Historia de los heterodoxos españoles. Libro I
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Historia de los heterodoxos españoles. Libro I

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Historia de los heterodoxos españoles. Libro I

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LaHistoria de los heterodoxos españoles. En ocho tomoses la obra más célebre de MarcelinoMenéndez y Pelayo, imprescindible para hispanistas e historiadores de las religiones enEspaña. Existen dos motivos principales por los cuales resulta interesante la lectura deHistoria de los heterodoxos españoles.El primero es que nos permite conocer de primera mano el "Ser de España". Nos referimos a la identidad nacional predominante en el país hasta hace más bien poco. Necesitamos conocer nuestro pasado para entender nuestro presente y los debates intelectuales que permanecen abiertos.Y, en ese aspecto, laHistoria de los heterodoxosesuna verdadera obra de referencia para los sectores más tradicionalistas. En segundo lugar, suele ocurrir con los índices de libros prohibidos, esta obra es un caramelo para los disidentes de la corriente que defiende el autor. Recopila, aunque sea para criticarlo duramente, el pensamiento de decenas de heterodoxos españoles que, de otro modo, habrían caído en el más absoluto olvido.Este es el caso de autores tan vigentes como- Casiodoro de Reina, - Cipriano de Varela, - José María Blanco White- oTristán de Jesús Medina, también publicados porLinkgua.A pesar de que, como admitíaMarcelino Menéndez y Pelayoen las «Advertencias preliminares» a la segunda edición de laHistoria de los heterodoxos españolesde 1910, «nada envejece tan pronto como un libro de historia», ésta sigue siendo una obra sumamente erudita y un documento de incomparable interés para entender el pensamiento conservador de un sector significativo de la sociedad española de principios del siglo XX.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN
9788498970944
Categoría
Historia

Capítulo II. Siglos IV y V (Continuación de la España romana)

I. Gnosticismo. II. Los agapetas (Marco, Elpidio, Agape). III. Prisciliano y sus secuaces. IV. El priscilianisrno después de Prisciliano. V. Literatura priscilianista. VI. Exposición del priscilianismo: su importancia en la historia de las herejías y en la de la ciencia española. VII. Reacción antipriscilianista: los italianos. VIII. Opúsculos de Prisciliano y modernas publicaciones acerca de su doctrina. IX. El origenismo (Avitos). X. De la polémica teológica en la España romana: Prudencio, Orosio, etc., refutan a diversos herejes de su tiempo.

I. Orígenes y desarrollo de las escuelas gnósticas

Las sectas heterodoxas que con los nombres de agapetas y priscilianistas se extendieron por la España romana eran los últimos anillos de la gran serpiente gnóstica que desde el primer siglo cristiano venía enredándose al robusto tronco de la fe, pretendiendo ahogarle con pérfidos lazos. Y el gnosticismo no es herejía particular o aislada, sino más bien un conjunto o pandemonium de especulaciones teosóficas, que concuerdan en ciertos principios y se enlazan con dogmas anteriores a la predicación del cristianismo. Conviene investigar primero las doctrinas comunes y luego dar una idea de las particulares de cada escuela, sobre todo de las que en alguna manera inspiraron a Prisciliano.
Todos estos heresiarcas respondían al dictado general, y para ellos honorífico, de gnósticos. Aspiraban a la ciencia perfecta, a la gnosis, y tenían por rudos e ignorantes a los demás cristianos. Llámanse gnósticos, dice san Juan Crisóstomo, porque pretenden saber más que los otros. Esta portentosa sabiduría no se fundaba en el racionalismo128 ni en ninguna metódica labor intelectual. Los gnósticos no discuten, afirman siempre, y su ciencia esotérica, o vedada a los profanos, la han recibido o de la tradición apostólica o de influjos y comunicaciones, sobrenaturales. Apellídense gnósticos o pneumáticos, se apartan siempre de los psyquicos, sujetos todavía a las tinieblas del error y a los estímulos de la carne. El gnóstico posee la sabiduría reservada a los iniciados. ¿Era nueva la pretensión a esta ciencia misteriosa? De ninguna suerte: los sacerdotes orientales, brahmanes, magos y caldeos, egipcios, etc., tenían siempre, como depósito sagrado, una doctrina no revelada al vulgo. En Grecia, los misterios eleusinos por lo que hace a la religión, y en filosofía las iniciaciones pitagóricas y la separación y deslinde que todo maestro, hasta Platón, hasta Aristóteles, hacía de sus discípulos en exotéricos y esotéricos (externos e internos), indican en menor grado la misma tendencia, nacida unas veces del orgullo humano, que quiere dar más valor a la doctrina con la oscuridad y el simbolismo, y en otras ocasiones, del deseo o de la necesidad de no herir de frente las creencias oficiales y el régimen del Estado. Lo que en Oriente fue orgullo de casta o interés político, y en Grecia procedió de alguna de las causas dichas o quizá de la intención estética de dar mayor atractivo a la enseñanza, bañándola en esa media luz que suele deslumbrar más que la entera, no tenía aplicación plausible después del cristianismo, que por su carácter universal y eterno habla lo mismo al judío que al gentil, al ignorante que al sabio, y no tiene cultos misteriosos ni enseñanzas arcanas. Si en tiempos de persecución ocultó sus libros y doctrinas, fue a los paganos, no a los que habían recibido el bautismo, y pasada aquella tormenta los mostró a la faz del orbe, como quien no teme ni recela que ojos escudriñadores los vean y examinen. La gnosis, pues, era un retroceso y contradecía de todo punto a la índole popular del cristianismo.
Base de las doctrinas gnósticas fue, pues, el orgullo desenfrenado, la aspiración a la sabiduría oculta, la tendencia a poner iniciaciones y castas en un dogma donde no caben. El segundo carácter común a todas estas sectas es el misticismo: misticismo de mala ley y heterodoxo, porque, siendo dañado el árbol, no podían ser santos los frutos. Los gnósticos parten del racionalismo para matar la razón. Es el camino derecho. No prueban ni discuten, antes construyen sistemas a priori, como los idealistas alemanes del primer tercio de este siglo. Si encuentran algún axioma de sentido común, alguno de los elementos esenciales de la conciencia que parece pugnar con el sistema, le dejan aparte o le tuercen y alteran, o le tienen por hijo del entendimiento vulgar que no llegó aún a la gnosis, como si dijéramos, a la visión de Dios en vista real. Admitían en todo o en parte las Escrituras, pero aplicándoles con entera libertad la exégesis, que para ellos consistía en rechazar todo libro, párrafo o capítulo que contradijese sus imaginaciones, o en interpretar con violencia lo que no rechazaban. Marción fue el tipo de estos exegetas.
El gnosticismo, por sus aspiraciones y procedimientos es una teosofía. Los problemas que principalmente tira a resolver son tres: el origen de los seres, el principio del mal en el mundo, la redención. En cuanto al primero, todos los gnósticos son emanatistas, y sustituyen la creación con el desarrollo eterno o temporal de la esencia divina. Luego veremos cuántas ingeniosas combinaciones imaginaron para exponerle. Por lo que hace a la causa del mal, todos los gnósticos son dualistas, con la diferencia de suponer unos eternos el principio del mal y el del bien y dar otros una existencia inferior y subordinada, como dependiente de causas temporales, a la raíz del desorden y del pecado. En lo que mira a la redención, casi todos los gnósticos la extienden al mundo intelectual o celeste, y en lo demás son dóketos, negando la unión hipostática y la humanidad de Jesucristo, cuyo cuerpo consideran como una especie de fantasma. Su christologia muestra los matices más variados y las más peregrinas extravagancias. En la moral difieren mucho los gnósticos, aunque no especularon acerca de ella de propósito. Varias sectas proclaman el ascetismo y la maceración de la carne como medios de vencer la parte hylica o material y emanciparse de ella, al paso que otras enseñaron y practicaron el principio de que, siendo todo puro para los puros, después de llegar a la perfecta gnosis...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. Dictamen del censor eclesiástico...
  4. Advertencias preliminares
  5. Discurso preliminar de la primera edición
  6. Noticia de algunos trabajos relativos a heterodoxos españoles y plan de una obra crítico-bibliográfica sobre esta materia
  7. Capítulo I. Prisciliano y los priscilianistas
  8. Capítulo II. Herejías de la época visigoda
  9. Capítulo III. Elipando y Félix (el Adopcionismo)
  10. Capítulo IV. Hostegesis (el Antropomorfismo)
  11. Capítulo V. Un iconoclasta español, Claudio de Turín
  12. Capítulo VI. Vindicación de Prudencio Galindo
  13. Capítulo VII. Arnaldo de Vilanova. Gonzalo de Cuenca. Raimundo de Tárrega
  14. Capítulo VIII. Pedro de Osma
  15. Capítulo IX. El protestantismo en España en el siglo XVI. Alfonso de Valdés
  16. Capítulo X. El protestantismo en España en el siglo XVI. Juan de Valdés
  17. Capítulo XI. El protestantismo en España en el siglo XVI. Luteranismo. Francisco y Jaime de Enzinas. Francisco de san Román. El doctor Juan Díaz
  18. Capítulo XII. El luteranismo en Valladolid. Cazalla
  19. Capítulo XIII. El luteranismo en Sevilla
  20. Capítulo XIV. El luteranismo en Sevilla. (Continuación)
  21. Capítulo XV. Protestantes españoles en tierras extrañas. Calvinistas. Casiodoro de Reina. Cipriano de Valera
  22. Capítulo XVI. Protestantes españoles en tierras extrañas
  23. Capítulo XVII. Protestantes españoles en tierras extrañas. (Conclusión.) Siglos XVII y XVIII
  24. Capítulo XVIII. Vindicación de algunos célebres personajes españoles acusados de doctrina heterodoxa por varios historiadores
  25. Capítulo XIX. El antitrinitarismo y el misticismo panteísta en el siglo XVI. Miguel Servet
  26. Capítulo XX. Artes diabólicas. Hechicerías. Los brujos
  27. Capítulo XXI. El quietismo en el siglo XVII. Miguel de Molinos
  28. Capítulo XXII. El jansenismo regalista del siglo XVIII y comienzos del presente
  29. Capítulo XXIII. El volterianismo en España en el siglo XVIII. Olavide. Cabarrús. Urquijo
  30. Capítulo XXIV. El volterianismo. Su influencia en las letras. La tertulia de Quintana
  31. Capítulo XXV. El volterianismo en España a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. El abate Marchena
  32. Capítulo XXVI. El volterianismo en España a principios del siglo XIX. Gallardo
  33. Capítulo XXVII. El volterianismo en España a principios del siglo XIX. Dos historiadores de la Inquisición
  34. Capítulo XXVIII. Un teofilántropo español
  35. Capítulo XXIX. Protestantes notables en los primeros años de este siglo. Blanco
  36. Capítulo XXX. Protestantes notables en los primeros años de este siglo. Don Juan Calderón
  37. Capítulo XXXI. Un cuáquero español
  38. Capítulo XXXII. El krausismo en España. Don Julián Sanz del Río
  39. Capítulo XXXIII. Don Fernando de Castro
  40. Notas a este plan
  41. Libro primero
  42. Capítulo I. Cuadro general de la vida religiosa en la Península antes de Prisciliano
  43. Capítulo II. Siglos IV y V (Continuación de la España romana)
  44. Capítulo III. Herejías de la época visigoda
  45. Capítulo IV. Artes mágicas y de adivinación. Astrología, prácticas supersticiosas en los períodos romano y visigótico
  46. Libros a la carta