II. París y enero 18 de 1780
Amigo y Señor: ésta solo sirve de incluir a Vm. los dos artículos tocantes a Voltaire, y Rousseau en consecuencia de mi promesa de la semana pasada. Dios gue. a Vm. ms. años.
Voltaire
María Francisco Arouct de Voltaire, de la Academia Francesa, y de casi todas las Sociedades literarias de Europa, nació en París en 1694, y murió en 1778.
Grandes talentos, y abuso de ellos hasta los últimos excesos; rasgos dignos de admiración, y una monstruosa libertad; luces capaces de honrar su siglo, y errores que son la vergüenza de él; sentimientos que ennoblecen la humanidad, y flaquezas que la degradan; la más brillante imaginación, el lenguaje más cínico y repugnante; la filosofía, y el absurdo; la erudición, y las equivocaciones de la ignorancia; todos los encantos del entendimiento, y todas las pequeñeces de las pasiones; una rica poesía, y manifiestos plagiarios; hermosas obras, y odiosas producciones; el atrevimiento, y la baja adulación; las lecciones de la virtud, y la apología del vicio; los anatemas contra la envidia, y la envidia con todos sus accesos; protestas de celo por la verdad, y todos los artificios de la mala fe; el entusiasmo de la tolerancia, y los furores de la persecución; el homenaje a la religión, y las blasfemias; las señales públicas de arrepentimiento, y una muerte escandalosa. Éstas son las extrañas contrariedades que en otro siglo diferente del nuestro decidieran del lugar que este hombre único debe ocupar en la clase de los ingenios, y en la de la sociedad.
Una admiración excesiva le ha prodigado tantos elogios, como el celo, y buena crítica han producido censuras contra él. Sus sucesos en algunos géneros le han procurado votos, que en otros no merecía. Los furores de entusiasmo han eclipsado las luces del discernimiento, y apenas podrá creerse hasta qué punto esta especie de fanatismo ha llevado su ceguedad. En una palabra, a pesar de tantos disparates, capaces de hacer abrir los ojos, todo lo que ha publicado este escritor, ha sido acogido y preconizado. Ha llegado a ser el ídolo de su siglo; y su imperio sobre los espíritus débiles no puede mejor compararse, que al del gran Lama, de quien se reverencia, como sabe todo el mundo, hasta los más viles excrementos.
La posteridad igualmente libre de la seducción, que de las parcialidades sabrá apreciar lo perfecto, distinguir lo defectuoso, moderar las alabanzas, y fijar los grados de gloria y de baldón. El verdadero modo de juzgar a Voltaire, es trasladarnos al siglo futuro, ponernos en el lugar de nuestros descendientes, suponerles luces, gusto, y honradez, y pronunciar después procurando ser el órgano de ellos.
No nos proponemos hacer el análisis de los diferentes trabajos de esta especie de Hércules literario. La epopeya, la tragedia, la comedia, la ópera, la oda, la poesía ligera, todo género de poesía ha sido el suyo. En la prosa, historiador, filósofo, disertador, político, moralista, comentador, crítico, romancista. Su pluma se ha extendido sobre todas las materias: examinemos con qué suceso. Desafiamos a cualquiera que se atreva a imputarnos con fundamento la tacha de que desconocemos lo que hay de bueno en este escritor, o de que cargamos demasiado la censura sobre lo que hay de malo.
La Henriada, o Enriqueida puede sin duda mirarse como obra maestra de poesía, si no se exige en un poema más que la riqueza del colorido, la armonía de la versificación, la nobleza de los pensamientos, la nobleza de las imágenes, o ideas, la rapidez del estilo. En esto la obra es superior a cuanto las musas francesas han producido de más brillante hasta el día de hoy: ¿Pero estas calidades, por eminentes que sean, bastan para levantar la obra hasta la altura de poema épico? Cierto interés, fruto del arte y del ingenio; cierta feliz trama de ficciones; ciertas combinaciones de incidentes que embelesan y cautivan el alma del lector, la tienen pendiente de un continuo encanto, y la conducen al desenredo en medio de una inagotable variedad de sensaciones, ¿dónde se halla en Voltaire? La mágica de los grandes hombres ha consistido siempre en estos poderosos muelles. Manejándolos con habilidad, se han elevado sobre la esfera de ingenios comunes, y han dado a sus obras esta semilla de inmortalidad, que las hace preciosas a todos los pueblos y siglos.
Si es cierto lo que dice el gran poeta Pope en su prefacio de Homero, que el más o menos de intención o de interés es lo que distingue los hombres célebres, y los subordina entre ellos; será forzoso convenir, que por este título no podrá Voltaire sostener la comparación con los poetas que le han precedido. ¿Sería en efecto una paradoja el proferir que su héroe no interesa, sino porque es Enrique IV, esto es, un Rey cuyo nombre estimado de todas las naciones, adorado de la suya, habla en su favor a todo el mundo? Por poca reflexión que se haga es muy posible que se halle que a esta ventaja ha debido la Henriada todo su aplauso; ventaja que no han tenido los otros poetas que se han visto obligados a crear su principal personaje, y todos los sucesos de su poema. ¿De cuántos recursos de imaginación no han necesitado para hacer interesante la suerte de su Héroe, para conciliarlo sucesivamente la admiración, el amor, todos los sentimientos de que es capaz un alma sensible?
En la Henriada el monarca francés siempre es dichoso, o está próximo a serlo; por lo mismo rara vez se halla uno en el caso de experimentar por él la alternativa de temor y esperanza; aquellas interesantes perplejidades que hacen a veces tomar parte en las desgracias, y gozar de los triunfos. Por esto, a pesar de las gracias de su locución, el poeta cae en una monotonía insípida, y ésta produce un fastidio invencible, como ya se ha notado casi generalmente.
Lo contrario en la Iliada, todo es variado, todo respira, todo está en acción. Si se tratara de un consejo, de una batalla, o de cualquiera otro caso, no es el poeta quien lo narra; acerca los objetos, los hace presentes; el lector viene a ser un testigo que ve y oye. La imaginación de Homero arrastra la suya siempre que le presenta nuevas pinturas, y éstas varían infinitamente. El tono de la Henriada es sin duda noble, animado, siempre elegante, pero demasiado narrativo. Nada de estas dulces ilusiones que nos transfieren al lugar del personaje que obra, o habla; ningunos embelesos de este entusiasmo, de este ardiente vigor de un alma inflamada que domina las otras: ninguna imprevista erupción de este hermoso fuego que hace callar la crítica, aun cuando ella encuentre qué condenar en sus extravíos.
Virgilio menos lleno de este hermoso fuego que Homero, le suplía con el brillo la constancia y la igualdad. Estacio, y Lucano no han producido de él sino chispas, pero estas chispas dan a lo menos por intervalos calor y claridad. En Milton es un volcán que abrasa y lo consume todo. El Tasso ha sabido mejor moderar su impulso, sin hacerle perder nada bajo el yugo del arte que le conduce. El fuego del poeta de Enrique IV, no hace otro efecto que el de deslumbrar; chispea y salta; jamás calienta, ni embelesa.
¿Sería todavía un exceso de severidad reconvenir a Voltaire el haberse deleitado demasiado en prodigar retratos; de no haberles dado bastante variedad; de haberlos dibujado todos de la misma manera; de pintarlos con los mismos colores; de no haber guardado otro contraste que el de las antítesis; de terminarlos constantemente con equívocos o sentencias; de olvidar después en el discurso de la acción la idea que había dado de los personajes, para dejarlos obrar al acaso, sin ninguna conformidad con el carácter con que les había pintado?
Muy lejos de este defecto están los grandes poetas. En lugar de detenerse a hacer el retrato de sus Héroes, se contentan de pintarlos por sus acciones, de darles el carácter sacado de la propia naturaleza, de distinguir las diferencias con tanta energía, como verdad, de reglar constantemente sus movimientos, y discursos, según las pasiones o fines que ellos han creído, se les debe atribuir para la trama y solución del poema.
Lo que disminuye todavía el mérito de la Henriada comparada con otros poemas, es la falta de lo maravilloso. Se ha pretendido disculpar a Voltaire, esforzándose a probar que aquel poema no pedía este género de adorno. Aun cuando las razones que exponen fueran poderosas, y no débiles, ¿qué se seguiría de ellas, sino que ha hecho mal de emprender un poema poco adecuado para incluir todas las partes de la epopeya? ¿pero se ha hecho atención a que su esterilidad es la verdadera causa de esta falta? ¿no es fácil de percibir que ha empleado lo maravilloso por donde ha podido, tanto, que se ha excedido de un modo ridículo? Los personajes de la discordia, del fanatismo, y de la política, los ha sacado sin duda del sistema de lo maravilloso; pero se conoce a primera vista, que tienen una forma de existir y de obrar en su poema, absolutamente contraria a toda verosimilitud.
Aunque las divinidades del Paganismo no tuviesen una existencia real en la opinión de griegos y latinos, Homero y Virgilio las representan bajo de imágenes visibles y conocidas siempre que las introducen en la Escena para hacer algún papel. En la Henriada al contrario, la discordia y el fanatismo son unos entes fantásticos: no se les ve aunque el Autor los haga discurrir con los demás personajes.
Tenía razón Voltaire de hallarse indeciso sobre el nombre que podía dar a la Henriada: se explica así él mismo a este proposito: «No teníamos poema épico en Francia, y aún no sé si le tenemos hoy en día. La Henriada a la verdad se ha impreso varias veces; pero sería demasiada presunción el mirar este poema como una obra que deba borrar la vergüenza, que tanto tiempo hace, se echa en cara a la Francia de no haber podido producir un poema épico».
Sea el que fuere el nombre que convenga darse al Lutrin, es sin duda un poema muy superior en lo tocante a invención, y lo sería en todas sus partes si los personajes que allí se figuran fueran más nobles, y la acción más importante. A pesar de la esterilidad del asunto ¡qué destreza, qué fecundidad no ha sabido Boileau derramar en este poema, las riquezas de la ficción, los recursos de las imágenes, la variedad de los pinceles, la diversidad de los caracteres, el juego de una versificación siempre bien sostenida!
¿Qué diremos de Telémaco? Que es, y será siempre un verdadero poema, aunque en prosa, en la opinión de los inteligentes. Cualquiera que sepa apreciar los rasgos del arte y del ingenio, ha de convenir forzosamente, que un solo episodio de esta obra inmortal, encierra más invención, conducta, interés, movimiento, y verdadera poesía que la Henriada entera, menos próxima de la epopeya, que del género histórico.
¿Por qué los admiradores del poeta de Enrique IV se han apresurado tanto a atribuirle el honor exclusivo de haber dado el único poema épico de que puede gloriarse nuestra nación? ¿No sería bastante para su gloria, y para la del juicio que debe hacerse, el contentarse con decir que ha dado el primer poema heroico en verso que ha tenido éxito en nuestra lengua?
Otros literatos tan inconsiderados se han atrevido a elevar la musa trágica de Voltaire sobre la de Cornelio y Racine. ¿No es esto insultar la credulidad pública? ¿Y han podido ellos esperar que se les creyese sobre su palabra? Se está de acuerdo sin duda, de que el autor de Mérope, de Alcira, de Mahometo, es digno del primer rango después de los dos poetas de la tragedia. Se sabe que se ha formado él mismo un género que parece serle proprio, pero los ingenios juiciosos y esclarecidos, saben al mismo tiempo, que no debe este género sino a los autores trágicos que le han precedido, sin exceptuar el autor de Astrea y de Radamisto, que puede oponérsele como un rival respetable. Cornelio eleva el alma; Racine la enternece; Crébillon la aterra. Voltaire ha procurado fundir a su modo el carácter dominante de estos tres poetas lo que ha hecho creer con bastante razón muchos críticos, que no es sino alternativamente su copista, sin tener género que le sea verdaderamente particular.
Sea lo que fuere, si esta facilidad en apropiarse tan hábilmente las cualidades de sus modelos no supone verdadero ingenio, por lo menos anuncia un talento bastante distinguido, para justificar en parte los elogios de sus admiradores. Nos creemos también en la obligación de añadir que tocante a la parte moral y de un cierto tono de humanidad que respiran sus tragedias, el autor de Zaira lleva la ventaja sobre los otros poetas trágicos; pero sería preciso para conservar esta ventaja, que respetase los verdaderos principios, y se desconfiase de la manía de verter sentencias y máximas a cada paso, y fuera de propósito. ¿Quién no conoce, en efecto, que sus personajes muestran demasiada inclinación a discurrir; que razonan las más veces cuando debían obrar; que indiscretamente se pone el poeta en lugar suyo, expediente que daña siempre a la ilusión, y debilita el interés? La pasión no fue nunca sentenciosa; la naturaleza sabe explicarse sin énfasis ni rodeos; ¿cómo después de esto la razón y el buen gusto podrán confesar justas las aclamaciones prodigadas a estos retazos filosóficos, aplaudidos al Principio por la sorpresa de la novedad, y hoy día por hábito, aunque ya han quedado abandonados al pueblo de los mirones?
Si Voltaire es más moralista que los demás trágicos nuestros, ¿con cuanta ventaja son éstos superiores a él por la invención de los asuntos, la contextura de los planes, la conducta de la intriga, el arte en dibujar los caracteres, de sostenerlos, de variarlos, fruto precioso de los verdaderos talentos, y señal cierta del ingenio? Y al contrario, ¿por qué por una fatalidad que no establece mérito entre los entendimientos agudos, no se ha dedicado él casi nunca, sino precisamente a los asuntos ya tratados por otros?
Por otro lado, ¿dónde se hallará en los planes de Voltaire la valentía, la regularidad, la blandura, la destreza que caracterizan los de Cornelio, Racine, y Crébillon? Los muelles veis de sus piezas son comúnmente flojos mezquinos, y poco dignos de Melpómene. Cartas sin dirección; otros equivalentes, niños incógnitos, reconocimientos, oráculos, prodigios: tales son los perpetuos agentes de su musa siempre tímida, embrollada, titubeante por poco que se abandone a ella misma.
¿Cuáles son las razones sobre que sus admiradores se apoyan para establecer su superioridad? Dicen que sus tragedias se representan más veces que las de sus predecesores: ¿quién no conoce que este...