El Levante
Mircea Cărtărescu
Traducción del rumano a cargo de
Marian Ochoa de Eribe
Prólogo de
Carlos Pardo
Prólogo
Trabajos para la eternidad
por Carlos Pardo
El lector español ya conoce al escritor rumano Mircea Cărtărescu. Conoce al narrador exacto y tenso åe los relatos de Nostalgia, al leve humorista de Las Bellas Extranjeras, al simbolista amargo de la autobiográfica Lulu… Es decir, el lector español ya sabe que no puede llegar a conocer al escritor rumano porque cada nuevo libro es una contradicción, casi una negación del anterior que hayamos leído. O, por usar una imagen más cercana a este creador de mundos que se rigen por sus propias y rigurosas leyes, cada libro es una burbuja que a su vez está dentro de otra burbuja que a su vez está dentro de otra burbuja, etcétera.
Por otra parte, El Levante es el primer libro de poesía aparecido en nuestro país de Cărtărescu, que también es uno de los poetas más reconocidos de Europa. Aunque llamar a esta obra poesía es, en cierto sentido, empequeñecerla. Así que el lector hará mejor adentrándose en ella con la confianza de que es mejor no saber nada de antemano y el prologuista dará unas claves que no pretenden encaminar la lectura, sino sugerir la riqueza de algunas interpretaciones de esta (digámoslo ya) obra magna.
Pocos meses antes de la caída del comunismo el autor terminaba El Levante en la mesa de la cocina de su casa, sobre un tapete de hule, mientras su mujer escuchaba la radio en una habitación. Con una mano movía un carrito de bebé y con la otra tecleaba en su máquina de escribir «Erika»:
yo, mircea cărtărescu, he escrito
E l L e v a n t e
en un momento difícil de mi vida,
a la edad de treinta y un años,
cuando, sin creer ya en la poesía
(toda mi vida hasta entonces) ni en
la realidad del mundo ni en mi
destino en este mundo, he decidido
ocupar mi tiempo incubando una ilusión.
El autor no pensaba que el libro pudiera ser publicado. El Levante podía considerarse algo así como un juego íntimo sumamente placentero y un ajuste de cuentas con la literatura realista del momento. Pero era mucho más. Al igual que algunos libros que comienzan como una parodia pero identifican rápidamente un enemigo mayor (pensemos en nuestro Quijote), la parodia creció hasta convertirse en un ajuste de cuentas con toda la poesía rumana, toda la historia de la poesía universal, la historia a secas, y, finalmente, en una sencilla y liberadora defensa de la imaginación. De la imaginación, de la belleza y del humor. Y del placer, que encontramos aquí. Porque El Levante es una fastuosa novela de aventuras que bebe de las leyendas de la infancia.
Estamos en mitad del siglo xix. Manoil, un Byron rumano, su hermana la bella Zenaida, el espía francés Languedoc, el temible pirata Yogurta, la intrépida republicana Zoe, un viejo Antropófago con su mono Hércules y el célebre sabio sufí Nastratin (además de un acompañante sorpresa que no desvelaré) surcan, bien en barco, bien en zepelín, los cielos-mares de Levante, de Samos a Bucarest, para liberar a los rumanos (valacos) de los invasores griegos (apoyados por el gran Turco). A la vez, estos modernos argonautas, héroes y bufones perdidos entre las ruinas de varios imperios, se resisten a que el autor (tecleando desde su cocina, bebiendo un café malo) ejerza su omnipotencia y los convierta en miniaturas…
Pero, entonces, ¿es una novela o un poema? ¿Transcurre en el siglo xix o en un piso sin calefacción antes de la caída del comunismo? No nos adelantemos. Contestaremos por partes.
El Levante es una epopeya. Una epopeya de siete mil versos. Y aunque pueda parecer que Mircea Cărtărescu elige este género arcaico por veleidades de lírico caprichoso, en él ya trabaja la imaginación del narrador que llegará a ser pocos años después. La epopeya (esas largas leyendas en verso de las que surgen nuestras ideas del amor y de la aventura, del héroe y de las identidades nacionales, ya transcurran en Babilonia, Castilla o Petersburgo) no solo es el origen de ambos géneros, de la poesía y de la novela, sino que los engloba y supera.
Pero a la vez, este género «anacrónico» le ofrece a Cărtărescu la posibilidad de ejercer de humorista rebelde. O de posmoderno, como él mismo se define sin creérselo mucho («posmodernamente», añade el prologuista). Porque ya sabemos que El Levante también es una parodia.
Tampoco es caprichosa la elección del siglo en el que transcurre nuestra aventura. El autor viaja al xix, es decir, al siglo que inventa, mirando hacia atrás, aquello que hoy seguimos pensando de las naciones, de la política moderna, de la lucha de clases, de la imaginación, del paisaje, del sentimiento, del individuo y de aquello que llamamos poesía; viaja al xix, decíamos, para desmontar nuestros mitos del presente. El autor sabe que de esta contradicción (mirar atrás hacia el siglo que miraba hacia atrás) puede surgir un interesante desenmascaramiento. Porque El Levante es la falsificación de una falsificación.
Y es que la tesis que defiende este prologuista se basa en que los recursos de que se vale Cărtărescu para que su libro suene tan actual, incluso tan adelantado a las poéticas de moda de los años 90 y 2000 (ironía, anacronismo chistoso, exhibicionismo descarnado y todos los juegos de la metaliteratura posmoderna) provienen de la gran poesía romántica. Del Eugenio Oneguin de Pushkin, del Don Juan de Byron o de El diablo mundo de nuestro Espronceda.
Cărtărescu apela a fuentes añejas y les da su propia medicina de humor corrosivo. El resultado, en contra de lo que uno pudiera pensar, es la creación de un gran poema moderno que comprende la actualidad, o mejor dicho el presente, sus mitos, con un sentido más profundo que cualquier periódico.
Porque los recursos pueden ser románticos (o posmodernos, si decidimos mirar la moneda por la otra cara), pero El Levante es un libr...