Salvar para el trabajo: Casa de Menores y Escuela de Trabajo
Hay situaciones en las que, de pronto, el cuerpo se ve brutalmente expuesto a la acción de las instituciones, ya sean estas de asistencia o de represión.
Arlette Farge, 2008, p. 173.
Luego del análisis de las prácticas cotidianas de los niños, emerge como rasgo característico de la conducta infantil, aun en las distintas clases sociales, la preferencia por deambular sin rumbo fijo, la predilección por habitar espacios que les permitieran estar alejados de la mirada de los adultos: el río, el monte, la calle. Más allá de las infracciones o los delitos, la preocupación de los encargados del Gobierno era precisamente contener esa propensión infantil al juego, la vagancia, la libertad entendida como libertinaje. La acción de gobierno entonces estuvo dirigida a confinar a los niños en espacios cerrados donde pudiesen ser vigilados constantemente: la casa, la escuela o las oficinas de Gobierno. Con esta finalidad se crearon varias instituciones para intervenir a los niños indóciles, delincuentes, abandonados o que por distintas razones permanecían en las calles. La Casa de Menores de Antioquia fue el experimento social más ambicioso del momento en Colombia para enfrentar el problema social de la infancia.
Como vimos en el capítulo anterior, la calle condensó en el espacio urbano, tanto al río como al monte. Los actos de libertad, de vagancia y desorden ocurrían en un genérico exterior nombrado como calle; hasta convertirse en un adjetivo que podría comprometer la moralidad de quienes permanecían en ella. Por su parte, la casa se convirtió en el significante que condensaba, a través de la familia o sus sustitutos, el orden, la disciplina, el estudio, el trabajo, el encierro y el castigo. El nombre de la institución resume todo el dispositivo: es un espacio cerrado, donde ingresan a menores que van a aprender lo estrictamente necesario para empezar a trabajar.
El estudio de esta institución reviste un especial interés para la historia social de la infancia. Gran parte de la historiografía sobre Antioquia que se ocupa de la educación, el trabajo, la medicalización de la sociedad, la criminalidad o la vida cotidiana la menciona, así sea de pasada. Dicho lo anterior, es paradójico que, más allá de algunas monografías o artículos sueltos, hasta ahora la única investigación sistemática dedicada a la CM sea una historia institucional financiada y dirigida por los Terciarios Capuchinos, congregación religiosa que regenta la institución desde 1951.
La CM es significativa para la historia de la infancia porque fue la primera institución del país que logró implementar los cambios que a nivel internacional se venían gestando para la atención de los menores. Es un espacio fecundo para estudiar las formas de gobierno y la producción de subjetividades que configuraron la actitud de la sociedad frente a los niños. Si bien no fue un caso único, ya que muchos países por la misma época conformaron casas correccionales para la separación de los menores infractores, el grado de organización de lo que fue considerado por sus contemporáneos un laboratorio social, al margen del gobierno central y como iniciativa laica, representó un modelo a seguir para la atención de la niñez en general y fue determinante en la promulgación de las primeras leyes de infancia que se dictaron en Colombia durante la década de 1920.
Como bien lo mostró Michel Foucault en gran parte de su obra, la familia, la cárcel, el manicomio, la escuela o el hospital, son todos espacios privilegiados para analizar la producción, trasmisión y reproducción tanto de la cultura como de la dominación. En esta dirección se pronuncia Elena Azaola en su estudio sobre una correccional en México:
Analizar una institución no solo implica el análisis de sus propósitos manifiestos, es decir, los objetivos trazados en su ideario, sus normas o sus discursos, sino también y sobre todo, la manera como estos y otros propósitos —no manifiestos, pero operantes— son instrumentalizados en su práctica cotidiana […] Una visión imparcial de la institución exige, en síntesis, el análisis de las relaciones entre su propia estructura y la del sistema social global. (Azaola, 1990, p. 18).
El propósito, entonces, de este capítulo es delinear una visión de la CM que permita comprender las distintas estrategias implementadas dentro de la institución para la modificación de la conducta de los menores detenidos y las formas de gobierno de una sociedad en proceso de modernización, decidida a reducir la vagancia y el crimen, y que pretendía además estar a la altura de las exigencias internacionales en materia de protección a la infancia.
Distinguir entre el poder ejercido por los lazos de parentesco o tutelaje y la acción del Gobierno permite pensar la institución, y a través de esta la sociedad, como un espacio dinámico en el que los distintos actores intervienen y modifican las estrategias. El Gobierno creó la institución con una finalidad, los padres hicieron uso de ella, entre otros fines, para corregir a sus hijos y los niños respondieron a este dispositivo de encierro no siempre con una aceptación pasiva. Para captar estas diferencias y matices es preciso un cambio de escala, un movimiento que va de abajo hacia arriba y no tanto de arriba hacia abajo. Lo que implica leer las fuentes oficiales, leyes, disposiciones, preceptos y saberes científicos implementados para la modificación de la conducta de los niños en contraste con lo que acontecía en la cotidianidad de la institución. Este contraste entre el deber ser y las prácticas concretas, o entre las normas y la acción, revela una respuesta activa y creativa de los niños aún en situaciones de encierro y dominación; no resaltada suficientemente por la historiografía.
Para la composición de este capítulo se contó como fuente principal con los informes del secretario de gobierno (SG) al gobernador de Antioquia, los cuales incluyen, informes del director, el médico y el síndico de la CM, así como de otros funcionarios públicos. También se empleó la revista Estudio y Trabajo, órgano de difusión de la CM, donde se analizan casos y situaciones particulares de los menores o de la sociedad, así como artículos enmarcados en el estudio y comprensión del niño y su educación. De igual modo, se estudiaron artículos de prensa para observar la visión que la opinión pública tenía de la institución, no siempre en armonía con quienes la regentaban. Además, fueron incluidas tesis de grado, conferencias y artículos, principalmente de médicos y abogados que se ocuparon de analizar la situación de los niños durante el periodo.
Primeros pasos: una interrogación por el hecho criminal
Los orígenes de las casas de trabajo, Houses of Correction o Workhouses, pueden remontarse a la Inglaterra del siglo XVI, alcanzando su forma más elaborada en Holanda en la primera mitad del siglo XVII, en lo que se refiere a la clase social para la que se instituyó su función social y organización interna. Desde el principio, según Melossi y Pavarini (1980),
el secreto de las Workhouses o de las Rasp-huis está en la representación en términos ideales de la concepción burguesa de la vida y de la sociedad, en el preparar a los hombres, principalmente a los pobres y a los proletarios, para que acepten un orden y una disciplina que los haga dóciles instrumentos de explotación. (p. 50).
Ya en el siglo XIX estas instituciones estaban desperdigadas por varios países, pero solo hasta sus últimas décadas empezaron a especializarse en menores de edad.
Desde finales del siglo XIX se empezó a gestar en Europa y Estados Unidos un movimiento social por los niños, cuya bandera fue la humanización del sistema de justicia penal que sacó a los menores de las cárceles y creó instituciones especiales para estos. Empero, como lo señala Anthony Platt, es imposible comprender este movimiento prosalvación del niño por fuera de un proyecto mucho mayor de reajuste de las instituciones para satisfacer los requerimientos del sistema emergente del mercado capitalista. En efecto, el problema de la criminalidad era también un problema de economía, ya que el crimen era una amenaza de los que no tenían propiedad a los que sí la tenían, por lo que se hizo imperioso conocer al criminal. Es decir, pasar de una criminología centrada en el delito y su equivalente castigo (clásica) a una criminología que enfatizaba el conocimiento del criminal y las causas del crimen (positivista).
La teoría más aceptada en el momento para fundamentar la criminología positivista era la de Lombroso. Asentada en elementos tomados de la biología y la antropología establecía una correspondencia entre los rasgos fisionómicos y los comportamientos delictivos; estudiar el niño permitía entonces observar en germen las actitudes propias del delincuente adulto. Bajo esta malla interpretativa se emprendió la separación de los niños delincuentes de los adultos, su extracción de la cárcel para ser internados en casas de corrección.
Suele aceptarse por los distintos estudios que la ley de tribunales para menores aprobada por la legislatura de Illinois en 1899 fue la primera promulgación oficial de este tipo que fungiría como modelo para los demás países. La separación de los menores, la creación de instituciones especiales para su encierro tenía como misión conocer las causas del crimen y, por ende, al criminal; esto con el fin de proveer al Gobierno de estrategias “científicas” para la m...