1.
En el cuadro de Rogier van der Weyden, María lee su vida futura en la Biblia.
Van Gogh pintó la Biblia como un bodegón.
Goya pintó a su modelo posando, pero todavía vestida.
Los dos últimos son una invitación.
Ambas reposan abiertas sobre paños.
Y qué parecidas son sus invitaciones abiertas en sus perspectivas espaciales.
Con cariño
John
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Hay un dicho en francés que dice: “Je peux lire en elle/lui comme dans un livre ouvert” [“Puedo leer en ella/él como en un libro abierto”]. ¿No es esta una forma muy bonita de expresar este deseo que tenemos de acceder a lo que hay dentro? El interior de lo que confrontamos y su misterio. Cómo deseamos penetrar en el mundo exterior, no para controlarlo, sino para sentirnos más plenamente parte de él, para trascender el aislamiento que sentimos en nuestra carne y superar la terrible frontera del cuerpo... ¡Mira cómo a Chaïm Soutine le obsesionaba leer el interior! Buey desollado también se ofrece como un libro abierto...
Con cariño
Yves
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“Para trascender el aislamiento que sentimos en nuestra carne y superar la terrible frontera del cuerpo...”. Inesperadamente, tus palabras y el cuadro de Soutine me hicieron pensar en Watteau y sus actores y payasos. Todos los disfraces y las frivolidades para ocultar la terrible frontera. Estaba buscando el cuadro de Gilles del arlequín y me topé con el de la marmota. Una de nuestras marmotas que se alza sobre dos patas para ver a través de la nieve es ahora, dentro de una caja, una bufonada para hacer reír a las gentes de las ciudades. Entonces me encontré a Gilles y al burro que hay debajo y detrás de él. (El burro y la marmota pueden tener mucho de qué hablar.) Dentro de su disfraz, el cuerpo de Gilles no tiene fronteras porque, broma tras broma, lo ha disuelto en un cielo. Su cuerpo se está convirtiendo en una nube. Está pintado como un paisaje.
Con cariño
John
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Gilles dice: “Soy un extraño en un mundo extraño. Estoy aquí, pero no pertenezco a ninguna parte. Voy a la deriva en esta vida de exilio”. El saboyano con su marmota, que se encuentra en San Petersburgo, responde: “¡Anímate, no te preocupes! Mira el cielo hoy: ningún drama puede suceder bajo este azul. Nada de qué preocuparse: la luz no se apaga, incluso cuando nos muramos”.
Más de un siglo después, en Nueva York, Max Beckmann pintó a una mujer con una máscara de carnaval, un cigarrillo en una mano y un sombrero de payaso en la otra. No dice nada, pero su máscara negra no oculta lo que dicen sus ojos: “Querida, eres tan mala como yo. ¿Quién te crees que somos?”.
Beckmann era un hombre de fe. Llamaba a Dios “el gran vacío y enigma del espacio”. Toda su vida trató de ampliar y profundizar su conocimiento del mundo en el que vivimos. La luz, por así decirlo, era el vehículo de su búsqueda; el dibujo, el camino. De ahí el uso que hace del negro.
En sus cuadros, los colores vienen después de la forma. Aportan complejidad e incertidumbre.
Si uno mira una reproducción en blanco y negro, no falta nada esencial. Probablemente lo mismo sirva para Georges Rouault (quien nació trece años antes que Beckmann y murió siete después). También pintó actores, payasos y escenas mitológicas. Él también tenía una fuerte fe, hasta el punto de que pudo pintar un sol rodeado de negro.
Con cariño
Yves
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Pocos días antes de recibir tu Beckmann, recibí una postal de Arturo. Aquí la tienes. Coloqué El pequeño búho de Durero junto a La Columbine de Beckmann y juntos me hicieron sonreír. Sus dos caras y barrigas se guiñan la una a la otra.
Ambos cuadros presentan también sendas especies.
Él es todos los búhos a lo largo del tiempo; ¡ella es todas las mujeres que llevan una máscara de carnaval!
Y, por supuesto, esto tiene que ver con lo que dices sobre los contornos, el dibujo y el uso del negro.
Y esto me hizo pensar en imágenes que insinúan lo contrario. Kokoschka fue contemporáneo de Beckmann. En Kokoschka nada es permanente y todo es transitorio.
Incluso en un autorretrato con su amada Olda, que pretende ser testimonio de su amor duradero, cada pincelada es fugitiva, fugaz, momentánea. Y estas cualidades son prueba de que ellos están vivos.
Kokoschka es muy diferente de los impresionistas, para quienes la luz cambiante del sol era un milagro y una promesa. Para Kokoscha, la luz es un toque de despedida. Cuando él estaba pintando una vista aérea del Támesis en Londres, lo acompañé un momento hasta el tejado desde donde la estaba pintando. Aquello fue en 1959. Y su mirada era como la de un ave migratoria a punto de partir.
Con cariño
John
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La “mirada de un ave migratoria a punto de partir”. Sí, una mirada que abraza el espacio de modo que lo lejano y lo cercano se unen. Y esta mirada crea una especie de mapa por el que pasan millas o kilómetros como las horas de un día.
Frente a esto, ¡Kokoschka siente lo fugitiva que es la luz (y la vida)!
Zhu Da, quien pertenece a una antigua tradición china, siente lo mismo, pero cree que la luz y la vida son eternas, ¡y que él es el fugitivo!
Es una cuestión de percepción.
¿Recuerdas cuando de niño estaba contigo en una cabina telefónica sobre un puente de Ginebra?
Al ver el agua correr bajo nuestros pies, me asusté y lloré, convencido de que nos estaba arrastrando.
Zhu Da también dibujó y pintó varias especies de plantas, pájaros y peces. (¡Quizás incluso dibujó un ratón que el búho de Durero seguramente hubiera devorado un siglo y medio después!)
Sin embargo, a diferencia de Durero, a Zhu Da la idea de un autorretrato nunca se le habría ocurrido de la misma manera porque el “yo” ya pertenecía a la especie y al paisaje, y no podía desligarse del resto de la creación. No podríamos estar más lejos de la mentalidad de la cultura occidental moderna y posmoderna.
De ahí los autorretratos de Alberto Giacometti y Helene Sch...