El minero
Traducción del japonés a cargo de
Yoko Ogihara y Fernando Cordobés
Postfacio a cargo de
Michiyo Kawano
Postfacio
Génesis y experimentación
en El minero
por Michiyo Kawano
Todavía hoy Natsume Sōseki emite el destello propio de una existencia sin parangón en la historia de la literatura contemporánea japonesa, tanto por la profundidad de sus ideas literarias como por la riqueza en el uso de la lengua que desplegó en su prosa y en su poesía. Su vida se desarrolló casi en su totalidad durante una época de cambio de un sistema feudal hacia la unificación del país en la modernidad que culminaría en la Era Meiji. Las transformaciones sociales que conllevaron estos cambios produjeron, entre otras cosas, un terremoto en los egos, es decir, en la percepción de uno mismo. Las novelas de Sōseki constituyen un intento tan radical como sugerente de reflejar esa convulsión social. Este es uno de los motivos por los que despiertan una enorme fascinación en los lectores.
A mi entender, esa fascinación también procede de la profunda comprensión del ser humano que alcanzó gracias al estudio sistemático de la literatura inglesa y china, de los múltiples matices del vocabulario que emplea, de su honradez en relación al conflicto con el ego propio de su época y del humor del que hacía gala cuando escribía sobre sus sentimientos y los de los demás. Cuando pienso en el conjunto de su obra y caigo en la cuenta de su excepcionalidad, no creo ser la única que se queda pasmada ante una circunstancia así. Y más sabiendo que Sōseki vivió cuarenta y nueve años, de los cuales solo dedicó diez a la escritura.
Son bien conocidas las circunstancias particulares que dieron origen a esta novela. Su génesis está detallada en La intención de El minero y la relación entre el naturalismo y la novela legendaria, texto escrito por el propio Sōseki para la revista literaria Bunsho Sekai (El mundo de las frases). Esta publicación se consideraba por entonces el pilar de la escuela naturalista. En este artículo, Sōseki nos cuenta cómo un buen día un joven desconocido, sin carta de presentación ni otras referencias, se presentó en su casa de repente —algo habitual en la época— con la intención de contarle su historia, que pensó que podía servirle como material para una novela, a cambio de una pequeña recompensa. El escritor, que en ese momento estaba esperando a otra persona, no tenía tiempo para atenderle y le dio un poco de dinero para que se marchara sin prestarle la menor atención, pero el joven regresó esa misma noche para relatarle su vida, tal y como había prometido. Aunque en un principio Sōseki, al que no le gustaba nada escribir sobre detalles íntimos o personales, rechazó el encargo y le recomendó que contara su historia él mismo, al final terminó por crear esta obra que publicó en más de noventa entregas en una revista.
A pesar de servirse de la experiencia de otra persona para la creación del personaje principal, Sōseki siempre quiso dejar claro que el protagonista de su novela era ficticio. También explicó en alguna ocasión que decidió que la novela se desarrollara en forma de monólogo para mantener un punto de vista objetivo y matizar la intensidad de la parte más emotiva. Creo que a los lectores de cualquier época les desconcertará en primer lugar su tosco arranque: las palabras de un narrador del que no sabemos nada, ni siquiera su identidad, resultan, como poco, chocantes. En una novela escrita en primera persona, lo más importante es sincronizar a los lectores con la conciencia del narrador, por lo que, en mi opinión, es precisamente ahí donde más se aprecia la intención del autor, que, en sus propias palabras, trataba de «profundizar en la perspectiva psicológica». El estilo por el que optó Sōseki para El minero es deliberadamente absurdo. Su intención es clara: alejarse del naturalismo a pesar de servirse de la experiencia personal. Por el tono con el que se expresa, los lectores terminan por compartir su sentimiento de dejadez y egoísmo para involucrarse al final en una situación un tanto opaca que no sabemos bien a quién o a qué corresponde. La deliberada ambigüedad y una creciente sensación de vaguedad, como si estuviese poniendo palabras a una existencia que flota en el vacío, parecen atraparnos en una pesadilla. ¿No recuerda ese ambiente a las obras de Franz Kafka, nacido dieciséis años después de Sōseki en Praga, y que desarrolló su actividad literaria casi al mismo tiempo para morir ocho años después, a los cuarenta y un años?
A medida que avanzan en la lectura, los lectores van experimentando una inquietud creciente y una mayor sensación de absurdo, pero el origen de ese desasosiego no reside únicamente en el estilo ya mencionado, sino también en la causa que desencadena la historia, es decir, el incidente amoroso, del que apenas sabemos nada, por el cual el narrador se ve obligado a abandonar su vida. Si Sōseki no detalló los entresijos de dicho incidente, fue porque «no le gustaba escribir sobre circunstancias personales», según dejó escrito.
El resultado de todos estos factores dio lugar a una novela inusual para la época, experimental incluso si la analizamos desde nuestra perspectiva actual.
Pero El minero no solo describe la inquietud de la existencia misma, sino también a personas de quienes se podría decir que su misma existencia es la inquietud, como un joven de diecinueve años que, sacudido por las circunstancias, va cambiando de carácter y de modo de pensar gradualmente. El marco en el que se manifiesta esa realidad es precisamente el camino hacia la mina. La descripción del paisaje y del ambiente, cuando habla de montañas cubiertas de nubes por las que camina el extraño grupo que acompaña al protagonista en su peregrinaje, es característica de su narrativa. Mediante firmes trazos impresionistas, Sōseki detalla a la perfección cómo se van aislando del mundo que les rodea. Es un estilo cargado de lirismo, de sentimiento de fugacidad y al mismo tiempo de frescura, como las olas transparentes del mar.
Sōseki escribió El minero en una época en que la mina del monte Ashio, el modelo en el que se fijó, daba aún mucho que hablar a causa de los problemas medioambientales que generaba. Quizá pensó que un enfoque naturalista de la historia cambiaría el punto de vista de los ciudadanos sobre el tema, aunque al final optó por adoptar un tono más social y terminó por escribir una obra en la que el tema es la transformación de la conciencia del narrador, con el trasfondo realista de la vida en una mina, un entorno donde no ocurre nada especial.
Aunque se vio forzado a publicarla casi de la noche a la mañana y su extensión fue mucho más larga de lo inicialmente previsto, se aprecia en la novela el cálculo de su composición. El carácter experimental de El minero no solo se trasluce
en la plasmación minuciosa en la escritura de esa «corriente de la conciencia». Hace ya más de cien años que se publicó y todavía en nuestros días la estructura argumental de esta obra se considera profundamente innovadora. En su parte final, además, adopta una forma negativa hacia sí misma, principalmente por oposición a la corriente naturalista que Sōseki rechazaba. Al mismo tiempo, sin embargo, resulta estimulante por su valentía pues plantea una opción en contra de la moda imperante a la vez que constituye una muestra de la agudeza de su autor en el arte de escribir.
Sōseki era conocido en todos los ámbitos como un rebelde. Una rebeldía que nacía de su saludable espíritu crítico e iba indisolublemente unida al humor. Es precisamente en esta obra donde manifiesta su oposición ante la corriente dominante del naturalismo, y lo hace en forma de crítica hacia la novela misma. Por otra parte, al tener como tema principal la inquietud o el absurdo, entendidos como causas que dan origen a la existencia, la obra logró situarse por encima de las modas literarias y tocar la médula misma de la literatura, hasta el punto de brillar con luz propia respecto al resto de escritos de este gran maestro de la literatura de todos los tiempos.
Créditos
Título original: Kōfu
Primera edición en Impedimenta: junio de 2016
Copyright de la traducción © Yoko Ogihara y Fernando Cordobés, 2016
Copyright del postfacio © Michiyo Kawano, 2016
Copyright de la presente edición © Editorial Impedimenta, 2016
Juan Álvarez Mendizábal, 34. 28008 Madrid
http://www.impedimenta.es
La traducción de este libro se rige por el contrato tipo propuesto por
ACE Traductores.
Diseño de colección y coordinación editorial: Enrique Redel
Maquetación: José Martinez
Corrección: Susana Rodríguez
ISBN: 978-84-16542-62-8
IBIC: FC
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro; (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Notas
Pasé mucho tiempo caminando a través del pinar. Los pinares de los cuadros no parecen tan extensos, pero en este lugar solo había pinos, pinos y más pinos. Nada más. No veía la razón de continuar mi paseo si los árboles no desaparecían. En realidad, habría sido mejor haberme quedado quieto desde el principio, ponerme delante de uno de ellos y jugar a ver quién se salía con la suya.
Salí de Tokio sobre las nueve de la noche del día anterior y me puse a caminar como un loco en dirección norte. En cierto momento me sentí exhausto. No conocía por allí a nadie en cuya casa pudiera descansar y tampoco tenía dinero para pagar un humilde alojamiento en el que pasar la noche. Con la intención de echar al menos una cabezada, me deslicé en la oscuridad bajo el alero de un templo. Creo que estaba consagrado a Hachiman, el dios de la guerra. Aún era de noche cuando me desperté muerto de frío y, a partir de ese momento, caminé sin descanso. Pero ¡quién habría sido capaz de seguir así, rodeado solo de malditos pinos, indefinidamente!
Mis piernas parecían pesar una tonelada. Cada paso que daba era un suplicio, como si alguien me hubiera atado unas barras de acero a las pantorrillas. Me recogí el quimono hasta dejar las piernas desnudas para ver s...