La causa principal originaria
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La causa principal originaria

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La causa principal originaria

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La causa principal originaria es un discurso pronunciado por Zeferino González tras ser elegido miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en 1873. Zeferino empieza exponiendo su tema sin tapujos: "La causa principal originaria ya que no única, del malestar que esteriliza y detiene la marcha de la sociedad por los caminos del bien, es esa gran negación oculta y encarnada en el principio racionalista, es la negación de Dios, principio generador del mal en todas sus formas."Para luego desarrollar su argumento y hacer un recorrido por la tradución filosófica de Occidente, con énfasis particular en el racionalismo: "Europa atraviesa una crisis profunda y universal: lleva en su seno elementos heterogéneos y opuestos, que determinan en sus entrañas un gran movimiento de fermentación, movimiento que se revela al exterior por amenazantes síntomas y terribles convulsiones. Al lado del principio cristiano y de los elementos evangélicos que le dan fuerza y vida, descúbrense en ella instituciones ateas, ideas materialistas, rebelión satánica de la ciencia y de los hombres contra Dios, al cual se pretende arrojar del mundo y de la sociedad; en una palabra: el principio pagano en todas sus formas, luchando y reaccionando contra el principio cristiano."

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN
9788498974348
La causa principal originaria
ya que no única, del malestar que esteriliza y detiene la marcha de la sociedad por los caminos del bien, es esa gran negación oculta y encarnada en el principio racionalista, es la negación de Dios, principio generador del mal en todas sus formas.
Discurso del Excmo. e Ilmo señor don Fr. Zeferino González1
Real Academia de Ciencias Morales y Políticas
Madrid, 3 de junio de 1883
No se me oculta, Señores, que al abrir las puertas de esta ilustre Academia a un hombre que nada vale ni significa en el terreno del saber, habéis querido, pasando por alto su personalidad, honrar en él al ministro de Jesucristo, dando una vez más público testimonio de vuestro acendrado amor y respeto a la santa Religión católica, que ha venido formando y vivificando nuestra grande y gloriosa nacionalidad, a esa Religión tres veces santa, a cuya sombra y en cuyo nombre el pueblo español llevó a cabo empresas y hazañas fabulosas, que transformaron su historia en magnífica epopeya.
Empero si esta consideración me alienta y conforta en la hora presente, abáteme al propio tiempo la idea de mis escasos merecimientos para ocupar un puesto al lado de las eminencias filosóficas, científicas y literarias de esta noble y en otro tiempo poderosa España, que, fatigada y esterilizada hoy por convulsiones políticas, aguarda con ansia tiempos más bonancibles para reanudar la rota cadena de su pasado glorioso, y para demostrar de nuevo al mundo que el genio filosófico y literario todavía cierne sus alas sobre la patria de Séneca y de Marcial, de San Isidoro, de Lulio y de Vives, de Melchor Cano y de Suárez, de Cervantes y de Calderón de la Barca.
Y aquí, Señores, en presencia de esta reflexión, y ante semejantes ideas y recuerdos, permitidme que dirija en derredor una mirada, y al observar la postración de este mismo pueblo, en otro tiempo feliz y poderoso; al distinguir en su frente el signo del dolor y del abatimiento, enlazando con la misión que ejerzo sobre la tierra el objeto que aquí nos tiene congregados, me pregunte y os pregunte: ¿cuál es la causa de tan lamentable decadencia? ¿Será, por ventura, que este pueblo que marchó en otro tiempo a la cabeza de las naciones, ha dejado caer de sus manos el cetro sagrado de la Cruz de Cristo, que hiciera invencible su brazo en Covadonga y las Navas, en Otumba y Lepanto? ¿Será que las producciones de sus filósofos y literatos ya no se hallan informadas por la idea cristiana, que derramó fecundidad inagotable sobre la inteligencia y el corazón de nuestros grandes escritores?
Pero coloquemos el problema en terreno más elevado y más en armonía con el objeto de esta Academia. Indaguemos la razón por qué, no ya la España, sino la Europa toda, en medio y a pesar de su brillante civilización, presenta a los ojos del observador menos reflexivo síntomas innegables de corrupción y de muerte, y se agita, como el moribundo en su lecho, lanzando angustiosa mirada hacia lo porvenir.
Europa atraviesa una crisis profunda y universal: lleva en su seno elementos heterogéneos y opuestos, que determinan en sus entrañas un gran movimiento de fermentación, movimiento que se revela al exterior por amenazantes síntomas y terribles convulsiones. Al lado del principio cristiano y de los elementos evangélicos que le dan fuerza y vida, descúbrense en ella instituciones ateas, ideas materialistas, rebelión satánica de la ciencia y de los hombres contra Dios, al cual se pretende arrojar del mundo y de la sociedad; en una palabra: el principio pagano en todas sus formas, luchando y reaccionando contra el principio cristiano.
Sin desconocer la dificultad de comunicar interés a un tema, que lo es de frecuente discusión, dificultad realzada por su misma importancia y amplitud, tampoco debe olvidarse que se trata aquí de un problema de tal naturaleza, que se presta a indagaciones y soluciones de índole muy diversa; porque, en medio y a pesar de su unidad esencial, es problema muy complejo en sus causas, en sus formas y en sus manifestaciones.
Por otra parte, ¿cómo apartar hoy la vista de ese problema verdaderamente trascendental, en cuyo fondo todo hombre que piensa esfuérzase en vislumbrar el porvenir social y religioso del mundo, y descubre a la vez el origen verdadero y la razón suficiente de esa conjuración gigantesca del hombre contra Dios, que en Italia, Suiza y Alemania arma el brazo de los poderosos de la tierra contra la Iglesia de Cristo y los ungidos del Señor; que en Francia y en España ha hecho correr ríos de sangre y de fuego; que mantiene en la atmósfera que respiramos corrientes, ideas y siniestros presagios que cual losas de plomo pesan sobre las naciones todas y sobre los hombres de buena voluntad?
Por lo demás, al plantear el problema en estos términos, creo haber indicado a la vez su solución; porque, en mi humilde juicio, la causa principal originaria, ya que no única, del malestar que esteriliza y detiene la marcha de la sociedad por los caminos del bien, es esa gran negación oculta y encarnada en el principio racionalista; es la negación de Dios, principio generador del mal en todas sus formas; bien así como la afirmación de Dios es el principio generador del bien; es esa especie de universal ateocracia que, después de arrancar a la sociedad de su natural base y centro, paraliza sus movimientos, agota y consume sus fuerzas vivas. Trabajada por corrientes ateas en sus ciencias, en sus artes, en sus leyes, en sus instituciones y costumbres, esta sociedad no evitará, no puede evitar, los serios peligros que la amenazan, si no abre de nuevo su inteligencia y su corazón a las corrientes vivificantes del teísmo cristiano; si no busca su centro de gravedad y su ley de vida en la grande idea cristiana de Dios, revelada a la humanidad por el Verbo mismo del Padre, desarrollada y conservada en el mundo por la Iglesia católica.
Con el favor del que es apellidado en la Escritura Padre de las luces, y Dios de las ciencias —Deus scientiarum Dominus est—, y guiado por aquella Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, voy a entrar en la demostración de la tesis indicada. Pero antes de hacerlo, séame permitido dedicar honroso, cuanto justo y merecido recuerdo, al hombre distinguido cuya plaza vengo a ocupar en esta ilustre Corporación literaria.
Conocidas son de todos las virtudes cívicas y morales del señor Monlau, y conocidas son también las numerosas obras que atestiguan su incansable laboriosidad,2 y que prueban a la vez que poseía talento flexible, erudición y ciencia nada vulgares. Atento siempre en las diferentes situaciones y circunstancias de la vida a procurar el mejoramiento y bienestar de sus semejantes, con razón puede decirse de él que pasó haciendo bien entre los hombres.
Pagado este tributo a la buena memoria del ilustre Académico, que me precedió en el campo de la vida y de la muerte, ensayaré ahora cumplir la palabra empeñada con respecto a la demostración de mi tesis.
Observando con sintética mirada el vasto campo histórico de la filosofía, no es difícil distinguir y señalar dos grandes corrientes que resumen su larga y compleja marcha a través de los siglos. Hay una corriente que apellidaré esencialmente racionalista, y hay otra corriente que apellidaré esencialmente cristiana.
En fuerza de la ley irresistible de la lógica, la primera es arrastrada fatalmente a la negación de Dios; porque el racionalismo que diviniza al hombre, proclamando la autonomía absoluta de la razón humana y su independencia de la razón divina, lleva en su seno la tesis ateísta. El carácter distintivo de la segunda es la afirmación de Dios; la afirmación de un Dios vivo, personal, omnipotente, creador libre e inteligente del mundo de la naturaleza y del mundo del espíritu, o, como dice el símbolo católico, Hacedor de cielo y tierra, de todas las cosas visibles e invisibles. Si me preguntáis los nombres de los principales representantes de la corriente racionalista, os diré: buscad en la historia de la filosofía a los representantes del idealismo, del materialismo, del panteísmo y del sensualismo, que esos son también los representantes legítimos de esa filosofía racionalista, que gravita con todo su peso hacia la negación de Dios.
Porque la verdad es que si para el materialista no hay más Dios que la materia con su fuerza, para el idealista Dios se convierte en un nombre vano sin realidad objetiva; y si el panteísmo destruye a Dios, convirtiendo la Divinidad en una sustancia cósmica y pretendiendo esenciarla fuera de si en un mundo finito y contingente, el sensualismo no necesita más que dar un paso para llegar al ateísmo. Cuando se ha dicho, en efecto, que el alma del hombre es una colección de sensaciones, no hay derecho para negar que Dios es la colección o generalización de los fenómenos de la naturaleza; para el sensualismo, el alma y Dios son dos abstracciones.
¿Queréis saber ahora quiéne...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. La causa principal originaria
  4. Libros a la carta