Impedimenta
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Impedimenta

Primavera de plástico y café latte en Corea del Sur

  1. 176 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Impedimenta

Primavera de plástico y café latte en Corea del Sur

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Información del libro

Una estudiante de la Universidad Yonsei que frecuenta la consulta de un adivino. Un actor de telecomedia que vive con miedo a ser asesinado por los guionistas. Una nonagenaria que vende patitos de madera en las galerías comerciales del metro de Seúl. Una pareja de enamorados con un cupón descuento para degustar el bollo de leche más vendido del mundo. La burbuja de los cafés franquicia en Corea del Sur. Y Fernández, un hombre sin apenas atributos que ha llegado a Seúl para participar en la Feria Internacional del Café y no deja de encontrar excusas para quedarse en el país. Soplan vientos de guerra con el vecino del norte, pronto florecerán los cerezos y el Cumpleaños de Buda está al caer.La nueva novela de San Basilio ("Curso de Librería", "Mi gran novela sobre La Vaguada", "El joven vendedor y el estilo de vida fluido"), uno de los más iconoclastas y visionarios escritores españoles de la actualidad, dotado de un ojo privilegiado para descubrir lo inédito y lo enigmático que reside en lo más trivial de la vida, se asoma con humor y asombro al vibrante universo del enjambre surcoreano.

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Información

Año
2018
ISBN
9788417115739
Edición
1
Categoría
Literature

1.

LEE JAE EUN, UNA CHICA OCUPADA
Lee Jae Eun estudia Terapia Ocupacional en la Universidad Yonsei y está metida en un club estudiantil donde hace música junto a un grupo de amigos instrumentistas y ella se ocupa de cantar. Su canción favorita es Skyfall, de la cantante inglesa Adele. La semana pasada, en clase de Inglés, deslumbró a sus compañeros y a su profesora Olivia con una presentación sobre España. España: país de la pasión y el romanticismo. A Jae Eun le gusta lo que hace —lo que estudia— y considera que su trabajo puede ser algo interesante —su futuro trabajo— y útil para los demás y eso le hace sentir bien pero se pregunta si será bastante para ella, dado que siente verdadera admiración por la manera en que los artistas —los músicos, los pintores, los escritores— viven su vida: «una manera apasionada». Además de estudiar Terapia Ocupacional en el campus que la Universidad Yonsei tiene en los alrededores de Wonju, Jae Eun da clases de apoyo a estudiantes de secundaria y todavía encuentra tiempo para trabajos de fin de semana como el de azafata de congresos en la Feria Internacional del Café de Seúl. «Soy una chica ocupada», dice mientras se echa para atrás la media melena y la ciudad de Wonju desaparece tras las ondulaciones de la carretera. Hemos llegado hasta el campus en taxi. La Universidad Yonsei tiene suscrito un acuerdo con una compañía de taxis de Wonju en virtud del cual los estudiantes y profesores pagan solo media carrera. Si el taxista empezaba a hacer preguntas, yo tendría que hacerme pasar por estudiante de la universidad. Le he dicho a Jae Eun que preferiría pasar por profesor, dado que ya había sido estudiante de universidad y no había sentido nada especial.
—Así que quieres ser profesor.
—Sí, profesor de liderazgo o algo por el estilo. Eso me gustaría mucho.
—Oh.
Pero el taxista ha cogido el dinero —¡bien hecho, amigo!— y no ha preguntado nada.
—Esto es Yonsei.
Yonsei es un pequeño mundo sumergido en lo más profundo de un valle arbolado, mullido y abundante. El campus consta de seis o siete edificios y un auditorio con muchos locales para que los estudiantes hagan música y celebren todas esas reuniones de estudiantes universitarios, además de un pabellón de servicios con una librería, una papelería, una oficina de correos, dos cafés y un banco. Hay campos de fútbol, de béisbol y de baloncesto, una pista de atletismo y residencias universitarias de ladrillo rojo y un comedor de precios simbólicos. La comida del comedor para estudiantes de la Universidad Yonsei, pese a ser estrictamente coreana —algas, arroz, kimchi, carne, kimchi, arroz, algas— tiene ese aire común a la comida de todos los comedores universitarios del mundo. Toda la comida de todos los comedores académicos, todo ese rancho académico, participa de una misma cualidad que la dota de entidad corpórea: la materia común a todas las cosas o en este caso a toda la comida universitaria (materia troncal). Afuera de este comedor hay un porche con bancos de picnic y tablas de madera donde los estudiantes dejan las sobras de su comida para que se las coman los gatos, que a cambio se dejan manosear por cualquiera.
—La Universidad Yonsei es amiga de los gatos —di- ce Jae Eun.
Después de comer damos un salto hasta el pabellón de servicios y nos acomodamos en el café Grazie, pequeño y recoleto, casi inexistente. El interés de Jae Eun por España no es flor de un día y va más allá de la presentación que ha preparado para la clase de Inglés: ¿qué lengua hablamos en España? En España se habla la lengua de la pasión y del romanticismo, de momento. Pero a mí me interesa la opinión de Jae Eun —una chica ocupada además de una joven de su tiempo y una voz autorizada en tanto que azafata de congresos en la Feria Internacional del Café de Seúl— sobre el fenómeno de las cafeterías en Corea. Ella no lo contempla en tanto que fenómeno global que afecta a toda la sociedad coreana sino de manera parcelaria, y considera que cada franquicia es un mundo. Entre todas ellas, Jae Eun se queda con Paris Baguette.
—¿Paris Baguette? ¿En serio?
Resulta que Jae Eun se considera a sí misma —¡bien hecho, Jae Eun!— una chica con estilo y, en este caso, el autoconcepto de Jae Eun parece coincidir con el concepto que los demás tienen de ella. Las cabezas de los estudiantes —chicos y chicas— de Yonsei se vuelven para observar mejor a Jae Eun, que se ha hecho con unas medias rotas en una tienda de segunda mano del barrio de Hongdae, en Seúl, y se ha comprado unas botas Dr. Martens verde botella y lleva encima una rebeca de nudos gruesos que le llega por las rodillas, más abajo que la falda. Han pasado dos amigos por delante de nuestra mesa del café Grazie y Jae Eun les ha hecho parar y luego se ha levantado y ha dado una vuelta sobre sí misma para que admirasen sus botas nuevas, pero ellos se han interesado sobre todo por las medias. «¿Son nuevas también?» Jae Eun ha meneado la cabeza y después ha dicho:
—¡Mis amigos son tan tontos…!
De modo que Paris Baguette no es lo que uno podía esperar de ella. Como no quiero ofenderla, le digo que algunos Paris Baguette no son verdaderas cafeterías, lugares donde pasar la tarde, dado que no hay mesas ni sillas, sino meros despachos de bollería, panadería y todo lo demás. «Eso demuestra que son lugares verdaderamente buenos, son lugares auténticos a los que la gente no va para pasar el rato sino para llevarse algo bueno a casa.» Veo que no vamos a llegar a ningún acuerdo en este asunto. En mi opinión, la panadería, el despacho de pan, resta categoría y sobre todo calidez al café. Y los locales de Paris Baguette en los que hay servicio de cafetería y sillas no son ninguna maravilla y son tan acogedores como puede serlo la sandwichería Rodilla de la estación de autobuses de Méndez Álvaro. ¿Y qué hay de Angel-in-us Coffee?, ¿acaso no es un sitio con estilo? Jae Eun hace un mohín de coquetería y junta los brazos y mueve las manos como un patito que aletea: es una referencia a las alas de los angelitos de la imagen corporativa de Angel-in-us Coffee. En realidad son angelotes. Las puertas de la mayoría de estos cafés tienen por tirador unas alas de ángel del tamaño del ala desplegada de una gaviota. Las sillas están bañadas en algo que parece pan de oro y el olor a café hace que se le dilaten a uno las narices. Le digo a Jae Eun que una diseñadora española ha firmado un contrato con Angel-in-us Coffee para ocuparse de la nueva imagen corporativa —no es exactamente así, lo que ha hecho esta diseñadora española ha sido ilustrar algunas tazas y cojines que luego se venderán en los locales de Angel-in-us Coffee— y ella muestra una amable indiferencia. Es verdad que este asunto de la diseñadora española —el país de la pasión y del romanticismo, después de todo— no era más que un dato para dejar caer en la conversación y, como tal, desaparece en cuestión de segundos. «Firenze también tiene mucha clase.» «¿Firenze? Creo que no lo conozco.» Que yo no conozca las cafeterías de la cadena Firenze no significaría nada porque hay cafeterías por todas partes, cada día que pasa descubro una nueva y además se da un fenómeno que me gustaría comentar con Jae Eun. Algunas cafeterías son negocios particulares en los que se pretende dar la idea de que aquello forma parte de una cadena.
—Ahora que lo dices, es posible que Firenze no sea una cadena. Hay uno en Ansan, junto al intercambiador de transportes. Yo soy de Ansan. Pero una cosa está clara: Firenze tiene clase.
Ansan es una ciudad de segunda situada a treinta kilómetros de Seúl y casi en su área metropolitana a la que, de hecho, se puede llegar en metro o en tren de cercanías. No es lo que suele llamarse un lugar con encanto, aunque se asome al mar Amarillo, y tiene un pequeño problema de autoestima.
—La gente en Ansan —dice Jae Eun— es buena; lo que pasa es que, en fin, en Ansan hay gente de todo tipo y no todos son coreanos. No sé si me entiendes.
Hay muy pocos inmigrantes en Corea y casi todos ellos —kazajos, rusos, indios, bangladesíes, chinos: gente de todo tipo— están en Ansan. Por supuesto, me apresuro a decirle a Jae Eun que he entendido. Todos los días, mucho antes de que despunte la aurora, el padre de Jae Eun la deposita en el intercambiador de transportes de Ansan y ella coge un autobús que la lleva hasta Wonju, lo cual supone una hora y media en el mejor de los casos, y luego se sube en uno de los tres autobuses urbanos que hacen parada en el campus de la Universidad Yonsei —líneas 30, 31 y 34: media hora más o menos— salvo cuando llega tarde o tiene el capricho de ir en taxi, lo cual le supone un desembolso extra de tres o cuatro mil wones.
Aunque frecuenta ciertos cafés en los que un —o una— saju (no es exactamente un adivino) le dice, después de hacer una serie de combinaciones con los cuatro pilares de su destino, lo que ella quiere saber acerca de su futuro más o menos inmediato, Jae Eun sabe que eso no son verdaderos cafés. La semana pasada, una saju que pasa consulta en un café cerca de la estación de autobuses de Wonju le dijo a Jae Eun que tendría más de cuatro hijos, pero esa misma saju le había dicho al novio de Jae Eun que tendría dos hijos solamente, lo cual hace sospechar que el destino de ese muchacho, estudiante de Administración de Empresas en Yonsei, y el de Jae Eun no están sellados ni mucho menos.
—Pero cuando dos personas se quieren todo es posible, ¿no te parece?
Cuando quiero darme cuenta, Jae Eun está enseñándome las maravillosas instalaciones de la Universidad Yonsei en su campus de Wonju. La capilla, el anfiteatro con grada de hierba, los campos de deporte. Me siento como un padre en el trance de elegir colegio privado para sus hijos (Yonsei es una universidad privada, además de cristiana).
—También tenemos un lago —dice Jae Eun.
Pero el lago estaba allí antes que la universidad. Es el campus el que se asoma a un lago. También hay un río, que de hecho va a dar al lago y ahora es un cauce seco lleno de piedras y juncos amarillos, pero, al final del verano, cuando haya pasado la temporada de lluvias, correrá caudaloso y abundante hacia su destino. Cuando salgo de la pequeña galaxia Yonsei, me doy cuenta del mucho tiempo que me ha dedicado Jae Eun, pese a ser una chica ocupada, y me pregunto si se lo habré agradecido bastante y, también, si la habré molestado o aburrido con mis preguntas acerca del fenómeno de las cafeterías en Corea y por supuesto no encuentro la respuesta.

FERNÁNDEZ EN EL CENTRO DEL MUNDO

Fernández se deslizó por entre los pasillos de la Gran Feria Internacional del Café de Seúl, en un centro de congresos del tamaño de una capital de provincias llamado Coex, en el distrito de Gangnam, y a los cinco minutos le pareció que ya lo había visto todo, aunque eran miles de metros cuadrados de especialización: empresas distribuidoras de café, fabricantes de mobiliario para cafeterías, mayoristas de bollería y muchas máquinas para hacer café que parecían alambiques. Los corredores de café hundían la mano en las sacas de cuerda y removían los granos, levantaban un aroma avasallador y susurraban topónimos de gran capacidad sugeridora. De entre los profesionales del sector, destacaban, como tragasables y comedores de fuego en un mercado persa, los llamados baristas, que hacían demostraciones para un público admirado: había un barista ciego que manejaba la jarra de leche con pulso de cirujano y dibujaba corazones de nata y hojas lanceoladas en lo alto de los cappuccinos y, además de guiarse por el olfato —movía la nariz todo el tiempo—, parecía trabajar de oído porque no miraba a la taza —obvio— sino al frente y con la cabeza ladeada.
Incredible!
Pero este barista estaba fuera de concurso, dado que había un concurso o Campeonato de Superbaristas en un pabellón para eventos especiales. Los baristas competían por parejas en una cocina de atrezo y tenían que preparar un espresso, un cappuccino, un caramel macchiato y un café irlandés para un jurado de cuatro personas. Había un público apretado de estudiantes de hostelería y curiosos y se respiraba una cierta tensión dramática. Fernández forzaba conversaciones con profesionales del sector y casi todas las respuestas que obtenía incluían la palabra negocio: oportunidad de negocio.
—Hmmm.
Y eso fue todo. Abandonó la feria y luego la gran mole del centro de exposiciones Coex y una vez en la calle le pareció que el mundo se abría en una tarde estallada de neones, y empezó a caminar sin cuento, mundo adelante, y atravesó un barrio residencial, un mercado de repuestos de automóvil, un parque con dos lomitas y muchos columpios para que la gente hiciera gimnasia. Bordeó un nudo de autopistas, se asomó al río Han y se sentó en un banco hecho con listas de madera. Sus párpados se confundían con la raya del horizonte —una barcaza navegaba despacio— y sus pensamientos flotaban ya entre los rizos de espuma sucia cuando un par de pájaros de colores empezaron a volar por encima de su cabeza. Estos pájaros dibujaban en el aire unas formas caprichosas, casi irritantes, y cuando Fernández comprendió que en realidad...

Índice

  1. PORTADA
  2. CRÓNICAS DE LA ERA K POP
  3. 1. LEE JAE EUN, UNA CHICA OCUPADA
  4. 2. CAFÉ PARA TODOS O LA REDISTRIBUCIÓN DEL LUJO
  5. 3. HONGDAE, UN BARRIO ENROLLADO: ¿HASTA CUÁNDO?
  6. 4. SE VENDEN PERROS, PECES Y GALLINAS (EN LA PARADA DE AUTOBÚS)
  7. 5. HOT & COOL COFFEESHOP O LA VIDA DIFÍCIL DE UN ACTOR SIN FRASE
  8. 6. ROGERS Y HAMMERSTEIN REESTRENAN EN ITAEWON
  9. 7. EL BOLLO DE LECHE MÁS VENDIDO DEL MUNDO
  10. 8. «¿QUÉ COÑO ES UN BARISTA? ¡YO SOY UN BARISTA!»
  11. 9. 1975
  12. 10. LA CULTURA DEL MOSTRADOR O LA DISOLUCIÓN DEL YO (EN UNA TAZA DE CAFÉ CON LECHE)
  13. ÍNDICE
  14. SOBRE ESTE LIBRO
  15. SOBRE FERNANDO SAN BASILIO
  16. CRÉDITOS