Obras Completas vol. V
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Obras Completas vol. V

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Obras Completas vol. V

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Información del libro

Obras completas del autor español Gabriel Miró. En ellas el autor muestra una habilidad especial para diseccionar la sociedad de su época mientras denuncia la intolerancia y el oscurantismo religioso que lo rodeaba. Destacan estas historias por su cuidada prosa, su variado léxico y su sensibilidad exacerbada. Este volumen recoge la primera parte del título «Figuras de la pasión del señor».-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2022
ISBN
9788726508826
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

FIGURAS DE LA PASION DEL SEÑOR

A mi Madre, que me ha
contado muchas veces la
Pasión del Señor.

JUDAS

Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote, el que le había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este ungüento en trescientos denarios para socorrer pobres?».
S. JUAN, XII, 4, 5.
Levantaron las mujeres sus ojos al azul de la tarde, y prorrumpieron en palabras de júbilo y bendiciones al Señor.
Muy alto, entre Cafarnaum y Bethsaïda, venía el gracioso triángulo de una bandada de grullas.
Doce aves vió María Salomé. Y las contaba con nombres: Mateo, Tomás, Felipe, Bartolomé, Simón el Zelota, Santiago el Menor y su hermano Judas, Simón Kefa y Andrés su hermano, y Santiago y Juan. ¡La de la punta, el Rábbi! ¡Sus hijos, sus hijos volaban al lado de la grulla cabecera!
La madre de la mujer de Kefa sonrió descreídamente, porque sabía que su Simón guardaba la promesa de las llaves del Reino de los Cielos. Pero pronto olvidaron sus querellas para recibir devotamente el anuncio de la llegada del Maestro y los suyos. El Señor les enviaba su mensaje con las aves del cielo, porque todas las criaturas le pertenecían.
Y cuando bajaron los ojos a la tierra se les apareció un caminante entre las barcas derribadas sobre la frescura del herbazal.
Era un hombre seco, de cabellos rojos, que le asomaban bajo el koufieh de sudario mugriento; su mirada, encendida; sus labios, tristes.
María Salomé le gritó con gozoso sobresalto:
–¿Vienes también tú de parte del Señor?
El hombre se detuvo.
–¡El Señor! ¿Quién es el Señor? ¿Es el solitario que come langostas crudas de los pedregales y miel de los troncos, y camina clamando por el desierto?
Las mujeres se miraron pasmadas de la ignorancia del forastero.
–¡Ese fué Juan! Y lo degolló el Tetrarca en Mackeronte.
–¡Ese justo ya dijo que no era digno de desatar la sandalia del Señor!
El caminante agobió pensativamente su cabeza. Mordía la punta del ceñidor de cuero de su sayal, y murmuraba:
–¡El Señor! ¿Quién es, quién es el Señor? ¿No será el Maestro de los que viven en la ribera de las aguas podridas de Sodoma?
Y ellas reían.
–¿Tú dices de esos que son enemigos de las mujeres y traen su azadilla para hacer un hoyo y enterrar sus inmundicias?
Y añadió la suegra de Pedro:
–¡Ese tampoco! Mira: el Señor nuestro es el que da la salud y libra a los poseídos. Se acercó a mí estando yo postrada de calentura, y me levanté a servirle.
Y el hombre dijo:
–¿Es que lleva en su mano el anillo con raíz de Baaras, la raíz del color de la lumbre que limpia de todo mal?
Entonces, una moza blanca, de ojos de dulce pereza, de dientes de nardo, de pechos de palomas asustadas, alzóse gloriosamente, y todo lo que la rodeaba parecía penetrado de su hermosura.
El hombre de los cabellos rojos se estremeció mirándola, y tuvo que encorvarse para ocultar las brasas de sus pupilas.
–¡El Señor me arrancó con el poder de su voz siete demonios inmundos que me devoraban las entrañas!
Y el caminante envidió a los demonios que se habían sustentado del aliento delicioso de aquella vida.
Salomé aun le dijo:
–Si no sabes del Rábbi, ¿qué buscas entre nosotros?
–Busco a Simón de Jona. Yo me llamo Judas, hijo de Simón el curtidor. Mi pueblo es Kerioth. Han muerto los míos; soy pobre, y pido faena en las barcas.
La suegra de Kefa le advirtió:
– Mi Simón y su hermano son ahora pescadores de hombres. Aguárdate, si quieres, hasta la noche, porque hoy han de venir. El Rábbi nos avisó con el vuelo de las grullas.
Y alzóse, y trajo medio ruedo de pan de cebada y leche de camella.
Judas recostóse a la sombra de las barcas, y engullía con ansia, y se paraba para bendecir la mano que le dió alimento. Y decía:
–Judio soy, que está mi aldea a la otra parte del Hebrón, casi a la linde del país idumeo; mas, allí las gentes son duras como sus montañas, montañas que hieren al tocarlas; llagas se me hicieron en las manos de agarrarme.
Comenzó a beber, y le resonaba desde el pecho al vientre, como un cántaro que se llena. Y con la boca y media faz dentro de la vasija, barbotaba tragando:
–¡Y no tenéis hambre, no tenéis hambre vosotras!
Su barba taheña quedóse toda prendida de nata y de espuma de la leche.
Ellas sonreían, y le prometieron:
–Aun comerás más, comerás con nosotros cuando llegue el Rábbi.
Y Judas repetía:
–¡Judío, judío soy, pero todo mi país es de cardos y quebradas; no así la Galilea, tierna de pastura, gozosa de frutales, y las gentes agradables a Jehová por su misericordia!
La mujer hermosa le reconvino:
–¡Reniegas de la tierra, y es tierra de los patriarcas, tierra de Israel, prometida por Dios!
Relumbraron los ojos del forastero.
–Mucho tiempo caminé por el desierto. Y seguía el rastro de las caravanas para roer sus desperdicios que buscan los chacales; y comí el pan que les sobraba a los legionarios.
Las mujeres le miraban adolecidas de su desamparo. Y no quisieron que les ayudase a cubrir con las velas los cañizos de peces que se secan en el solejar.—Que ya caía la tarde, y los daña la serena. –Curábase allí la última pesca que sacaron las jábegas de Simón y de Andrés, de Santiago y de Juan para llevarla a los mercados de Jerusalén y Jericó. Allí se mostraba el ialtry, casi redondo, que también nada encendidamente en las viejas aguas del Nilo; todas las especies de los cromis, recamados de iris como una dalmática preciosa, los que guardan vivas las crías en la recia bolsa de sus fauces; el bolti, que vive apretado con los suyos y semeja fundirse y cuajarse palpitando bajo las calmas, como un tesoro; el blennius, de subido sabor; la corvina, que se parece a la de Alejandría; el cachuelo, el sollo, el barbo...
Judas llegóse al enjambre de mujeres, y también guarecía los cañizos.
Salomé le apartaba.
–¡Aun resuellas de cansado!
Y él porfió en trabajar, que así tocaba la túnica y las manos de la mujer hermosa.
...Se doraba de sol viejo la ribera de Genezareth. En la paz de las aguas y del aire se deslizaba el vuelo de plata y de rosa de las garzas. Y el casal encalado, los barcos, las redes tendidas, un mástil que subía por el muro, entre la pureza de los manzanos floridos, el humo del horno, todo se copiaba en el sueño de la mar de Galilea.
...Judas acostóse en el establo, dentro del heno, junto a las nasas olvidadas, rotas por las pezuñas de los bueyes. Y se durmió estremecido de fiebre mirando la noche, que caía en bóveda de astros sobre el Tiberiades.
Había remendado las sandalias de seis discípulos del Rábbi. Había molido tres almudes de trigo para el pan de la familia apostólica. Le goteaba el sudor en la piedra harinera. Y llegóse el Rábbi a mirarle; le pasó su mano por las sienes, y el hombre de Kerioth sentía una suavidad de reposo y refrigerio.
Vinieron también mujeres con el profeta. Adivinábase a su madre entre todas; siempre callada y triste. El hijo tenía el ímpetu, el fervor y la luz, el embelesamiento, las melancólicas postraciones del elegido. La madre, la contenida ansia, el miedo al gozo, el resignado silencio y la sombra trabajada de la predestinación que se cernía sobre él. Su dulce belleza de nazarena se iba consumiendo en los rudos caminos y en inquietudes no comprendidas por nadie. Todo lo miraba con padecimiento. Judas tembló traspasado del recelo y afán de los ojos grandes, profundos y amargos de María.
Despertó soñándolos. Y hallóse a los pies del Señor.
Los discípulos contemplaban la cabeza del Rábbi coronada de sol, que salía glorioso por encima de un otero azulado.
Y oyóse la palabra de Jesús, firme como un mandato de Jehová.
–¡Judas, sígueme y participarás del reino de mi Padre!
Y se alejaron por el camino de la playa, murado bravamente de piteras.
La costa oriental, tierra de Gergesa, se desplegaba abrasada, roja, llameante.
Tadeo, Felipe y la redimida de los siete demonios iban por la orilla hincando sus bordones en la arena bañada, y daban un grito jubiloso cuando el agua ceñía sus tobillos con ajorcas vivas de claridad. El Rábbi les sonreía al lado de Juan y de Kefa. Le seguían la madre, Salomé, Susana, Juana de Chouza; después, los otros discípulos, y el postrero, Judas, que no apartaba sus ojos de la imagen de la hermosa espejada en el mar. Y Judas se dijo que él era como el mar, porque aquella mujer se reflejaba en el fondo de sus pensamientos.
Apagóse el ruido de las sandalias. Callaron todas las risas y palabras, y subió la voz de Jesús:
–...Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal perdiere su sabor, ¿con qué será salada? Vosotros sois la luz del mundo. ¿Y, por ventura, se enciende la lámpara para esconderla debajo del celemín o para que brille sobre el candelabro? ¡Así vuestra lumbre ha de brillar delante de los hombres y guiarlos a la casa de mi Padre!
Se entraron a las sombras de los senderos campesinos.
De las granjas y aldeas salían atropellándose las gentes, y agitaban báculos y lienzos llamándoles. Aplastaban los vallados, arrastrando de sus andrajos y vendajes a los tullidos, a los furiosos, a los mordidos de sierpe, a los lisiados, a los llagados, a la prole canija. Removióse la costra humana y se calentaron los hedores bajo el sol. Clamaban las mujeres presentando los pomos y vasos de aceites y vino, para que el Rábbi tomara de allí con sus dedos y pronunciase sobre sus hijos la fórmula de la salud. Los ciegos, postrados en las orillas del camino, se volvían hacia la voz de Jesús gimiendo: «¡Abrenos los ojos, ábrenos los ojos!» Y, apartados, esperaban los inmundos dando el chiflar de sus laringes hendidas por la lepra.
El Rábbi iba tocando y ungiendo piernas retorcidas, manos secas, pupilas calcinadas, lenguas gordas, babeantes, de mudos, de rabiosos, llagas escondidas entre racimos de amuletos.
Era la humanidad semita sin socorro para su desventura; ni los colirios, ni los bálsamos, ni las hierbas de los esenios, que poseen el texto del Sefer Refuot–el libro salomónico de las curaciones–, han podido remediarla. Porque su mal es castigo de las culpas propias o de pecados de los padres. Sus cuerpos están poseídos del Espíritu de la Sangre enferma, del Espíritu del Silencio, del Espíritu de la Ceguera, del Espíritu de la Fiebre, del Espíritu del Maleficio. Son los endemoniados, y sólo el mago, el rábbi, el taumaturgo piadoso sabe las palabras de exorcismo que libran del demonio. Y en todo lugar se acecha el paso de estos hombres que llevan el prodigio en su voz y en su mirada, y apenas se nubla la lejanía con el polvo de su cortejo, la muchedumbre se exalta, y amontona y desnuda sus miserias, y las ofrece bajo la sandalia de los profetas.
Rábbi Jesús descollaba entre todos. El mismo Abba Chelkia y Rábbi Chakina-ben-Dossa, tan colmados de saber, se pasmaban de las maravillas del Rábbi Jeschoua Nazarieth, hijo de Josef.
...Acercábase un centurión, seguido de la soldadesca resplandeciente que venía de jornada. De sus picas colgaban ramas tiernas de terebinto, varas de cidras, támaras de dátiles.
Un legionario blandió su lanza voceando:
–¡Paso al centurión!
Y mordía una naranja, que goteó de dulce oro la úlcera de un niño.
Judas humillóse ante el caballo del romano, y todo temeroso, porque Jesús no se cuidaba del arribo de los amos de Israel, balbució:
–¡Es el Señor, el Señor, que anda predicando la Buena Nueva, y cura los males de los hombres!
–¿Dices el Rábbi Jesús?
Y el soldado hundió los dorados carcañales en su potro, y avanzó gritando:
–¡Rábbi, Rábbi, sana a mi siervo, que aúlla y se retuerce en la estera como atormentado!
Todos quisieron apartar a una vieja hinchada, monstruosa, para que Jesús atendiese al guerrero. Y el profeta la retuvo amorosamente, hasta que tocó su podre y la consoló.
Después volvióse y dijo:
–Iré a curarle.
Mas, el centurión le repuso:
–Mándalo con tu palabra, como yo hago con éstos, diciendo: Id, y van; haced esto, y lo hacen. Así, tú, si quieres, ordena su salud, y mi esclavo sanará.
Los ojos del Rábbi se alzaron llenos de alegría y de sol. Luego, mirando a sus discípulos, exclamó:
–¡En verdad os digo que no hay en Israel fe tan grande como la de este hombre!
Y dirigióse al romano, otorgándole la gracia:
–¡Ve, amigo, y como creíste así te sea dado!
Levantó el centurión su varilla de cepa saludando a Jesús, y alejóse entre la calina y el polvo. Centelleaba su casco, y el viento le abría la clámide, y traía las dulces canciones del Lacio.
Y Judas oyó a la redimida de los siete demonios, que miraba al Señor diciéndose:
–¡El Cristo, el Mesías es, que hasta el gentil, altanero con el Pontífice, a él le pide beneficios!
Atravesó el Rábbi los sembrados, y una multitud le seguía.
La mies estaba alta, apretada y comenzaba a cuajarse. Salían del verde oleaje las alondras y daban su cántiga como si soltasen del pico un grano de oro que revibraba en el cristal azul de los cielos.
Jesús se quedaba atendiéndolas.
Acababan los panes en la ladera de un monte, tierno de ciclamas, rojo de anemonas que teñían de frescos jugos los pies de la muchedumbre. La cima se rasgaba en dos picos como las dobladas puntas de una tiara.
A la mitad de la cuesta descansó Jesús. Todos le rodearon. Dos hormigas le subían por la sandalia. El Rábbi las tomó blandamente, y las puso dentro de una flor. Bajaban, de nuevo, los pájaros a la abundancia...

Índice

  1. Obras Completas vol. V
  2. Copyright
  3. PROLOGO
  4. FIGURAS DE LA PASION DEL SEÑOR
  5. VARIANTES Y NOTAS
  6. Sobre Obras Completas vol. V
  7. Notes