Impedimenta
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Impedimenta

Osamu Dazai, Ryoko Shiba, Juan Fandiño Martín, Ryoko Shiba,Juan Fandiño Martín

  1. 272 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Osamu Dazai, Ryoko Shiba, Juan Fandiño Martín, Ryoko Shiba,Juan Fandiño Martín

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Información del libro

Una chica joven, de familia pobre, se ve obligada a cometer un robo por amor. Una mujer mayor confiesa que una noche, muchos años atrás, se sintió fuertemente atraída por un hombre al que apenas conocía. Un ama de casa narra su sufrimiento al descubrir que su marido tiene una amante. Una muchacha narra cómo empeoró su vida tras recibir un premio literario Los relatos incluidos en "Colegiala" abordan con tremenda delicadeza y exquisitez el universo femenino y sus contradicciones: la vergüenza, el amor no correspondido, la incomprensión ante la muerte de un ser querido, la felicidad extrema o, simplemente, los pensamientos que pasan por la cabeza de una adolescente japonesa de posguerra.Un excepcional volumen de relatos del maestro japonés de las distancias cortas, Osamu Dazai: uno de los escritores modernos más apreciados en su país, conocido como el Dostoievski nipón, cuyo éxito corrió paralelo a una vida privada de desencuentros y tumultuosa en extremo.

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Información

Año
2014
ISBN
9788415979272
Edición
1
Categoría
Literatur

Colegiala

Es curioso lo que siento al despertarme cada mañana. Es una sensación similar a cuando juego al escondite, a cuando estoy quieta y me acurruco en la profunda oscuridad del armario y Deko abre la puerta de repente, la luz del sol entra súbitamente deslumbrándome y ella grita en voz alta: «¡Aquí estás!». Es un momento incómodo. Luego, con el corazón latiéndome desbocado, me arreglo el kimono por delante y salgo del armario. Siento repugnancia. No, eso no. No se parece a eso, es algo… es algo mucho más insoportable. Como abrir una caja y encontrarse dentro otra más pequeña, y que dentro de esta haya otra todavía más pequeña. Y la abres y te ocurre otra vez lo mismo, y luego otra vez, y otra y otra, y así vas abriendo una tras otra siete u ocho cajas cada vez más pequeñas, y al final del todo encuentras una cajita minúscula, del tamaño de un dado, y la abres y no hay nada dentro, está vacía. Así es como me siento. No me creo eso de que haya gente que se despierte al instante. Es algo turbio, muy turbio, como cuando el almidón se hunde en el agua, cada vez más al fondo, y poco a poco se va haciendo más nítida la parte superior; hasta que al final me despierto a causa del propio cansancio que me supone dormir. Las mañanas, son como… como una mentira transparente. Se me ocurren muchas, muchas cosas tristes por las mañanas y no las soporto. No me gustan, no. Por la mañana estoy más fea. Tengo las piernas agotadas y no quiero hacer nada. ¿Será porque no duermo profundamente? También debe de ser mentira eso que dicen de que por las mañanas te sientes más saludable. Las mañanas son grises. Siempre son lo mismo. Es lo más vacío que existe en el mundo. Siempre soy pesimista cuando me acabo de despertar y estoy en la cama. Me cansa estar en la cama. Me abruman pensamientos desagradables de los que me arrepiento, noto como me hacen presión en el pecho y me retuerzo.
Las mañanas son terribles.
—Papá —susurré en voz baja. Me dio un poco de vergüenza pero me sentí feliz, me incorporé y rápidamente deshice el futón.[6]
Cuando lo levanté exclamé: «¡Aúpa!», sin darme cuenta. Aquello me llamó la atención. Hasta ahora no me creía capaz de pronunciar una palabra tan vulgar. «¡Aúpa!» es algo que suelen decir las ancianas. ¡Qué asco! ¿Por qué lo habré dicho? Me sentí rara, como si tuviese una anciana escondida dentro de mí. A partir de ahora tendré más cuidado. Es como cuando critico la vulgar forma de andar de algunos y me doy cuenta de que yo misma estoy andando igual. Mi actitud me parece bastante decepcionante.
Por las mañanas nunca me siento segura de mí misma. Me siento frente al tocador con el pijama puesto y me miro en el espejo. Cuando me miro sin las gafas me veo un poco borrosa, pero me resulta agradable. Las gafas son lo que más odio de mi cara, aunque llevar gafas tiene algunas cosas buenas que la gente no sabe. Me gusta mirar a lo lejos sin ellas. Se ve todo difuso y es maravilloso, como un sueño, o como cuando miras un diorama de papel. No se ve nada sucio. Solo se pueden ver las cosas grandes, los colores y las luces nítidas y fuertes. También me gusta quitármelas y mirar a la gente. Las caras me parecen todas dulces y bonitas. Es como si todo el mundo estuviese sonriendo a la vez. Además, cuando no llevo gafas no pienso en discutir ni me entran ganas de criticar a nadie. Simplemente me quedo callada, como distraída. En esos momentos los demás creerán seguro que soy una buena chica. Pensando en eso me entran ganas de quedarme así, abstraída, sin preocupaciones, como una tierna niña inocente. No me gustan las gafas. Me las pongo y entonces parece como si me quedara sin expresión. Las gafas me impiden mostrar emociones, cosas como romanticismo, belleza, pasión, debilidad, inocencia o tristeza. Además, me roban la capacidad de expresarme con la mirada. Me siento ridícula. Son como tener un fantasma encima de mi cara. Será por odiar tanto las gafas, pero pienso que tener unos ojos bonitos es lo más importante del mundo. Aunque no tuviese nariz o llevase la boca tapada, los ojos son lo que más resaltaría en mí. Sería maravilloso tener ese tipo de ojos que cuando alguien los mira le entran ganas de llevar una vida mejor. Mis ojos, en cambio, son grandes, nada más, por lo demás no tienen nada de especial. Me decepciona fijarme en ellos. Hasta mi madre dice que son aburridos. Serán de ese tipo de ojos que la gente conoce como «ojos sin luz». Son como el carbón, qué decepción. No hay nada que pueda hacer al respecto. ¡Qué horror! Cada vez que me miro en el espejo me entran unas ganas horribles de que mis ojos sean dulces y atractivos. Ojos como lagos azules, como mirar la inmensidad del cielo tumbada en la hierba y que en ellos se reflejen las nubes al pasar. Que incluso los pájaros puedan reflejarse en ellos claramente. Me gustaría poder conocer a mucha gente que tuviese unos ojos tan bonitos.
Hoy empieza el mes de mayo. ¡Qué contenta estoy! Cada vez queda menos para que llegue el verano. Salí al jardín y una flor de la fresera captó mi atención. Se me hace extraño que mi padre haya muerto. Murió y entonces desapareció, sin más. Es algo difícil de entender. Aún no termino de creérmelo. Echo de menos a mi hermana, a la gente de la que ya me había despedido o a la que hace mucho que no veo. Por las mañanas, me suelen venir a la cabeza anécdotas que ya pasaron o gente que ya no está. Es algo insípido pero, quizás por ello, insoportable, como el olor del nabo en salmuera.
Tengo dos perros, Chapy y Kaa. A Kaa le llamo así porque me da una pena horrible.[7] Los dos vinieron hacia mí corriendo muy juntos. Los coloqué frente a mí y acaricié a Chapy. Su pelo es totalmente blanco y brillante, es muy bonito. A Kaa no le acaricié, Kaa está siempre sucio. Soy consciente de que, cada vez que acaricio a Chapy, Kaa suele estar ahí a su lado, poniendo cara de pena. Siempre parece a punto de ponerse a llorar. Por si fuera poco, es cojo. Kaa me hace sentir muy triste, por eso no me gusta demasiado. Me da tanta lástima que a veces le hago daño a propósito. Kaa parece un perro vagabundo, tanto que en cualquier momento los mataperros vendrán y se lo llevaran a la perrera y lo sacrificarán. Como tiene la pata así, es demasiado lento y no podrá huir. Kaa, corre, vete al fondo de la montaña. Nadie te tiene cariño, así que mejor muérete pronto. Kaa no es el único al que maltrato, también hago daño a algunas personas, las suelo incordiar hasta que se irritan. De verdad que soy una chica bastante desagradable. Me senté en el engawa[8] mientras le acariciaba la cabeza a Chapy. El verde de las hojas de los árboles penetró por mis ojos e hizo que me sintiera miserable. Me entraron ganas de sentarme sobre la tierra y morirme.
Quise ver si era capaz de fingir que lloraba. Pensé que quizás me saldrían algunas lágrimas si contenía la respiración con fuerza y apretaba los ojos. Lo intenté, pero no lo conseguí. A lo mejor me he convertido en una mujer sin lágrimas.
Desistí y empecé a limpiar la habitación. Mientras, me puse a cantar Tōjin Okichi[9] sin darme cuenta. Miré a mi alrededor furtivamente. Me pareció curioso haber cantado algo tan vulgar como Tōjin Okichi sin querer, cuando normalmente solo me intereso por Mozart o Bach. Me sentí ridícula. Exclamar «¡aúpa!» por la mañana y cantar aquello mientras limpiaba: me da miedo imaginarme qué clase de tonterías puedo llegar a decir cuando hablo en sueños. Pero de pronto todo me pareció muy gracioso, dejé de barrer y empecé a reírme yo sola.
Me puse la ropa interior nueva que había terminado de coser ayer. Tiene una pequeña rosa blanca bordada en la zona del pecho. Si me pongo ropa encima, el bordado no se ve. Nadie sabrá que existe. Me siento muy orgullosa de mí misma.
Mamá está muy liada preparando la propuesta matrimonial de alguien. Esta mañana salió de casa muy temprano. Desde que era pequeña, mi madre siempre se ha entregado mucho a los demás, así que ya estoy acostumbrada. Sorprende que siempre tenga algo que hacer. Siento una enorme admiración por ella. Como mi padre se pasaba el día estudiando, mi madre lo tenía que hacer todo, incluso lo que le tocaba hacer a él. Mi padre nunca tuvo mucho interés por conocer gente, pero mi madre siempre se ha esforzado por crear grupos de amistades verdaderamente agradables. Los dos eran muy distintos, pero estoy convencida de que se admiraban mucho el uno al otro. Eran un matrimonio agradable y pacífico, sin cosas malas, diría yo. Ay, ¡pero qué indiscreta soy!
Mientras se calentaba la sopa, me senté en la puerta de la cocina mirando distraída el bosque que se alza enfrente de nuestra casa. Entonces sentí algo curioso, como si en algún momento del pasado o en el futuro, sentada de esta misma manera en la entrada de la cocina, al igual que ahora, hubiese estado o llegase a estar mirando el bosque de enfrente pensando exactamente en esto mismo. Era como sentir todo el pasado, el presente y el futuro a la vez. Es algo que me ocurre de vez en cuando. Estar sentada hablando con alguien en una habitación y quedarme mirando a la esquina de la mesa con la mirada fija y moviendo la boca sin darme cuenta. Cuando ocurre, me siento de lo más extraña.
No recuerdo cuándo, pero en una situación similar, hablando de esto mismo, me estaba fijando en la esquina de una mesa y sentí claramente que en el futuro me iba a ocurrir eso mismo justamente. Cuando camino por el campo, incluso si está muy lejos, a cada momento me asalta la sensación de que ya había paseado por ese mismo camino en el pasado. A veces voy andando y arranco una hoja de uno de los cultivos plantados a un lado del camino, y entonces tengo la sensación de que ya había arrancado esa misma hoja en ese mismo camino, justo en ese lugar, en algún momento indefinido en el pasado. Y, acto seguido, siento que en el futuro volveré a arrancar esa misma hoja de ese mismo cultivo, en ese mismo sitio, y que el proceso se repetirá una y otra y otra vez. Hay más ejemplos. Una vez, cuando me bañaba, me miré las manos. Entonces, sentí que, dentro de muchos años, cuando me estuviera bañando, me acordaría de ese mismo instante en el que me miré las manos involuntariamente y me vendrá a la mente lo que sentí al haberlo hecho con aquella inocencia. Me entra la melancolía siempre que pienso estas cosas. Incluso una tarde, cuando metía arroz cocido en un recipiente, sentí como que algo me recorría rápidamente el cuerpo; aunque suene exagerado, podría decirse que fue como una inspiración, como algún tipo de pensamiento filosófico. Aquello me afectó y sentí como si mi cabeza, mi pecho y todo mi cuerpo se hubiesen vuelto transparentes. ¿Cómo explicarlo? Sentí una suave tranquilidad que me hizo ver que, si yo quería, podía llevar una vida verdaderamente hermosa. En aquel momento era capaz de mantenerme flotando ligera y grácil, como a merced de las olas, sin decir ni una sola palabra, con una flexibilidad y un silencio similares a los de los tokoroten[10] cuando salen del molde al empujar la gelatina. En aquel momento no percibí aquello como una revelación filosófica. Más bien me pareció algo espantoso. Como el presentimiento de una vida silenciosa, como si fuera un gato al acecho. Aquello no podía acabar bien. Si una persona se mantiene en ese estado durante demasiado tiempo, bien podría llegar a perder la cabeza y convertirse en algo similar a un fanático religioso. Cristo. De todas formas, me resultaría de lo más extraño convertirme en una versión femenina de Cristo.
Al fin y al cabo, como tengo tanto tiempo libre y llevo una vida sin muchas dificultades, los cientos de miles de cosas que veo y escucho a diario, junto a todo lo que no consigo asimilar, dan como resultado que se me ocurran este tipo de ideas, una tras otra, como si fuesen fantasmas.
He desayunado sola en el comedor. Hoy he comido pepino por primera vez en todo el año. El color verde del pepino de mayo me hace sentir que el verano se acerca. Su frescor posee una tristeza que hace que sienta un vacío en el corazón, como un dolor sordo, o algo similar a las cosquillas. Cuando como sola en el comedor de mi casa, me entran unas ganas enormes de irme de viaje. Pienso en cosas como coger un tren y alejarme. Pero pronto aparté esas ideas de mi mente y me puse a leer el periódico. En la primera página aparecía una foto del señor Konoe.[11] No sabría decir si es un hombre atractivo, pero lo cierto es que no me gusta la cara que tiene. No me gusta su frente. Lo más divertido de los periódicos es la publicidad de los libros. Les cobran por cada letra o por cada línea que escriben, cien o doscientos yenes de tarifa en total, por lo que siempre se esfuerzan para que sean lo más cortas y claras posibles. Para conseguir un mayor efecto, cada frase tiene que estar muy bien pensada; se ve a la legua que para poner cada letra y cada palabra le han dado muchas vueltas a la cabeza. No debe de haber muchas frases que cuesten tanto en el mundo. De alguna manera encuentro muy agradables los anuncios por palabras del periódico, me gustan.
Justo cuando he terminado de desayunar, he cerrado con llave y me he ido al instituto. «No hay de qué preocuparse, no va a llover», he pensado. De todas formas, quería llevarme el bonito paraguas que mi madre me había regalado ayer, así que lo cogí.
Mi madre usaba este umbrella[12] de joven. Me siento especialmente orgullosa de haber encontrado un paraguas tan curioso como este. Cuando lo llevo, me imagino paseando por los barrios más antiguos de París con él. Quizá, cuando termine la guerra, este tipo de paraguas occidentales que parecen sacados de un cuento de hadas se pongan de moda. Creo que con este paraguas iría bien un gorro estilo bonnet. Me pondría un vestido largo de color rosa con el escote muy abierto, unos guantes largos de color negro que sean de encaje y estén hechos de seda, y un sombrero de ala ancha adornado con una violeta grande y hermosa. Así vestida, iría a comer a un restaurante de París en su época de mayor esplendor. Me quedaría mirando a la gente que circula por la calle, con la mejilla ligeramente apoyada en mi mano, con aire melancólico, y entonces, quizás, alguien rozaría mi hombro con delicadeza. Entonces comenzaría la música. El Vals de la Rosa. ¡Ay! ¡Qué ridículo, qué ridículo! En realidad no se trata más que de un antiguo paraguas peculiar con el mango alargado. ¡Qué miserable! Pobre de mí. Soy como La niña de los fósforos del cuento de Andersen.
Al salir de casa, arranqué algunos de los hierbajos que crecen frente a la puerta para quitarle trabajo a mi madre. Quizás hoy me ocurra algo bueno. ¿Por qué hay algunas hierbas que al verlas me entran ganas de arrancarlas y, sin embargo, hay otras que dejo si al fin y al cabo son todas iguales? Unas hierbas por las que siento cariño y otras por las que no siento nada. Parecen idénticas, pero algunas son conmovedoras y otras detestables. ¿Por qué será que puedo diferenciarlas tan claramente? No tiene mucho sentido. Creo que a veces el gusto de las mujeres puede llegar a ser un disparate.
Tras diez minutos arrancando hierbas, me encaminé rápidamente hacia la estación de tren. Cuando pasé al lado de los cultivos que hay junto al camino, me entraron muchas ganas de sentarme a dibujarlos. Pero no podía retrasarme. Por el camino, atajé por la senda del bosque que atraviesa el recinto del templo sintoísta. Es un atajo que descubrí yo misma hace algún tiempo. Allí me percaté de que por doquier habían crecido pequeños montones de cebada de unos seis centímetros de alto. Se nota que este año también habían pasado los soldados. El año pasado vinieron muchos con caballos y se quedaron en el bosque del templo para descansar. Unas semanas después, en algunas zonas habían crecido pequeñas matas de cebada, al igual que ahora. Este año ocurrirá igual, seguro. Supongo que los granos de cebada debieron de caerse de los paquetes que los soldados llevaban para alimentar a sus caballos mientras iban de un lado a otro, y luego germinaron y comenzaron a crecer a la vera del camino. Pero como este bosque es tan profundo y no deja pasar la luz del sol, los pobrecitos no crecerán más y morirán, seguro.
Al salir de la senda del bosque del templo sintoísta, cerca de la estación, me crucé con cuatro o cinco obreros. Son los mismos obreros que cada mañana me vomitan las mismas palabras desagradables cuando paso. Me abstengo de repetirlas aquí, las palabras que me dicen. Ante tales alusiones no sé nunca cómo reaccionar, así que intenté adelantarles y dejarles atrás lo más rápido posible, pero para eso tenía que pasar por delante y deslizarme entre ellos. Esos obreros tan maleducados me aterran. Pero, para quedarme ahí quieta sin decir nada y dejarles que se vayan hasta que haya mucha distancia entre nosotros, hay que tener aún más valor. Supe que si los ignoraba se enfadarían conmigo. Las mejillas me empezaron a arder y me ent...

Índice

  1. Colegiala
  2. Nota de los editores
  3. Linterna
  4. Colegiala
  5. El árbol de cerezo y el silbido mágico
  6. Piel y corazón
  7. Nadie sabe
  8. Un grillo
  9. Chiyojo
  10. Vergüenza
  11. Esperando
  12. Ocho de diciembre
  13. Cuento de una noche de nieve
  14. Dinero
  15. Osan
  16. Una señora encantadora
  17. Notas
  18. Créditos
  19. Índice de contenido