Los diputados por Cuba en las cortes de España durante los tres primeros períodos constitucionales
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Los diputados por Cuba en las cortes de España durante los tres primeros períodos constitucionales

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Los diputados por Cuba en las cortes de España durante los tres primeros períodos constitucionales. Elías EntralgoFragmento de la obraTrabajo presentado por el Académico Correspondiente en Marianao, Provincia de La Habana, doctor Elías Entralgo, Y aprobado en sesión ordinaria de 20 de abril de 1944.Los miembros correspondientes son algo así como el cuerpo diplomático de las academias. No dejan de formar parte de ellas aunque estén fuera de su circuito con cierta especie de extraterritorialidad. Y la asociación de ideas me ha llevado a pensar en la posible afinidad entre la naturaleza del académico y la índole del tema que escoja para su trabajo de entrada. ¿No parece apropiado que quien va a representar a la Academia de la Historia de Cuba en el exterior seleccione para su estudio ingresal un pedazo de nuestro vivir histórico que no se desarrolla siempre dentro de la Isla?El planteamiento que acabo de bosquejar no es de la categoría de los que exigen justificación o explicación. Pertenece más bien al contorno flexible de la gracia o la simpatía intelectuales. Es menos que un criterio; es un gusto. Por ello, sin detenerme en introductoria faena apologética, pasaré ya a situar los cuatro puntos cardinales que orientarán la lógica de esta indagación.1. ¿Por qué fueron diputados por Cuba a las Cortes de España? 2. ¿Cuándo fueron? 3. ¿Cómo fueron? 4. ¿Para qué fueron? La primera cuestión es intrínsecamente causal; la segunda es genuinamente histórica; la tercera es axiológicamente política y en algún modo sociológica; la cuarta es eminentemente teleológica. Procuraré percibirlas en su verdadero olor, verlas en su real color, paladearlas en su efectivo sabor.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2018
ISBN
9788499539720
Categoría
History
Categoría
World History
IV
Y dejando un poco atrás a la Tierra para volvernos hacia el Hombre, hacia los valores humanos, cabe adelantar prestamente que esos representantes fueron al Congreso para distinguirse, distinguiendo. El Parlamento, por su propia índole de colectividad limitada en el número de sus componentes, y por las comprensivas y elevadas funciones que le están atribuidas, es un puesto de distinción. Los que lo desempeñan, levántanse sobre sus paisanos; los que solamente lo ocupan, empínanse sobre ellos. Un país no produce tal tipo de personalidades sin cierto ascenso en su capacidad política. Los parlamentarios, en fuerza de ser distinguidos, se acostumbran a la función de distinguir; y en los que, por aquellos tiempos, representaron a Cuba ante el poder legislativo de España advierto cuatro distintivos fundamentales. El primero es el de participar en el rebote de contradicciones sobre afinidades y diferencias entre España y América. El segundo es el de intervenir en los problemas generales de la nación, del estado y de la definición política. El tercero es el de abogar en los asuntos de la clase social a que cada uno pertenecía. El cuarto es el de defender los negocios de Cuba. Me pararé a considerar cada uno de estos extremos.
1
La asamblea legislativa de España entre 1810 y 1837 fue una palestra de esenciales dicotomías opuestas y, a ocasiones, contradictorias. Hispanidad e hispanía; peninsularismo y provincianismo; españolismo y americanismo, o españolismo vs. americanismo; asimilismo vs. autonomismo; integrismo vs. autarquismo. Tales son las pugnas que, a veces, laten en el subsuelo y, otras, se enfrentan en la superficie.
Ya en el punto inicial de la publicación del decreto en que se daría cuenta de haberse establecido las Cortes generales y extraordinarias en la isla de León asomaron las divergencias. Los diputados por América asistentes a la reunión del 25 de septiembre de 1810 expusieron que no debía remitirse tal documento a los dominios ultramarinos sin acompañarlo de algunas declaraciones favorables para estos súbditos. La sugerencia encontró eco en el pleno del Parlamento, y se acordó que una comisión de congresistas, designada por el presidente, presentase, a la mayor brevedad posible, un dictamen sobre la forma en que convendría publicar en América el decreto de instalación de las Cortes. El presidente, al cumplir el acuerdo, nombró a diez diputados para el cometido, y, por cierto, que escogió entre ellos al de Cuba, marqués de San Felipe y Santiago. Algunos de estos comisionados dijeron que era necesario declararles a los hispano-americanos su igualdad de derechos con los españoles europeos y la extensión de su representatividad nacional como parte integrante de la Monarquía. Al debatirse esta propuesta ante la totalidad del Congreso, los americanos la favorecieron y muchos de los europeos la censuraron por intempestiva e indiscreta. Definitivamente, la mayoría dejó el decreto como estaba en principio redactado. Pero lo que aquí nos importa destacar es que la división entre legisladores europeos y americanos quedó desde entonces acometida en la colectividad parlamentaria hispánica. Los americanos volvieron a la carga, reclamando de un modo o de otro, pero siempre con tenacidad, un trato político distinto, en las juntas del 1, 3 y 14 de octubre, hasta obtener que en la del día 16 se diera lectura final a un papel aprobado en estos términos:

Las Cortes Generales y Extraordinarias confirman y sancionan el inconcuso concepto de que los dominios españoles en ambos hemisferios forman una misma y sola Monarquía, una misma y sola Nación y una sola familia, y que por lo mismo los naturales que sean originarios de dichos dominios europeos o ultramarinos, son iguales en derechos a los de esta Península; quedando a cargo de las Cortes tratar con oportunidad y con un particular interés de todo cuanto pueda contribuir a la felicidad de los de Ultramar, como también sobre el número y forma que deba tener para lo sucesivo la representación nacional en ambos hemisferios. Ordenan asimismo las Cortes, que desde el momento en que los países de Ultramar, en donde se hayan manifestado conmociones, hagan el debido reconocimiento a la legítima autoridad soberana que se halla establecida en la Madre Patria, haya un general olvido de cuanto hubiese ocurrido indebidamente en ellas, dejando, sin embargo, a salvo el derecho de tercero.

Al ponerse a discusión el plan de arreglo de provincias resurgió la porfía. Los americanos propugnaron la igualdad como punto de arranque, la disyuntiva o hasta el dilema como metas; los europeos sostuvieron el discrimen. Era de los primeros José Mejía Lequerica, quien llegó a exclamar que donde sonara la palabra España sin darle participación a América lo mismo en el daño que en el beneficio, no se iba hacia el remedio, pues al ser idénticas las vejaciones, idéntico debía ser el derecho a quejarse por ellas; por lo cual solicitaba que fuera general el arreglo para la Monarquía porque con este propósito habíanse «juntado todos, americanos y españoles». Demostración del ardor que alcanzó a cobrar la polémica fue el próximo turno del mismo Mejía, el cual no se ocultó para manifestar que si el plan era solo para arreglo de las provincias peninsulares entendieran únicamente en él los diputados peninsulares. Otro representante de América, José Simón de Liria, en diferente etapa del debate, con más contención en la forma, pero quizás —o sin quizás— con más valor en el fondo, atrevióse a afirmar que por el estado en que había visto a España, ésta sucumbiría si no fijaba su atención en las Américas. ¿De qué serviría el cuidado puesto por el gobierno en el acrecimiento de la economía peninsular si la fuerza mayor de la guerra con Napoleón le impedía afianzarla? En cambio, de las Américas es de donde habrían de ir los auxilios. La España antigua se arruinaría de seguro si no contaba con la nueva.
Precisamente porque España se hallaba mal, y América, por fortuna, no estaba en tales condiciones, era por lo que el congresal del grupo europeo, Agustín Argüelles, habíase opuesto a que se extendiera a las provincias americanas el régimen proyectado para las provincias españolas. Ante todo se trataba de tener presentes los daños padecidos por las provincias invadidas y los que podrían sobrevenirles a las que sufrieran en el futuro la invasión. Las provincias americanas no vivían bajo estos específicos perjuicios ni aún con el temor de sus riesgos, y podían, por lo tanto, esperar a la época en que las Cortes redactasen la Constitución, para entonces traer sus aspiraciones sobre el modo de regirse sus provincias. Argüelles diversificaba a los españoles de Europa de los de América, relativa, provisional y esperanzadoramente por los apremios de aquel instante bélico. Pero otro diputado de la España europea, Evaristo Pérez de Castro, si bien participando de algunas de las condicionales que acabo de apuntar en su colega, señaló diferencias más absolutas, definitivas y desilusionadoras. No era posible concederle a América lo que deseaba porque en este continente el Sol nace y se pone en otras horas, los nombres son de opuesto color, las costumbres diversas, la educación, la moral y la política muy varias.
A través de la contienda parece que Argüelles percibió el acceso de opugnaciones más intensas y de dificultades más invencibles, y para salvarlas se le ocurrió presentar un escrito, dulcificado con hábiles palabras y alentadoras promesas, pidiendo la creación del Ministerio Universal de Indias. Allá dentro de esta iniciativa lo que parece haber es el sempiterno método de los políticos españoles, tan morunos, tan fatalistas, tan dados a entregar al tiempo las complicaciones de la cosa pública —particularmente desde la época de Felipe II hasta la de Cánovas del Castillo— y para los que, en gran medida, estampó José Martí su revolucionaria frase: «Aplazar no es resolver.» Pero esa proposición de Argüelles sirvió para que el diputado por Cuba, Andrés Jáuregui, demandara del cuerpo legislativo su aprobación, mientras requería a la presidencia en el sentido de suspender una lid tenida por él como impertinente. Entre sus breves palabras pronunció éstas que por lo sincréticas y cofreras revelan los ingredientes cubanos que ya habían penetrado en su mente, en su espíritu, en su vida: «No hay españoles europeos y españoles americanos. Todos somos y seremos siempre españoles, nombre glorioso que honrará a cualquiera que le tenga.» Por el instante, el proyecto de Argüelles se leyó nuevamente dentro de los trámites reglamentarios, y admitido...

Índice

  1. Créditos
  2. Los diputados por Cuba en las cortes de España durante los tres primeros períodos constitucionales
  3. I
  4. II
  5. III
  6. IV
  7. V
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