Impedimenta
  1. 376 páginas
  2. Spanish
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Información del libro

Baba Yagá es una criatura oscura y solitaria, una bruja que rapta niños y vive en el bosque, en una casa que se sustenta sobre patas de gallina. Pero también viaja a través de las historias, y en cada una de ellas adopta una nueva forma: una escritora que regresa a la Bulgaria natal de su madre, que, atormentada por la vejez, le pide que visite los lugares a los que ella ya no podrá volver; un trío de ancianas misteriosas que se hospedan durante unos días en un spa especializado en tratamientos de longevidad; y una folclorista que investiga incansable la figura tradicional de la bruja.Ancianas, esposas, madres, hijas, amantes. Todas ellas confluyen en Baba Yagá. A caballo entre la autobiografía, el ensayo y el relato sobrenatural, su historia se convierte en la de Medusa, Medea y tantas otras figuras malditas, dibujando un tríptico apasionante sobre cómo aparecen y desaparecen las mujeres de la memoria colectiva.Un magistral cuento de cuentos que, lleno de ingenio y perspicacia, pone en el punto de mira la archiconocida figura de la anciana perversa. Un viaje fascinante en el que Baba Yagá, adoptando numerosos disfraces, nos invita a explorar el mundo de los mitos y a reflexionar sobre la identidad, los estereotipos femeninos y el poder de las fábulas.

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Información

Año
2020
ISBN
9788417553654
Edición
1
Categoría
Literatura

Segunda parte

Pregunta, pero recuerda
que la curiosidad no siempre es buena

Primer día

1
Cuando divisó en la puerta del hotel las tres figuras que se aproximaban al mostrador, el recepcionista Pavel Zuna sintió un ligero pinchazo que partía del dedo gordo del pie izquierdo y le llegaba a la espalda. O, al contrario, partía de la espalda hacia el dedo gordo del pie izquierdo. Pavel Zuna no era reumatólogo, sino recepcionista, y era recepcionista, y no poeta, de manera que no se perdió en reflexiones sobre esta extraña sensación, sobre todo porque las figuras que se acercaban, con su aspecto pintoresco, requirieron toda su atención. En una silla de ruedas, iba sentada una viejecita con las piernas metidas en una enorme bota peluda. Difícilmente se podía llamar ser humano a la anciana, era más bien un desecho de ser humano, una ciruela pasa humanoide. Era tan pequeña y tenía tantas arrugas que la bota impresionaba más que ella. Su rostro menudo se componía del cráneo y de la piel envejecida que lo revestía como una media de nailon. Tenía el pelo canoso, espeso y corto, y sus ojos azulados irradiaban un brillo vivaz. La viejecita sujetaba sobre las rodillas un bolso de piel bastante grande. La segunda, la que empujaba la silla, era esbelta, de una estatura insólita, y lo asombroso era que se mantenía muy erguida para su avanzada edad. Aunque Pavel Zuna no pertenecía precisamente a la categoría de varones de baja estatura, estimó que no le llegaba ni al hombro. La tercera era una rubia pequeña, que respiraba con dificultad y tenía el pelo destrozado por oxigenarlo en exceso, llevaba grandes aros de oro en las orejas y el peso de sus pechos enormes tiraba de ella hacia delante. La trayectoria profesional de Pavel Zuna como recepcionista no era corta ni carecía de éxito y mucho menos de momentos interesantes; en otras palabras, él había visto de todo en su vida, incluyendo cabelleras violeta y aros todavía más grandes en las orejas. No obstante, Zuna no recordaba haber visto jamás, fuese detrás del mostrador de recepción o fuese en la vida en general, unos pechos femeninos más grandes que los de la rubia jadeante.
Pavel Zuna era un recepcionista experimentado con un don especial. Como si tuviera dentro un escáner, que por lo menos hasta el momento se había mostrado infalible, Zuna era capaz de adivinar a la primera a qué clase social pertenecía determinada persona y cómo le iba económicamente. Si a Pavel Zuna no le hubiera gustado tanto su profesión de recepcionista, lo podría haber contratado cualquier agencia tributaria del mundo, tan infalible era a la hora de valorar lo abultado de las carteras ajenas. En resumidas cuentas, Zuna podía jurar que el extraño trío simplemente se había confundido al entrar en su hotel.
—Buenos días, señoras, ¿qué puedo hacer por ustedes? ¿Se han extraviado, quizá? —dijo Zuna con ese tono tutelar con el que el personal de los hospitales y de las residencias de mayores hablan con los pacientes ancianos.
—¿Este es el Grand Hotel N? —interpeló la señora alta a Zuna.
—En efecto, lo es.
—Entonces no estamos perdidas —dijo la señora y le tendió a Pavel Zuna tres pasaportes.
Pavel Zuna sintió de nuevo el pinchazo en la pierna, esta vez tan fuerte que lo dejó sin aliento. No obstante, Zuna sonrió con la acostumbrada amabilidad del profesional de primera y se puso a comprobar los nombres en el ordenador. El rostro de Pavel Zuna iluminado por la luz de la pantalla empezó a palidecer, en parte por el dolor, en parte por la sorpresa. Las dos suites mejores y más caras del hotel estaban reservadas a los nombres que figuraban en los pasaportes.
—Disculpen, ¿cuánto tiempo piensan quedarse? Aquí no veo la fecha de salida… —dijo Pavel Zuna con el tono de un hombre al que acaban de machacarle su orgullo profesional.
—Dos días, quizá… —resopló la viejecita.
—O quizá cinco —dijo secamente la señora alta.
—O quizá para siempre —gorjeó la rubia.
—Entiendo… —dijo Zuna, a pesar de no entender absolutamente nada—. Una tarjeta de crédito, por favor.
—¡Pagamos en efectivo! —dijo la rubia de pechos grandes y chasqueó los labios como si acabara de tragarse algo.
La viejecita de la silla de ruedas confirmó en silencio la credibilidad de la declaración de la rubia tirando de la cremallera del bolso que descansaba fofo sobre sus rodillas. Pavel Zuna se inclinó un poco y vio en el bolso los euros, en billetes ordenados en gruesos fajos.
—Entiendo —dijo Pavel Zuna sintiéndose mareado—. Las señoras de cierta edad pagan siempre en efectivo…
En el escáner interior de Pavel Zuna evidentemente se había producido un grave fallo, y eso lo afectó mucho. Zuna hizo una seña discreta y al momento aparecieron tres jovencitos con el uniforme del hotel.
—Muchachos, ayudad a las señoras a instalarse. Presidentské apartmá! Cisarské apartmá! —ordenó Zuna entregando las llaves.
Rodeadas del personal masculino del hotel, las tres figuras femeninas se deslizaron hacia el ascensor. Pavel Zuna, antes de que sus ojos se nublaran, alcanzó a ver que una brisa repentina arrancaba los pétalos del exuberante arreglo floral en el jarrón chino que había en el mostrador de la recepción. El dolor salió disparado con toda su fuerza del dedo gordo del pie izquierdo hacia arriba. El recepcionista Pavel Zuna sintió un pinchazo tan atroz en la espalda que se desplomó sin más.
Arnoš Kozeny había seguido toda la escena por el rabillo del ojo, cómodamente arrellanado en uno de los sillones del vestíbulo. Arnoš Kozeny, abogado jubilado, casi formaba parte del inventario del Grand Hotel N. Iba todas las mañanas allí a tomar su capuchino, hojeaba la edición matutina del periódico y fumaba su puro. Alrededor de las cinco de la tarde, Arnoš Kozeny aparecía de nuevo en el hotel, pero en el café del Grand N, y por la noche rondaba por el casino del hotel. Arnoš Kozeny era un señor de setenta y ocho años bien conservado. Vestía un traje de color arena, una camisa azul recién planchada y pajarita de tono azul, y calzaba zapatos de tela que conjuntaban con el color del traje.
Hojeando el periódico, Arnoš reparó en que unos veterinarios checos habían encontrado un virus no identificado de la gripe aviar en dos granjas cerca de la localidad de Norin, a unos trescientos kilómetros de allí. Los veterinarios confirmaron que se trataba del virus H5, pero no estaban seguros de si en realidad estaban ante el H5N1, el cual, en caso de no tomar a tiempo las medidas necesarias, podría ser tan letal para las personas como la gripe española de 1914. Durante el último año, pudo leer, el virus había aparecido en una treintena de países. En lo que a la República Checa se refería, según Josef Duben, portavoz del servicio veterinario checo, todavía no se había decidido si descontaminarían o no las dos fincas en las que se había detectado el virus H5. Por el momento se había declarado la cuarentena en un radio de tres kilómetros.
La noticia llamó la atención de Arnoš porque en Norin vivía Jarmila, su primera mujer. Hacía más de un año que no hablaba con ella. He aquí una buena ocasión para charlar un poco, pensó Arnoš Kozeny, y exhaló gustosamente el humo de su cigarro…
Y ¿nosotros? Nosotros avanzamos. ¡Mientras que de la vida se nos escapa su significado, lo único que el cuento quiere es ser contado!
2
Beba estaba en la bañera y lloraba amargamente. No, no rompió a llorar en cuanto accedió a la suite, porque le tomó un tiempo producir la cantidad de lágrimas que iba a derramar. Lo primero que hizo al entrar en la suite fue recorrer lentamente cada detalle con la mirada, cual buceador que explora con la vista el fondo del mar. Pasó la mano por l...

Índice

  1. Portada
  2. Baba Yagá puso un huevo
  3. Al principio no las ves...
  4. Primera Parte
  5. Segunda parte
  6. Tercera parte
  7. Nota bibliográfica de los traductores
  8. Recursos electrónicos
  9. Sobre este libro
  10. Sobre Dubravka Ugrešić
  11. Créditos
  12. Índice