El gaucho Martín Fierro poema popular gauchesco de don José Hernández
A don Juan Valera
I
«En la República Argentina ha existido y existe esta poesía del pueblo o del vulgo al lado de la poesía sabia. Desde muy antiguo, desde que hubo gauchos en la Pampa, los cuales no me puedo persuadir —a pesar de cuanto dice Daireaux— de que sean más árabes o más moros que cualquier habitante de mi lugar o de otro cualquier lugar de Andalucía o de Extremadura, hubo entre dichos gauchos cantadores y tocadores de guitarra, músicos y poetas a la vez, que han lucido y nos han dejado en sus coplas y canciones tesoros de inspiración original y fieles pinturas de la vida nómada que en aquellos campos se hacía. Los poetas de esta clase eran llamados o se llaman payadores, y se citan como los más ilustres entre ellos a Estanislado del Campo, a José Hernández y a Ascasubi».
A esta noticia, y ella inexacta por cuanto a José Hernández, antiguo redactor del Río de la Plata, no puede llamársele payador, a tal noticia se reduce todo lo que del prestigioso autor de Martín Fierro dice don Juan Valera en sus Cartas americanas. Y cuando persona tan curiosa y erudita como nuestro crítico académico no dice más de él, tengo por seguro que le desconocerán en absoluto los más de mis lectores.
Y, sin embargo, no hay en la República Argentina obra que haya gozado de mayor popularidad. En diez años, desde 1872, en que apareció, hasta 1882, alcanzó cual ningún otro libro hispanoamericano once ediciones con un total de 58.000 ejemplares, además de haber sido reproducido, ya total, ya parcialmente, en varios periódicos americanos, en París, en el Correo de Ultramar, en un español y otro antillano y se preparaba en Nueva York por entonces una edición de lujo. Poseo la duodécima, de 1883, precedida de varios estudios críticos.
He de confesar que los desmesurados encomios que dirigen a la obra los apologistas que a su cabeza la recomiendan, más bien me predispusieron en contra que en favor de ella. Escritor argentino dijo que si Italia tiene su Divina Comedia, España su Quijote y Alemania el Fausto, la República Argentina tiene su Martín Fierro; otro llegó a asegurar que las máximas de este poema son tan magníficas como las del Evangelio y que el poema argentino suple a la Biblia, a la novela, a la Constitución y a los volúmenes de ciencia; le han llamado proclama revolucionaria, catecismo, curso de moral administrativa para uso de los comandantes militares y comisarios pagadores, y a su autor, Hernández, Prometeo de la campaña, comparándole con Buda y con Leopardi, a los que se parece lo menos que pueden parecerse dos hombres. A ver si después de tan graciosos disparates hay quien se forme idea buena de Martín Fierro.
Y, sin embargo, es una hermosura, una soberana hermosura, lo más fresco y más hondamente poético que conozco de la América española, y aún apurando mucho... pero no hagamos causa común con los indiscretos encomiadores del poema gauchesco.
El amor con que el pueblo argentino le ha acogido es su mayor consagración. Le llaman el Quijote nacional; corre de pulpería en pulpería y de rancho en rancho, congréganse los pamperos en torno al lector para oír los infortunios de Martín Fierro, acorralado por la civilización argentina, y no hay allí quien no le tenga en sus labios y sobre su corazón. Cuenta don Nicolás Avellaneda que un almacenero le enseñó en sus libros de encargos de pulperos de la campaña la siguiente partida: «doce gruesas de fósforos, una barrica de cerveza, doce vueltas de Martín Fierro, cien cajas de sardinas». Helo aquí, entre los artículos de necesidad y uso diario.
Hemos trazado toda esta noticia para que no parezca capricho la importancia que concedemos al Martín Fierro, para que se vea cómo una obra de extraordinario éxito en la Argentina, y sobre todo entre el pueblo, para el cual es y del cual procede, no ha entrado aquí donde se nos cuelan tantos neogongoristas, culteranos, coloristas, decadentistas, parnasianos, victorhuguistas y otras especies de estufa venidas de ultramar con su cargamento de terminachos quichuas, guaranís, araucanos, aztecas, toltecas o chichimecas.
¿Cómo libro de tan extraordinario éxito en la Argentina, que lleva más de veinte años de vida, apenas se habla de él en España?
II
Conviene, ante todo, advertir que Martín Fierro es un poema gauchesco, escrito en lenguaje y estilo gauchescos, y que para propagarse en España tendría que ir acompañado de un brevísimo glosario y notas explicativas, farragoso aditamento para un libro de amena lectura.
Digo brevísimo porque, como indicaré más adelante, los más de sus modismos y términos dialectales son españoles de pura raza, usados aquí por el pueblo, aun cuando no se escriban.
El autor de Martín Fierro ha hecho de intento, aun que con mal acuerdo, versos incorrectos, cojos por pie de más o pie de menos, cuando «es posible conservar la originalidad de un tipo sin herir el oído con desafinaciones del verso incorrecto», como le decía La América del Sur (9 de marzo de 1879).
Martín Fierro es la flor de la literatura gauchesca, de esa literatura aquí casi desconocida, en que brillan tras Hidalgo, que es el que los precedió, su Homero le llama Mitre, Lavardén, Anastasio el Pollo, Ascasubi, Del Campo; literatura creada para hacer reír al hijo de la ciudad con las rusticidades del gaucho, aunque a las veces se revelara potente el alma de éste; literatura que pasa entre muchos argentinos por algo indígena, por algo privativo de ellos, algo que les divide y separa de la madre España, la consagración de su independencia, la flor del espíritu criollo.
Martín Fierro es un pobre gaucho, para quien
... la tierra es ...