La crítica agotada
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La crítica agotada

Claves para el cambio de civilización

  1. 328 páginas
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La crítica agotada

Claves para el cambio de civilización

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Al igual que Sísifo, el discurso crítico está agotado de repetir un frustrante y estéril ejercicio: si aquel tenía que subir una enorme roca hasta lo alto de una montaña para, una vez coronada, ver cómo se deslizaba pendiente abajo, la crítica tiene que hacer rodar unos pseudoconceptos producto de la ideología económica y política dominante para que, aun pretendiendo cuestionarlo todo, al final nada cambie. «Producción», «medio ambiente», «desarrollo sostenible», «lucha contra el cambio climático», «neoliberalismo», «poscapitalismo» o «fundamentalismo de mercado» son solo ejemplos de términos fetiche a la moda con los que la crítica se lastra, desviando la atención de los auténticos problemas y responsables de la situación actual.En La crítica agotada, José Manuel Naredo no solo muestra la opacidad y lo vacío de estos «no-conceptos» y de dónde surgen, sino que además despliega toda la potencia del genuino pensamiento crítico cuando trasciende esos «puntos ciegos». Solo con ese cambio de perspectiva, solo pensando fuera de los márgenes delimitadospor el sentido común dictado por la ideología económica dominante, podremos construir un nuevo paradigma civilizatorio que emancipe a seres humanos y devuelvala dignidad a la naturaleza.

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Información

Año
2022
ISBN
9788432320439
Categoría
Contabilidad
TERCERA PARTE
«NO-CONCEPTOS» CLAVE QUE AGOTAN EL DISCURSO CRÍTICO
VII. IDOLATRÍAS, FETICHISMOS Y SECTARISMOS QUE AGARROTAN EL PENSAMIENTO CRÍTICO
SOBRE LAS RESPONSABILIDADES DEL MARXISMO Y EL COLAPSO DEL «SOCIALISMO REAL» EN EL ACTUAL IMPASSE POLÍTICO E IDEOLÓGICO
Cabe advertir que el impasse político e ideológico al que nos hemos venido refiriendo está asociado no solo a la modorra e inercia mental a la que hicimos mención, sino también a la especial querencia de la mente humana a abrazar idolatrías, fetichismos y sectarismos político-económicos que suplantan a las antiguas creencias religiosas. Recordemos que Erich Fromm ha venido analizando –desde su libro El miedo a la libertad (1941)– los aspectos psicológicos que explican el respaldo popular a los regímenes autoritarios, en buena parte relacionados con el moderno clientelismo político que da cobijo y tratos de favor a los más serviles y adictos al poder establecido.
Como nos recuerda Fromm en su Psicoanálisis de la sociedad contemporánea (1955),
mientras para los antiguos griegos la historia no tenía finalidad ni objeto, el concepto judeo-cristiano de la historia se caracterizó por la idea de que su sentido inmanente era la salvación humana […]. La idea mesiánica encontró nueva expresión en nombre de la razón y de la felicidad, de la dignidad y la libertad humanas (Fromm, 1979, p. 195).
Así, tanto pensadores francófonos como Condorcet, Saint-Simon, Comte y Proudhon, como el enardecido ánimo que suscitó la Revolución francesa, consiguieron traducir el antiguo fervor mesiánico religioso en un lenguaje profano. Y
en la filosofía alemana de la Ilustración tuvo lugar la misma traducción, en lenguaje profano, del concepto teológico de la salvación […]. Para Lessing, el futuro iba a ser la era de la razón y la autorrealización humana, que se efectuaría por la educación, cumpliéndose así la promesa de la revelación cristiana. Fichte creía en la venida de un milenio espiritual, Hegel en la realización del reino de Dios en la historia, traduciendo así la teología cristiana en filosofía profana. La filosofía de Hegel encontró su continuidad histórica más importante en Marx. El pensamiento de Marx es mesiánico-religioso en lenguaje secular quizá más claramente que el de muchos otros filósofos de la ilustración. Todo el pasado histórico no es más que «prehistoria», es la historia de la enajenación; con el socialismo se introducirá el reino de la historia humana, de la libertad humana. La sociedad sin clases gobernada por la justicia, la fraternidad y la razón será el comienzo de un mundo nuevo, hacia cuya formación se encaminaba toda la historia anterior (ibid., p. 197).
En este mismo sentido, sobre cómo los movimientos sociales y el autoritarismo moderno hunden sus raíces en el milenarismo, apuntan las reflexiones de Norman Cohn, quien considera que
lo que Marx aportó al movimiento comunista no fue tanto el fruto de sus largos años de estudio en los campos de la economía y de la sociología, sino una fantasía casi apocalíptica que, siendo joven, seguramente de forma inconsciente, asimiló de un gran número de oscuros escritores y periodistas: el capitalismo como un perfecto infierno en el que un número cada vez menor de hombres enormemente ricos explotaban y tiranizaban a un número cada vez mayor de trabajadores pauperizados; como reino monstruoso cuyos amos eran tan crueles e hipócritas como el Anticristo; como Babilonia a punto de ser hundida en un mar de sangre y fuego que dejaría el camino libre para la llegada del Milenio igualitario […]. Toda esa visión era muy común en la inteligencia radical francesa y alemana alrededor de 1840 […]. Al secularizar esta visión, incorporándola en una filosofía global de la historia, Marx aseguró su pervivencia hasta el presente siglo (Cohn, 2015, cit. en Juaristi, 2015, p. 5).
Esta impronta mesiánico-religiosa es la que hizo que el marxismo fuera por lo común objeto de rotundas adhesiones globales o de viscerales rechazos, como ocurre en general con las creencias religiosas, que explican a la vez la fuerza y la debilidad del marxismo[1]. Nicholas Georgescu-Roegen fue consciente de este contenido mesiánico-religioso del marxismo:
El dogma marxista en su forma amplia ha sido fuertemente aclamado como una religión. En un aspecto la idea es correcta. Al igual que todas las religiones, el dogma proclama que hay un estado eterno de felicidad en el futuro del hombre. La única diferencia es que el marxismo promete tal estado aquí, en la Tierra: una vez que los «medios de producción» estén socializados por el advenimiento del comunismo, eso será el fin de todo cambio social. [… Pero matiza que] al contrario que Marx consideró que el conflicto social no puede eliminarse ni por decisión del hombre, ni por la evolución de la humanidad (Georgescu-Roegen, 1996, p. 380).
Y más adelante advierte agudamente que
la socialización de los medios de producción tampoco garantiza implícitamente –como afirmó Marx– una solución racional al conflicto distributivo […]. El hecho es que la propiedad colectiva de los medios de producción es, muy probablemente, el único sistema compatible con cualquier modelo distributivo. Un ejemplo deslumbrante lo proporciona el feudalismo, pues no hemos de olvidar que la tierra solamente pasó a ser propiedad privada con la disolución de los estados feudales [… mostrando] que la «propiedad social de los medios de producción» es compatible con que algunos individuos tengan una renta que a todos los efectos prácticos es ilimitada (ibid., pp. 382-308).
Finalmente, Georgescu-Roegen amplía y actualiza estas reflexiones sobre el cambio social recordando que
Pareto explicó cómo toda elite es derrocada por una celosa minoría que agita a las masas denunciando los abusos de la clase dirigente y finalmente la sustituye. Las elites, como dijo, circulan […]. Las implicaciones económicas de los abusos inherentes a una elite llamaron la atención de Adam Smith, quien con su meticulosidad característica describió los que predominaban en su propia época. Posteriormente, en el Manifiesto comunista, Marx y Engels fueron aún más lejos y admitieron que todos los movimientos sociales hasta entonces (1848) se habían llevado a cabo por minorías en provecho de minorías. Ellos, naturalmente, creían y predicaban que la revolución comunista iba a ser una excepción a esta regla. Ya sabemos que no es así: una nueva clase privilegiada está cristalizando continuamente en todo régimen comunista [aquí hace referencia al libro de Milovan Djilas: The new class: An analysis of the Communist System (1957) y concluye diciendo que] la historia no ha refuta­do aún la tesis de Pareto de la eterna circulación de las elites (ibid., 384-386).
Estas reflexiones que Georgescu-Roegen hizo en 1971 se vieron reconfirmadas veinte años después con la disolución de la Unión Soviética en 1991. Paradójicamente, tras haber repuntado con la Revolución rusa las expectativas revolucionarias durante el siglo XX, se desmoronaron a finales del mismo cuando la nomenklatura soviética decidió disolver el socialismo para convertirse en clase propietaria.
Fromm analiza primero los factores psicológicos propios de la idolatría autoritaria, para ocuparse después de la idolatría mercantil y democrática, teniendo en cuenta que ambas castigan a los disidentes, aunque la primera tenga más querencia por el terror físico y la segunda por la marginación económica y social.
El fascismo, el nazismo y el estalinismo tienen en común que ofrecen al individuo atomizado un refugio y una seguridad nuevos. Estos regímenes son la culminación de la enajenación. Se hace al individuo sentirse impotente e insignificante, pero se le enseña a proyectar todas sus potencias humanas en la figura del jefe, en el Estado, en la «patria», a quien tiene que someterse y adorar. Escapa de la libertad hacia una nueva idolatría. Todas las cosas conseguidas por la individualidad y la razón, desde fines de la Edad Media hasta el siglo XIX, se sacrifican en los altares de los nuevos ídolos (Fromm, 1979, pp. 197-198).
En lo que concierne a la idolatría mercantil y democrática, considera que esta idolatría parte de presuponer que el egoísmo es la fuerza motriz propia de la especie humana que los contrapesos mercantiles y democráticos han de reconducir por el camino del progreso… y que el desarrollo de las personas se potencia con el juego de la dura competencia por la vida. Fromm critica esta filosofía común al capitalismo, pero centra su crítica en un capitalismo social que estaba en boga en la posguerra mundial –que llama «supercapitalismo»– que hoy ha caído en desuso dando paso a un capitalismo mucho más descarnado, cuyas elites empresariales explotan, expolian y especulan sin pudor alguno para aumentar el valor de sus patrimonios y sus ingresos, sin preocuparse ya de repartirlos ni de velar por la cohesión social, como tendremos ocasión de ver a lo largo de este libro. Constataremos que el autoritarismo emerge de nuevo, ¡ahora en nombre de la libertad!, con el manejo perverso de las redes sociales y de los media, siendo el caso de la nueva extrema derecha que ha florecido con el trumpismo en Estados Unidos un ejemplo paradigmático. Véase a este respecto la «Radiografía de la extrema derecha del futuro» de Marcos Reguera (2017), cuyo subtítulo advierte que «este movimiento no es una revolución, sino el rostro de un monstruo para el que el término fascista se queda pequeño y desactualizado».
Junto a la tendencia humana a la idolatría, en este libro veremos que existen otras carencias y sesgos de la mente humana que han venido quitando fuerza transformadora a los movimientos críticos del statu quo, haciendo que, pese a apuntar formalmente hacia la consecución de sociedades más justas, cohesionadas o en simbiosis con la biosfera, su crítica pierda fuelle o acabe reproduciendo los males inicialmente criticados siguiendo el infructuoso comportamiento de Sísifo. Destaca, entre ellos el sectarismo y el partidismo unidos al fetichismo y al externalismo.
¿INTERPRETAR LA HISTORIA COMO UNA SUCESIÓN DE «MODOS DE PRODUCCIÓN» O DE «MODOS DE DOMINACIÓN»?
Hemos visto que la metáfora de la producción es la pieza clave de la ideología económica dominante sobre la que se levanta la llamada ciencia económica imperante, con su idea usual de sistema económico y el objetivo del crecimiento (de dicha producción) a la cabeza. Y Marx, no solo asumió la metáfora de la producción, sino que contribuyó a encumbrarla y divulgarla al presentar las «fuerzas productivas» como «motor de la historia». Pues como advierten los propios manuales divulgadores del marxismo, el pensamiento de Marx se apoyó en la dialéctica hegeliana y en las categorías de la economía política. Y al aceptar y divulgar como algo universal el aparato conceptual de la economía política, con la metáfora de la producción y la mitología del crecimiento (de esa hipotética y domesticada producción) a la cabeza, ha ejercido como caballo de Troya para introducir dicha ideología en el seno de las corrientes y movimientos críticos, con los consiguientes análisis simplistas del cambio social. Análisis que entronizaban al desarrollo de hipotéticas fuerzas productivas como motor inequívoco de progreso y a la lucha de clases, atizada y orientada con el fervor revolucionario-partidista, como las palancas del cambio social que dirigirían ese progreso hacia horizontes socialistas y comunistas en los que se harían realidad las promesas de abundancia, libertad e igualdad, manteniendo así la fe en la evolución lineal y prog...

Índice

  1. Portadilla
  2. Contraportada
  3. Legal
  4. Agradecimientos
  5. Prólogo
  6. PRIMERA PARTE. CONTEXTO
  7. SEGUNDA PARTE. «NO-CONCEPTOS» CLAVE QUE AGOTAN EL DISCURSO ECOLOGISTA
  8. TERCERA PARTE. «NO-CONCEPTOS» CLAVE QUE AGOTAN EL DISCURSO CRÍTICO
  9. CUARTA PARTE. LA ENCRUCIJADA IDEOLÓGICA ACTUAL
  10. Bibliografía