1 · La voz desde París
—¿Qué pasa, cariño? —quiere saber Castleton.
Ella hace un gesto fugaz con la mano pidiendo silencio. Parece que hay algún problema relacionado con el envío del niño. El hermano de Marguerite, Armand Benoir, les ha estado telefoneando desde París todas las noches de la última semana de su luna de miel para contarles cómo estaba Georges-Marie Benoir, el hijo inválido de ella.
El hijo de Mim es fruto de su primer matrimonio, a los dieciséis años, con su primo, Georges Benoir.
A eso de las seis y veinticinco de la tarde del domingo, cuando están a punto de salir a tomar unas copas, suena el teléfono. Es Armand.
—Mon dieu, Vincent! —exclama Marguerite, súbitamente preocupada por su hijo.
—Llamo por el pequeño Benoir —dice Armand de golpe—. Deja que Vince escuche, Mimí. A él también le afecta.
Castleton coge el accesorio especial que ha añadido a todos los teléfonos de la casa a petición de Marguerite. Se trata de unos auriculares que los Benoir consideran indispensables para cualquier usuario civilizado. Ellos, desde luego, usan el teléfono a lo grande. Castleton sabe que Mim y su hermano han llegado a mantener conversaciones al aparato que han durado hasta dos horas.
—A ver —dice la agradable voz de su cuñado—… No hay manera de enviar al gatito en este momento. —Armand siempre llama a George «el gatito».
—Ah, non! —grita Marguerite—. Ah, non, Armand! Pourquoi?
Castleton puede medir su nivel de alarma porque de repente se ha puesto a hablar en francés.
—Pero ¿qué ha pasado? ¿Es que Mumú está enfermo?
Marguerite siempre llama a su hijo «Mumú».
No está enfermo. No ha pasado nada.
—Courvoisier se opone, voilà tout —dice Benoir—. No dejes que te estropee lo que os queda de luna de miel, Vince.
—¡Pero eso es totalmente ridículo! —grita Marguerite—. ¡Mumú ha ido en avión a todas partes! ¿Por qué Courvoisier se opone ahora?
—¿Vince está todavía por ahí, Mimí? —se limita a preguntar su hermano—. Quiero hablar con él.
—Sí, está aquí. Pero ¿qué ha pasado con Mumú, Armand? Sus últimos análisis estaban bien.
—Courvoisier quiere repetirlos. Evidentemente, no estaba satisfecho con el diagnóstico.
—¡Será imbécil! —exclama Marguerite.
Su hermano no se molesta en contestarle.
—Hubo que ingresar al gatito en la clínica durante dos días —se limita a decir.
—Mon dieu, ¿qué pasó?
—Le hicieron los análisis —contesta sencillamente Armand.
—¿Ya está de vuelta en Auteuil?
—Claro que está de vuelta. Mami le ha llevado la cena a la cama. Pidió champagne y ostras.
—¡Qué desastre! —se lamenta Marguerite.
—No es ningún desastre, al revés. El champagne y las ostras son estupendos. Tu pequeño Benoir ya da muestras de tener un gusto de lo más respetable. Déjame hablar un momento con Vincent, ¿vale?
—¿Quién le acompañó a la clínica? —quiere saber Marguerite.
—Yo. Todos los demás le mandaron besos y cariños, pero fue Benoir quien tuvo que permanecer enclaustrado dos días enteros.
—Mi pobre Armand… Como siempre, todo depende de ti.
—He logrado sobrevivir. Sé buena chica, Mi, y pásame a Vince.
—Pero ¿qué vas a hacer? —insiste Marguerite—. ¿Cómo vas a mandárnoslo?
—Habrá que meterlo en la bodega —le dice su hermano, riéndose—. No te preocupes, recuperarás lo que te pertenece sin ningún problema. ¡Eh, Vince!
—Hola —saluda Castleton, haciéndose cargo de la situación y cogiéndole la mano a su esposa. Ella escucha atentamente a su lado, con todo el cuerpo en tensión.
—Ya lo has oído, ¿verdad, Vince?
—Sí, es un problema bien feo —afirma Castleton—. ¿Hay algo que yo pueda hacer?
—Les preocupa la altura —dice Armand—. Tendré que mandároslo de cualquier otro modo. ¿Cómo te va, compañero?
—Bien —responde Castleton, pero Marguerite estalla:
—Vas a tardar seis días si decides venir por mar y luego en tren, Benoir. ¡Te vas a morir de aburrimiento!
—No hay otro remedio, querida —afirma él con tranquilidad.
—¡Ah! ¡Mumú malo! —lo regaña Marguerite, como si su hijo estuviera con ellos en la habitación—. ¡Cuántos problemas le causas a mi pobre Armand, Mumú malo!
A Castleton le resulta muy divertida la indignación que siente hacia su tesoro por no ser del todo perfecto.
—¿Por qué no puedo ir yo a buscar a George? —le pregunta a su cuñado—. Podría quedar contigo e...