Impedimenta
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Impedimenta

  1. 240 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Impedimenta

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Imbuida de una atmósfera mágica, de delicados elementos que prefiguran lo que ha de ser el país imaginado, esta bella historia nos traslada a una China de principios del siglo XX repleta de fantasmas, de bodas entre vivos y muertos, de supersticiones y ritos ancestrales. En medio de todo ello se encuentra la protagonista, una joven que vive atemorizada por el compromiso nupcial que para ella desean pactar sus padres y que, mientras, solo tiene ojos para la hija de un vendedor de pájaros ciego, la hermosísima Xiaomei, con quien inicia una tímida relación de amistad y dependencia. En sus citas en el parque al que los ancianos van a pasear a sus pájaros, las dos descubren la importancia de lo que se cuenta y de lo que no, de la lealtad y de la belleza, con todo su poder para huir de los abismos abiertos por los demás.Animada por el melancólico encanto de la niñez que se escapa, impulsada por la fina exquisitez de su tono narrativo, "El país imaginado" traza una elegante fábula acerca de la memoria y las oportunidades perdidas.

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Información

Año
2012
ISBN
9788415578284
Edición
1
Categoría
Literatura



El país imaginado



Eduardo Berti



Prólogo de
Alberto Manguel







Introducción





Cuento de la enamorada
por
Alberto Mengual




Alguna vez leí que en Mongolia, cuando alguien se dispone a narrar una historia, debe efectuar como prólogo un rito mágico para evitar que los fantasmas conjurados por la narración no se instalen entre los vivos. Después, el narrador puede contar tranquilo, sabiendo que, al acabar, sus personajes volverán a la oscuridad de la cual han surgido. No sé si tal precaución sería entendida en Occidente, donde la vanidad del autor quiere no solo que sus criaturas imaginarias cobren vida entre su público, sino que además sean inmortales y se queden aquí para siempre.
Tampoco sé si en China la convención literaria de los precavidos mongoles existió alguna vez. Si fuese así, El país imaginado de Eduardo Berti causaría escándalo por dos razones: primero, porque sus personajes son implacablemente memorables y, por más conjuros que se les quiera hacer, no desaparecerán al cerrar el libro; segundo, porque los acontecimientos de esta novela no dependen tanto de la voluntad de los personajes vivos sino del deseo de quienes ya han muerto. La abuela que agoniza al inicio del libro no disminuye con ese último aliento su presencia; al contrario, su sombra crece a medida que volvemos las páginas hasta ocupar todo el espacio de la novela. Si Berti efectuó un rito mágico al empezar a contar su historia, fue sin duda un rito opuesto al de los narradores mongoles.
Después de la destreza narrativa demostrada en sus primeras novelas entre mis preferidas están Agua, La mujer de Wakefield, Todos los Funes—, no debería sorprendernos la maestría de El país imaginado. Decir que El país imaginado es un cuento de fantasmas es reducir esta obra prodigiosa a una cuestión de género, a menos de colocar en su categoría Otra vuelta de tuerca y Pedro Páramo. Como en estas obras primordiales, la novela de Berti no quiere ni separar la narración psicológica de la fantástica ni al lector escéptico del crédulo. Como la Inglaterra de James o el Méjico de Rulfo, la China de los años treinta cree en los fantasmas y en las ceremonias que estos exigen para convivir más o menos dignamente con los vivos. Como en el caso de James o de Rulfo, la maestría de Berti consiste no en convertir a los lectores a estas creencias, sino en obligarlos a respetarlas. En este sentido, es importante recordar que la China de Berti es un país «imaginado» y no «imaginario»: la distinción es esencial.
Berti ha reconocido (o intuido) que la tarea del novelista es poner en palabras no su propia visión del mundo (su experiencia, sus opiniones, sus sentimientos) sino la de los personajes de su historia. Sin duda, los elementos de la biografía del autor cuentan, como cuenta nuestra experiencia cotidiana para brindar una iconografía a nuestros sueños, pero es importante recordar que es el autor quien está al servicio de su obra y no su obra al servicio del autor. Dante dice no ser más que un escriba de lo que le fue dictado, y hacer lo más fielmente posible la crónica de «errori non falsi» («ficciones que no son mentira») que le fue dado ver: la clave está en la palabra «errori», «ficciones». El mundo que El país imaginado nos ofrece es, por supuesto, soñado, pero no por eso menos cierto; una crónica concebida de todas las piezas (algunas seriamente académicas) para que el lector pueda a su vez descubrir y reconocer, traducidas a un cuento chino, experiencias que no sabía eran suyas.
¿Por qué China? Sabemos que, a pesar de meticulosos mapas y globos terráqueos, como también de Google Earth y de su entrometida perspicacia, los lugares de nuestro mundo son menos físicos que imaginados, y su existencia depende menos de sus aspectos geográficos que de la manera en la que son contados. Sin duda, Tombuctú se parece a muchas otras ciudades africanas, y Transilvania no tiene mayor mérito que las demás provincias húngaras, pero gracias a las aventuras del Allan Quatermain de Rider Haggard y del Conde Drácula de Bram Stoker, estos sitios tienen un peso singular en nuestra idea del mundo. Y, a pesar de la Revolución Cultural, de la masacre de la Plaza de Tiananmén y del nuevo imperialismo comercial de la República Popular, China es, en la imaginación occidental, el otro lado del espejo. (No solo occidental: recordemos que, en las Mil y una noches, Aladino es un muchacho chino cuyas aventuras ocurren en ese imperio donde todo es posible, y que en el muy riguroso Al-Muqaddima o Discurso de historia universal de Ibn Jaldun, este sabio del siglo xiv asegura que la China es un país fabuloso «de perfumes, incenso, y aun de oro y esmeraldas, y sus habitantes son todos magos».)
Dijimos que El país imaginado es un cuento de fantasmas. Hubiésemos podido decir que es un cuento de amor o del descubrimiento del amor o de la valentía con la que una adolescente persigue y defiende su amor por otra joven, hija de un ciego vendedor de pájaros, a quien la adolescente compara a un ave mitológica por su belleza inusitada.
El país imaginado es también una historia de dobles, en la que la protagonista se refleja o divide o multiplica en varios otros personajes: en el fantasma de su abuela, en su hermano mayor, en su hermosa enamorada, y, por fin, en ella misma desdoblada, que será una en el mundo y otra en su ensoñación. Una célebre historia china cuenta cómo una joven, para poder huir con su amado y al mismo tiempo no afligir a sus padres, se divide en dos: una permanece en casa y se comporta como una hija fiel, la otra se va con su amado y vive feliz con él. Al cabo de muchos años, la desposada siente que extraña a sus padres y quiere volver a verlos. Regresa y, antes de entrar en la casa, las dos mujeres vuelven a ser una sola. Este argumento, que es también el de la Helena de Eurípides, es tratado de manera más orginal (me atrevo a decir más profunda) por Berti. Sin duda, la protagonista se desdobla, pero, sin embargo, sigue ocupando un solo cuerpo. Interlocutora de fantasmas, hija respetuosa, hermana solidaria, rebelde estudiosa, amante de la bella Xiaomei, son todas una. «El mundo está mal hecho», dice la joven al final, deplorando la suerte que les ha tocado, a ella y a su exquisita amada. «El mundo no está hecho», la corrige Xiaomei. «El mundo es así: algo que promete hacerse y jamás se hace en forma definitiva.»
El país imaginado también es así: desde las primeras páginas, el lector sabe que le espera algo acabado, exquisito, perfectamente lúcido, pero Berti tiene la elegante generosidad de no cumplir definitivamente su promesa, y permitirle al lector la tarea de seguir imaginando.


Alberto Manguel






El país imaginado










XIAOMEI










El nuevo sol alumbraba el primer día del nuevo año. Habíamos pasado la noche sin dormir como teníamos por costumbre en esa fecha, en el danian-ye, y luego del amanecer habíamos consagrado las primeras horas, las horas de las sombras largas, a visitar a los vecinos más queridos para desearles un buen año o, al menos, un año mejor que el que estaba finalizando. En cordial retribución muchos nos regalaron dos bolsas de tela —cada cual con una moneda, una para mi hermano y otra para mí— y todos le desearon lo mismo a mi padre: que la muerte de la abuela traiga paz al seno de la familia y espante toda otra muerte.
Cuando el primer sol del nuevo año alcanzó su punto más alto, no nos halló desprevenidos. Ya habíamos dispuesto fuera de nuestra casa, en el patio semientoldado con una vieja esterilla, los objetos para la luz del chu-yi: los colchones y manteles que el sol debía acariciar y los libros más antiguos, aquellos con sus páginas amarilleadas como las hojas de otoño, de modo que el primer viento, el primer aire del nuevo año, no solo los purificase, sino que también...

Índice

  1. El país imaginado
  2. Créditos
  3. Índice