PARTE I
LA VIDA, LA MUERTE Y EL MÁS ALLÁ
EN EL ANTIGUO TESTAMENTO14
El pensamiento sobre la muerte y el más allá en el pueblo hebreo no se fue dando en el vacío. Como todo grupo humano, respondió a una cultura que lo expresó con los medios de los que disponía en cada momento. Por ello, se puede decir que la Biblia es el registro en palabras humanas de las palabras divinas. Pensar que el autor bíblico estaba libre de subjetividades, de condicionantes propios y sociales o de límites científicos es lo mismo que creer que vivía en una especie de burbuja de la que salía para tratar con el resto de falibles humanos y a la que volvía cuando se trataba de asuntos divinos.
Las Escrituras tienen una evidente doble naturaleza: la divina y la humana. No se trata, por tanto, de exactitud documental, sino de contenido. Las verdades eternas fueron dadas en estructuras culturales. Una vez estas estructuras cambiaban o eran reemplazadas por otras es por lo que la revelación divina podía ser aplicada a las nuevas circunstancias, a las situaciones siempre cambiantes del ser humano. Variaba lo externo que vehiculaba lo interno e inmutable, la verdad revelada. Teniendo esto presente es que se puede abordar la historia del pueblo hebreo, entender su desarrollo, sus progresos y sus retrocesos.
Israel pensaba que había sido especialmente escogido por Dios. Esta elección no obedecía a nada que ellos pudieran poseer u otorgar a cambio, sino exclusivamente al amor divino. Como parte de esta elección ocuparía un lugar central la revelación que Dios iba a realizar de sí mismo y que ellos debían guardar, obedecer y dar a conocer a través de las generaciones. No se trataba del tipo usual de divinidad pagana descrita por medio de mitos, identificaba con los elementos naturales o tan tremendamente inmoral como sus adoradores. Por el contrario, Yavé había irrumpido en la historia de la humanidad, se presentaba como el Creador y Señor de todo lo natural y además poseyendo un mensaje destinado al ser humano.15
Según las Escrituras, las personas fueron creadas a imagen y semejanza del Todopoderoso. Era un Dios que se interesaba por ellas, que deseaba darse a conocer y que por tanto podía ser comprendido por sus criaturas. Si el ser humano se preguntaba por el sentido de la existencia, Él se manifestó como el único poseedor de la verdadera vida.
Esta vida era la que animaba a las personas en el origen de su historia, pero había sido perdida. Debido a la caída en el Edén, la muerte había irrumpido de manera trágica, sus consecuencias nefastas se multiplicarían sin medida.
Es en medio de este desorden moral y natural en donde se dará a conocer Yavé, el Dios viviente, ya que nadie que estuviera fuera de Él se podía considerar como realmente vivo. De esta forma, llamó al cabeza de un clan (Abrahán), del que saldría un pueblo (Israel) al que con el tiempo deberá rescatar de la esclavitud de Egipto. La experiencia del Éxodo será central en la historia israelita y su liberación una imagen continua de lo que significaba la vida y la muerte, de lo que era estar al lado de Yavé o alejado de Él.
La historia de Israel será a partir de entonces una historia jalonada por sucesivas revelaciones divinas. Una historia de salvación, de relación.16
Este devenir será pensado, meditado por mentes brillantes, por reyes, por poetas, por cronistas, por profetas, que comprenderán a esa luz sus existencias y la del pueblo al que pertenecen. Una luz que irá profundizando, alumbrando con más fuerza y finalmente dando a conocer con total claridad aquello que Dios se había propuesto desde el principio. Una historia de un pueblo que nace con la conciencia de ser especial y que debe reflexionar continuamente sobre qué es lo que Dios le demandaba, qué quería de ellos. La grandeza de todo es que el Dios israelita lo que siempre pretendió fue rescatarlos, sacarlos de su oscuridad y darles esperanza, y desde allí extenderla al resto de la humanidad.
Lo que llama enormemente la atención es que las ideas de resurrección y de una existencia plena tras el fallecimiento tardaran tanto tiempo en desarrollarse. Así, habrá que esperar hasta el llamado período intertestamentario para encontrarnos con ellas. Sin duda, Israel no fue una nación que siguiera al Dios bíblico por miedo a la muerte, por sentirse cercado por las limitaciones existenciales o por las angustias de las últimas cuestiones. Aunque todo acabara en la fosa o en una existencia gris y fantasmal, aun así, el israelita piadoso estaba dispuesto a seguir a Yavé.
CAPÍTULO 1
La concepción hebrea del universo y del ser humano
1.1. El universo hebreo
El universo semítico podemos considerarlo como compuesto por tres planos, niveles o pisos. El Seol es el lugar subterráneo, al que le sigue nuestra Tierra, sobre la cual está el Cielo en forma de cúpula (nuestro cielo atmosférico) y al que le sigue otro tipo de cielo que es el lugar donde habita Dios (ver Éxodo 20, 4).
El Seol es el inframundo que se encuentra bajo nuestros pies. Allí iba todo ser humano una vez fallecía, creencia que apenas variará hasta el tiempo que media entre los dos Testamentos. En este lugar había un enorme océano en donde se apoyaban los pilares sobre los que descansaba la tierra.
Así pues, se trata de una inmensa cavidad que, según los textos, toma la forma de un pozo, de una cisterna, de una sima, de una fosa: «Mi mal se ha tornado en bien, y has preservado mi alma del hoyo de la corrupción… Porque no puede alabarte el sepulcro, no puede celebrarte la muerte ni puede los que descienden a la fosa esperar en su fidelidad» dice Isaías (38, 17-18); «¡Oh Yavé, has sacado mi alma del sepulcro, me has llamado a la vida de entre los que bajan a la fosa!» (Salmos 30, 4); «Traguémoslos vivos, como el seol; enteros como los que bajan a la fosa» dicen los malvados en los Proverbios (1, 12). Esta cavidad subterránea gigantesca, lo mismo que entre los babilonios, está cerrada mediante una sólida puerta; es una prisión de donde no se puede salir: «Como se deshace una nube y se va, así el que baja al sepulcro no sube más, no vuelve más a su casa, no lo reconoce ya su morada» (Job 7, 9-10). Uno queda cogido en él como en una red o en una trampa: «Ya me aprisionaban las ataduras del seol, ya me habían cogido los lazos de la muerte» (Salmos 18, 6).
La más completa oscuridad, el silencio absoluto, el barro, el polvo, los gusanos y la carcoma son los inquilinos habituales de esta morada.17
Este mundo inferior (de donde procede nuestra palabra «infierno»18) es presentado por medio de imágenes, pero los textos escasamente lo describen. En este lugar los ya fallecidos llevan una existencia en medio de las tinieblas, llena de confusión, gris y apagada. Nadie escapaba de este destino, era la tierra del olvido (Salmo 88, 13). De hecho, lo que aquí se experimentaba no se consideraba ni siquiera vida ya que la consciencia se presentaba como una especie de sueño, se trataba incluso de la casi destrucción de la persona. Los que allí iban a parar realmente eran dignos de lástima.
Este lugar también era conocido en Mesopotamia,19 y se denominaba Arallu entre los asirios y los babilonios y los griegos lo designaban como Hades.20
El patriarca Jacob dirá que estaba próximo a reunirse con sus padres (Génesis 49, 29), equivalente a descender al Seol, que es lo que precisamente manifestó un tiempo antes al ser engañado por sus hijos en lo referente a la supuesta muerte de José (Génesis 37, 35). Es al mismo lugar donde bajan como castigo unos rebeldes (Números 16, 30) y desde donde subirá el fallecido Samuel cuando el rey Saúl consultó a la nigromante de Endor:
Y el rey le dijo: No temas; pero, ¿qué ves? Y la mujer respondió a Saúl: Veo a un ser divino subiendo de la tierra.
Y él le dijo: ¿Qué forma tiene? Y ella dijo: Un anciano sube, y está envuelto en un manto. Y Saúl conoció que era Samuel, e inclinando su rostro a tierra, se postró ante él.
Entonces Samuel dijo a Saúl: ¿Por qué me has perturbado haciéndome subir? Y Saúl respondió: Estoy en gran angustia, pues los filisteos hacen guerra contra mí; Dios se ha apartado de mí y ya no me responde ni por los profetas ni por sueños; por esto te he llamado, para que me reveles lo que debo hacer (1 Samuel 28, 13-15, LBLA).
Al tratarse de la parte subterránea se pensaba que allí la luz del sol no podía penetrar y así también los fallecidos eran considerados como sombras reinando en todo momento la confusión (Job 10, 21-22). Aquí no era posible alabar, se bajaba al silencio (Salmo 88, 10-12).
Nadie escapaba de este lugar sin retorno, ya fuera un esclavo o un rey (Isaías 14, 12 ss.). «Todo lo que tu mano halle para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque no hay actividad ni propósito ni conocimiento ni sabiduría en el Seol adonde vas» (Eclesiastés 9, 10, LBLA).
Pero esta concepción provocaba un problema teológico desde sus mismos inicios ya que si quedaban alejados de Dios, si aquí no era posible su actuación, parecía que este lugar escapaba al poder divino. Era como limitar a Dios mismo, lo cual era inaceptable.21 De ahí que se hicieran declaraciones que superaban esta limitación afirmando que al Seol también llegaba la mano de Yavé, no se trataba de un lugar al que no alcanzara su soberanía (Salmo 139, 8).
Esta visión de lo que vendría tras el fallecimiento permanecerá inalterada (con excepciones que veremos más adelante) durante toda la época de los patriarcas, los jueces y los reyes de Israel, aunque en el tiempo de los profetas escritores aparecerá una distinción o condición diferenciada para los muy malvados, tal y como observamos en Isaías y Ezequiel.22
El siguiente nivel era la tierra, donde pisamos. La misma era concebida como un disco plano y sostenida, como ya hemos apuntado más arriba, por una serie de pilares que atravesaban el inframundo.
«Él es el que está sentado sobre la redondez de la tierra, cuyos habitantes son como langostas; Él es el que extiende los cielos como una cortina y los despliega como una tienda para morar» (Isaías 40, 22, LBLA).
Este era el lugar dado a los hombres para que vivieran. Había sido creada especialmente para que ellos la habitasen, se desarrollaran y la utilizaran de forma responsable.
Fue Dios quien la formó usando su poder, noción que está muy lejana de concepciones mitológicas como la babilónica en donde la tierra había sido creada utilizando una parte del cuerpo inerte de la diosa Tiamat.
El nivel superior era el Cielo. El hebr...