Fragmentos autobiográficos
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Fragmentos autobiográficos

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Fragmentos autobiográficos

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Los Fragmentos autobiográficos relatan la vida de Manuel Belgrano, tras asumir el mando de la expedición al Paraguay. Momento célebre en la historia Argentina porque durante ella diseñó la bandera nacional, el 27 de febrero de 1812.La obra es en realidad un texto incompleto y fragmentado. Incluso, los tres escritos que aparecen reunidos bajo este título no podríamos afirmar que tengan una unidad muy clara.La obra comienza con una reflexión sobre la vida pública y sus consecuencias. Como hombre público reconoce que servirá de ejemplo a generaciones futuras bajo la premisa de que«los hombres públicos, sea cual fuere, debe siempre presentarse, ó para que sirva de ejemplar que se imite, ó de una lección que retraiga de incidir en sus defectos».También reconoce que su imagen podrá estar sujeta a la manipulación mediática. Es consciente de las calumnias y difamaciones de que fue víctima por lo que decide ponerse «a cubierto de la maledicencia».La segunda parte de los Fragmentosautobiográficos trata de la expedición al Paraguay y la tercera y última con la Batalla de Tucumán.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2012
ISBN
9788498979930
Memoria sobre la expedición al Paraguay: 1810-1811
La formación y marcha del ejército
Me hallaba de vocal en la Junta provisoria, cuando en el mes de agosto de 1810, se determinó mandar una expedición al Paraguay, en atención a que se creía que allí había un gran partido por la revolución, que estaba oprimido por el gobernador Velasco y unos cuantos mandones, y como es fácil persuadirse de lo que halaga, se prestó crédito al coronel Espínola, de las milicias de aquella provincia, que al tiempo de la instalación de la predicha junta se hallaba en Buenos Aires. Fue con pliegos, y regresó diciendo que con 200 hombres era suficiente para proteger el partido de la revolución, sin embargo de que fue perseguido por sus mismos paisanos, y tuvo que escaparse a uña de buen caballo, aun batiéndose no sé en qué punto para libertarse.
La Junta puso las miras en mí, para mandarme con la expedición auxiliadora, como representante y general en jefe de ella: admití porque no se creyese que repugnaba los riesgos, que solo quería disfrutar de la capital, y también porque entreveía una semilla de división entre los mismos vocales, que yo no podía atajar, y deseaba hallarme en un servicio activo, sin embargo de que mis conocimientos militares eran muy cortos, pues también me había persuadido que el partido de la revolución sería grande, muy en ello, de que los americanos al solo oír libertad, aspirarían a conseguirla.
El pensamiento había quedado suspenso y yo me enfermé a principios de septiembre; apuran las circunstancias y convaleciente, me hacen salir, destinando 200 hombres de la guarnición de Buenos Aires, de los cuerpos de granaderos, arribeños y pardos, poniendo a mi disposición el regimiento que se creaba de caballería de la Patria, con el pie de los blandengues de la frontera, y asimismo la compañía de blandengues de Santa Fe y las milicias del Paraná, con cuatro cañones de a cuatro y respectivas municiones. Salí para San Nicolás de los Arroyos, en donde se hallaba el expresado cuerpo de caballería de la patria, y solo encontré en él sesenta hombres, de los que se decían veteranos, y el resto, hasta cien hombres, que se habían sacado de las compañías de milicias de aquellos partidos, eran unos verdaderos reclutas vestidos de soldados. Eran el coronel don Nicolás Olavarría y el sargento mayor don Nicolás Machain.
Dispuse que marchase a Santa Fe para pasar a La Bajada, para donde habían marchado las tropas de Buenos Aires, al mando de don Juan Ramón Balcarce, mientras yo iba a la dicha ciudad para ver la compañía de blandengues, que se componía de cuarenta veteranos y sesenta reclutas.
Luego que pasaron todos al nominado pueblo de La Bajada, me di a reconocer de general en jefe, y nombré de mayor general a don Nicolás Machain, dándole, mientras yo llegaba, mis órdenes e instrucciones.
Así que la tropa y artillería que ya he referido, como dos piezas de a dos, que arreglé de cuatro, que tenía el ya referido cuerpo de caballería de la Patria, y cuanto pertenecía a éste, que se llamaba ejército, se había transportado a La Bajada, me puse en marcha para ordenarlo y organizarlo todo.
Hallándome allí, recibí aviso del gobierno de que me enviaba doscientos patricios, pues por las noticias que tuvo del Paraguay, creyó que la cosa era más seria de lo que se había pensado, y puso también a mi disposición las milicias que tenía el gobernador de Misiones, Rocamora, en el pueblo de Yapeyú, con nueve o diez dragones que le acompañaban.
Mientras llegaban los doscientos patricios que vinieron al mando del teniente coronel don Gregorio Perdriel, aprontaba las milicias del Paraná, las carretas y animales para la conducción de aquélla, y caballada para la artillería y tropa.
Debo hacer aquí los mayores elogios del pueblo de Paraná y toda su jurisdicción; a porfía se empeñaban en servir, y aquellos buenos vecinos de la campaña abandonaban con gusto sus casas para ser de la expedición y auxiliar al ejército de cuantos modos les era posible. No se me olvidarán jamás los apellidos Garrigós, Ferré, Vera y Ereñú: ¡ningún obstáculo había que no venciesen por la patria! Ya seríamos felices si tan buenas disposiciones no las hubiese trastornado un gobierno inerme, que no ha sabido premiar la virtud, y ha dejado impune los delitos. Estoy escribiendo, cuando estos mismos, y Ereñús sé que han batido a Holmberg.
Para asegurar en el partido de la revolución el Arroyo de la China y demás pueblos de la costa occidental del Uruguay, nombré comandante de aquella orilla al doctor don José Miguel Díaz Vélez, y lo mandé auxiliado con una compañía de la mejor tropa de caballería de la Patria, que mandaba el capitán don Diego González Balcarce.
Entretanto, arreglaba las cuatro divisiones que formé del ejército, destinándole a cada una, una pieza de artillería y municiones, dándoles las instrucciones a los jefes para su buena y exacta dirección, e inspirando la disciplina y subordinación a la tropa y particularmente la última calidad de que carecía absolutamente la más disciplinada, que era la de Buenos Aires, pues el jefe de las armas, que era don Cornelio Saavedra no sabía lo que era milicia y así creyó que el soldado sería mejor dejándole hacer su gusto.
Felizmente no encontré repugnancia y los oficiales me ayudaron a restablecer el orden de un modo admirable, a tal término que logré que no hubiese la más mínima queja de los vecinos del tránsito, ni pueblos donde hizo alto el ejército, ni alguna de sus divisiones. Confieso que esto me aseguraba un buen éxito, aun en el más terrible contraste.
Dieron principio a salir a últimos de octubre, con veinticuatro horas de intermedio hacia Curuzú Cuatiá, pueblo casi en el centro de lo que se llama Entre Ríos. Los motivos por que tomé aquel camino los expresaré después, y dejaremos marchando al ejército para hablar del Arroyo de la China.
Tuve noticias positivas de una expedición marítima que mandaba allí Montevideo y le indiqué al gobierno que se podría atacar; me mandó que siguiese mi marcha, sin reflexionar ni hacerse cargo de que quedaban aquellas fuerzas a mi espalda, y las que si hubiesen estado en otras manos, me hubieran perjudicado mucho. Siempre nuestro gobierno, en materia de milicia no ha dado una en el clavo; tal vez es autor de nuestras parciales desgraciadas jornadas y de que nos hallemos hoy 17 de marzo de 1814 en situación tan crítica.
Aquellas fuerzas de Montevideo se pudieron tomar todas: venían en ellas muchos oficiales que aspiraban reunírsenos, como después lo efectuaron, y si don José Díaz Vélez en lugar de huir precipitadamente, oye los consejos del capitán Balcarce y hace alguna resistencia, sin necesidad de otro recurso, queda la mayor parte de la fuerza que traía el enemigo con nosotros, y se ve precisado a retirarse el jefe de la expedición de Montevideo, Michelena, desengañado de la inutilidad de sus esfuerzos, y quién sabe si se hubiera dejado tomar, pues le unían lazos a Buenos Aires de que no podía desentenderse.
Mientras sucedía esto iba yo en marcha recorriendo las divisiones del ejército para observar si se guardaban mis órdenes y si todo seguía del mismo modo que me había propuesto, y así un día estaba en la 4.º división y otro día en la 2.ª y 1.ª, de modo que los jefes ignoraban cuándo estaría con ellos y su cuidado era extremo, y así es que en solo el camino logré establecer la subordinación de un modo encantador y sin que fueran precisos mayores castigos.
En Alcaraz, tuve la noticia del desembarco de los de Montevideo en el Arroyo de la China y di la orden para que Balcarce se me viniese a reunir: entonces, me parece, insistí al gobierno para ir a atacarlos y recibí su contestación en Curuzú Cuatiá, de que siguiese mi marcha como he dicho.
Había principiado la deserción, particularmente en los de caballería de la Patria, y habiendo él mismo encontrado dos, los hice prender con mi escolta y conducirlos hasta el pueblo de Curuzú Cuatiá, donde los mandé fusilar con todas las formalidades de estilo y fue bastante para que ninguno desertase.
Hice alto en dicho pueblo para el arroyo de las carretas proporcionarme cuanto era necesario para seguir la marcha. Nombré allí de cuartel maestre general al coronel Rocamora y le mandé que viniese con la gente que tenía por aquel camino hasta reunírseme, pues, como ya he dicho, se hallaba en Yapeyú.
Pude haberle mandado que fuese por los pueblos de Misiones a Candelaria, pueblo sobre la costa sur del Paraná, con lo que habría ahorrado muchas leguas de marcha, pero como el objeto de mi venida a Curuzú Cuatiá había sido así por ser el mejor camino de carretas como para alucinar a los paraguayos, de modo que no supieran por qué punto intentaba pasar el Paraná, barrera formidable, le di la orden predicha.
En los ratos que con bastante apuro me dejaban mis atenciones militares para el apresto de todo, disciplina del ejército, sus subsistencias y demás, que todo cargaba sobre mí, hice delinear el nuevo pueblo de Nuestra Señora del Pilar de Curuzú Cuatiá; expedí un reglamento para la jurisdicción y aspiré a la reunión de población, porque no podía ver sin dolor que las gentes de la campaña viviesen tan distantes unas de otras lo más de su vida, o tal vez en toda ella estuviesen sin oír la voz de su pastor eclesiástico, fuera del ojo del juez, y sin un recurso para lograr alguna educación.
Para poderme contraer algo más a la parte militar, que como siempre me ha sido preciso descuidarla, por recaer entre nosotros todas las atenciones en el general, nombré de intendente del ejército a don José Alberto de Echeverría, de quien tendré ocasión de hablar en lo sucesivo.
Desde dicho punto di orden al teniente gobernador de Corrientes, que lo era don Elías Galván, que pusiese fuerzas de milicias en el paso del Rey, con el ánimo de que los paraguayos se persuadieran que iba a vencer el Paraná por allí, y para mayor abundamiento, ordené que se dispusieran unas grandes canoas para que lo creyesen mejor y si podían escapar subiesen hasta Candelaria.
Ello es que al predicho paso se dirigieron con preferencia sus miras de defensa: pues allí pusieron hasta fuerzas marítimas, al mando de un canalla europeo, que con dificultad se dará más soez: pues parece que la hez se había ido a refugiar en aquella desgraciada provincia.
Salí de Curuzú Cuatiá con todas las divis...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. Autobiografía
  4. Memoria sobre la expedición al Paraguay: 1810-1811
  5. Reiniciación de la marcha
  6. Fragmento de memoria sobre la batalla de Tucumán
  7. Libros a la carta