El Panteón Portátil de Impedimenta
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El Panteón Portátil de Impedimenta

Cómo vestir y normas de comportamiento

  1. 112 páginas
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El Panteón Portátil de Impedimenta

Cómo vestir y normas de comportamiento

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Información del libro

Publicada en 1897, estamos ante una de las primeras guías para mujeres ciclistas de la época victoriana. Un manual que sirvió para instruir y modelar a las primeras generaciones de arriesgadas amazonas del pedal, incluyendo la selección de la bicicleta adecuada a las damas de la buena sociedad, su atuendo y complementos, la elección de la comida y la bebida más convenientes para tomar durante el viaje, y hasta la organización de divertidas ginkanas ciclistas en tu jardín. Además de afrontar la espinosa cuestión de si montar en bicicleta constituía una actividad apropiada para las mujeres.Un libro revolucionario que es el espíritu de una época en que montar en bicicleta constituía una actividad naciente para las féminas más modernas y temerarias del Imperio.Si alguna vez has querido saber cómo montar en bicicleta con gracia, o proteger de escalofríos tus partes vitales, no tienes más que seguir leyendo.

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Información

Año
2014
ISBN
9788417115630
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

1

CICLISMO:
ASPECTOS SOCIALES Y DEPORTIVOS
HACE ALGUNOS DÍAS me topé con un prolijo artículo en el que el autor se preguntaba si, desde el punto de vista de la salud, las damas deberían practicar el ciclismo. «Pero tanto si deben practicarlo como si no, lo cierto es que las damas ya van en bicicleta —apuntaba el autor—, y hasta el momento los resultados parecen ser extraordinariamente beneficiosos para ellas.» En todo caso, no hay otro asunto sobre el que se haya desatado últimamente una controversia más feroz. Tal vez, como en otras cuestiones, las espantosas historias que una oye a todas horas a propósito de los peligros de andar en bicicleta contengan una pizca de verdad adornada con una buena dosis de exageración. En realidad, la cuestión sobre si es bueno o no para la mujer andar en bicicleta se puede resumir brevemente en el siguiente enunciado: si las damas recorren en bicicleta cincuenta millas cuando su límite razonable está en diez —en definitiva, si pierden el juicio y el sentido común y se vuelven majaretas—, en ese caso, sin ninguna duda, el ciclismo constituye una práctica dañina para las féminas.
Por ejemplo: las mujeres no deberían competir en carreras ciclistas, si es que tienen el más mínimo interés en preservar su salud; y si lo hacen, sin duda se tratará de una práctica suicida, condenada al más estrepitoso de los desastres… por no hablar de la perniciosa influencia que tendría en el deporte. En la actualidad, el ciclismo está tan firmemente arraigado entre los miembros más sanos de nuestra comunidad, como una forma sencilla y barata de locomoción, que la mujer que compitiera solo conseguiría perjudicarse o incluso hacerse daño físicamente.
Pero en cuanto forma de ejercicio —siempre que se realice con moderación, desde luego—, la práctica del ciclismo, en el caso de las mujeres, se encuentra en una posición excepcionalmente favorable respecto al resto de las actividades deportivas. Es evidente que el coste inicial de una bicicleta es casi tan elevado como el de un poni —aunque, claro, luego el poni requiere su propio equipamiento, por no hablar de la enorme cantidad de cosas que hay que hacer para mantenerlo en perfectas condiciones—. Por ejemplo, al coste de un poni hay que añadir el precio de un carro… lo que supone otras 25 libras, los arneses (7 libras más), el forraje, las mantas, y además un lacayo. Por su parte, la bicicleta no requiere más que una cuidadosa limpieza, que apenas lleva quince minutos, y un uso adecuado de la máquina. Aparte de todo esto, el ciclismo está dejando de ser un mero pasatiempo de moda y empieza a adquirir un papel más práctico y útil como medio para lograr determinados objetivos. Y es en este aspecto del asunto donde precisamente reside su fuerza. Si el ciclismo fuera solo una moda, ya se habría abandonado hace mucho tiempo. Pero el arte del pedaleo no es simplemente un deporte pasajero. El ciclismo —una vez que se supera la fase de aprendizaje, es decir, la etapa «acrobática» o «de equilibrio»—, en sentido estricto, requiere muy poco esfuerzo: «las ruedas van a toda pastilla», como decían los famosos y añorados Budge y Toddie en los libros del señor Habberton. Las payasadas que una puede cometer en una bicicleta tienen un límite y las consecuencias son muy evidentes. Pero una bicicleta es la puerta a tantos placeres y diversiones que no dudamos en abrirla porque nos conduce a un pródigo mundo de diversiones, tanto en Inglaterra como en el Continente. A nosotras, las ciclistas, nos es dado recorrer a placer toda Inglaterra, y Escocia, e Irlanda y Gales, solo con la ayuda de esas frágiles ruedas recubiertas de goma neumática. Gracias a las bicicletas los paisajistas han podido pintar más de lo que jamás hubieran soñado antes del advenimiento de este artefacto, cuando uno tenía que pasarse los días estudiando al detalle los horarios de los trenes para poder ir a un lugar, pintar una escena y regresar antes de que pasara el último convoy. Los arqueólogos, por fin, pueden dedicarse a su afición más querida con renovado entusiasmo. El fotógrafo ciclista es ya una figura familiar en nuestras carreteras. Por cierto, los caminos y senderos se están beneficiando notablemente de este incremento de usuarios. La razón es sencilla: ahora son los propios ciclistas los responsables de su mantenimiento, ciclistas a quienes «una especie de camaradería los convierte en individuos increíblemente educados» los unos con los otros, de modo que los baches y las roderas, los senderos imposibles y otras causas de preocupación están a punto de convertirse en historia… y todo gracias a la bicicleta.
Si la bicicleta es de uso casi indispensable para todos aquellos que viven en el campo, también lo es para aquellos que habitan en las ciudades. Pocos —salvo los que no los han sufrido— desconocen los horrores de una noche de agosto en Londres, asfixiante y abrasadora, con ese cielo tan turbio y oscuro, con esas paredes recalentadas, esas aceras chamuscadas, ese pestilente pavimento de madera embreada, esa imposibilidad de encontrar ningún lugar adonde huir. El tren metropolitano subterráneo londinense es sofocante y está mal ventilado, los agobiantes omnibuses pasan uno tras otro atestados de gente, atronando con su insoportable traqueteo. Los obreros que llevan trabajando todo el día, y que suspiran por un poco de aire fresco, apenas encuentran una especie de atmósfera polvorienta que llevarse a los pulmones, y los respiraderos de las calles no consiguen sino provocar en los ya de por sí sufridos londinenses episodios de cefalalgia y brotes de irritación nerviosa. Pues bien, hay que decir que un simple soplo de aire fresco aliviaría de un plumazo semejantes dolencias.
Es en este punto donde la bicicleta acude en nuestro auxilio. Durante años fue una herramienta utilísima para las jóvenes generaciones, que acostumbraban a salir a dar paseos campestres tan pronto como concluían sus labores cotidianas. Los tiempos han evolucionado, y nosotras con ellos, de modo que las mujeres comenzamos a participar en los distintos oficios y negocios —en aquellos en los que se nos admite, claro está— y, como consecuencia natural, también las mujeres empezamos a exigir el descanso preceptivo, igual que nuestros compañeros masculinos.
Fue entonces cuando se desató la bicimanía en Francia. Este país, tan alegre y audaz, siempre se mostró gustosamente proclive al uso de la bicicleta y, como ocurre con la mayoría de las modas procedentes de París, no transcurrió mucho tiempo antes de que el uso de la bicicleta —más bien escaso hasta ese momento en nuestro país— estallara también como una moda en las Islas. Pero como por naturaleza somos una nación de tenderos —«chicos de los recados», nos llaman cariñosamente nuestros primos continentales—, aunque el ciclismo parecía ser solo una tendencia pasajera, en nuestro país siempre fue menos una moda que una útil y práctica afición. Las damas van a hacer los recados sobre ruedas; se dice que las princesas prefieren montar en bicicleta a montar en sus caballos («las bicicletas son más manejables»); los campesinos y los habitantes de las comarcas rurales visitan a sus vecinos utilizando las dos ruedas, en vez de emplear el caballo… Y no solo eso, sino que es con harta frecuencia el deseo de utilizar la bicicleta precisamente lo que los impulsa a hacer dichas visitas.
Cada vez más señoritas meten sus aderezos en un pequeño hatillo o en una cesta y se van en bicicleta a pasar un par de días con una amiga que vive a veinte o incluso a treinta millas de distancia. La gente sale a cenar… ¡en bicicleta! A veces van a visitar a los amigos a la luz de la luna… ¡en bicicleta! Acuden a sus citas… ¡en bicicleta!; y, lo que es más, mucha gente cruza los campos en bicicleta… ¡vestida para ir de fiesta! Los sacerdotes y los hombres de iglesia consideran de todo punto imprescindible la bicicleta, dado que, por su oficio, se ven obligados a recorrer de modo constante largos e incómodos caminos rurales. Maestros, comerciantes, nobles, plebeyos, ricos, pobres, todos ven en la bicicleta un medio de locomoción barato y sencillo. Un artefacto que se mantendrá sin duda entre nosotros muchos años, y no como una moda, sino como un accesorio mecánico indispensable en cada hogar, grande o pequeño, con más posibles y con menos.
Las consecuencias de este movimiento, en un sentido estrictamente social, son difíciles de evaluar. Es probable que su influencia sea positiva, en tanto en cuanto el arte del pedaleo, sin ir más lejos, nivela los diferentes estratos sociales, iguala las clases. La gente de la ciudad tendrá más contacto con los habitantes de las zonas rurales, y así podrá hacerse una idea más ajustada de los intereses vitales de la sociedad en general. Un senador aficionado al ciclismo, yendo convenientemente de incógnito, podrá formarse seguramente una idea más ajustada de los problemas del campo que dedicándose al trabajo rutinario de oficina y leyendo aburridos informes sobre su distrito electoral. Se producirá un intercambio de ideas más fructífero, y un conocimiento mucho mayor de las bellezas del país que si nos limitáramos a ir de un lado para otro montados en un tren expreso. La gran lacra social y política de los últimos años ha sido la centralización, y parece que esto podría contrarrestarse con la práctica del ciclismo, que favorece el contacto entre las gentes y la propagación de las ideas y la cultura.
Al parecer, algunas personas creen que el ciclismo debe su éxito al hecho de que ciertos miembros de la nobleza hayan reconocido últimamente sus méritos. Desde luego, es indudable que esos personajes notables han imprimido un fuerte e importante impulso en este deporte; pero durante muchos años, calladamente, el ciclismo ha ido abriéndose poco a poco hueco entre los más atrevidos y modernos del país. Pocas grandes casas solariegas hay en el campo que no cuenten con una bicicleta, al menos, para su uso más o menos diario. De ese modo, la semilla ha ido esparciéndose, una semilla que por fuerza estaba obligada a arraigar y florecer tarde o temprano. Y si ha habido una persona que haya favorecido el ciclismo entre las damas, esa ha sido Su Majestad la Reina Victoria. Ella comprendió enseguida las grandes posibilidades que tenía aquella entonces novedosa idea, e inmediatamente encargó un par de bicicletas para su uso personal, y de ese modo dio prestigio y carta de naturaleza al movimiento ciclista británico, hecho por el que todos y todas las ciclistas le debemos gratitud y reconocimiento.
Cada vez es más evidente que el ciclismo, practicado con moderación, puede resultar extraordinariamente beneficioso. El ejercicio, sin ir más lejos, constituye un perfecto antídoto contra la anemia y otros desórdenes relacionados con nuestro agobiante y angustioso modo de vida. Antes de que el ciclismo acudiera en nuestra ayuda, no había ningún medio sencillo y práctico de hacer deporte en Londres. El golf, en la ciudad, exige dedicarle una gran cantidad de tiempo y dinero, incluso para poder acceder a los campos más cercanos a nuestras casas. Tampoco es fácil practicar el tenis. Caminar es excelente si lo que se quiere es acabar con un dolor de cabeza, y en verano el calor agobiante anula cualquier deseo de entregarse a un ejercicio que pueda considerarse mínimamente exigente.
Por supuesto, es probable que al principio se exagere en el uso de la bicicleta… incluso aunque sus devotos alberguen las mejores intenciones. «¡El ejercicio es tan delicioso —piensa (y declara) la ciclista novata—, que podría estar pedaleando toda la vida!» Paseando hace algún tiempo por Regent’s Park, me crucé con una señorita que estaba aprendiendo a andar en bicicleta. Ya podía ir sola perfectamente, y de hecho pedaleaba de lo más ufana junto a unas amigas. «¡Esto es la gloria!», oí que decía, y a fe mía que parecía que sus palabras se ajustaban sin duda a sus sentimientos más sinceros.
Ahora bien, el objeto de este pequeño libro es proporcionar a las damas y señoritas todos los consejos necesarios e imprescindibles sobre el arte del pedaleo, aunque hay una advertencia que debe imponerse sobre todas las demás —pues es el fruto de la experiencia personal de la autora—: ¡practique ciclismo con moderación! ¡Sea prudente y no se exceda en el ejercicio!

2

INDUMENTARIA CICLISTA
PARA EL CAMPO Y LA CIUDAD
ANTIGUAMENTE, EN LA ÉPOCA DE LOS TRICICLOS, y cuando la práctica del pedaleo no estaba en absoluto de moda, la indumentaria ciclista no constituía un arte tan refinado como en la actualidad. Nuestro único pensamiento en aquellos tiempos consistía en ir arregladas y convenientemente aseadas, y llevar la consabida indumentaria impermeable. Los llamados «gorros marineros» (ligero canotier con banda) en verano y los sombreros de fieltro en otoño e invierno eran el colmo de la elegancia exigible, y las modas —de París, racionales y bien distintas a las nuestras— ni siquiera se tenían en consideración. Pero todo eso hace tiempo que ha cambiado. Llevemos tweed, sarga o sea nuestro traje de tela común, en la actualidad entendemos que nuestra indumentaria debe tener un corte impecable, y muchas veces gastamos tanto como si lleváramos indumentaria hípica.
Por lo visto, para ir en bicicleta por el parque debemos contar con una fantástica falda de singular corte y confección, ingeniosamente preparada para que cuelgue vistosa y ampliamente a ambos lados del sillín; al parecer la moda (aunque no el sentido común) decreta que debemos ir ataviadas con una blusa de seda o algodón, rebosante de lacitos y aderezos, y con amplias mangas abombadas, que es la indumentaria en régle y lo que mejor se ajusta a nuestros cuerpos. Tal vez este detalle no sea en exceso importante si lo que vamos a hacer es dar un simple paseo por el parque en verano —me refiero a llevar esas blusas ampulosas y ligeras—, aunque me gustaría ver el aspecto que tienen después de que a la señorita ciclista le haya caído un chaparrón encima… En fin: sea como sea, llevar esa indumentaria es una idea absurda si estamos pensando en la posibilidad de salir de Battersea Park o del Inner Circle de Regent’s Park.
¡Lana! Lana arriba y lana abajo, lana por todas partes; tal es el consenso deportivo al que han llegado tirios y troyanos en lo que a normas de saludable higiene ciclista se refiere. Las camisetas de algodón para largos recorridos, desde el punto de vista higiénico, son inviables. Se empapan enseguida, la dama ciclista se para por cualquier razón, y rápidamente empieza a tiritar, coge un buen resfriado y se ve obligada a guardar cama, al tiempo que culpa de todo ello a la práctica del ciclismo. En Inglaterra, una nunca está segura del tiempo que va a hacer al día siguiente… ¡ni siquiera a la hora siguiente! Las ciclistas pueden comenzar su paseo como el almirante Sydney Smith, que en sus viajes tropicales dijo desear quitarse la piel y quedarse en los huesos «con tal de refrescarse un poco»; esto es, deseando en lo más profundo del alma algo de fresco, y pasar así buena parte de la mañana. Pero entonces, de repente, el viento cambia a norte o a este y el aire que se cuela por el algodón húmedo le da...

Índice

  1. PORTADA
  2. DAMAS EN BICICLETA
  3. Nota de los editores
  4. Damas en bicicleta
  5. 1. Ciclismo: aspectos sociales y deportivos
  6. 2. Indumentaria ciclista para el campo y la ciudad
  7. 3. La máquina
  8. 4. El modo correcto de andar en bicicleta
  9. 5. Pedaleando en la ciudad
  10. 6. Pedaleando en Inglaterra y en el extranjero
  11. 7. Ascendiendo montañas en bicicleta
  12. 8. Gymkhanas ciclistas
  13. 9. Mantenimiento de la bicicleta
  14. 10. Otros consejos de carácter general
  15. ÍNDICE
  16. SOBRE ESTE LIBRO
  17. SOBRE F. J. ERSKINE
  18. CRÉDITOS