Je suis biomasse
El siete de enero de 2015, hombres armados dispararon y mataron a doce personas en la sede del semanario satírico Charlie Hebdo en París. Inmediatamente después del ataque, apareció en Twitter el eslogan-etiqueta Je suis Charlie (Yo soy Charlie), una creación de Joachim Roncin, director artístico y periodista de la revista Stylist. Etiqueta y pancarta en manifestaciones de apoyo a la libertad de expresión y de prensa, la proclama ganó popularidad rápidamente en todo el mundo.
A primera vista, el vertedero es un anatema para todo lo que representa Je suis Charlie. La declaración es una expresión incondicional de empatía con las víctimas, con la institución y la idea que representaban. Aparentemente completa, la identificación con «Charlie» agota el identificador yo. Sin embargo, el vertido digital impone su propio conjunto de reglas, y hoy «soy Charlie», mientras que mañana, habiendo borrado el celo de ayer de mi mente, soy otra persona, con la misma intensidad de convicción. Je suis Charlie es un acto particular de identificación que desmantela su particularidad y desentraña el trabajo de identificarse con el otro, incluso mientras se burla de las perspectivas de inventar una identificación universal. Invita a una abstracción, a una identidad formal y formulista: Je suis X. Una variable genérica X determina quién soy en este momento de una manera totalmente indeterminada, siempre dispuesto a cambiar (sin convertirme) en otra cosa. En un vertedero, la mutabilidad subjetiva ilimitada encaja con la inmutabilidad objetiva de los subproductos industriales y los ideales metafísicos o teológicos. Transcribir Je suis Charlie en cualquier cosa es una perogrullada: no tiene una forma adecuada, lo que significa que yo no tengo forma. Je suis X, luego Je suis Ahmet, Nigeria, Nisman, Boris Nemtsov, París, Dafne… En suma, soy un vertedero (de identificaciones).
Por todo ello, la francesa Je suis es una locución altamente inestable. Como nota Derrida, puede significar «yo soy/estoy» o «yo sigo», dependiendo de si destacamos el presente del indicativo de être (ser o estar) o de suivre (seguir) en primera persona singular. La aserción «yo soy X» fractura en sí misma la unidad del sujeto y el predicado que agrupa: su articulación requiere tiempo (como mínimo, el tiempo necesario para decir o escribir esto), escinde la unidad «yo-X» apretando «soy» en él, y da testimonio del desmoronamiento de las condiciones en las que no hace falta decir quién o qué soy. En cuanto nos acomodamos en el verbo suivre, se ensancha una fractura espacio-temporal entre yo y aquello que, o aquel a quien sigo. Este desarrollo es ominoso en un momento en el que seguir y dejar de seguir a alguien se hace con un simple clic de un botón en Twitter, el medio original de Je suis Charlie. ¿Por qué? Porque «es necesario saber cómo seguir a los demás, para emanciparse de esta relación un tanto servil. Y, sin embargo, el seguimiento digital excluye el componente activo…, ya que estamos atraídos por lo que sea «tendencia» en este momento. Cuanto más seguimos a los demás en la práctica, menos sabemos cómo seguir, o qué significa seguir». Quien sea o lo que sea que sigamos de esta manera obsequiosa nos lleva directamente a un vertedero.
Una identificación sincera en la coyuntura histórica actual no es aquella que insiste en la unicidad de un vínculo ético con el otro, ergo en la imposibilidad de identificarse verdaderamente con su alteridad. Tampoco estriba en una Causa, fluctuante, de tendencia o de moda, seguida con una apariencia de pasión ardiente y profunda empatía sólo para ser abandonada a la mañana siguiente. Una identificación brutalmente honesta sería consciente, explícita y deliberadamente desindividualizante, consciente de su vertimiento: del vertedero, no para el vertedero. Indicios de trascendencia brillan en la inmanencia del genitivo «de». Cultivar una identificación del vertedero es encarnar y reconcebir al basurero desde dentro, para romper su hechizo. ¿No es discerniendo en el vertedero y, por lo tanto, discernir lo que impide el discernimiento, la única forma de mirar hacia fuera?
Este contexto resulta fecundo para una reflexión sobre otra, más reciente (y más cruda, también), etiqueta devenida en campaña política. Estoy pensando en #MeToo. La denuncia y el castigo por actos de acoso sexual, agresión y violación bajo el lema de la campaña #MeToo son de vieja data. Ahora bien, la pregunta crucial no es tanto qué está sucediendo sino de qué manera está teniendo lugar este acontecimiento decisivo que augura una revolución en las percepciones culturales.
La identificación que dice ¡Yo también! (Me too!) es plenamente no singular; su generalización, peculiar, por decir lo menos. Si «también» (too) combina múltiples víctimas de violación, agresión y acoso, lo hace por acumulación y aglomeración, apilamiento, acreción de experiencias heterogéneas en un todo indiferenciado. Como han establecido varios comentaristas, los grados de severidad en la gama de conducta sexual inapropiada tienden a hacerse borrosos cuando se iluminan con el movimiento #MeToo. Aún por examinar, la problemática del seguir, que hemos atisbado, persigue cual sabueso cada giro de la formación y crecimiento del movimiento.
La subjetividad política derivada del #MeToo es tan borrosa como las líneas de demarcación entre avances sexuales indeseados y sexo forzado: identificación pasiva con un Otro amorfo, que también es (como «yo») una Víctima, repite la pasividad de haber sido victimizada o victimizado por un Otro igualmente amorfo, que es un Perpetrador. El aparato de identificación que funciona agregándome (también, too) al montón de víctimas no aborda la necesidad de trabajar a través de la victimización, en lugar de dejarse envolver por las llamas de los afectos reactivos (rabia, resentimiento, etc.) que ella enciende. Después de todo, el dilema político propiamente dicho tiene que ver con los pasos que uno o una debe seguir para hacer la transición de mí a yo y a nosotros y nosotras.
Pensemos en ello: yo es un pronombre personal raro. Por un lado, arrincona al sujeto en un objeto puramente pasivo, en este caso de acoso sexual y tipos de comportamiento afines, así como en un objeto para tirar en una pila donde los demás están también, donde los otros son también. Por otro lado, es el pináculo de una actitud narcisista y, sobre todo, del narcisismo melancólico, al marcar también del ombligo como herida del Antropoceno. Un narcisista es paradójicamente incapaz de decir yo. Para él o ella, es siempre yo, yo, yo (me, me, me, en inglés): el mundo gira a mi alrededor y, para retener su relevancia, tiene que, de una forma u otra, actuar sobre mí, «mí» que no puede plantearse como un yo en relación con él. Cualquier campaña que se alimente y fomente una postura tan narcisista acabará en un callejón sin salida político.
Dicho sucintamente, el #MeToo es una instancia de una identificación desindividualizante, aunque no abrazada conscientemente. Es la réplica de los principales rasgos del vertedero: la enorme masividad de las acusaciones; la caída rápida (también en masa) del acusado, cuya caída estrepitosa en las simas de connotaciones religiosas se supone que elevaría a las víctimas a las alturas morales; el amontonamiento de cuerpos, tanto de los violados como de los perpetradores, indiferentemente del marco temporal antes y después del inicio de la campaña. Si un movimiento social y político —ya sean #MeToo o la mayoría de los nuevos populismos— es de y para el vertedero, entonces la duplicación de su origen en su destino, el repliegue del origen sobre sí mismo, eclipsa dramáticamente su potencial revolucionario.
Hojas de hierba de Walt Whitman es un buen antídoto literario contra Je suis Charlie y, quizás, contra las contradicciones no resueltas en #MeToo. El himno da voz a la autoconciencia del vertedero, en la medida en que pone en pie de igualdad cualidades opuestas. Por ejemplo: «Soy del viejo y del joven, del necio tanto como del sabio; / indiferente a los demás, siempre atento a los demás; / maternal tanto como paternal, tanto niño como hombre; / rellenado con las cosas ordinarias y rellenado con las cosas exquisitas». Ante la fórmula soy X, Whitman prefiere soy de X, un genitivo que promete trascendencia. «De viejos y de jóvenes, de los necios tanto como de los sabios» me convierte simultáneamente en menos de cada grupo, del que soy parte, y en más que el todo al que pertenezco, gracias a una cadena abierta de otras pertenencias. La preposición de mantiene bajo control el poder totalizador de identificación. Semejante a un encantamiento, el poema acumula determinaciones dispares de X y de Y, esta última habitualmente considerada como no-X, sin conservar sus cismas ni forjar síntesis superiores a partir de ellas. Soy —sugiere Whitman indirectamente— un verteder...