Impedimenta
eBook - ePub

Impedimenta

  1. 352 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Cuando Marian Taylor acepta un empleo de institutriz en el castillo de Gaze y llega a ese remoto lugar situado en medio de un paisaje terriblemente hermoso y desolado, no imagina que allí encontrará un mundo en que el misterio y lo sobrenatural parecen precipitar una atmósfera de catástrofe que envuelve la extraña mansión, y nimba con una luz de irrealidad las figuras del drama que en ella se está representando. Hannah, una criatura pura y fascinante, es el personaje principal de ese pequeño círculo de familiares y sirvientes que se mueven en torno a ella como guiados hacia un desenlace imprevisible. Pero Marian no puede saber si ese divino ser es en realidad una víctima inocente o si estará expiando algún antiguo crimen.Una historia que combina con magistral eficacia la intensidad de la novela gótica y la fascinación del cuento de hadas. Una novela impresionante en la que Iris Murdoch explora las fantasías e indecisiones que gobiernan a todos aquellos que han sido condenados a una entrega apasionada, aunque sin esperanza.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Impedimenta de Iris Murdoch, Jon Bilbao Lopategui en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Literatura general. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2014
ISBN
9788415979494
Edición
1
Categoría
Literatura

Parte uno


Capítulo uno



—¿A qué distancia está?
Veinticinco kilómetros.
—¿Hay algún autobús?
—No.
—¿Hay algún taxi en el pueblo o coche que pueda alquilar?
—No.
—Entonces ¿cómo voy a llegar?
—Puede usted alquilar un caballo aquí cerca.
—No sé montar a caballo —dijo exasperada— y, en cualquier caso, está mi equipaje.
Ellos la observaban con una curiosidad serena y distraída. Le habían dicho que la población local era «amistosa», pero aquellos hombres grandes y lentos, si bien no eran exactamente hostiles, carecían por completo de la capacidad de reacción propia de la gente civilizada. La habían mirado con extrañeza cuando les dijo adónde iba. Quizá esa era la razón.
Se daba cuenta ahora de lo estúpido e incluso desconsiderado de no haber anunciado su hora exacta de llegada. Le había parecido más excitante, más romántico y, en cierto modo, menos intimidatorio llegar por su cuenta. Pero ahora que el desastrado trenecito que la había llevado desde el empalme de Greytown se había alejado tosiendo entre las rocas, tras dejarla rodeada por aquel silencio, convertida en motivo de atracción para aquellos hombres, se sentía indefensa y casi asustada. No esperaba semejante soledad. No esperaba el paisaje atroz.
—Ahí viene el coche del señor Scottow —dijo uno de los hombres señalando.
Ella miró a través de la bruma vespertina la desolada ladera de la colina, las terrazas escalonadas de piedra gris amarillenta, desnudas y monumentales. Segmentos erosionados de muro aquí y allá permitían intuir las vueltas y revueltas de una carretera empinada que descendía la colina. Para cuando vio el Land Rover que se acercaba, el grupo de hombres se había apartado de ella, y para cuando el vehículo entró en el patio de la estación, todos habían desaparecido.
—¿Es usted Marian Taylor?
Con el alivio de volver a sentirse ella misma, aceptó el tranquilizador apretón de manos del hombre alto que se apeó del vehículo.
—Sí. Lo lamento. ¿Cómo ha sabido que estaba aquí?
—Como no dijo usted cuándo iba a llegar, pedí al jefe de estación de Greytown que estuviera atento y me enviara un mensaje con la furgoneta del correo cuando la viera esperar nuestro tren. La furgoneta llega a Gaze como poco media hora antes que el tren. Y pensé que no sería usted difícil de identificar. —Acompañó las últimas palabras de una sonrisa que convirtió el comentario en cumplido.
Marian se sintió reprendida pero a la vez bien cuidada. Le gustaba aquel hombre.
—¿Es usted el señor Scottow?
—Sí. Tendría que haberlo dicho. Gerald Scottow. ¿Son esas sus maletas? —Hablaba con un agradable acento inglés.
Ella lo siguió al vehículo, sonriente y decorosa, esperando causar buena impresión. El momento previo de miedo no había sido más que una tontería.
—Vamos allá —dijo Gerald Scottow.
Mientras él metía las maletas en la parte trasera del Land Rover ella vio en el interior en penumbra lo que al principio creyó que era un perro grande, pero que a continuación identificó como un chico muy guapo de unos quince años. El chico no se apeó, sino que la saludó inclinando la cabeza desde detrás del equipaje.
—Este es Jamesie Evercreech —dijo Scottow cuando ayudaba a Marian a acomodarse en el asiento delantero.
El nombre no le decía nada pero ella se preguntó al saludarlo si se trataría de su futuro alumno.
—Confío en que tuviera usted oportunidad de tomar un té decente en Greytown. Hoy cenaremos tarde. Es muy amable por su parte que haya decidido unirse a nosotros en este lugar olvidado de la mano de Dios. —Scottow puso en marcha el motor y el vehículo dio marcha atrás hacia la retorcida carretera.
—En absoluto. Estoy muy emocionada por venir.
—Supongo que es su primera visita. La costa está bien. Bella quizá. Pero el interior es espantoso. No creo que haya ni un solo árbol entre aquí y Greytown.
Mientras Marian, que ya se había percatado de ello, buscaba una forma de convertirlo en un mérito, el Land Rover tomó una curva cerrada tras la que apareció el mar. Se le escapó una exclamación.
Era de un luminoso verde esmeralda veteado de púrpura oscuro. Islotes irregulares de un verde más claro y menos brillante, entreverados de sombras, asomaban de él rodeados por anillos de espuma. A medida que el vehículo continuaba trazando quiebros y ascendiendo, la escena aparecía y reaparecía, enmarcada por peñascos fisurados de roca gris que, ahora que estaba más cerca, Marian vio que estaban cubiertos de amarilla uva de gato y de saxífragas y de un musgo rosa y copetudo.
—Sí —dijo Scottow—. Bello, sin duda. Me temo que yo ya estoy acostumbrado, y contamos con muy pocos visitantes que nos permitan observarlo con nuevos ojos. Verá usted los famosos acantilados en un minuto.
—¿Vive mucha gente por aquí?
—Es un paraje despoblado. Como ve, apenas hay tierra. Y en el interior, donde sí la hay, es en forma de ciénagas. La población más cercana es Blackport, nada más que un deprimente pueblo de pescadores.
—¿No hay un pueblo en Gaze? —preguntó Marian, encogiéndosele un poco el corazón.
—Ya no. O apenas. Antes había algunas casas de pescadores y una especie de taberna. Un poco hacia el interior había un pequeño páramo y un lago, y la gente iba a cazar y a cosas así, aunque nunca estuvo realmente de moda. Pero una tormenta arrasó el sitio hace unos años. Se perdieron todas las embarcaciones de pesca y el lago se desbordó e inundó el valle. Fue un desastre bastante renombrado, a lo mejor leyó sobre ello. Y ahora el páramo no es más que otro trozo de ciénaga, y hasta los salmones han desaparecido.
Marian pensó, llevada por un presentimiento repentino, que a lo mejor Geoffrey tenía razón después de todo. Habían consultado juntos el mapa y él había meneado la cabeza. No obstante, Gaze figuraba señalado con tipos de tamaño considerable y Marian estaba convencida de que sería un sitio civilizado, con tiendas y un bar.
El entusiasmo y la desesperación se habían ido dando el relevo durante el último mes; ella se daba cuenta ahora de lo inocente que había sido imaginar su viaje como el inicio de una especie de felicidad. Geoffrey no había sido su primer amor, pero el sentimiento había tenido la intensidad de una primera vez, junto con la profundidad y el esmero que surgen del buen juicio siempre presente. Ella ya no era, después de todo, tan joven. Estaba muy cerca de los treinta; y la impresión de que, hasta aquel momento, su vida solo había sido una serie de improvisados ensayos de puesta en escena la había llevado a dar la bienvenida del modo más rapaz a lo que por fin parecía un evento real. Decepcionada por completo, había afrontado la pérdida con intensa racionalidad. Cuando quedó claro que Geoffrey ni la amaba ni era capaz de hacerlo, decidió que tenía que irse. Se había acomodado, quizá mucho, en su trabajo de maestra de escuela. Ahora, de pronto, veía evidente que la misma ciudad, incluso el mismo país, no podía contenerla a ella y también a él. Marian admiró su propia crueldad. Pero se admiró incluso más por lo que vino a continuación: cómo, tras dejar de querer expulsar por completo a Geoffrey de su cabeza, de no tenerlo presente, descubrieron que, después de todo, podían seguir hablando de manera racional y amable. Ella fue generosa de una manera consciente. Le permitió consolarla un poco por haberlo perdido; y obtuvo la dolorosa gratificación de descubrirlo a punto de enamorarse en el momento en que ella, asombrosa, desgraciadamente, se empezaba a recuperar.
Lo había visto casi por casualidad, el curioso y pequeño anuncio. Geoffrey se había burlado de ella diciendo que solo estaba impresionada por un nombre ilustre y una fantasía de «vida sofisticada». Era cierto que le atraían el nombre, castillo de Gaze, y la remota región, con fama de hermosa. Una tal señora Crean-Smith solicitaba una institutriz con conocimientos...

Índice

  1. El unicornio
  2. Parte uno
  3. Parte dos
  4. Parte tres
  5. Parte cuatro
  6. Parte cinco
  7. Parte seis
  8. Parte siete
  9. Créditos