Al Pueblo de Cuba
¡Hermanos!
Hoy que la palabra con sus alas de relámpago vuela, alumbrando las inteligencias de unos, para mostrarles el derrotero seguro que han de seguir, desciende a los espíritus dormidos de otros para despertarles a la luz del entusiasmo, y hacer pedazos como una espada de fuego los últimos restos de preocupaciones que una sociedad volcada ha dejado en nuestro suelo, hoy debo yo también alzar mi voz en medio de ese clamoreo general para exponer ante el pueblo las íntimas convicciones de mi corazón.
El drama sangriento cuya primera escena tuvo lugar en los campos de Yara y cuyo desenlace será la libertad de Cuba y la emancipación de América de la tutela de Europa, ha llegado a un grado de desarrollo tal, y se ha hecho tan fuerte y tan popular; porque la bandera a cuya sombra se congregaron los pueblos para combatir, fue la bandera de la democracia, cuyos principios justos y eternos están encarnados en el espíritu de todos los hombres que trabajan por la perfección posible de la humanidad. Nosotros triunfaremos, porque cuando un pueblo se coloca formidablemente amenazador para reclamar sus derechos, siempre ha vencido; nosotros triunfaremos, porque tenemos de nuestra parte las simpatías del mundo y los errores de nuestros enemigos; y triunfaremos, porque los soldados de la gran idea han llegado en todas las épocas y en todas las naciones al templo de la libertad, con los pies descalzos y ensangrentados, sí, pero con la frente ceñida por la diadema de las victorias.
La cuestión hoy es de tiempo. Si todos marchamos con un solo pensamiento y un solo objeto; si todos los corazones palpitan a impulso de un mismo sentimiento, el Sol de su hermoso cielo alumbrará pronto a Cuba sentada en el consejo de las naciones, brindando por la unión y la concordia de los pueblos. Pero ¡ay de nosotros, si nos dejamos arrastrar de las pasiones y éstas chocan enfurecidas! ¡Ay de nosotros, si ambiciones protervas rompen los diques que las comprimen! Si queremos demoler de un soplo lo que ha levantado la Revolución. Entonces, veremos... sí, pero el día del triunfo se alejará más y más, y las almas débiles caerán desfallecidas antes de cantar la hosanna de la redención.
Cuando los pueblos en la infancia de su libertad y ensordecidos todavía por el estruendo de la pelea, quieren sostener con imprudencia ideas que aún las repúblicas, ya cimentadas en las firmes bases de la paz, han titubeado en proclamar y se afanan por plantear un sistema de gobierno definitivo, cambiando de guías y de instituciones a cada momento, olvidándose de las necesidades imperiosas de la guerra, siembr...