Las ruinas de Poblet
eBook - ePub

Las ruinas de Poblet

  1. 415 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Las ruinas de Poblet

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Un recorrido por la historia del Monasterio de Poblet, desde sus leyendas hasta su geografía. A través de las sensaciones, reflexiones e investigaciones que realizó Víctor Balaguer en su viaje a Poblet, el autor describe el lugar y narra sus leyendas en un tono cercano. El libro es también un ensayo de la historia de España vista con este punto geográfico concreto, analizando la situación del monasterio según las diferentes guerras y cambios vividos en la península. La edición consta también de un prólogo con dos cartas literarias enviadas durante el viaje de Balaguer con Manuel Cañete. -

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Las ruinas de Poblet de Víctor Balaguer en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Historia y Historia del mundo. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2022
ISBN
9788726687972
Categoría
Historia

LAS RUINAS DE POBLET.

I.

INTRODUCCIÓN.
Á la Excma. Sra. Doña Rafaela de Torrents de Sam á , Marquesa de Marianao.
MADRID 17 de noviembre de 1884.
Recuerda V., noble dama y queridísima amiga mía, nuestra expedición á las ruinas de Poblet, hace pocos días, y en la noche de difuntos?
Ignoro la impresión que pudo causar en usted. Por lo que á mí toca, puedo asegurar que fué profunda, tanto que, obedeciendo á fuerzas superiores á las de mi voluntad, me veo obligado á confiar al papel mis impresiones y recuerdos.
Al llegar á mi casa de Madrid, de regreso de aquella venturosa excursión, busqué con afán algo que recordaba haber escrito sobre Poblet, allá por los años de 1850 nada menos. No sin dificultades alcancé un ejemplar, y con viva curiosidad y mayor emoción púseme á leer, á devorar mejor, las páginas que escribí hace treinta y cuatro años.
Pareciéronme detestables, lo digo en crudo, y concebí en el acto la idea de modificar aquel trabajo, ó más bien escribir otro nuevo. No será mejor que aquel probablemente, así lo temo, pero probará, cuando menos, que conozco mis errores y busco la enmienda.
Deseo amparar esta nueva obra mía con el nombre de V., mi noble y bondadosa amiga. Quiero que el pabellón cubra la mercancía, y que su nombre, por ser de tan ilustre y discreta dama, salve la obra.
A más, ¿cómo no dedicar este escrito á la que fué nuestra compañera y tomó parte en la excursión; á la que abandonando las delicias y comodidades de su espléndido y suntuoso hogar, no vaciló en acometer las fatigas y molestias de un viaje penoso y verdaderamente anormal en la estación presente?
¿Recuerda V., amiga mía, cómo surgió la idea de nuestra expedición?
Habíamos inaugurado ya nuestra Biblioteca-Museo de Villanueva y Geltrú, y para honrar al ilustre académico D. Manuel Cañete, gloria de nuestras letras, que había asistido á la fiesta en representación de las dos Reales Academias Española y de la Historia, su hermana de V., ese ángel de amor y de bondad que se llama la marquesa de Casa Samá, nos había reunido á todos en su hogar patriarcal y en torno de la mesa bendita donde su noble esposo tiene el placer indecible de ver congregada su numerosa y querida familia.
Conozco bien, V. lo sabe, aquella casa de bendición. No soy en ella el huésped. Soy el amigo, el miembro de la familia que es siempre esperado con impaciencia, recibido con alegría, despedido con pena. Conozco bien aquella casa. Se me imagina que es la mía, y al entrar en ella, sobre todo cuando llego con el ánimo afligido, me parece respirar los aires de paz y de serenidad que dan vida al cuerpo y salud al alma.
Aquel excelente, y llano, y modesto marqués de Casa Samá, que á tan gran corazón reune tan agradable trato; aquella bondadosa señora tan amante de sus hijos y tan devota á los suyos; aquellos hijos tan tiernos y respetuosos para con sus padres; aquel hogar de tan sencillas y patriarcales costumbres, que recuerda la tradicional y antigua llar catalana; aquella serena tranquilidad que se respira y siente al entrar en aquel templo de la familia, todo esto me atrae y fascina de tal manera y con tan poderoso encanto, que sólo me resigno á mi tempestuosa vida política de Madrid, para considerarme con derecho á gozar del placer inefable que siento cada verano al llegar á aquella casa, que Dios bendiga. Es algo parecido á lo del viajero que tras de un largo y penoso viaje á pie, por abruptos y áridos caminos, bajo los rayos de un sol abrasador, llega de pronto, sediento y fatigado, á una fresca y apacible fuente, donde arroyos murmurantes le brindan al descanso, y árboles frondosos le ofrecen el regalo de su sombra.
Pero, vuelvo á anudar el hilo de mi relato.
¿Recuerda V., repito, cómo nació la idea de la expedición?
Estábamos á 28 de octubre, y en torno de la mesa de los marqueses de Samá.
Manuel Cañete hablaba de nuestro viaje de regreso á Madrid, y deploraba no tener tiempo para ir á visitar las ruinas de Poblet.
—Pues es preciso tenerle. Poblet vale la pena,—dijo uno de los comensales.
—¿Y si fuéramos á pasar la próxima noche de difuntos en Poblet, junto á las tumbas de los reyes de Aragón?—dijo alguno, no sé quién.—¿Fué V., señora mía?
La idea brilló como un rayo de luz. Tan excelente hubo de parecer, que se recibió con un grito unánime de aplauso, y se impuso como se imponen las cosas que llegan al alma: sin discutirse.
La expedición quedó arreglada aquella misma noche, y comprometidos los expedicionarios, de los cuales, con gran contentamiento de todos, se decidió V. á formar parte.
No he de olvidar fácilmente aquel viaje. Viviera mil años, y lo recordara aún.
Recuerdo cómo fuimos en numerosa caravana á recibir el hospedaje con que nos brindó el venerable anciano D. Miguel Clavé, ofreciéndonos su casa de campo junto á las ruinas. Recuerdo que no permitiéndole su avanzada edad acompañarnos, nos envió, para hacer los honores de la casa en su nombre y representación, á su ilustre yerno D. Casimiro Girona, quien, acompañado de su hijo, gallardo y excelente mancebo, hubo de dispensarnos una hospitalidad tan cordial, tan amiga y tan suntuosa, que no parecía sino que, en vez de llegar á unas ruinas, habíamos llegado á una de esas opulentas mansiones feudales de otras edades, donde al presentarse grandes comitivas, inopinadamente y de súbito, encontraban cómodo albergue y estancia preparada para todos.
Recuerdo también todas las sorpresas y todos los encantos de aquella hospitalidad amiga, donde nada faltó á nadie, como si nos halláramos en una ciudad populosa y abastada. Y recuerdo, por fin, nuestras excursiones á las ruinas, nuestra misa solemnemente celebrada por el P. Llanas en la solitaria capilla de la Masía, nuestros paseos por el monte á la vera de murmurantes arroyos, y nuestras fraternales agapes sazonadas con el discreteo de animados coloquios, y presididas por V. como reina, y señora, y dama de nuestros pensamientos.
Pero por gratos que estos recuerdos sean, hay uno que á todos domina y supera á todos. El de nuestra llegada á Poblet. ¿No es verdad, señora mía?
Eran el día de difuntos y poco antes de la media noche cuando por vez primera penetramos en las ruinas. La noche estaba obscura yborrascosa, como adecuada al día, y ráfagas violentas de aire húmedo venían á herir nuestras frentes, atizando la llama de las antorchas con que los guías alumbraban nuestro camino. Lo avanzado de la hora; las sombras y misterios de la noche; las grandes masas negras de los montes vecinos, que parecían á través de la obscuridad abalanzarse sobre nosotros; las siluetas de los muros y de las torres, dibujándose confusamente á nuestra vista; el helado viento que llegaba de las ruinas como para traernos la humedad y la frialdad de los sepulcros; la misma vacilante llama de las antorchas, que sólo parecía lucir para que pudiéramos ver mejor las tinieblas: todo esto, unido á la santidad y tradición del día, nos impresionaba de una manera singular y desusada.
Los que pocos momentos antes, congregados en el triclinio de la casa Clavé y en torno de la abastecida mesa del huésped, saboreando el aromático café y el legítimo veguero, nos entregábamos á todo el bullicio y expansión del regocijo, íbamos entonces, mudos y silenciosos, recogidos y encerrados en nuestros pensamientos, avanzando paso á paso y acercándonos, con temor más aún que con respeto, á aquellas ruinas que nos atraían con la ardiente curiosidad que inspira todo lo desconocido y todo lo misterioso. Si alguien entonces, desde cualquiera de las apartadas Masías, acertó á vernos pasar á semejante hora de aquella noche de difuntos, silenciosos, envueltos en nuestras capas, por entre la doble hilera de guías con sus encendidas teas, debió creer que los muertos, salidos de sus tumbas, andaban vagueando por el monte á la luz de fuegos fatuos.
De esta manera llegamos á la puerta del monasterio, y alguno hubo de asombrarse no encontrando en ella, de pie, y vivos dentro de sus enmalladas cotas y férreas armaduras, á los nobles caballeros catalanes y aragoneses que, despertando de su sueño de siglos y abandonando sus lechos de piedra, se presentaban para impedir que los profanos invadieran el lugar destinado para descanso eterno de los reyes de Aragón. Pero no, ¿cómo habían de presentarse á detener el paso de viajeros inermes y curiosos, si un día dejaron acercar á las turbas que blandiendo la tea incendiaria y el arma homicida, fueron á profanar las cenizas de los héroes que allí dormían?
La obscuridad era profunda é intensa cuando, pasada la puerta que diera un día ingreso al palacio llamado del rey D. Martín, nos encontramos bajo la bóveda románica que comunica con el claustro. Habían quedado atrás nuestros guías con las antorchas, y estábamos en medio de las más profundas tinieblas, sin atrevernos á retroceder ni avanzar.
No podíamos explicarnos el abandono de los guías, é íbamos ya á llamarlos, cuando de repente vimos aparecer una luz roja; y entonces, como si brotara de las entrañas de la tierra, por sobrenatural acaso ó milagro de hechicería, se presentó á nuestra vista, magnífico y soberbio, esplendente de luz y de color, encendido, flameante como en medio de un grande incendio, el maravilloso y monumental claustro de Poblet.
Todo era obra de un rojo fuego de Bengala que uno de nuestra comitiva mandara encender para sorprendernos.
No recuerdo haber tenido nunca impresión más viva.
Así apareció á nuestros ojos, inopinadamente y como por arte de magia, aquel claustro que centenares de personas vieron y conocieron un día por vez primera, cuando el pincel de un artista célebre lo trasladó al teatro para la magna escena del cementerio en el Roberto. Así es como se nos presentó aquel admirable claustro del siglo xiii con todas sus bellezas y portentos de arte; con sus esbeltos pilares y labradas ojivas; con sus columnas, y capiteles, y rosetones, y calados; con su templete románico en mitad del patio; con los lienzos de sus paredes llenos de severos sepulcros; y allá, en el fondo, con la puerta en arco semicircular que daba entrada á la suntuosa estancia donde los Monjes Blancos se congregaban en capítulo.
A la luz de las teas y de los fuegos de Bengala recorrimos aquella noche las ruinas de Poblet, y todo lo vimos, siquier fuese de prisa y de pasada; que, aun cuando habíamos aplazado más detenida visita para la mañana siguiente á la luz del día, no queríamos perder una sola impresión de aquella noche. Y era que, dominados por imprevistos retornos de añejo entusiasmo romántico, satisfacíamos, no ya un deseo, sino una necesidad de corazón, visitando las ruinas de aquella manera, con las sombras, con el misterio, á la luz de las antorchas y al sordo mugir del aborrascado viento, que al penetrar en las galerías y en las estancias, remedaba unas veces los majestuosos cantos de los monjes en el coro, otras los lúgubres gemidos de víctimas infortunadas, y otras, por fin, los descompasados gritos de muchedumbres entregadas á la orgía de las bacanales, como si quisiera así familiarizarnos con los secretos de las tres épocas más caracterizadas del cenobio cisterciense.
¡Qué expedición la nuestra, señora mía! No ha visto, no, ciertamente, las ruinas de Poblet quien no las haya visto como nosotros, á la luz de las teas, al rumor de la tempestad, y en la noche de difuntos.
Entramos en la capilla de San Jorge, joya preciosa del arte gótico, donde doblaban los monarcas su rodilla antes de penetrar en el recinto; descendimos á la iglesia de Santa Catalina, que tiene algo de cripta, mandada edificar por el conde de Barcelona D. Ramón Berenguer IV; pasamos por junto al que fué palacio abacial, del que casi sólo queda en pie un lienzo de pared con ventanas sin postigos ni contrapuertas, como anchas cuencas de ojos sin pupila; atravesamos la puerta claustral, abierta entre dos torreones almenados, sobre cuyas jambas y dinteles se destacan aún los escudos de Aragón y Cataluña y la tradicional famosa cimera de D. Jaime; nos sentamos á departir unos momentos en el claustro, junto al saltante surtidor que se alzaba un día en el centro vertiendo el agua por treinta fuentes, hoy desecadas y mudas, sobre labradas conchas de piedra, hoy destruídas y rotas; visitamos la sala capitular que ostenta aún en sus tres naves, en los arcos de sus bóvedas, en sus ventanas, columnas y capiteles, toda la opulencia del arte; penetramos en la que fué Biblioteca, donde entre códices preciosos y manuscritos de gran valía, se guardaban todos aquellos libros de rojas cubiertas, afanosamente buscados hoy por los bibliófilos, con las armas y el nombre de D. Pedro de Aragón que los legó al monasterio; subimos al palacio mandado levantar por el rey D. Martín y que, por fallecimiento de éste antes de habitarlo y por los sucesos acaecidos á su muerte, pareció destinar la Providencia á perpetuas y eternas soledades; atravesamos los antiguos dormitorios de los monjes, y bajamos, por fin, al templo, á la llamada Iglesia Mayor.
¡Qué grandeza aún, y qué majestad en aquella ruina!
La luz y el aire penetran allí sin obstáculos. Desaparecieron los cristales de colores que en sus rosetones y ventanas modificaban las luces; los preciosos y artísticos altares que la poblaron, consumidos fueron por las llamas; desnudos y agrietados se ven sus robustos muros; los murciélagos anidan entre las molduras y labrados de sus columnas; ya no existen los cien magistrales sillones de su coro; los restos valiosos de sepulcros sacrílegamente profanados yacen por el suelo; ya las estatuas de los santos, la imagen venerada de la Virgen, los ángeles con sus espadas desnudas no custodian la casa santa; ya el incienso en aromatizantes oleadas no sube á esparcirse por las bóvedas; ya el órgano no llena de armónicas notas el espacio; ya no resuena el pausado y sonoroso canto de los monjes. Todo está desierto, todo ha huído, todo está profanado, y, sin embargo, todavía hay allí majestad y grandeza; todavía el ánimo se turba y se recoge, impresionado por el sentimiento religioso, ante las tres airosas naves de aquel templo y ante su grandiosa forma de cruz latina, con sujeción á la cual lo levantó el artífice, como si hubiese querido prever que, aun desapareciendo todo, imágenes, crucifijos, emblemas, reliquias, leyendas, lienzos, esculturas, todo, allí debía permanecer siempre, mientras quedase en pie un solo palmo de muro, la santa forma de la cruz de nuestro Redentor divino.
Por instinto ¿lo recuerda V.? fuimos á agruparnos todos junto al sitio donde existen los destrozados sepulcros de los reyes de la Corona de Aragón, que allí pensaron dormir su sueño eterno, rodeados en muerte, como lo fueron en vida, de sus próceres más altos y más renombrados barones.
Efectivamente, allí se leen aún, en aquellas rotas lápidas; allí se ven aún, en aquellas mutiladas estatuas que andan á trozos por el suelo, los nombres y los hechos, las efigies y los trajes de cien nobles caballeros de la Corona de Aragón que al estremecer la tierra bajo la uña de sus corceles, extendían por todo el universo mundo la fama de sus virtudes y de sus hazañas. Esparcidos por los claustros y las capillas estaban los panteones y monumentos fúnebres de algunos condes de Urgel, la ilustre familia que por lo alto y antiguo de su nobleza rivalizaba con la casa de Barcelona, y que fué á extinguirse desastrosamente en el castillo de Játiva con aquel D. Jaime el desdichado á quien su madre impuso la arrogante divisa de ó rey ó nada; de alg...

Índice

  1. Las ruinas de Poblet
  2. Copyright
  3. ADVERTENCIA.
  4. PRÓLOGO.
  5. LAS RUINAS DE POBLET.
  6. APÉNDICES.
  7. COLECCIÓN DE ESCRITORES CASTELLANOS.
  8. Sobre Las ruinas de Poblet
  9. Notes