La exquisita dolencia
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La exquisita dolencia

Ensayos sobre Ramón López Velarde

  1. 112 páginas
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La exquisita dolencia

Ensayos sobre Ramón López Velarde

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Emilio Uranga y Ramón López Velarde fueron los principales testigos de una dramática historia; la de una "patria suave" y su amada imposible, "ojerosa y pintada": la Revolución.Difícilmente encontraremos una lectura de López Velarde tan sostenida y con tantas capas como la de Emilio Uranga, filósofo y periodista. Las obras de uno y otro forman uno de los dísticos más agudos y más singulares de nuestra cultura. A ambos les interesó "todo lo que no tiene fin preciso, los despilfarros de fuerza y de pasión, lo fútil, lo que nadie mira, lo sencillo y suave, la debilidad, el pecado, la tristeza". Uranga supo ver en López Velarde, no sólo a un poeta católico, criollo y nostálgico, sino a un filósofo "cósmico", universal, humanista, el fundador, junto con Madero, de una "patria íntima". El presente libro reúne por vez primera los textos que Uranga dedicó al poeta zacatecano a lo largo de tres décadas. La mayoría de estos textos tuvo la vida efímera de un día en las páginas de un periódico."En Emilio Uranga hay algunas páginas notables sobre López Velarde y aquella imagen del poeta jerezano sobre 'la viuda oscilante del trapecio', emblema para Uranga del ser del mexicano. Es sorprendente que este año en que se ha celebrado el centenario del nacimiento de López Velarde ninguno de nuestros críticos haya recordado esas páginas penetrantes... Uranga fue un excelente crítico literario. Lástima que haya escrito tan poco. Hubiera podido ser el gran crítico de nuestras letras: tenía gusto, cultura, penetración...Es necesario recoger sus escritos. Son parte de la cultura contemporánea de México."

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Información

Año
2022
ISBN
9786078781492
Categoría
Literatura
La exquisita dolencia.
Carácter y ser del mexicano en la poesía de Ramón López Velarde 1
El significado de la Revolución Mexicana 2
Una viciosa convicción, sancionada sin límites por el sentido común, hace del poeta una criatura mediocremente agraciada con el don del pensamiento. Poetizar y pensar se contraponen como la privación y la abundancia de un bien; el pensamiento vaga por regiones inaccesibles a la poesía y lo que nos revela el poeta se aparta con religioso cuidado de los dominios accesibles al pensamiento. Hoy, empero, empezamos a sospechar que la tradición ha impuesto a nuestra mente un divorcio entre pensar y poetizar que en edades más originarias y más originales no se había operado para bien de ambos. Nuestra lógica es tan seca y estrecha que no se reconoce en la poesía. La poesía es habitualmente tan tonta y prejuiciosa que no se reconoce en el pensamiento. Pero nuestro siglo empieza a sanar su miopía y se abre a la nueva persuasión de que poesía y pensamiento se comunican por robustos enlaces que sólo nuestra angostura de visión convierte en impalpables y sutiles. En el poeta surge un pensamiento que nada tiene que pedir en rigor a la filosofía. Carecerá de exactitud y precisión, accidentes del arte y del oficio, pero problematismo, que es en lo que reside el rigor, lo exhibe con abundancia.
Al querer, en esta ocasión, pensar sobre el tema de la Revolución Mexicana, hemos acudido a un poeta, que, en uno de sus ensayos más socorridos por la atención de sus lectores, abunda en apreciaciones de indudable interés y hondura. Nos referimos a Ramón López Velarde, que en su “Minutero” nos habla de “Novedad de la Patria”.
Antes de la Revolución la patria aparecía “pomposa, multimillonaria, honorable en el presente y epopéyica en el pasado”. La justificación de la patria estaba realizada a ojos ajenos. Pero con la revolución este barniz de derecho se ha desvanecido. Han sido menester “los años del sufrimiento para concebir una patria menos externa, más modesta y probablemente más preciosa”.
La revolución es una “inversión de valores”. Lo que figura en los frontispicios es puesto al pie de las páginas, anotado como accesorio, y sube al primer estrado un cúmulo de “antivalores”. En esta operación el sufrimiento juega un imprescindible papel. En la interioridad de un padecer se van ajando los valores “oficiales”, van muriendo con el proceso mismo del padecer. Pues una desesperación sin dolor no pasa de ser retórica revolucionaria.
Que la revolución haya traído una “nueva patria” hoy todavía no lo comprendemos. Los años han vuelto a instalar en el alma del mexicano la pomposidad, lo multimillonario, la honorabilidad, lo epopéyico. En su dimensión de interioridad la revolución ya no nos nutre. La grandeza empieza a rondarnos bajo las formas del más aparatoso exhibicionismo. La modestia de la condición humana recordada por la revolución está echada en olvido. Y al doblar el primer recodo del siglo, ¿qué pensador se atreverá a perfilar esa patria que López Velarde vio surgir con la Revolución? ¿No es responsable nuestra filosofía de una radical ceguera para traducir lo que la poesía ha enseñado sobre la Revolución?
Con la Revolución López Velarde ve surgir una patria “no histórica, ni política, sino íntima”. Pero, ¿quién entenderá lo que con esas palabras se nos invita a pensar? En una generación salvada y a la vez bastardeada por el historicismo, lo que México y el mexicano signifiquen, además de un producto histórico, nadie lo entiende. Empero, somos en la historia algo más que historia. Y frente a la política ¿nos avergonzaremos de definirnos por realidades más hondas que la política? Pero la Revolución significa algo más que lo histórico y lo político, significa algo íntimo. Pero aquí se despeñan todas nuestras capacidades. No hay pensador capaz de pensar lo que López Velarde entiende por íntimo. Lejos, pues, estamos de haber comprendido lo que la revolución nos ha enseñado.
La nueva realidad que la revolución hace advenir es una realidad cotidiana, “la hemos descubierto al través de sensaciones y reflexiones diarias”, sin tregua, “como la oración continua inventada por San Silvino”. Es cierto que de la revolución charlamos cotidianamente, que la desgranamos en habladurías de cada día. Pero no es esto lo que nos permite descubrirla. Sino que, por el contrario, nos la encubre. López Velarde nos incita a “reflexionar”, no a charlar. A convertir esa novedad de la patria en asunto de cada día, a repetir sus posibilidades sin tregua, porque el menor olvido nos la desvanece y confunde. La tarea es, pues, vigilar y velar porque la esencia de lo que la revolución ha producido se convierta para nosotros en realidad cotidianamente vivida y ensayada en situaciones cotidianas.
Pero avanza más aún en exigencia nuestra actitud frente a esa nueva posibilidad. “La miramos hecha para la vida de cada uno”, es decir, individualizada. Nos está encomendada como asunto de incumbencia y responsabilidad personales. Tua res agitur. Se trata de algo que concierne a cada quien, no a una masa anónima y gregaria. La revolución revive o destruye sus posibilidades en cada mexicano individualmente, y le confiere precisamente su individualidad. Esto se pasa por alto muy frecuentemente. Se pide que se mantenga la revolución, que se la perpetúe, pero no se ve que la infecundidad de tales imperativos reside en la vaguedad con que se precisa su destinatario, la exigencia no va a un grupo sin personalidad, sino a subjetividades aisladas y peculiarizadas.
Todos estos pensamientos nos recuerdan que de la revolución todavía nuestro pensamiento nada nos ha dicho. Deslizándose por la superficie de las apariencias ha dejado escapar lo esencial. El problema de la revolución es justamente el de la realidad que ha producido, el del sentido que ha gestado y del que echamos mano sin aclararlo y precisarlo. Vivimos inmersos en ese sentido, pero inmersos no significa que nos lo hayamos apropiado sino sólo simplemente que, sin percatarnos de ello, vivimos a sus expensas. Pero la tarea de la filosofía consiste en hacernos entrar en posesión consciente de lo que ya tenemos, de ese haber previo en cuyo seno nos agitamos y a cuya luz comprendemos todo lo que cotidianamente nos pasa.
En la tarea de hacer presa conscientemente de ese sentido el pensamiento requiere de su tensión máxima. No está al alcance de la mano sólo con alargar la mano. Su interpretación es tarea ardua y que pide una atención y una continuidad de que habitualmente nos sentimos dispensados.
López Velarde se daba cuenta de la dificultad de esta empresa. “Un gran artista o un gran pensador, podrían dar la fórmula de esta nueva patria. Lo innominado de su ser no nos ha impedido cultivarla en versos, cuadros y música”. La palabra del pensador y del poeta nombran el ser y al nombrarlo lo hacen surgir a una nueva vida. La vida a que surge es la vida de las posibilidades, la dimensión de los proyectos y de los planes. Antes vive en la realidad y no es capaz todavía de proyectarla en sus plenas posibilidades sino encadenándola y cegándola. Pero “antes” de la interpretación filosófica de una realidad hay el “cultivo” artístico que opera ya en las posibilidades, que proyecta y lanza, aunque no en toda su pureza, pues aún echa mano de lo “sensible” como asidero de lo posible.
Una “prueba” de lo que López Velarde entreveía nos la da el auge de la pintura mexicana. Los pintores son los que mejor han “comprendido” la revolución, es decir, los que con más acierto la han desplegado en el ámbito de las posibilidades. También la poesía, aunque un tanto a la zaga, ha operado esta “posibilitación” de la Revolución. Pero a la filosofía está reservado, como con derecho propio, llevar esa empresa a culminación. ¿Podemos afirmar que nuestra filosofía se ha puesto ya en camino hacia esa finalidad?
Si la filosofía ha de “definir” esa nueva patria hoy por lo menos hemos de dedicarnos a “observarla”. Con ello entiende el poeta “adivinarla”, proponer las hipótesis, los puntos de vista que más adecuadamente nos permitan apresarla, asirla, interpretarla. Y ¿qué es un punto de vista sino es un “partido”? La Revolución ha gestado partidos. En la historia de estos partidos encuéntrase quizás más de una clave para su comprensión. No podemos aquí ahondar en el tema. Nos limitaremos a dar un signo de esta clave. En el nombre mismo de estos partidos hay ya enseñanza y enseñanza simbólica. El primero se llamó “Partido Nacional Revolucionario”. Aquí se pone la revolución al servicio de una nación. Se hace tomar partido a la revolución en favor de una nación. Repárese: de una nación, no de una “nueva patria”. Se decide en beneficio de la nación por encima de la patria. El segundo de los partidos es el de la Revolución Mexicana. A nuestro entender es el más hondo y comprensivo de los títulos que puede ostentar un partido de la revolución. Finalmente se habla de Partido Revolucionario Institucional. La revolución es en este caso creadora de instituciones, se ha solidificado, se ha “oficializado”. La revolución se invoca como garante de las instituciones. En la dirección, pues, del segundo de los partidos ha de ir la reflexión, pues sólo ahí resuena con pristinidad el sentido de la revolución mexicana sin los compromisos con la nación o con las instituciones.
Para López Velarde la definición del nuevo ser del mexicano ha de ser conseguida más que “a sangre fría” por una “corazonada”. Más que llegar a él nos ha de sorprender, a manera de rapto, que se adueña del pensamiento y lo solicita. “La alquimia del carácter mexicano no reconoce ningún aparato capaz de precisar sus componentes de gracejo y solemnidad, heroísmo y apatía, desenfado y pulcritud”. Con ello nos ha señalado una serie de notas que en aparente contradicción se precipitan. ¿Podemos hoy decir que disponemos de un “aparato” capaz de precisar los elementos de nuestro carácter? Esto toca probarlo a nuestros filósofos.
Carácter y ser del mexicano en la poesía de López Velarde
Siempre que se habla de lo clásico la reflexión parece descansar en un seguro puerto de salvación. En cambio, lo romántico nos arroja en un mar de confusiones en que las imágenes más disparatadas elevan su pretensión de legitimidad para terminar todas por exhibir su incurable bastardía. Hay una imagen clásica del carácter del mexicano, un prudente término medio de asentimientos reconfortantes, y hay también miríadas de pinturas románticas. Aquí vamos nuevamente a dibujar ese clásico perfil de nuestra manera de ser, esa interpretación o revelación que “corresponde” a la realidad con un escaso margen de arbitrariedad en nuestras cosas, se nos ha ...

Índice

  1. 1ª de forros
  2. Portadilla y página legal
  3. Contenido
  4. Introducción. Emilio Uranga y Ramón López Velarde: una suave conjunción de existencias
  5. La exquisita dolencia. Carácter y ser del mexicano en la poesía de Ramón López Velarde
  6. Sobre el autor