Impedimenta
  1. 272 páginas
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Información del libro

Una tan extraña como inteligente combinación de ironía, mordacidad, compasión y agudeza recorre estos hermosos ensayos que son a la vez profundamente relevantes. Dubravka Ugrešic, ganadora del Neustadt International Prize, nos lleva con suma elegancia hacia las claves que nos permiten comprender el presente: desde La La Land hasta el cadáver de Lenin.Los tatuajes y la modificación del cuerpo, la música que colorea y matiza los eventos deportivos, El planeta de los simios… El humor, la experiencia, así como una rica cantidad de referencias culturales, le permiten a Dubravka Ugrešic abordar en este volumen los sueños, las esperanzas y los miedos a los que ha de enfrentarse el individuo moderno. El colapso que experimentó Yugoslavia, y el consiguiente exilio de la autora, hacen que reflexione acerca del nacionalismo, el crimen y la política. Ugrešic, una de las escritoras contemporáneas que disfruta de un mayor reconocimiento en Europa, alza la mirada con valentía para adquirir una perspectiva humanista y retratar así a aquellos personajes icónicos del antiguo bloque del Este que trabajan actualmente como limpiadores en Holanda o que abren tiendas clandestinas con productos procedentes de sus distintos países de origen.Críticas"Ugreši?, como dijese Jacques Maritain, es capaz de soñar y alcanzar la verdad desde la Literatura."New York Times"Dubravka Ugreši? narra con extremada lucidez el relato de aquellas vidas devastadas por los designios del mal y el exilio."Charles Simic"Nunca una autora había subrayado con tanta maestría la naturaleza colectiva de los relatos y las narraciones humanas."Joanna Walsh"Ugreši? describe implacablemente la experiencia y el papel de las mujeres en la tradición cultural de los Balcanes."Clive James"La escritura de Ugreši? no parte de ideas preconcebidas: disecciona la sociedad un sentimiento salvaje y aventurero de lo real."World Literature Today"Ugreši? conmueve, no solo por su elocuencia, sino también por su voluntad férrea de mostrar el mundo tal y como es."Mary Gaitskill"En lugar de alejarse de las zonas pantanosas por donde otros escritores no osarían adentrarse, Ugreši? avanza por ellas desde la seguridad y la libertad."The Independent"Tal y como hiciese Vladimir Nabokov, Ugreši? alude a nuestra memoria como el salvoconducto de nuestra identidad."The Washington Post

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Información

Año
2021
ISBN
9788417553975
Edición
1
Categoría
Literatura

¡Aquí no hay nada!

«Lo bajaron al fondo. Llegó hasta cierto punto, pero temió descender al abismo. Tiró de la cuerda y lo sacaron. Cuando lo sacaron, le preguntaron:
—¿Qué has visto?
—No hay fondo —respondió.»
Cuento romaní
1
La cultura del balneario es un segmento significativo de la historia de la civilización. Aunque la historia de la civilización se basa en guerras, conquistas, batallas famosas y heroísmo varonil, hubo quienes, como los antiguos romanos, consiguieron dejar a la posteridad un legado provechoso. Allá por donde pasaron, los romanos dejaron baños públicos, termas romanas y monumentos a la diosa Minerva, cuyo nombre adorna hoy muchos hoteles termales. También los turcos, los árabes, el mundo islámico obsequiaron a la civilización con baños públicos, los hamam, y proporcionaron a todos la costumbre accesible y barata del baño. La Europa del norte tiene las saunas, el baño de vapor, la mitología folclórica del agua, las leyendas de los seres míticos que hacen curaciones y rejuvenecimientos milagrosos, las ondinas, un mundo imaginario entero vinculado con el agua. El baño de vapor ruso es una parte inseparable de la vida cotidiana, pero también un motivo frecuente en el folclore, en las tradiciones populares, en los cuentos de hadas, en la literatura (Maiakovski, Zóschenko) y en las películas. La trama del filme de Eldar Riazánov La ironía del destino o goce de su baño empieza en un baño ruso, mientras que en la película de David Cronenberg, Promesas del este, los baños londinenses que frecuenta la mafia rusa sirven como escenario de brutales ajustes de cuentas. Los balnearios famosos de Europa occidental, como Baden-Baden, acogieron a Tolstói y a Dostoievski, mientras que en Karlovy Vari (Karlsbad) se solazaron Beethoven, Liszt, Chopin, Pedro el Grande, Turguénev y, de nuevo, Tolstói. No se equivocó Milan Kundera cuando situó la trama de esa perla literaria que es La despedida en un balneario checo.
De un modo u otro, siempre acabo tropezando con las termas, incluso cuando viajo por razones que nada tienen que ver con ellas, como cuando hace unos meses visité la universidad de Warwick por un asunto literario. Mientras estaba allí me asomé al Royal Leamington Spa, un balneario activo en el siglo XIX. Voy a tomar las aguas termales no solo por mi dolor de espalda, sino también porque, además de los músculos, en los balnearios refuerzo mi capacidad de observación. El efecto que tienen sobre mí es sosegante a la vez que embriagador, me confrontan con mis necesidades médicas y mi estatus social, me ayudan a sentirme mejor, alientan mi ilusión de que las cosas son mejores de lo que son.
Abi Wright, experta en la industria balnearia en rápida expansión (spa industry), afirma que los precios de un día en un spa se mueven entre 20 y 2000 libras. Y precisamente en este terreno comercial es donde hay más dinamismo. Los asiduos (tal vez podríamos llamarlos termalistas) recorren muchos kilómetros, como los jubilados croatas que en autocares medio secretos viajan al balneario de Vrućica, en la vecina República Srpska. Los jubilados-traidores pagan los servicios termales a los odiosos serbios porque allí son más baratos y mejores que en Croacia. Los balnearios son, por lo tanto, una prueba de patriotismo. El patriotismo termina donde empieza el balneario. Y he aquí un detalle que en todo el mundo solo lo entienden los serbios y los croatas. En algunos de los cajeros automáticos de la República Srpska, las teclas, en lo que se refiere al idioma, ofrecen dos opciones: inglés o idioma local. Y eso también solo lo pueden entender los locales. A saber, el idioma de los locales es como la lengua de un dragón: se divide en tres lengüitas, el serbio, el croata y el bosnio. Y todo este moderno complejo termal que se llama Banja Vrućica está dominado por un templo ortodoxo, uno más de la serie de templos ortodoxos, musulmanes y católicos recién construidos y estilísticamente estandarizados que se han esparcido por el paisaje de Bosnia y Herzegovina.
2
¿Por qué me atraen los balnearios? En ellos me siento como una antropóloga en misión secreta: observo las sutiles migraciones de personas y de dinero en los lugares donde menos te lo esperas y donde menos se nota. Los balnearios que me interesan son los que están construidos sobre los cimientos de antiguas termas austrohúngaras (¡y estas a su vez se alzan sobre cimientos romanos!) o los que han surgido en la época socialista yugoslava. Muchos de estos balnearios no han sido renovados, muchos continúan devastados después de la guerra pasada (1991-1995). A saber, los han ocupado veteranos de guerra que, enloquecidos por el alcohol, las drogas y las heridas, descargan su rabia en estos establecimientos. En ellos, la vieja utopía comunista (el sueño de unos sanatorios altamente profesionales, luminosos y modernos para todo el mundo) y la actual pesadumbre humana poscomunista se han quedado estancadas junto con el moho en los bordes de los azulejos y en las bañeras de hidromasaje. A diferencia del personal del balneario, compuesto en su mayoría de jóvenes poscomunistas, zombis guapetones, cuya tarjeta de memoria se ha borrado, yo leo las cosas que me rodean de otra forma. Soy mayor que ellos y sé que debajo de una capa hay otra, debajo de esta, una tercera…
En los tiempos yugoslavos confluían en el sanatorio Institut Dr. Simo Milošević, en la localidad montenegrina de Igalo, ríos de eslovenos, croatas, bosniacos, serbios y macedonios que sufrían de alguna enfermedad ósea. Todo aquello lo cubría con despilfarro (¡es lo que dicen hoy!) la seguridad social yugoslava. El instituto es un imponente edificio de arquitectura socialista modernista yugoslava con el vestíbulo hotelero más grande de la antigua Yugoslavia, con un reducido número de apartamentos que alcanzan casi unos innecesarios cien metros cuadrados y una piscina desproporcionadamente pequeña. La construcción causa hoy admiración y tristeza, igual que muchas otras formas de ambición fracasada, pero también produce sensación de abandono, ese tipo de abandono que surgió con la caída del comunismo y el advenimiento de una democracia mal interpretada. Rastros visibles de la época comunista, el mar Adriático delante de tus narices y unos precios muy bajos atraen hoy a noruegos, daneses y holandeses entrados en años. Los empleados del sanatorio hace siglos que esperan que lo compre algún extranjero rico y lo convierta en un centro de bienestar elegante. El personaje del ginecólogo, el doctor Škréta de la novela de Kundera La despedida, que sueña con que lo adopte el rico americano Bertlef, es en realidad una precisa metáfora precursora de la actual Europa poscomunista. Una Europa poscomunista que se percibe a sí misma como un deseado centro de bienestar al que acuden en masa diferentes tipos de ricachones que no tienen nada mejor que hacer que satisfacer las fantasías de los lugareños y adoptarlos de una vez por todas.
Igalo no es un destino solo de escandinavos reumáticos, sino también de rusos pobres. Mientras los rusos escandalosamente ricos compran terrenos en las montañas montenegrinas, donde construyen villas suntuosas con vistas al mar cual nidos de águila, los rusos pobres compran estudios y pisos de cincuenta metros cuadrados en feos rascacielos socialistas. He conocido a una rusa, una señora mayor, y a su hijo. Han comprado un pisito de este tipo y veranean en Igalo cada año.
Después de comprar el balneario checo de Karlovy Vary y conquistar con dinero lo que antes habían intentado conquistar con carros de combate; después de convertir Montenegro en un lugar de recreo y a los orgullosos montenegrinos en sus camareros, blanqueadores de dinero, guardaespaldas, etcétera, los rusos han continuado su expansión hacia el noroeste y han ocupado los balnearios eslovenos, Rogaška Slatina, por ejemplo. Antaño lo que unía a los yugoslavos era la fraternidad y la unidad, hoy los unen, al menos es lo que parece, los rusos. En vano lanzó Tito su célebre e histórico «no» a Stalin. Hoy los pueblos posyugoslavos brindan su voluntario «sí» al capital de los hijos de Putin. ¿Cómo lo sé yo?
En septiembre de 2016 me alojé durante cinco días en el Gran Hotel Rogaška, que había comprado un ruso rico. Este magnate, dicho sea de paso, no había invertido ni un céntimo en la reforma del inmueble. La única novedad eran los canales rusos de televisión en las habitaciones. En cinco días me harté de ver televisión rusa y aprendí lo fácil que es adoptar el reflejo visible, superficial, del estilo de vida occidental. Incluso el último palurdo ruso, como el tristemente célebre político Vladimir Zhirinovski, ha aprendido que lo más importante es rediseñarse; que hay que tener un buen dentista, un buen peluquero, un cirujano plástico, un óptico, un entrenador individual y ropa de marca, con todo eso la perestroika personal está más o menos garantizada. De todos modos, eso lo saben todos los hijos del poscomunismo, lo sabe también la presidenta croata Kolinda Grabar-Kitarović, que puede agradecer el repentino auge de su popularidad política al hecho de haber perdido exitosamente los kilos que le sobraban y a que en lo que respecta a la moda sigue diligentemente a Carrie Bradshaw, de la famosa serie Sexo en Nueva York. Mirando los programas rusos descubrí también que la dura televisión comunista soviética censurada era incomparablemente mejor que la actual no censurada. De los canales rusos mana hoy una cruda estupidez no censurada.
A los huéspedes rusos les gusta pasear envueltos en albornoces de felpa blanca mientras sorben sumisos la insípida agua mineral. En el Donat, el hotel vecino, cada cliente recibe su jarra con un número personal y luego, jarra en mano, entra en el templo acristalado del dios del agua mineral, en este caso el agua DonatMg, a la que cariñosamente llaman «Donatica». Los rusos disfrutan participando en el acto colectivo de rendir honores al agua mineral antiestreñimiento, el Gran Magnesio. Por la jarra con número personal se paga siete euros al día, a pesar de que fuera del templo hay lugares donde se puede beber gratis la misma agua. Delante del hotel Donat se alza la estatua del comunista esloveno Boris Kidrić, organizador de la resistencia antifascista eslovena en tiempos de la ocupación alemana. Boris Kidrić está hundido hasta las caderas en un pedestal de mármol, como en arenas movedizas. Tiene uno de los brazos caído a lo largo del cuerpo y el otro levantado, como si sujetara una jarra con agua mineral en actitud de brindar, pero en la mano no hay nada, de manera que los clientes del hotel a menudo colocan un ramito de flores silvestres en esa mano que sujeta la jarra inexistente. La estat...

Índice

  1. Portada
  2. La edad de la piel
  3. La edad de la piel
  4. ¡Más despacio!
  5. ¡Larga vida al trabajo!
  6. Por qué nos gustan las películas de simios
  7. «Don’t take it personal»
  8. «L’ecriture masculine»
  9. Buenos días, fracasados
  10. Las personas son una gran desgracia
  11. La Europa invisible
  12. Artistas & asesinos
  13. Zelenko y su parienta
  14. El hombre pequeño y «la felicidad gitana»
  15. La mordaza de la chismosa
  16. La la gente
  17. Cuento de hadas escrito con los pies
  18. ¡Aquí no hay nada!
  19. ¡La arqueología de la resistencia!
  20. Nota de la autora
  21. Sobre este libro
  22. Sobre Dubravka Ugrešić
  23. Créditos
  24. Índice