Historia mínima del indigenismo en América Latina
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Cuando las naves capitaneadas por Cristóbal Colón entraron a las aguas del mar Caribe, se inició uno de los procesos de aculturación inducida más complejos del planeta. Esta obra traza la continuidad de ese proceso efectuada a través de las políticas estatales implementadas en América Latina en relación con los pueblos indígenas. El indigenismo, como se conoció esa política, reconoce su origen en el Primer Congreso Indigenista Interamericano celebrado en la ciudad de Pátzcuaro, México, en 1940. Allí se sentaron las bases de instituciones y agencias gubernamentales que estarían atentas a la implementación de acciones orientadas hacia las poblaciones originarias. En este libro se exponen las claves históricas del indigenismo latinoamericano a través del estudio de los casos en México, Guatemala, Ecuador y Perú. A partir de estas experiencias, se reflexiona sobre la conflictiva relación entre los postulados y las políticas indigenistas, por un lado, y los procesos de construcción de Estados-nación, urgidos de afianzar culturas nacionales homogéneas, por otro.

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Información

Año
2021
ISBN
9786075643373

CAPÍTULO 1
LOS INICIOS DEL INDIGENISMO




Desde los primeros tiempos del establecimiento del régimen colonial y el surgimiento de los asentamientos pioneros coloniales en el Caribe, y después en la Nueva España, se planteó la pregunta de ¿qué hacer con las poblaciones originarias? En ese contexto, fray Bartolomé de las Casas escribió lo que vendría a constituir —en aquel momento— la crítica mejor expuesta y sistemática al régimen colonial, donde denunció los abusos de poder y las crueldades cometidas contra la población nativa. El obispo de Ciudad Real, actualmente San Cristóbal de las Casas, Chiapas, sólo permaneció un tiempo breve en la provincia de las Chiapas, para trasladarse a la ciudad de Valladolid, España, y defender sus puntos de vista críticos acerca del comportamiento de los españoles en América. La reunión para discutir tan importante asunto fue convocada por Carlos V de Alemania y I de España, perteneciente a la Casa de Austria, cuyas cortes se encontraban precisamente en Valladolid. En esa ciudad castellana se entabló la discusión entre fray Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda llamada “de los naturales” en el lapso que va de 1550 a 1551.
El argumento del obispo de Chiapas fue que los indígenas eran seres humanos y, como tales, poseían alma y eran hijos de Dios. Aceptando el fraile dominico la necesidad de evangelizarlos, no justificaba la guerra en contra de ellos, y además reconocía que tenían valores culturales positivos. Fray Bartolomé de las Casas venía de haber experimentado la dureza del régimen colonial en el Caribe, y sus posiciones se acercaban a las de Antonio de Montesinos y Francisco de Vitoria, figuras clave en la crítica al colonialismo de aquellos días. Dominico igual que De las Casas, Vitoria defendió desde las aulas de la Universidad de Salamanca el derecho de los pueblos indígenas a ser respetados, criticó los procedimientos colonialistas de sus compatriotas y, sobre todo, se opuso a la guerra contra las poblaciones indígenas. En Francisco de Vitoria encontramos al intelectual que concibió las Nuevas Leyes de Indias, el documento que avanzaba el reconocimiento de los indígenas como súbditos de la Corona española y que los proveía de defensas legales. Más aún, Vitoria fue tan lejos en su afán crítico del sistema colonial como para justificar la guerra de los oprimidos contra sus opresores. Este notable intelectual, precursor del derecho internacional, murió el 12 de agosto de 1546, justo cuatro años antes de iniciarse en Valladolid la “discusión de los naturales”.
Por su parte, Ginés de Sepúlveda, intelectual versado en el estudio de los pensadores griegos, sobre todo Aristóteles, e imbuido del pensamiento de los intelectuales italianos de su época, fue, sin embargo, uno de los primeros críticos de Maquiavelo y del cinismo en la práctica del poder. Pero justificó la guerra contra los indígenas porque permitía evangelizarlos y apartarlos de lo que él consideraba malas costumbres y prácticas idolátricas. El núcleo del argumento de Ginés de Sepúlveda es que el dominio se justifica porque los españoles son superiores con respecto a los indios. El objetivo de la conquista —dice Sepúlveda— no es la esclavitud, sino la reducción de los indios a la condición servil para ponerlos en posición de aceptar los valores y la religión de una sociedad superior, la de la España cristiana. Fray Bartolomé de las Casas no aceptó esta argumentación y alegó que los indios eran súbditos de la Corona además de personas, y como tales debían ser tratados. Justo en esos años en que se llevaba a cabo la discusión de los naturales llegó a Valladolid, prisionero, Francisco Tenamaxtle, el líder caxcán (chichimeca) de la Guerra del Mixtón (Zacatecas) ocurrida en Nueva Galicia en 1542, con quien conversó fray Bartolomé de las Casas, y reafirmó así sus ideas de no justificar la guerra por la guerra contra las poblaciones indígenas. El fraile dominico se decantó por reforzar las Nueva Leyes de Indias, promulgadas en Burgos en 1542, para brevísima protección de la población indígena y la abolición de las encomiendas.
El antecedente más claro de las posiciones críticas frente al colonialismo y el maltrato a los pueblos indígenas lo encontramos en el Caribe. En efecto, en el cuarto domingo de diciembre de 1511, llamado de Adviento, desde el púlpito de la iglesia de los dominicos en la isla de Santo Domingo, nombrada entonces La Española, el fraile Antonio de Montesinos pronunció un sermón que influyó en el pensamiento crítico de la época y, sobre todo, en fray Bartolomé de las Casas, y que hace referencia a éste en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552). Tiene este sermón la interesante característica de haber sido redactado por los frailes dominicos, compañeros de fray Antonio de Montesinos en La Española. Para dejar constancia de tal autoría colectiva, los frailes firmaron el documento leído por fray Antonio de Montesinos que denunciaba al régimen de las encomiendas como cruel y repulsivo. El propio fray Bartolomé de las Casas, que a la sazón era encomendero, se conmovió ante la eficaz oratoria de Montesinos y llevó la lección aprendida no sólo a Ciudad Real, Chiapas, sino también a las cortes españolas reunidas en la ciudad de Valladolid. Incluso, durante el viaje desde Salamanca, España, hasta Ciudad Real, Chiapas, fray Bartolomé de las Casas y los cincuenta frailes que lo acompañaron discutieron la gravedad de la situación que el colonialismo había engendrado en las Tierras Nuevas de América, como bien lo expresa el Diario de viaje de fray Tomás de la Torre, el cronista nombrado por el obispo de Chiapas para registrar los pormenores de la expedición desde Salamanca, España, hasta Ciudad Real, Chiapas. Así, el sermón pronunciado por Antonio de Montesinos constituye la primera defensa del indio americano y antecede al pensamiento crítico hacia el colonialismo, las políticas de asimilación de la variedad cultural, así como el racismo y la discriminación de las poblaciones nativas. Más todavía, con el referido sermón pronunciado por Antonio de Montesinos se inició la escuela de pensamiento que en América Latina ha defendido a la variedad cultural como un derecho irrenunciable de los pueblos, además de constituyente básico de la Nación.
La legislación que les otorgó a los pueblos originarios el estatus de sujetos de derecho en el contexto colonial es un tema que estuvo presente en aquella discusión entablada entre fray Bartolomé de las Casas, por un lado, y Juan Ginés de Sepúlveda, por el otro, llamada, como ya se dijo, “discusión de los naturales”, y que ocurrió en Valladolid, España. Durante ésta se expresaron dos Españas frente a frente: la de los colonizadores, los militares y los encomenderos dominados por la codicia, por una parte, y, por la otra, la de los humanistas que iniciaron el movimiento de defensa de los pueblos originarios recuperando la impronta de los planteamientos de Francisco de Vitoria y demostrando la posibilidad de evangelizarlos sin violencia ni atropellos y, menos, mediante la pugna por el detrimento de sus culturas.
En Michoacán, Vasco de Quiroga (1470-1565) siguió este camino al fundar instituciones de defensa de los indígenas, con lo cual atendió no sólo las líneas del pensamiento humanista, sino también las utopías planteadas por Tomás Moro. Vasco de Quiroga enfrentó a la burocracia de su época, los militares y los colonizadores abogando por el derecho que asiste a todo pueblo para vivir en libertad y rechazando el paternalismo, además de toda forma de racismo. Vasco de Quiroga llegó a Nueva España en 1531 como oidor de la Segunda Audiencia, que sustituyó a la primera, sumergida en escándalos y caos administrativos. No tardó Vasco de Quiroga en trasladarse a lo que es hoy el estado mexicano de Michoacán, para tomar posesión de su cargo de obispo. El nuevo dignatario eclesiástico portaba un proyecto para cristianizar al pueblo purhé —purépecha— o tarasco, y, simultáneamente, preservar su sociedad y garantizar su continuidad como parte de las nuevas configuraciones sociales emergentes en el llamado Nuevo Mundo. Vasco de Quiroga estaba convencido de la viabilidad de un proyecto de cristianización-aculturación en lenguaje actual —basado en principios de equidad y justicia, que además hacía hincapié en la armonía con la naturaleza—. Al igual que Bartolomé de las Casas en Chiapas, Vasco de Quiroga defendió al pueblo purhé de la codicia y la crueldad de los encomenderos. Asimismo, defendió prácticas culturales del pueblo tarasco que consideró no sólo positivas, sino también en concordancia con los principios del cristianismo. El proyecto de Vasco de Quiroga se basó en convicciones acerca de la organización de las relaciones entre seres humanos buscando en los principios del cristianismo un sentido ético de la vida.
La evangelización en Michoacán la iniciaron los franciscanos en 1525, quienes fueron relevados por los agustinos en 1533. En general, la década de 1520 se caracterizó en Michoacán por la violencia generalizada, no sólo en contra del pueblo purhé, sino además entre los encomenderos mismos o las propias órdenes religiosas, sin faltar las luchas por el poder entre los linajes purépechas. En ese complejo orbe Vasco de Quiroga trató de introducir normas eficaces de convivencia social. Su fecha de nacimiento es aún incierta, aunque se ha señalado 1470 como el año más probable. Era oriundo de Madrigal de las Altas Torres, el mismo poblado en el que nació la reina Isabel I. Uno de los biógrafos más importantes de Vasco de Quiroga, Fintan B. Warren, ha documentado la experiencia del clérigo en África, así como su vida académica y religiosa. Vale la pena destacar que la evangelización en Michoacán no se consolidó sino hasta la llegada de Vasco de Quiroga en su calidad de obispo, en 1536. El apelativo de Tata con el que muy pronto se le conoció prueba el aprecio que se ganó. Vasco de Quiroga ordenó la construcción de la Catedral en Pátzcuaro, iniciada en 1540; fundó el Colegio de San Nicolás, y estableció las congregaciones para concentrar al pueblo purépecha.
Las congregaciones son particularmente importantes para una historia del indigenismo en América Latina, porque se les concibió como escenarios para aplicar el proyecto de cristianización / aculturación y para proteger al pueblo tarasco de los abusos de los encomenderos. Estas congregaciones fueron los primeros medios de aculturación experimentados entre los pueblos originarios de la actual Latinoamérica. Varios de los estudiosos de la vida de Vasco de Quiroga concuerdan en que el sistema de congregaciones acusa notable influencia de los planteamientos de Tomás Moro. Las tres congregaciones más conocidas que fundó Vasco de Quiroga y aún existen son las de Santa Fe, en la Ciudad de México, convertida en la actualidad en una ciudad-habitación de las clases altas; Santa Fe de la Laguna, a orillas del Lago de Pátzcuaro, y Santa Fe del Río, en territorio michoacano ocupado antiguamente por grupos chichimecas. Estas congregaciones se concibieron como pueblos-hospitales, no sólo para impulsar la evangelización, sino asimismo para poner en práctica lo que desde la antropología actual llamaríamos un proyecto de aculturación cuya meta era la occidentalización de los pueblos originarios. Tal proyecto fue resultado también de la influencia recíproca establecida entre las formas de organización social y política del pueblo tarasco y las formas de convivencia social que en el llamado Nuevo Mundo impulsaron los humanistas, como el propio Vasco de Quiroga. Así, en 1533, él fundó la institución que devino en símbolo de su proyecto: el pueblo-hospital de Santa Fe de la Laguna, ya mencionado. Es notable que la propia Corona española y fray Bartolomé de las Casas, obispo de Ciudad Real (Chiapas), recomendaron enfáticamente implantar el proyecto de Vasco de Quiroga a lo largo y a lo ancho de la Nueva España y los territorios por conquistar.
Hacia 1538, usando el poder que le otorgaba el obispado, Vasco de Quiroga logró movilizar contingentes significativos del pueblo purhé y refundar la actual ciudad de Pátzcuaro, con lo cual estableció en ella la base para dirigir e impulsar el proyecto de aculturación. Cuatrocientos dos años después, en 1940, esta misma ciudad sería la sede del Primer Congreso Indigenista Interamericano.
La “discusión de los naturales”, como lo hemos señalado, abrió un debate constante durante el régimen colonial y prolongado en el siglo XIX. De hecho, la pregunta de qué hacer con los pueblos indígenas, respondida durante todo el periodo colonial mediante la cristianización y la voluntad de suprimir a los pueblos indios como entidades culturales, fue una constante que se prologó durante el siglo XIX y que en otros contextos se ha continuado hasta nuestros días, cuando al cristianismo lo han sustituido las políticas indigenistas de Estado, además de otros factores, entre los que no se descarta el religioso.
Los matrimonios entre indígenas y españoles fueron un elemento importante en los procesos de transculturación en lo que actualmente conforman Latinoamérica y el Caribe. Los hijos de estos matrimonios, llamados mestizos, tenían en teoría las mismas prerrogativas de la población española, como lo demuestra la obra de Magnus Mörner. Por otra parte, los indios cristianizados no pasaban a formar parte de los sectores dominantes en la sociedad colonial, lugar ocupado exclusivamente por los castellanos peninsulares y los criollos, y en no pocos casos, por los propios mestizos. En efecto, la importancia de la discusión acerca de la cristianización de los pueblos indígenas y los métodos para lograrla se relaciona con el nacimiento de las desigualdades sociales en América Latina. En esta trama de relaciones desiguales en las sociedades que iban surgiendo en el contexto colonial, la población de origen africano llevó la peor parte. Intelectuales como Francisco Javier Clavijero, jesuita veracruzano del siglo XVIII, se expresaron en sus textos y acciones sobre el racismo que arraigó durante el periodo colonial y que es actualmente una de las manifestaciones en Latinoamérica y el Caribe de la desigualdad social.
Por cierto, tanto liberales como conservadores mantuvieron posiciones semejantes con respecto a la población de origen africano y a lo que concierne a los pueblos indios. Un punto culminante en el siglo XIX de la actitud del Estado nacional ejemplificado en México lo constituyen las “Leyes de Reforma” emitidas por gobiernos liberales. En efecto, en México las Leyes de Reforma como un conjunto legal se inician en 1855 durante el gobierno de Juan Álvarez, y continúan su desarrollo bajo las presidencias de Ignacio Comonfort y Benito Juárez; de hecho, cubren toda la segunda mitad del siglo XIX. Estas Leyes de Reforma representan un periodo fundamental en la consolidación del Estado nacional en México, el cual tuvo repercusiones e influencias en América Latina y el Caribe. Para muchos historiadores, lo más notable de las Leyes de Reforma fue la consolidación del Estado laico, al separar los ámbitos religiosos de los correspondientes al orden público y los asuntos de Estado en general. La reacción conservadora a las Leyes de Reforma originó la llamada Guerra de los Tres Años, finalizada con la derrota de los conservadores el 1 de enero de 1861. En el afán de debilitar al gran terrateniente que era la Iglesia católica, desde la promulgación de la Ley Lerdo, se afectó el complejo de la propiedad comunal de la tierra de los pueblos indios. Debe tomarse en cuenta que, según el censo de 1850, los indígenas alcanzaban la mitad de la población de México y configuraban el campesinado de aquella época. Estas tendencias para modernizar el país y dar libre curso al capitalismo son las que se heredan del siglo XIX; pasan al XX con el indigenismo, y forman parte de esa estrategia continuada en lo que va de este siglo en Latinoamérica.
En las referidas d...

Índice

  1. Portada
  2. Nota preliminar
  3. Introducción
  4. Capítulo 1. LOS INICIOS DEL INDIGENISMO
  5. Capítulo 2. EL PRIMER CONGRESO INDIGENISTA INTERCONTINENTAL DE PÁTZCUARO
  6. Capítulo 3. EL INDIGENISMO MEXICANO Y SUS EXPONENTES
  7. Capítulo 4. LOS INDIGENISMOS LATINOAMERICANOS EXPUESTOS EN TRES CASOS
  8. Capítulo 5. LA CRÍTICA DEL INDIGENISMO COMO POLÍTICA DE ESTADO EN AMÉRICA LATINA
  9. Reflexiones finales
  10. Bibliografía comentada
  11. Sobre el autor