Comprobantes
Lima, a 10 de junio de 1850
Señor de mi distinguido aprecio.
Usted debe haber leído la «Ojeada a El Comercio», inserta en el número 3.268 de este periódico. En ella se trata muy despreciativamente al inmortal general don Antonio José de Sucre, hasta el extremo de negarle toda capacidad táctica ni estratégica, y limitando su misión en la célebre jornada de Ayacucho al papel de arengador.
No hay duda, ni me opongo a que los muertos deban ser juzgados por los vivos; pero cuando éstos se apartan de la veraz imparcialidad que demanda la historia, severa e impasible siempre, no les queda a aquellos otro recurso para rectificar los hechos, que el de apelar al testimonio de sus contemporáneos y colaboradores.
Habiendo tenido usted la fortuna de segar también laureles en el campo de Ayacucho, y siendo juez muy competente, para valorizar los hechos y los hombres, que entonces figuraron; le he de estimar, que con la franqueza propia de un veterano de la libertad, y la veracidad de un hombre de bien, testigo y actor en ese día de eterna prez y gloria para los americanos del Sur, me diga a continuación; cuál fue en realidad el comportamiento militar del general Sucre en aquella batalla, y cuál su capacidad estratégica en la dirección de la campaña. ¿Cree usted que el general Sucre estaba dotado de la cabeza y del corazón que se requiere para la formación de un héroe? ¿Piensa usted que en el memorable 9 de diciembre de 1824, correspondió bizarramente a las esperanzas de la América del Sur, a la confianza del Libertador de Colombia, a los deseos del Perú y a la fidelidad y esfuerzos de sus conmilitones? ¿Es o no digno representante de las glorias inmarcesibles del Ejército Unido Libertador, justamente orlado por sus compañeros de armas con el título imperecedero de Gran mariscal de Ayacucho?
Réstame todavía pedir de usted, que se sirva manifestarme lo que usted conoció del general Sucre como hombre privado, ya por su educación y trato en sociedad, ya por sus costumbres, o bien por sus principios y maneras en relación con los pueblos, con sus camaradas y subordinados, y aun con sus enemigos vencidos.
Sorprenderá a usted quizá mi exigencia; pero debe cesar esta sorpresa, al recordar, que como pariente inmediato del general Sucre, es mi deber defender su memoria ultrajada sin razón, como soldado del Ejército Libertador, me corresponde sostener la gloria de uno de los más esclarecidos y afortunados capitanes de la América del Sur; y como amigo fiel, cúmpleme rechazar los tiros con que la envidia y maledicencia quisieran perturbar el sueño apacible del inmaculado Gran mariscal de Ayacucho.
Soy con perfecta estimación de usted muy atento y obediente servidor. Q.B.S.M.
—Domingo de Alcalá.
A los beneméritos señores
coronel don Juan Espinosa.
coronel don Baltasar Caravedo.
general don Agustín Lerzundi.
general don Manuel Ignacio Vivanco.
general don Juan Crisóstomo Tarrico.
general don José María Raygada.
general don Manuel Aparicio.
gran mariscal don Miguel San Román.
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Señor don Domingo de Alcalá.
Lima, a 10 de junio de 1850.
Muy señor mío y amigo.
Si las glorias y esclarecido mérito del general Sucre estuvieran al alcance de los tiros de oscuros envidiosos; no sería el héroe que reconoce el mundo. La historia imparcial lo colocará en la primera línea de los caudillos de la independencia americana, cuya gloria no está manchada con ningún crimen, con ninguna falta, y tiene además, la aureola del martirio; porque su virtud fue insoportable a los malvados.
Entre tanto, yo que me honro con haberle merecido algunas consideraciones, de haber servido a sus órdenes en las campañas de Colombia y el Perú, creo tributar un homenaje a la verdad diciendo, que el general Sucre ha sido siempre tenido por el más estratégico de los generales de la independencia americana; por un jefe sagaz, prudente y del alma más elevada. Que es un principio inconcuso que el que manda en Jefe en una batalla es el dueño de la gloria, si vence; del vituperio y responsabilidad, si es vencido. En el ejército aliado contra Napoleón, habría otros generales de más capacidad y talento tal vez, que el vencedor en Waterloo; ¿pero quién fue el vencedor? Wellington, responde todo el mundo, y no averigua más.
El Perú que se gloria de tener un escuadrón titulado Húsares de Junín, ¿pondrá en duda la gloria del Gran mariscal de Ayacucho? Pero no es el Perú el que pretende rebajar el mérito de su Libertador. ¡No! Es uno que otro hombre de alma mezquina, de espíritu vil y apocado que se figura a sus solas, cuando ninguna noble influencia lo domina, que su conciencia es la conciencia pública, y lanza una blasfemia que subleva los ánimos, que repugna a la razón, que rechaza todo el mundo.
Respecto a su carácter privado, no apele usted a mi testimonio solo: cuantos le trataron encontraron en él la finura de modales, la delicadeza de trato y buen tono que hacían de él un hombre no solo distinguido, sino muy sobresaliente. Esto agregado a una instrucción sólida y variada, a sus ideas liberales y a la notable bondad con que gobernó a Bolivia, que recuerda su nombre con gratitud, hacen del general Sucre uno de los caudillos más afamados que ha tenido la América del Sur.
No me extiendo más, porque estoy persuadido de mi insuficiencia para tratar este asunto con la dignidad que corresponde, quedando de usted, su afectísimo amigo y seguro servidor.
—Juan Espinosa.
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Señor don Domingo de Alcalá.
Lima, 14 de junio de 1850.
Mi apreciado señor mío.
Me hace usted un honor desmesurado juzgándome competente para calificar los hechos y los hombres de la inmortal campaña de Ayacucho, a que tuve la honra de concurrir. Convencido de mi incapacidad para pronunciar un juicio ilustrado en tan grave y delicada cuestión; penetrado sin que haya afectación de modestia en esta sincera expresión de la voz de mi conciencia de no ser yo un juez idóneo para tal debate, declinaría de buena gana el honor que usted me hace con tan lisonjeras palabras en su carta precedente. Pero no puedo ni debo negar a usted mi testimonio, como el de un simple testigo de los hechos a que las preguntas de su carta se refieren, ya que no fuera por el sentimiento de la justicia hondamente grabado en mi pecho, por apelar usted a mi veracidad, no menos que por los nobles sentimientos que le guían en sus esfuerzos para reivindicar la gloria de su digno pariente el ilustre vencedor de Ayacucho.
No he leído el artículo de El Comercio a que alude usted, porque de algún tiempo a esta parte, rara vez veo nuestros periódicos. Así que, limitándome a satisfacer las interrogaciones de usted, mis respuestas no deberán tomarse como un examen o refutación de aquel escrito, sino únicamente como la fiel expresión de mis opiniones sobre las altas cualidades del mariscal de Ayacucho.
Su honrosa comportación militar en la batalla de este nombre, sus distinguidos conocimientos tácticos y estratégicos manifestados en la dirección de aquella campaña, su serenidad, cálculo y previsión acreditados en todos los movimientos y operaciones del Ejército Unido Libertador, y muy particularmente desde la retirada llamada de Lambrama, hasta el fausto 9 de diciembre de 1824, son hechos universalmente reconocidos por cuantos compusieron parte de las huestes que tuvo bajo su mando. Afirmar yo, como lo hago, con mi constante convicción estas verdades, no es pues más que añadir mi débil testimonio, el que no rehusará a usted ninguno de los testigos y actores de la campaña libertadora del Perú. El fallo imparcial de la historia, que ejerce ya su jurisdicción desapasionada sobre el nombre del malogrado mariscal Sucre, acorde con el unánime sentimiento de sus compañeros de armas de Ayacucho, adornará su sepulcro con los laureles de aquella victoria gloriosa, cuyo principal honor pertenece a su nombre histórico.
La suerte varia y caprichosa de las batallas ha sabido algunas veces decorar con los honores del triunfo a caudillos que desnudos de las prendas del corazón y de las dotes del espíritu, que constituyen a un héroe, han debido solo a esa ciega fortuna victorias ruidosas, aun a pesar de sus desaciertos o de su timidez. No ha sido sin embargo de tal naturaleza la victoria que reportó en Ayacucho el general Sucre, cuya inteligencia superior y cuyo valor frío e inconmovible, fueron reconocidos a la par por los militares que tuvo a sus órdenes y por los enemigos que combatió. Unos y otros, el Libertador Bolívar, el Perú y la América entera estuvieron acordes en declararlo digno de aquella espléndida victoria, de la gratitud del país, del aprecio de los enemigos mismos, a quienes trató generosamente, de la gran confianza depositada en su persona y del afecto y respeto de sus subordinados. El renombre de Gran mariscal de Ayacucho que le fue concedido, mereció la aprobación y los aplausos de peruanos y colombianos.
Réstame solo en conclusión testificar, en cuanto me es dado, que la amabilidad generalmente reconocida del general Sucre, la sagacidad de su carácter, la cultura y suavidad de sus modales, la modestia de su porte, su probidad, su desinterés, su celo por la disciplina y su consideración para con los pueblos, fueron sin duda las cualidades que tuvo presentes el general Bolívar al encargarle el mando del Ejército. Su conducta en la campaña dio testimonio de todas ellas, y le hizo captarse la común estimación de las tropas peruanas y de las auxiliares, entre los que no faltaban, como era natural, disensiones y emulación, que requerían en el jefe toda aquella flexibilidad, discreción y cordura tan distinguidas para neutralizar sus perniciosos efectos.
Creo haber correspondido a la interpelación que usted se ha...