Impedimenta
  1. 372 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Información del libro

Stella Gibbons ya nos fascinó con las aventuras de "La hija de Robert Poste" y con esa moderna fábula londinense de la Cenicienta titulada "Westwood". Ahora, en lo que se ha convertido en una de las grandes sensaciones del año en el Reino Unido, una Gibbons en estado de gracia nos ofrece "Navidades en Cold Comfort Farm": dieciséis chispeantes y deliciosas historias repletas de personajes que viven rodeados de un glamour y una frivolidad que van repartiendo por fiestas, picnics y encuentros amorosos, y que culminan en el relato que da título al volumen, una precuela de su obra maestra, "La hija de Robert Poste", donde se nos narra una sangrienta e hilarante cena de Navidad años antes de la primera visita de Flora Poste a Cold Comfort Farm, la granja de la Inglaterra profunda que daría título a la saga.Un libro sabroso y adictivo, en el que Stella Gibbons se vale de toda su magia narrativa para mostrarnos el lado más cándido, divertido y perspicaz de la sociedad de su época.

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Información

Año
2012
ISBN
9788415979036
Edición
1
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

Más que amable


Lillian Wardell metió el coche hábilmente en la explanada de la estación, lo aparcó contra el bordillo de la acera, apagó el motor y se reclinó en el asiento dejando escapar un largo y trémulo suspiro. Se quitó los guantes y se llevó un pequeño disgusto al comprobar que sus manos estaban temblando.
—Lillian, ¿podemos entrar a esperar a mamá?
Los niños aguardaban impacientes en el asiento trasero. El niño tenía ya la puerta medio abierta, y la cara de la niña poseía aquella expresión llena de emoción y timidez que solo adoptaba cuando Sophie venía de visita.
—Por supuesto. —Lillian se colocó el sombrero, se inclinó hacia delante y se repasó la punta de los zapatos con un cepillito.
—¿Tú no vienes?
—Dame un minuto. Corre si quieres, pero tenemos tiempo de sobra. Hemos llegado pronto.
La niña esperó un segundo, mirando con timidez a su madrastra. Sabía, como si Lillian se lo hubiera contado expresamente, que estaba triste y necesitaba consuelo.
—Venga, vete, cariño.
Salió disparada para alcanzar a su hermano, y Lillian se bajó del coche y descubrió que las piernas también le flaqueaban. Echó un vistazo a su imagen en un espejo al pasar por la taquilla de camino al andén e intentó relajar los músculos de la cara y adoptar una expresión divertida y cordial.
Pero resultaba del todo inútil. Sophie, que poseía la habilidad de descifrar la personalidad de la gente al vuelo, siempre sabía cuándo otra mujer se sentía patosa y carente de interés en comparación con su arrebatadora belleza. Sabía que Lillian estaría nerviosa y en desventaja, por lo que podría disfrutar de la situación de lo lindo. Sophie era toda malicia. Lo primero que captaba siempre era el lado perverso y burlón de las cosas, lo que le hacía desatar aquella famosa risa llena de gorgoteos que los hombres solían encontrar tan cautivadora.
El tren llegaba con retraso. Los niños vagaban por las máquinas expendedoras y los puestos de libros, mientras que Lillian permanecía sentada en una postura cómoda y relajada en uno de los bancos, deseando estar muerta.
Ella era la segunda esposa de Ian Wardell, un exitoso editor de obras de ficción y de sociología «modernas», y la fascinante Sophie, a quien venía a recoger, era su primera esposa, de la que se había divorciado hacía dos años.
Lillian, única hija de un hombre profesional y discreto, había hechizado a Ian Wardell por su dulzura y por su sinceridad, así como por su cándida belleza sin igual. Él se enamoró de ella enseguida, y supo que aquella era una razón de peso por la que debía divorciarse de Sophie, que siempre había sido difícil y que, por aquel entonces, se había vuelto insoportable.
El divorcio y la nueva boda de Ian se produjeron sin contratiempos, de modo que Lillian se vio casada a los veintisiete años con un hombre que había vivido con otra mujer durante diez años, y tuvo que empezar a moverse en un círculo tan diferente al de su sobria juventud como cabe imaginar.
Los amigos de Ian no profesaban ninguna religión. Su política estaba teñida de un rosa pálido y su pacifismo de un fuerte escarlata. Creían que el mundo se hallaba en un estado lamentable, pero confiaban en que los avances científicos serían capaces de arreglarlo todo, y se pasaban el día tan ocupados discutiendo tantos puntos de vista acerca de tantos temas distintos que solo les quedaba tiempo para seguir el código moral más simple.
Lo llamaban «Ser Amable».
Ser Amable significaba que no se condenaba ni se desterraba a nadie del «grupo», hiciera lo que hiciera. Los divorciados cenaban con sus respectivas ex parejas y con los nuevos compañeros de estas. Los antiguos amantes iban juntos a ver combates de lucha libre profesional. Los hijos de un matrimonio legal convivían con el fruto ilegítimo de una relación prematrimonial de cualquiera de los cónyuges, y todos se llevaban a las mil maravillas. El grupo gozaba de cierta elegancia social, pero vivía sin barreras morales de ningún tipo.
A Lillian le había costado meses acostumbrarse a esta nueva atmósfera y, aunque intentó, a su manera cariñosa pero formal, aceptar las opiniones de Ian acerca de Ser Amable y Civilizado, a menudo se daba cuenta de que su punto de vista podía encuadrarse en aquello que Ian denominaba ser «burgués». Y su punto de vista se volvía secretamente muy burgués cada vez que Sophie, su ex mujer, llegaba a la casa de los Wardell, en Kent, para ver a los niños.
No había razón alguna, esgrimía Ian, por la que Sophie no pudiera hacerlo. Su separación había sido del todo amistosa. Habían acordado, sencillamente, que era mejor no seguir compartiendo sus vidas. Según Ian, era más normal para los niños ver a su madre en la casa de su padre que en un hotel de Londres. De lo contrario, podrían llegar a desarrollar un trauma.
Lillian escuchaba sus opiniones y sinceramente creía que tenía razón. Ella misma era de naturaleza tolerante y tenía buen corazón. No encontraba ningún placer en condenar la conducta de la gente, y estaba a favor de perdonar y de olvidar. Además, comprendía que siempre resultaría más agradable y menos bochornoso para Sophie y para los niños poder verse como madre e hijos en la casa de Ian.
Sin embargo, cuando Sophie llegaba, Lillian se preguntaba si, después de todo, Ian estaba en lo cierto.
Cada visita, por varias razones, era peor que la anterior.
«Debo ser indulgente», pensaba Lillian, sentada en el banco del andén, haciendo un esfuerzo enorme por terminar de convencerse a sí misma. Sophie se acababa de separar del hombre por quien había dejado a Ian, y se suponía que iba a necesitar un poco de indulgencia.
El tren apareció tras tomar la última curva e hizo su entrada en la estación. Lillian se levantó, absteniéndose de estirarse nerviosamente la chaqueta, y los niños recorrieron de punta a punta todos los vagones en busca de su madre.
—¡Ahí está!
—¡Mamá!
La niña salió corriendo para abrazar a la esbelta mujer vestida de escarlata que bajó riendo del tren. A continuación saludó a Lillian, y le tendió una mano al chico, cuya timidez había hecho que se quedase un poco rezagado.
—¡Hijos míos! ¡Qué maravilla veros de nuevo! ¡Belinda, cómo has crecido! Vas a convertirte en una auténtica belleza. Al final le harás sombra a tu propia madre… ¡Pero qué sombrerito tan mono llevas! Lillian, ¿cómo te atreves a comprarle a mi hija unos sombreros tan provocativos con catorce años? John, ven y dame un beso. ¡Cómo has crecido! Cuando me fui eras un niño pequeño, y ahora estás hecho todo un hombrecito.
—Es por los pantalones largos —sonrió Lillian, preguntándose por qué su sombrero, que era tan elegante como el de Sophie, no lo parecía tanto—. Cambian mucho la cosa.
—Mamá, estás guapísima —la piropeó Belinda, dando un brinco.
—Cielo, estoy hundida. Lo he pasado fatal. Jack… ¿Saben lo de Jack, Lillian? ¿Lo de que me ha abandonado? Lo he pasado muy mal. He estado hundida en la miseria, no podía dormir… Estoy muy acostumbrada a tenerlo cerca de mí, ya sabes.
Lillian asintió con fría formalidad, consciente de que, en ese momento, dos de los mozos, el jefe de estación y la señora Peacey de Elmdean estaban escuchando aquellas revelaciones con un interés muy burgués pero real.
La cría miraba solemnemente los grandes ojos avellana de su madre, llenos de lágrimas.
—Mamá, ¿por qué te ha dejado? Debe de ser muy malo.
—Por muchos motivos, ángel mío. Luego te los cuento. Venga, vamos, que Lillian nos está esperando. —Su flamante sonrisa convirtió a Lillian en una extraña—. Además, estoy deseando ver a papá.
Lillian se deslizó hasta el asiento del conductor, y John se montó justo detrás de ella. Había anhelado el momento de ver a su madre, pero, de repente, le había entrado vergüenza. Su belleza, el color chillón de su vestido y su voz de campanilla despedían señales emocionales que lo hacían sentirse tímido e incómodo en su presencia. Estaba cursando el primer trimestre en una escuela grande, e iba absorbiendo su credo con avidez: «No debes llamar la atención».
Sophie, que siempre era muy consciente de lo que la gente pudiera pensar de ella, trataba de hacer que se sintiera celoso al sentarse muy cerca de Belinda en el asiento trasero y comenzar a darle buena cuenta, entre susurros, de la deserción del capitán Jack Sands. Belinda escuchaba a su madre sin apartar la vista de su cara, boquiabierta y con los ojos chispeantes y como platos. Aquella historia resultaba mucho más emocionante que cualquier novela que pudiera leer porque la heroína era su encantadora madre.
En el fondo, su subconsciente albergaba cierto sentimiento de pena hacia papá, envuelto en un halo de vergüenza. Seguro que le molestaba que mam...

Índice

  1. Navidades en Cold Comfort Farm
  2. El arbolito de Navidad
  3. Navidades en Cold Comfort Farm
  4. Amar y anhelar
  5. La marca del crimen
  6. El zapateador y la dama
  7. Hermanas
  8. El jardín tapiado
  9. Un hombre encantador
  10. Vanidad dorada
  11. Pobre Oveja Negra
  12. Más que amable
  13. El mejor amigo del hombre
  14. Fiesta salvaje y mansa
  15. El joven andrajoso
  16. El pastel
  17. El hermano del señor Amberly
  18. Créditos
  19. Índice