a su vergüenza y conciencia, a banderas desplegadas se van tras los vicios, cebados de un miserable precio y premio con título apocado de limosna, por solo gozar debajo de aquellos sus viles hábitos y costumbres de una sucia y apocada libertad. Oirás un género vil de encantamento fingido, porque no bastan los ingenios bajos y viles destas desventuradas gentes mendigas a saber el verdadero encantamento, ni cosa que tenga título verdadero de saber, no más de porque su vilísima naturaleza no es para comprehender cosa que tenga título de ciencia, estudio y especulación. Son amancebados con el vicio y ociosidad; y así, puesto caso que no es de aprobar el arte mágica y encantar, digo que por su vileza se hacen indignos de la saber. Y usando de la fingida es vista su ruin intención, que no dejan de saber la verdadera por virtud. Y así sabrás, Micilo, que después de lo pasado vine a ser hijo de un pobre labrador que vivía en una montaña, vasallo de un señor muy codicioso, que los fatigaba ordinariamente con infinitos pedidos de pechos, alcabalas, y censos y otras muchas imposiciones, que la una alcanzaba a la contina al otro. En tanta manera que solo el hidalgo se podía en aquella tierra mantener, que el labrador pechero era necesario morir de hambre.
Micilo: ¿Pues por qué no se iba tu padre a vivir a otra tierra?
Gallo: Son tan acobardados para en eso los labradores, que nunca se atreven a hacer mudanza de la tierra donde nacen, porque una legua de sus lugares les parece que son las Indias, e imaginan que hay allá gentes que comen los hombres vivos. Y, por tanto, muere cada uno en el pajar donde nació, aunque sea de hambre. Y deste padre nacimos dos hijos varones, de los cuales yo fue el mayor, llamado por nombre Alejandro. Y como vimos tanta miseria como pasaban con el señor los labradores, pensábamos que si tomábamos oficios que por entonces nos libertasen, se olvidaría nuestra vileza, y nuestros hijos serían tenidos y estimados por hidalgos y vivirían en libertad. Y así yo elegí ser sacerdote, que es gente sin ley, y mi hermano fue herrero, que en aquella tierra son los herreros exentos de los pedidos, pechos y velas del lugar donde sirven la ferrería. Y así yo demandé licencia a mi padre para aprender a leer, y aun se le hizo de mal porque le servía de guardar unos patos, y ojear los pájaros que no comiesen la simiente de un linar. En conclusión, mi padre me encomendó por criado y monacino de un capellán que servía un beneficio tres leguas de allí. ¡O Dios omnipotente, quién te dijera las bajezas y poquedades deste hombre! Por cierto, si yo no hubiera prometido de solo decirte de mí y no de otros, yo te dijera cosas de gran donaire. Pero quiérote hacer saber que ninguno dellos sabe más leer que deletrear y lo que escriben haslo de sacar por discreción. En ninguna cosa estos capellanes muestran ser aventajados, sino en comer y beber, en lo cual no guardan tiempo, medida ni razón. Con éste estuve dos años que no me enseñó sino a mal hacer, y mal decir, y mal pensar y mal perseverar. A leer me enseñó lo que él sabía, que era harto poco, y a escribir una letra que no parecía sino que era arado el papel con pies de escarabajos. Ya yo era buen mozo de quince años, y entendía que para yo no ser tan asno como mi amo que debía de saber algún latín. Y así me fue a Zamora a estudiar alguna gramática, donde llegado me presenté ante el bachiller y le dije mi necesidad, y él me preguntó si traía libro, y yo le mostré un arte de gramática que había hurtado a mi amo, que fue de los de Pastrana, que había más de mil años que se imprimió. Y él me mostró en él los nominativos que había de estudiar.
Micilo: ¿De qué te mantenías?
Gallo: Dábame el bachiller los domingos una cédula suya para un cura, o capellán de una aldea comarcana, el cual me daba el cetre del agua bendita los domingos, y andaba por todas las casas a la hora del comer echando a todos agua, y en cada casa me daban un pedazo de pan, con los cuales mendrugos me mantenía en el estudio toda la semana. Aquí estuve dos años, en los cuales aprendí declinaciones y conjugaciones: género, pretéritos y supinos. Y porque semejantes hombres como yo luego nos enhastianos de saber cosas buenas, y porque nuestra intención no es saber más, sino tener alguna noticia de las cosas y mostrar que hemos entendido en ello cuando al tomar de las órdenes nos quisieren examinar (porque si nuestra intención fuese saber algo perseveraríamos en el estudio, pero en ordenándonos comenzamos a olvidar y dámonos tan buena priesa que si llegamos a las órdenes necios, dentro de un mes somos confirmados asnos); y así me salí de Camora, donde estudiaba harto de mi espacio, y por estar ya enseñado a mendigar con el cetre sabíame como miel el pedir, y por tanto no me pude del todo despegar dello. Y así acordé de irme por el mundo en compañía de otros perdidos como yo, que luego nos hallamos unos a otros. Y en esta compañía fue gran tiempo zarlo, o espinel, y alcancé en esta arte de la zarlería todo lo que se pudo alcanzar.
Micilo: Nunca esa arte a mi noticia llegó, declárate me más.
Gallo: Pues quiero descubrírtelo todo de raíz. Tú sabrás que yo tenía la persona de estatura crecida y andaba vestido en diversas provincias de diversos atavíos, porque ninguno pudiese con mala intención aferrar en mí. Pero más a la contina traía una vestidura de buriel algo leonado oscuro, honesta, larga y un manteo encima, puesto a los pechos un botón. Traía la barba larga y espesa de grande autoridad. Otras veces mudando las tierras mudaba el vestido, y con la misma barba usaba de un hábito que en muchas provincias llaman beguino: con una saya y un escapulario de religioso que hacía vida en la soledad de la montaña, una cayada y un rosario largo, de unas cuentas muy gruesas en la mano, que cada vez que la una cuenta caía sobre la otra lo oían todos cuantos en un gran templo estuviesen. Publiqué adivinar lo que estaba por venir, hallar los perdidos, reconciliar enamorados, descubrir los ladrones, manifestar los tesoros, dar remedio fácil a los enfermos y aun resucitar los muertos. Y como de mí los hombres tenían noticia, venían luego postrados con mucha humildad a me adorar y besar los pies y a ofrecerme todas sus haciendas, llamándome todos profeta, dicípulo y siervo de Dios, y luego les ponía en las manos unos versos que en una tabla yo traía escritos con letras de oro sobre un barniz negro, que decían de esta manera: «Muneribus decorare meum vatem atque ministrum precipio: nec opum mihi cura, at maxima vatis». Estos versos decía yo habérmelos enviado Dios con un ángel del cielo, porque por su mandado fuese yo de todos honrado y agradecido como ministro y siervo de su divina majestad. Hallé por el reino de Portogal y Castilla infinitos hombres y mujeres los cuales, aunque fuesen muy ricos y de los más principales de su república, pero eran tan tímidos supersticiosos que no alcaban los ojos del suelo sin escrupulizar. Eran tan fáciles en el crédito que con un palo arrebujado en unos trapos o un pergamino con unos plomos o sellos colgando, en las manos de un hombre desnudo y descalco, luego se arrojaban y humillaban al suelo, y venían adorando y ofreciéndose a Dios sin se levantar de allí hasta que el prestigioso cuestor los levantase con su propia mano; y así éstos como me vían con aquella mi santidad vulpina, fácilmente se me rendían sin poder resistir. Venían a consultar en sus cosas conmigo, todo lo que debían o querían hacer, y yo les decía que lo consultaría con Dios, y que yo les respondería su divina determinación, y así a sus preguntas procuraba yo responder con gran miramiento porque no fuese tomado en palabras por falso y perdiese el crédito. Siempre daba las respuestas dudosas, o con diversos entendimientos, sin nunca responder absolutamente a su intención. Como a uno que me preguntó qué preceptor daría a un hijo suyo que le quería poner al estudio de las letras. Respondí que le diese por preceptores al Antonio de Nebrija y a Santo Tomás, dando a entender que le hiciese estudiar aquellos dos autores, el uno en la gramática y el otro en la teología; y sucedió morirse el mochacho dentro de ocho días, y como sus amigos burlasen del padre porque daba crédito a mis desvaríos y juicios, llamándolos falsos, respondió que muy bien me había yo dicho, porque sabiendo yo que se había de morir, di a entender que había de tener por preceptores aquéllos allá. Y a otro que había de hacer un camino y temíase de unos enemigos que tenía, que me preguntó si le estaba bien ir aquel camino, respondí que más seguro se estaba en su casa si le podía escusar; y caminó burlando de mi juicio, y sucedió que salieron sus enemigos e hiriéronle mal. Después, como aquel juicio se publicó, me valió muchos dineros a mí, porque desde allí adelante no habían de hacer cosa que no la viniesen comigo a consultar pagándomelo bien. En fin, en esta manera di muchos y diversos juicios que te quisiera agora contar, sino fuera porque me queda mucho por decir. decíame yo ser Juan de voto a Dios.
Micilo: ¿Qué hombre es ése?
Gallo: Este fingen los zarlos supersticiosos vagabundos que era un capatero que estaba en la calle de amargura en Jerusalén, y que al tiempo que pasaban a Cristo preso por aquella calle, salió dando golpes con una horma sobre el tablero diciendo: «Vaya, vaya el hijo de María», y que Cristo le había respondido: «Yo iré y tú quedarás para siempre jamás para dar testimonio de mí»; y para en fe desto mostraba yo una horma señalada en el brazo, que yo hacía con cierto artificio muy fácilmente, que parecía estar naturalmente empremida allí; y a la contina traía un compañero del mismo oficio y perdición que fuese más viejo que yo, porque descubriéndonos el uno al otro lo que en secreto y confesión con las gentes tratábamos, pareciendo un día el uno y otro día el otro, les mostrábamos tener especie de divinación y espíritu de profecía, lo cual siempre nosotros queríamos dar a entender. Y hacíamos se lo fácilmente creer por variarnos cada día en la representación, y decíales yo que en viéndome viejo me iba a bañar al río Jordán y luego volvía de edad de treinta y tres años que era la edad en que Cristo murió. Otras veces decía que era un peregrino de Jerusalén, hombre de Dios, enviado por él para declarar y absolver los muchos pecados que hay secretos en el mundo, que por vergüenza los hombres no los osan descubrir ni confesar a ningún confesor.
Micilo: ¿Pues para qué era eso?
Gallo: Porque luego en habiéndoles hecho creer que yo era cualquiera destos dos, fácilmente los podía avenir a cualquiera cosa que los quisiese sacar. Luego, como los tenía en este estado, comenzaba la zarlería cantándoles el espinela, que es un género de divinanza, a manera de decir la buenaventura. Es una agudeza y desenvoltura de hablar, con la cual los que estamos pláticos en ello sacamos fácilmente cualesquier género de escollos (que son los pecados) que nunca por abominables se confesaron a sacerdote. En comenzando, yo a escantar con esta arte luego ellos se descubren.
Micilo: Yo querría saber qué género de pecados son los que se descubren a ti por esta arte, y no al sacerdote.
Gallo: Hallaba mujeres que tuvieron acceso con sus padres, hijos y con muy cercanos parientes; y unas mujeres con otras con instrumentos hechos para efectuar este vicio; y otras maneras que es vergüenza de las decir; y hallaba hombres que se me confesaban haber cometido grandes incestos, y con brutos animales, que por no inficionar el aire no te los quiero contar. Son estos pecados tan abominables que de pura vergüenza y miedo hombres ni mujeres no los osan fiar ni descubrir a sus curas ni confesores; y así acontece muchas destas gentes necias morir sin nunca los confesar.
Micilo: Pues de presumir es que muchos destos hombres y mujeres, pensando bastar confesarlos a ti, se quedaron sin nunca a sacerdote los confesar.
Gallo: Pues ése es un daño que trae consigo esta perversa manera de vivir, el cual no es daño cualquiera, sino de gran caudal.
Micilo: Querría saber de ti qué virtud, o fuerza, tiene esa arte que se los hacéis vosotros confesar, y qué palabras les decís.
Gallo: Fuerza de virtud no es, pero antes industria de Satanás. La manera de palabras era: que luego les decía yo que por haber aquella persona nacido en un día de una gran fiesta en cinco puntos de Mercurio y otros cinco de Mars, por esta causa su ventura estaba en dos puntos de gran peligro, y que el un punto era vivo, y el otro era muerto; y que este punto vivo convenía que se cortase, porque era un gran pecado que nunca confesó, por el cual corría gran peligro en la vida. En tanta manera que si no fuera porque Dios le quiso guardar por los ruegos del bienaventurado San Pedro, que era mucho su abogado ante Dios, que muchas veces le ha cometido el demonio en grandes afrentas donde le quiso haber traído a la muerte; y que agora era enviado por Dios este su peregrino de Jerusalén y santo profeta; que soy uno de los doce peregrinos que residen a la acontina en el santo sepulcro de Jerusalén en lugar de los doce apóstoles de Cristo, y que yo soy su abogado San Pedro, que conviene que él me le haya de descubrir y confesar para que yo se le absuelva, y aun le pagare por él, y asegurarle...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. Prólogo del autor
  4. Argumento del primer canto del gallo
  5. Argumento del segundo canto del gallo
  6. Argumento del tercero canto del gallo
  7. Argumento del cuarto canto del gallo
  8. Argumento del quinto canto del gallo
  9. Argumento del sexto canto del gallo
  10. Argumento del séptimo canto del gallo
  11. Argumento del octavo canto del gallo
  12. Argumento del nono canto del gallo
  13. Argumento del décimo canto
  14. Argumento del onceno canto del gallo
  15. Argumento del duodécimo canto del gallo
  16. Argumento del decimotercio canto del gallo
  17. Argumento del decimocuarto canto del gallo
  18. Argumento del décimo quinto canto del gallo
  19. Argumento del decimosexto canto del gallo
  20. Argumento del décimo séptimo canto
  21. Argumento del décimo octavo canto
  22. Argumento del décimo nono canto del gallo
  23. Argumento del vigésimo y último canto
  24. Libros a la carta